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…Y llega Kant al socorro

Sugería en el texto que precede que sería contrario a la dignidad de la razón (tal como Kant la concibe) el que ese testigo del persistir de lo humano que constituye mi propia conciencia individual se imponga como máxima de su acción el dejar de persistir. Lo racional, se diría, es que mientras quede un átomo de espíritu, la vida humana sea mantenida.

De tal forma, el rigorismo kantiano viene a dar algún tipo de fundamentación racional a los indigentes discursos sobre el carácter sagrado de la vida con los que reaccionarios de todo cuño cierran el paso a la menor veleidad de dar cobertura legal al recurso de la eutanasia. Y ello aun en los casos punzantes en los que la prolongación de la agonía ajena se acerca peligrosamente a la actitud consistente en apurar una inconfesada satisfacción en la tortura. Pues no olvidemos que el torturador, o el que tolera la tortura, también tiene su corazoncito, y que seguramente se dice a sí mismo que el sufrimiento del otro no es un fin en sí, sino un inevitable trance en pos de un bien.

Pero, como en un texto anterior decía, el anatema contra el que erige en fin su propia muerte no es monopolio de la reacción, sino también de los progresistas, siempre moderados, siempre sensatos, que otorgan generosamente el derecho a morir en situación ya agónica (física o mentalmente). Para la pusilánime racionalidad de estos últimos la tremenda (y por tantos extremos conmovedora) racionalidad de Kant sirve también, y quizás en mayor grado de coartada. Por consiguiente, será en torno al "zorro que volvió a la jaula tras haber quebrado los barrotes" que proseguiré con estas reflexiones sobre el derecho a morir.

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14 de abril de 2008
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Las bellas naciones confederadas

Dentro de unos días los suizos eligen a su Procureur General, algo así como el jefe del Poder Judicial. La formula electiva pone a los partidos por encima del cuerpo judicial. Para que nos quejemos de lo nuestro. Naturalmente, se presentan dos candidaturas, la de los poderosos (los Radicales) y la de los que simulan no ser poderosos (los Socialistas), como siempre. La elección de este cargo básico para la democracia suiza levanta poco entusiasmo popular.

Por mucho que leo, por mucho que pregunto, no logro averiguar en qué consiste este ornitorrinco llamado Confederación Helvética. Los indígenas suelen ser irónicos. Los de la parte italiana tienen sus relaciones en Milán y Roma, los de la alemana no se mezclan (allí nada de trilingüismo, todo en alemán), los de la francesa siguen la liga gala. Sin embargo, ni un solo suizo italiano, alemán o francés aceptaría ser francés, italiano o alemán. En filosofía esa es una figura imposible, unos "accidentes que carecen de sustancia". Hay suizos diversos, pero no hay Suiza.

/upload/fotos/blogs_entradas/politicasuiza1_med.jpgCuando oigo a los separatistas españoles poner como ejemplo la Confederación Helvética me echo a temblar. Es como cuando aspiran a ser Kosovo. ¡Dios nos libre de parecernos a esos países hijos del secreto bancario o del genocidio! Porque lo que mantiene la unidad suiza no es otra cosa que la "neutralidad", o sea, la colaboración con Hitler durante la segunda guerra o con la Sudáfrica del apartheid, la venta de armas a las guerras étnicas africanas, el refugio de las fortunas de todas las mafias mundiales, el protectorado económico de la criminalidad.

Lo que une a la Confederación es el poder absoluto de una compacta oligarquía que controla las finanzas y la política desde Calvino, que vive del blanqueo de dinero negro y que se salta todas las leyes internacionales cuando le conviene. Eso sí, con elegancia (léase a Claude Mossé, periodista suizo, en "La Suisse, c'est foutu?").

Aunque, ahora que lo pienso, es posible que ese sea el modelo que desean desesperadamente las distintas oligarquías separatistas periféricas.

Artículo publicado en: El Periódico, 12 de abril de 2008.

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14 de abril de 2008
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Dolor de cabeza matutino

Los dolores de cabeza que se padecen al despertar son los peores. Los más obstinados y resistentes a cualquier tipo de medicación. Proceden de algún punto nocturno donde brotaron sigilosamente y se establecieron sin amenaza. Luego acamparon y hasta cierto punto asumieron, gradualmente, que ese espacio oscuro era suyo y no se hallaba expuesto a ningún saqueo del exterior. El sujeto sobre el que se depositaron cautelosamente dormía y se dejaba, por tanto hacer, de manera parecida a los muertos o los animales malheridos ante los carroñeros.

El dolor de cabeza anida en esa testa pasiva de manera similar a la fijación de los carnívoros recreándose sobre la pieza en la sabana y de acuerdo a la documentación que nos proporciona diariamente en las sobremesas los reportajes de la televisión. En esa tarea de fijar sus dentaduras sobre los tegumentos podrían emplear un tiempo largo o inhumano, exageradamente detallado en la degustación de las carnes, los jugos y los tendones, en la tenaz profundización de sus fauces dentro de la cavidad estomacal, tan embelesados en el sabor fresco de su presa sangrienta como largamente enviciados en una circunstancia festiva que esperaban ansiosamente en la vaciedad de su ayuno. En esos casos exasperados la pieza, que ha dejado pronto de presentar resistencia y se presenta como moribunda o ya muerta, se deja comer sin traba alguna, deja hacer y permite que el destrozo se incremente hasta transformar su cuerpo en una composición donde el dolor no es un agregado exterior sino parte de su morfología. Del mismo modo, el dolor de cabeza matutino no se muestra como un acceso artificial que nos perturba y podrá espantarse con analgésicos y sedantes caseros, sino que se declara hincado en el cráneo con tal autoridad que acaso su naturaleza está iniciando una adherencia definitiva a nuestro mismo organismo y si continuara durante un tiempo prolongado sería indistinguible para siempre de nosotros mismos. ¿Cómo, en ese caso, llegar a separar la carne de su dolencia, la dolencia de su existencia? No cabe por tanto, sino aceptar, en mañanas como ésta, que el dolor de cabeza nos ha ganado el reino y que el sueño siempre tan vulnerable ha sufrido la mala suerte de que el dolor, como un díptero una garrapata del entorno, haya creado su hogar natural en nosotros y sólo su incontrolable voluntad será capaz de moverlo a otra parte. ¿Cuándo? Generalmente nunca durante las 24 o 48 horas siguientes. La recogida de sus enseres y su traslación requiere al menos de una o dos noches, en cuyo ciego interior el dolor pone en marcha su carromato que tan lenta como inexorablemente se dirige a residir en otro cráneo. O, simplemente, deambula por el ámbito celestial y desde donde planea sobre un sinfín de cuerpos soñadores e incautos.

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14 de abril de 2008
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Galería de espectros: Heráclito

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he vislumbrado al de Heráclito.

Delfín Agudelo: ¿De qué manera se te ha presentado? ¿Cómo él mismo o como alguna representación ajena?

Rafael Argullol: Me ha parecido ver a Heráclito, al único Heráclito que soy capaz de visualizar, que es el que hizo aparecer Rafael en su pintura La Escuela de Atenas, un personaje enigmático, oscuro y atormentado como las leyendas nos indican que era el propio Heráclito histórico. En la pintura de Rafael, aunque la presidencia de toda la escena la ostenten Platón y Aristóteles, creo que uno de los personajes que más llaman la atención al espectador es el personaje que está sentado en primer plano en las escaleras, apoyándose la cabeza en la mano, en la iconografía habitual de la melancolía. Y ese personaje que representa Heráclito según se dijo desde la propia época del renacimiento tenía la cara de Miguel Ángel. Si eso es así, me da la impresión de que La escuela de Atenas de Rafael se convierte en un documento decisivo de la cultura europea porque por un lado es una suerte de manifiesto visual de lo que ha sido el humanismo y por el otro de lo que había sido el arte renacentista hasta el momento en que Rafael pinta esta obra. Allí se sintetizan las dos grandes corrientes en las que se apoyan el renacimiento, que son la teología cristiana y el pensamiento griego y romano. Sería un retrato de las raíces de Europa y del renacimiento.

Pero por otra parte si las sugerencias y conjeturas que se han hecho son ciertas, sería también un retrato de época, en el cual Rafael capta las diversas topologías del artista que a principios del siglo XVI se están asentando en la Italia y Europa renacentistas. Y allí encontraríamos un gran antagonismo entre Leonardo da Vinci, que aparentemente es el que es retratado en la cabeza de Platón presidiendo la escena con toda la apariencia del artista sabio, que ha llegado al final de su vida a la armonía —de hecho el Platón con la cabeza de Leonardo de La Escuela de Atenas se parece muchísimo al autorretrato que hizo Leonardo de sí mismo—; y por el otro lado tendríamos a Miguel Ángel, en su encarnación de Heráclito, como el artista melancólico, como el artista atormentado, como el artista dramático. Y allí tendríamos la gran dualidad con la que finalmente culmina el renacimiento y que había sido captada por Rafael. La creatividad artística, como la consecuencia de esa tragicidad melancólica, sería la que nos vendría dada por la identificación Platón-Leonardo-sabio; y por otro lado la creatividad trágica, contradictoria y oscura que nos venía dado por la identificación Heráclito-Miguel Ángel-tensión y contradicción dolorosa. Si ese juego de conjeturas es cierto, por tanto Rafael no únicamente habría recogido el principal manifiesto de lo que es el arte renacentista, sino que también habría dado uno de los primeros retratos psicológicos colectivos de la historia de la pintura.
 

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14 de abril de 2008
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‘Come è possibile?’

Esta tarde-noche deberían conocerse los resultados de las elecciones generales italianas. La cuestión que causa cierto desasosiego e incredulidad fuera de Italia y, según los sondeos, a casi una mitad de los italianos (una sociedad políticamente dividida, como casi todas), es la de que cómo es siquiera posible, y hasta probable, que Silvio Berlusconi pueda volver a convertirse por cuarta vez en presidente del Gobierno, volviendo a unir en su persona la característica de ser el hombre más rico y el políticamente más poderoso. Sería la corrupción personificada en el corazón del Estado, la influencia directa del dinero y de los medios de comunicación en la política. Esa la base de su populismo popular, ante el que se plantean no sólo objeciones políticas sino morales, e incluso estéticas, pues este personaje es muy vulgar.

Italia puso su sistema político patas arriba con la campaña de Manos Limpias de jueces y fiscales que acabó con el dominio de la Democracia Cristiana. El desencanallamiento de la política italiana que buscaba esa operación se ha reproducido, y el mayor beneficiario ha sido Sua Emitenza, que ha subvertido la Justicia para protegerse de los cargos de corrupción. Gracias a los cambios de leyes que impulsó, llega a estas elecciones libre de preocupaciones de condenas y cárceles. Y si, a sus 71 años, las gana, puede aspirar a situarse como referente moral en la Presidencia de la República, empujando a Napolitano a dimitir para tomar acto, si se confirma su victoria, de lo que llama "la nueva fase política italiana".

Los italianos tienen ese arte de no tomarse en serio ni a la política ni a sus políticos. La mejor explicación que he escuchado, de boca de un amigo romano, es que la última vez que los italianos se tomaron realmente en serio a un dirigente político, fue con Benito Mussolini, y el tiro les salió por la culata. Este descreimiento es el que hace posible que pueda ganar un personaje como Berlusconi.

Pero podrían pararse a pensar qué ha hecho por Italia, y la verdad es que bien poco. Ha hecho más por él y por la defensa de sus intereses, mezclando los suyos privados y públicos. Pero, claro, él mismo lo explica: "Si yo, velando por los intereses de todos, también cuido los míos, entonces no se puede hablar de conflicto de intereses".

Él mismo hace una apelación constante a la ilegalidad. Para Berlusconi, que promete reducciones fiscales, si el Estado te pide demasiado es legítimo evadir los impuestos. Lo dijo una vez, recuerda otro amigo italiano, cuando era Primer Ministro, nada menos que en la ceremonia de graduación de los Finanzieri, la policía fiscal. Y lo ha repetido en la campaña. Otra vez afirmó que "hay leyes que los italianos no perciben como tales". Ahora bien, añade el amigo, no son sólo los italianos ricos, sino también los menos ricos los que violan las normas, para evadir impuestos, subsidios a los que no se tiene derecho, a construir contra las normas municipales, a cobrar en negro por actividades no declaradas, o a tener una ilegal como asistenta. Esto no es propio únicamente de Italia. La diferencia es que Berlusconi les dice descaradamente a los italianos que no se preocupen, que no les va a pasar nada. Les confirma en su descreimiento del Estado. Y si Italia anda bloqueada, él no la va a desbloquear. No es un reformista.

La izquierda tiene también una parte de la responsabilidad de que Berlusconi pueda volver al mando político. Pues aunque el Gobierno de Prodi cayó por Mastella, un democristiano, de picador actuó la izquierda radical. En cuanto a Walter Veltroni y su Partido Demócrata (PD), representa algo nuevo y el empuje de una nueva generación (la siguiente a la del propio dirigente). Pero su política se ha vuelto tan moderada, tan realista, que frustra muchas de las ilusiones que había despertado. El PD no quiere que se le recuerde su pasado comunista, y hasta tiene miedo de aparecer como socialdemócrata.

Por si no bastara, recuerda el citado amigo, está la cuestión religiosa, sumamente artificial en un país donde son cada vez menos los que siguen los preceptos de la Iglesia católica a los que, sin embargo, los cuatro líderes de los partidos de derechas rinden homenaje diario, aunque todos tiene algo en común: Berlusconi, Casini, Fini y Bossi son todos divorciados y vueltos a casar. Forman parte de los llamados atei devoti (ateos devotos), no cristianos sino cristianistas, en el sentido de que están convencidos que para oponerse a lo que ven como el monstruo islámico hay que seguir fielmente el diktat del Papa alemán con quien mantienen una alianza nefasta.

Publicado en El País, 14 de abril de 2008

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14 de abril de 2008
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Las cenizas del vaquero

Según cierta estadística, cada día el tabaco mata un promedio de quince mexicanos. Figurémonoslo: quince muertos ayer, quince hoy, quince mañana. Cuatrocientos cincuenta cada mes. Cinco mil ataúdes en menos de un año. Ahora bien, si tomamos en cuenta que el total de los nacidos en México no constituye ni el dos por ciento del grueso de los seres humanos y nos da por multiplicar irresponsable aunque conservadoramente, fantasearemos que el tabaco debe de andar matando por ahí de los mil fumadores diarios; poco más de un millón en tres años. Ignoro cuántas cajetillas de cigarros puedan ser necesarias para ganarse un enfisema pulmonar, pero seguro exceden la capacidad simple de un ataúd. De modo que pensar en la escena dantesca de un millón de ataúdes llenos de cajetillas de cigarros es todavía un cálculo conservador. Ahora hagamos cuentas delirantes en torno al costo de todos esos cigarros...

     Nada de lo anterior supone, sin embargo, que a los ejecutivos de las tabacaleras se les persiga o se les tache de genocidas, aun a sabiendas de que sus productos suelen contener ingredientes pensados para crear y fomentar el consumo adictivo. Uno prefiere creer que esos mil muertos diarios sabían lo que hacían y a lo que se arriesgaban, pues cree de paso que por delante del privilegio de ser cuidado está el santo derecho a cuidarse solo, y eventualmente descuidarse tanto como a uno, soberano de su vida y en tanto de su muerte, se le pegue la nihilista gana. El problema es que tengo mil muertos a mis pies y cada nuevo día habrá mil más. Al mismo tiempo, se incrementan las constantes capturas de negociantes de marihuana, que muy difícilmente alcanza para matar a nadie, y los condenarán a varias decenas de años de cárcel por cometer "delitos contra la salud".

     Si cada día mueren mil fumadores, puede decirse, con la frialdad estólida de la estadística, que poco más de uno se quiebra cada minuto y medio, pero es de sospecharse que ello termine siendo otro poderoso atractivo del tabaco. No está de más pensar que esas espeluznantes advertencias impresas en las cajetillas venden más y mejor de lo que disuaden. ¿O es que el vaquero duro del anuncio, acostumbrado a toda especie de rudezas, va a inmutarse porque un señor de bata le anuncia que su vicio bien puede aniquilarlo? Es mucho más sencillo enseñarse a fumar que aprender a montar vacas salvajes, y al fin la recompensa no parece variar. Se diría que el puro cigarrito hace que todo valga la pena. ¿O no acaso es la vida lo que le da valor a la muerte?

     No sé qué es más tedioso, la arrogancia machista del fumador con aires de vaquero o la histeria del enemigo jurado del tabaco. No sé qué da más asco, el Estado cuidando al fumador o el Estado cobrando impuestos especiales por tratarse de mercancías venenosas. No sé si ser cuidado por el Estado sea mejor que estar entre las garras de las tabacaleras. No sé siquiera qué se sienta fumar o por qué se hace vicio. Sé hacer cuentas y el resultado apunta hacia un negocio de mil muertos por día. Habrá quien diga que es asunto de opinión.

     "De algo tengo que morirme", opinaba mi abuela, que consumía la marca Del Prado. "No sé cómo no pueden dejar el cigarro, yo lo he dejado más de cincuenta veces", alardeó mi padre durante varios años, hasta que abandonó sus Raleigh con filtro. Cuando, con catorce años, me robé de una fiesta una cajetilla de Marlboro y di cuenta de nueve o diez cigarros en hilera, concluí por la jaqueca y el vómito consecuentes que de seguro habría en el camino marcas más atractivas para un suicida joven y entusiasta. Qué sabría yo, Kawasaki, Cessna, Smith & Wesson. Algo espectacular, de preferencia. No se suicida uno todos los días.

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12 de abril de 2008
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Mentiras de poetas

Paseo por el centro de Málaga, por unos callejones que están en pleno proceso de reconversión especulativa. Hermosa decadencia del centro de una ciudad que ya no volverá a ser como fue. No se pueden conservar ciertas formas de vida. Hay que reciclar los centros de las ciudades. Dotarles de nuevos residentes, de nuevas vidas. ¿Y cómo se hace sin desplazar injustamente? ¿Si dar pelotazos especulativos? No hay muchas formas poéticas de hacerlo, creo. /upload/fotos/blogs_entradas/crematorio_med.jpgMás bien es prosa realista y dura de nuestros tiempos. Por favor lean la novela premiada por la crítica. Lean "Crematorio" de Rafael Chirles. La mejor lectura para saber que también somos unos tipos poco recomendables. Malos modelos para la lírica. Malos tiempos.

En las paredes de la vieja ciudad, me imagino que al Ayuntamiento de Málaga, se lo ocurrió poner hermosas frases de poetas. Verdades poéticas, es decir mentiras desde el lado de la prosa. Por ejemplo, una pintada del Ayuntamiento: "Al sol le brotan ramas de alegría" Rafael Alberti. Algún grafitero escéptico, añade abajo: "o a veces de tristeza".

Otra: "Ser, nada más. Y basta" Jorge Guillén. Le contestan: "...pues no me parece bastante". Otro "El mar de Málaga es de martini". Y de meadas y basuras.

Está claro que una cosa es la verdad poética y otra la verdad. Queremos poetas. Y también queremos políticos capaces de enfrentar la realidad sin mentiras, ni de las poéticas. A veces me gustaría ser grafitero.

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11 de abril de 2008
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Clase XI. En busca del lenguaje perdido (…y III)

No dejo de darle vueltas al asunto. Y ello es así porque al fin y al cabo son las palabras el único material con el que trabajamos. No tenemos ninguna ventaja audiovisual para recrear nuestros escenarios ni a nuestros personajes. Ese delicadísimo y arbitrario material es la sustancia de la ficción, con ellas -con las palabras- elaboramos todo el universo de nuestra narración. Y además debemos lograr que mediante su uso nuestro lector se vea transportado a ese mundo que hemos creado para él, que se olvide por un momento del propio y que se instale en el nuestro. ¿Pero... y qué queremos decir? A simple vista la pregunta parece ociosa, pero nada más lejos de la verdad. Saber exactamente lo que queremos decir entraña un sutil ejercicio de reflexión e indagación personal. Después de muchas sesiones de taller literario he llegado a la conclusión de que la mayoría de los problemas a los que se enfrenta el escritor en ciernes consiste en no saber con exactitud lo que realmente quiere decir, más allá de una idea bastante general y por lo tanto ambigua. Y sin embargo se lanzan a escribir como kamikazes. pero no suele funcionar así, pues el escritor se maneja con precisiones, o más bien con un afán de precisión a la hora de contar que es lo que espolonea su trabajo creativo, y una de las claves para lograrlo consiste en esquivar el bombardeo irrestricto del lenguaje convencional, de las palabras que tiene al alcance de la mano. Si a cada sustantivo que colocamos en nuestro texto le crece el musgo de los adjetivos inmediatos (La noche era... tenebrosa, su sonrisa era... cálida) pronto nos descubriremos arrastrados hacia el bosque de la inexactitud: al final no sabemos lo que queremos decir, sino que es el lenguaje -arbitrario, antojadizo, lleno de frases hechas- el que nos gobierna a nosotros y nos lleva por donde quiere. ¿Sabemos lo que queremos decir? Mejor darse un tiempo y reflexionar hasta que la imagen o la idea venga a nosotros con precisión.  No me refiero, claro está, a saber qué historia queremos contar, pues eso lo damos por supuesto. Me refiero más bien al cuadro, al detalle que creemos nos resulta útil para avanzar por nuestra ficción: ¿realmente es ese el ademán que hace el personaje cuando está contrariado? ¿Aquella habitación que describimos es tal cual lo estamos haciendo?, ¿Así suena la voz de ese otro personaje rencoroso?

Tengamos en cuenta que a menudo no escribimos con claridad porque no pensamos con claridad. Esta es la primera condición para escribir bien. La claridad significa exponer de manera limpia los acontecimientos que narramos, de manera que el lector llegue sin esfuerzo a percibir la idea que le proponemos. No confundir ésta con superficialidad. Para John Gardner la idea expuesta  tiene que ser tan evidente, se tiene que ver tan nítida como un oso en una cocina bien iluminada... La naturalidad es otra virtud apreciada por el narrador solvente, en  la medida que huye de la afectación, de lo enrevesado y artificioso, procurando siempre que las palabras y las frases usadas sean aquellas que el tema requiere. Naturalidad y sencillez son dos términos que van de la mano...al menos en literatura. Sencillo es aquel escritor que usa frases de fácil compresión para todo el mundo. Un escritor vanidoso, más interesado en demostrar su amplia cultura y la extensión de su vocabulario rara vez puede resultar sencillo, y por ende, natural. La concisión nos obliga a emplear sólo las frases y palabras absolutamente precisas para expresar lo que deseamos; no hay pues que confundir concisión con laconismo: ser conciso significa ser denso, en la medida en que cada frase escrita está cargada de sentido. Detengámonos en este punto. Debemos tener en cuenta que en literatura no existen trabajos cortos o largos, sino buenos o malos textos. Si éste resulta bien escrito no cansa (lo mal escrito cansa casi de inmediato, aún siendo breve). No es menester pues quitarle color y riqueza a nuestro cuento en aras de la concisión, simplemente procurar que cada frase tenga sentido, sin olvidar que estas son como los eslabones de una cadena cuyo vigor origina la belleza del estilo.

Para lograr  un buen estilo es preciso trabajar mucho, escribiendo con constancia, devoción, pulcritud y sentido crítico.

La propuesta.

Esta vez vamos a entrar a una casa. Vamos a ver cómo es la casa por dentro. Esta es la composición del tema: Tenemos un personaje (nuestro narrador) que va de visita, y la persona que lo recibe -digamos que un viejo amigo- le ruega que le espere un momento, que se acomode en el salón  hasta que él lo pueda atender (va a ducharse, está terminando de enviar unos documentos por mail, está atendiendo una importante llamada telefónica, cualquier cosa). Nuestro narrador/ observador entonces empezará a mirar el salón, quizá el comedor, la cocina, husmeará en la biblioteca, mirará algunos cuadros, unas postales... y gracias a esa descripción algo distraída (dato importante) y sin objetivo alguno de la casa nosotros los lectores nos haremos una idea bastante aproximada de su dueño: ¿es un viajero impenitente a juzgar por postales, cuadros, máscaras étnicas que cuelgan de las paredes? ¿Es un soltero maniático del orden? ¿es un recién divorciado? ¿Es un bombero? ¿Tiene hijos que no viven con él? ¿Es un dandy algo entrado en años? En fin, las posibilidades son infinitas.

Debemos evitar decir lo mínimo posible acerca de él, pues será su casa la que nos revele lo que el narrador quiere que sepamos de nuestro personaje. Eso nos obliga a una observación cuidadosa del ambiente, de los pequeños detalles reveladores que lo componen y a una atenta organización descriptiva en la que todo lo que hemos visto hasta ahora entra en juego: evitar exposiciones forzadas, describir con precisión, ampliar campos semánticos, etc.

Que se diviertan en la casa y los esperamos con sus informes...

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11 de abril de 2008
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A vueltas con Kant

El comportamiento humano puede, sin duda, hallarse determinado por fines contingentes, como el de adquirir mayor riqueza, abusar de un desvalido o, por el contrario, atenderle y ayudarle. Y Kant pretendía que la dignidad de la razón reposa entonces en que la intención de realizar tales actos, eventualmente inmorales, no funcione en el vacío, es decir: el ser de razón, una vez fijado un objetivo, no se deja llevar por inclinaciones subjetivas que podrían apartarle del mismo. Como hace un tiempo hemos visto, si no se actuaran de forma consecuente, el asesino o el violador añadirían a la ignominia del objetivo una suerte de traición a la condición humana. En última instancia cabría decir que vale más tener objetivos lesivos para la humanidad siendo consecuente en la disposición para alcanzarlos, que tener objetivos loables siendo sin embargo un gandul que no se sacrifica a fin de llevarlos a término.

Obviamente lo racional consistiría en tener disposición plena... a fin de alcanzar un objetivo irreprochable, es decir, un objetivo favorable a la persistencia y a la fertilidad de los seres de razón. Pues habría efectivamente un fin al que ningún ser de razón podría sustraerse, un fin que todos tendríamos como propio, a saber, pura y simplemente que la razón misma persista. Mas como la razón se da sólo en la humanidad y como la humanidad se encarna en individuos, de la postulación de tal fin racional se infiere el deber de luchar para que siga habiendo representantes de la humanidad.

Nótese que digo el deber y no el deseo, pues éste, en definitiva, poco tiene que ver en este asunto, en el que cuenta sobre todo el hecho de ser consecuente. Y ello valdría naturalmente para ese representante de la humanidad que yo mismo constituyo. De ahí que, kantianamente hablando, sea contrario a los intereses de la razón y en consecuencia poco ético el dar cobijo a la intención de acabar con la propia vida. Veremos, sin embargo, que no es obligatorio casarse con Kant en este asunto.

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11 de abril de 2008
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Los domingos

La costumbre de ir al cine cualquier día de la semana o tener fútbol no importa ya si en domingo o en jueves, altera radicalmente la consideración del antiguo día de fiesta donde se concentraba el ocio, la película, el partido, el paseo, los besos y las copas. Desperdigados por la semana, semana tras semana, las diferentes ocasiones de festejos, el mundo se ha vuelto a la fuerza más simpático, elástico o informal. Seguramente no lo perciben así aquellos a quienes falta la experiencia de las divisiones estrictas entre descanso y vida laboral, diversión y abnegación, pero es sobresaliente para las generaciones que nacimos en plena posguerra. Entonces sólo el domingo, día del Señor, se reservaba para todo lo que no significaba trabajo. Hasta las novias estaban reservadas para el cortejo en estos días y ni el sábado, perteneciente a la extranjera "semana inglesa", se prestaba como un andén donde reposar. Con toda seguridad, también, no se trabajaba tanto como ahora ni con semejante intensidad y, de ese modo, el domingo, aunque apareciera con todo el esplendor de misas y gentes trajeadas, no significaba adentrarse en espacios urbanos muy distintos. Se trataba del mismo espacio de la ciudad o del barrio pero engalanado por el acicalamiento de todos sus habitantes. Los cines ofrecían la sesión de sobremesa como un postre dulcísimo que seguía al plato familiar y resultaba literalmente fantástico. Los bailes, algunos a la hora del vermú, se abrían como la extraordinaria oportunidad seudolicenciosa entre la vigilada clase media. De ese modo, cualquier domingo se hacía inconfundible y brillante y central. Esa concentración de ilusión y de festejos se desgrana, sin embargo, actualmente, en algunas gotas de recreo, a lo largo de los días. No son tiempos de medida suficiente para investir a una de estas jornadas con la rotunda categoría de una festividad pero actúan como placebos para restarle el sabor acre a la rutina y salpicar la continuidad con algún espectáculo, una cena o cualquier salida di-vertida. Di-vertida o desviada de la normalidad, porque acaso sólo la intensidad y el estrés del actual modelo de trabajo no halla otro equilibrio que su intermitencia simbólica y en la secuencia quebrada que devuelve el resuello de la cotidianidad.

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11 de abril de 2008
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