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El último espectador (7)

La experiencia de vivir se parece hoy a lo que Peter Weir narra en The Truman Show. El nuestro es un universo artificial, que llega a extremos con tal de evitarnos la angustia y los cuestionamientos que de ella derivarían. Un ecosistema donde casi todo está guionado. ¿No repetimos las palabras y las ideas que nos proporcionan los medios, sin siquiera desmenuzarlas? ¿No filtramos nuestra vida emocional por el tamiz de los relatos, amando como en los culebrones, fingiéndonos duros a la manera que el cine nos mostró?

Tal como Truman descubre arriesgando el pellejo, vivir de verdad supone encontrar la puerta oculta en el decorado. No podemos esperar que los que armaron el tinglado nos la enseñen, iría en contra de sus intereses. Pero sí podríamos, deberíamos contar con lo que Piglia define como ‘el pelotón de vanguardia', en términos militarísticos que me producen escozor; preferiría decir ‘la banda de los rebeldes'. Si el común de la gente no recibe el mensaje subversivo de sus artistas, por cifrado que esté, asegurándole que la puerta existe a pesar de la apariencia en contrario, ¿con quién contarán?

La gente busca en los narradores la verdad que el mundo les niega. No me refiero a verdades con mayúsculas, sino a pequeñas verdades operativas. Si los narradores dejasen de escribir desde la seguridad de la impostura, si dejasen de esconderse detrás de la tradición o de las fórmulas ‘novedosas', si se arriesgasen a conocer la intemperie, muchísima gente leería ficción concebida desde Latinoamérica, porque el acto de leerla volvería a ser indispensable para encontrar nuevos modos de mirar el mundo. Como fue hace décadas con sus pros y sus contras. Como ya no lo es.

Estas pequeñas verdades (por ejemplo el compromiso de los narradores a intentar lo imposible en vez de lo dictado por la preceptiva) podrían sentar las bases de un nuevo pacto con la gente, una alianza que reconstruyese los puentes rotos. Ahora bien, si esto ocurriese -tengámoslo claro- el mundo intentaría despreciar el pacto de inmediato, tildándolo de populista o de conservador, epítetos tan caros a las minorías iluminadas. Pero el escritor y el lector, pero el cineasta y el espectador, todavía podrían encontrarse en el umbral de la puerta escondida.

La pregunta surge, inevitable: ¿cómo demonios se logra esto? Mi respuesta es simple. Vean lo que Piglia hace.

Llegó el momento de develar su plan secreto. 

                                                      (Continuará.) 

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24 de abril de 2008
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Vitoria-Gasteiz

Escrito el 18 de abril.

Me dirijo a Vitoria-Gasteiz para dar una conferencia en el Palacio de Villa Suso. El viaje en tren dura casi más que mi estancia en la ciudad. Es un Intercity que cruza durante toda una mañana campos verdes rebosantes de melancolía, lo que me pone tristona y a la vez feliz. Me olvido de todo, ahora mismo sólo existen las nubes negras del cielo y tejados aplastados por el agua. Cuando llego a Vitoria hace frío y viento, pero menos que hace un rato, según me cuentan, el suelo está encharcado. ¿Qué me espera en esta ciudad? Hace tiempo unos amigos me invitaban  de vez en cuando a un pueblo llamado Subijana, y de Vitoria pasaba de largo, pero hoy estoy aquí. Conoceré a lectores que nunca he visto antes, tal vez me lleve algún amigo de vuelta. Por lo pronto, se trata de un lugar donde van a levantar una estatua a un escritor vivo, Ken Follet. Tal vez algún día también se la levanten a Iker Jiménez (Cuarto Milenio en la Cuatro), hijo de la ciudad, y ¿por qué no? a algún lector.

Y ésta fue la maravillosa sorpresa que me esperaba en Vitoria: mi encuentro con Mónica Pardo, una de las lectoras más voraces que he conocido. Su entusiasmo, su necesidad del libro merecen un auténtico monumento. Mónica no quiere perderse nada y no es de los que dejan la lectura en cuanto no les atrapa suficientemente,  justificándose con eso de que el tiempo es muy valioso. Ella siempre le da una oportunidad a la novela, para no quedarse con la cosilla -dice- de perderse algo bueno que puede que esté más adelante. De vuelta a casa, pienso que Mónica nos dio una lección a todos de amor a la lectura, hasta el punto de confesarme que cuando los fines de semana no puede leerse los suplementos literarios sufre porque siente que ya no está completamente al día y que tal vez se le escape algo extraordinario.

¿A que Mónica es emocionante? Su naturalidad y ganas por lo que la vida le ofrece. ¡Ah! y encima le queda tiempo para escribir un blog de cocina: milcoloresmil.com. No se lo pierdan.

Ya casi no me queda espacio para dar las gracias a mi anfitrión, Josemi Beltrán, y a mi presentadora, la joven y lúcida periodista Elena Zudaire. Hasta otra.

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24 de abril de 2008
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Que siga el combate

El veredicto de los medios en EE UU fue ayer prácticamente unánime: el combate entre Hillary Clinton y Barack Obama en las largas primarias demócratas debe seguir. En el escrutinio de Pensilvania (¿Por qué tenemos que escribirlo así en español?), Clinton le ha sacado 10 puntos de ventaja a Obama. Suficientes para permanecer en la carrera, pero no para cambiar la situación, no para que el senador por Illinois desista, ni ella tampoco. Es un grandioso, aunque caro, espectáculo de democracia. Ha votado el triple de ciudadanos en ese Estado que en las primarias de hace cuatro y ocho años. Eso no es garantía de que acudan a las urnas en masa en noviembre, pero sí indica un despertar ciudadano.

Se suele decir que esta pelea está favoreciendo al único candidato republicano que queda, John McCain, en detrimento de unos demócratas que parecen divididos. Tal afirmación está por probarse en esta carrera inhumanamente larga. Lo que probablemente los electores de Clinton o de Obama no tolerarían es que la decisión final la tomaran en la convención el próximo verano los llamados superdelegados, altos cargos del partido. Aunque las reglas del juego les permitan convertirse en los decisores finales, deberían decantarse por lo que han elegido mayoritariamente los ciudadanos en las urnas y los caucuses, previsiblemente, Obama.

Tal posición no está exenta de problemas pues tenderán a volcarse por el candidato con más posibilidades de ganar a McCain. Obama ha demostrado tener un problema entre los votantes hombres blancos, sin los cuales sería difícil vencer en noviembre. Tiene el voto negro, mientras que el hispano parece más proclive a Clinton. Obama ha impulsado, sobre todo, la fuerza vital de los nuevos votantes jóvenes, los que se han movilizado en estas primarias. Pero no consigue ganar en los Estados grandes que serán los decisivos en noviembre.

En cuanto al dream team demócrata, Obama-Clinton o Clinton-Obama, es algo que los electores verían con buenos ojos, pero, desgracia aunque comprensiblemente, no los protagonistas. Sea como sea, tras Pensilvania, como se decía ayer en EE UU, the show must go on.

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24 de abril de 2008
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Una por Don Vittorio

Don Vittorio no ladra, ni llora, ni gime siquiera. Me mira fijamente y jadea. Hace una hora que entra y sale de aquí, sólo que cada vez se queda más tiempo. Si lo acaricio se me va pegando, en un descuido se me acurruca. Quiere algo, por supuesto, pero aún no consigo imaginarme qué. Amparado por la ley del menor esfuerzo, vuelvo al texto del blog, que sigo sin poder empezar, y me digo que debe de ser el calor. Me levanto y encuentro el plato lleno de agua. Vuelvo al texto pensando que tengo que calmarme, acaricio al muchacho con la derecha y recorro el teclado con la izquierda. ¿De qué me dije que iba a tratar el post?

     No me ha dado la gana todavía reconocer que tengo los nervios de punta. Trato de concentrarme en la pantalla y a un lado se aparecen los ojos achinados de Vittorio. Un momento. Él no tiene los ojos achinados. Me le acerco, lo miro de frente. Nunca le había visto esa mirada. En realidad es una mirada extrañísima. Miro a Boris, después a Vittorio. Claro que son los mismos, pero esos ojos chinos me desconciertan. Parecería que estamos en el principio de una pesadilla, cuando la realidad comienza a torcerse. Una hora y media de verlo entrar y salir, con ese frenesí en la mirada, más el jadeo que sube a cada rato de intensidad, y ya no puedo ni ver la pantalla.

     Miro el reloj. Son ya casi las dos de la madrugada. Me acerco a mi muchacho, le palpo las costillas y por fin gime. Palpo de nuevo: esa hinchazón no estaba ahí hace rato. Miro otra vez sus ojos, y hasta entonces entiendo que se le han puesto chinos por el dolor. Todavía no lo sé, y afortunadamente no tardaré en saberlo, que hace una hora y media que Vittorio me ruega que le salve la vida. Pero ya vamos los dos hacia el coche. Me doy cuenta que apenas puede caminar, lo cargo como puedo y en un par de minutos estamos en la calle.

     Don Vittorio conoce los quirófanos. Sabe que de ahí se sale mejor que como se entra. No bien llegamos, casi se arrastra hasta el pie de la mesa. Está desesperado, ha ido perdiendo fuerza en cosa de minutos. El médico de guardia lo toca, mueve la cabeza. La hinchazón es enorme, preocupante. Me dice que por suerte lo he traído rápido, de otro modo se habría quedado en el trance. Le pincha el esternón, la barriga comienza a desinflarse. Lo acaricio, lo rasco, le hablo quedo al oído. Su mandíbula sigue tensa de dolor. Son ya las dos y media de la mañana, tenemos puestas sendas batas antirradiaciones. Si la radiografía lo confirma, va a ser precisa la cirugía mayor.

     Hace unas horas lo miraba correr, ahora lo van a abrir en canal. Pasa un rato, llegan los dos doctores que esperábamos y entre los tres lo suben a una distinta mesa, entre el coro de aullidos de los otros enfermos, a sus espaldas. A estas alturas, Don Vittorio está totalmente dopado. Uno de los doctores se me acerca: tiene el estómago torcido, no saben todavía si gangrenado. Van a hacer lo que puedan por salvarlo. Dicho esto, se lo llevan al quirófano.

     (No hace mucho, me topé con un par de líneas de Javier Marías donde el narrador habla de lo mucho que duele perder a quien queremos, y más aún perder a quien nos quiere.)

     Pienso en el joven Boris, que se quedó chillando como un endemoniado. Pienso en cualquier idea que me saque de la cabeza esta ansiedad. Hago cuentas estúpidas con el calendario. Me pregunto de nuevo de qué diablos iba a tratar el post de hoy y nada, lo olvidé por completo. Pasan ya de las cuatro cuando veo salir a los doctores. Hasta ahora, me dicen, todo ha ido bien. Hay que esperar a que se recupere. Cuarenta y ocho horas, por lo menos.

     Vuelvo a la casa, Boris se me abalanza. Descubro entonces que no soy el único que se ha quedado con los nervios de punta. Abro de vuelta la computadora, sin importarme más de que me dije que iba a tratar el post. Recuerdo al muchachote con la sonda metida hasta el estómago, derrumbado sobre la mesa de operaciones. Me digo que está vivo. De milagro. Hago rewind mental: qué noche intensa. Son ya casi las cinco de la mañana cuando por fin consigo la primera línea. Asumo desde ya que hoy no podré escribir sobre otra cosa. En un par de horas más, la noche habrá acabado de capitular.

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23 de abril de 2008
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Gelman con Cervantes

No ha sido fácil su vida, tampoco la de su compañero de letras e infortunios, tampoco la de Miguel fue fácil. Hace años, cuando los malos, los peores quiero decir, gobernaban en su país le llamaban traidor. Y era verdad. Era traidor a los malos, a los peores. Y se tuvo que ir como otros, como tantos, como los mejores. Y allí, en su tierra, dejó el dolor, la muerte, el recuerdo de un tiempo en que pudieron ser felices. De unos tiempos en que lo fueron. Mataron a los suyos, una forma de matarlo a él. Pero siguieron vivos. Dispersos, perdidos, desconocidos, exiliados y alejados. Pasó el tiempo de los peores. Pasó el tiempo. Y Juan Gelman, el compañero de Cervantes, el escritor de muchos infortunios, encontró a la hija de sus hijos. Y volvió a sonreír. No se olvida del dolor, de la ausencia, de la muerte pero celebra la vida.

Hoy besará a los suyos. Tomará alguna copa, fumará mucho y de vez en cuando volverá a sonreír. Hoy la poesía está contenta. No olvida pero sabe supervivir. Y se venga con alegrías, dudas y preguntas.

/upload/fotos/blogs_entradas/mundar_med.jpgHace unos meses, el poeta que hoy está más cerca de Cervantes, publicó su último libro, Mundar, con él comenzaba una nueva colección poética. Con él hoy celebraré la lectura de algunos poemas.

 

"¿Qué se sabe?

 

Del poema, nada. Llega, tiembla

y raspa un fósforo apagado.

¿Se le ve algo? Nada. Tiende una

mano para aferrar

las olitas de tiempo que pasan

por la voz de un jilguero. ¿Qué

agarró? Nada. La

ave se fue a lo no sonado

en un cuarto que gira sin

recordación ni espérames.

Hay muchos nombres en la lluvia.

¿Qué sabe el poema? Nada"

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23 de abril de 2008
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Rafael Lozano

No conocí mucho al doctor Lozano que murió anteayer, y a quien mi amigo Juan Cruz veneraba. No estuve con él más de dos o tres veces pero siempre, a través de Juan, hice una interpretación gloriosa de los poderes que poseía. Era él una armoniosa suma de facultades orientadas a procurar la curación y parecía que lo lograba como un don, natural y elaborado, fundado en el bien universal. No solamente trascendía generosidad y confortabilidad absolutas, daba además la sensación de dominar el secreto de la salud para administrarlo benévolamente a quien se ponía en sus manos. Con la mayor humildad, sin hacer alarde de conocimiento superior, entregaba un magno saber básico que consistía, ante todo, en el amor por sentirse bien consigo. Curaba haciendo el bien y haciendo bueno al enfermo a través de su fe. El pensamiento torcido nos torcería, el pensamiento limpio nos depuraba. Su figura despedía siempre, sin importar su circunstancia, esta mágica suerte de pensamiento como agua natural y bajo cuyo influjo deseábamos dejarnos bañar y deshacernos así de todos los males. Unos males que veíamos entonces como absurdas adherencias y extrañas contracturas provocadas por nuestro propio yo torpe, egoísta, ansioso, desnortado. Rafael Lozano nos propiciaba la salud sin medicinas. El mismo, como médico entero, se constituía en una farmacia esencial. El gran medicamento de su presencia imponente y su palabra suave, la compañía terapéutica que nos sanaba por la directa imantación de su nobleza y su convincente verdad. La medicina tuvo durante su vida la oportunidad de revelarse como un elemento más que como una ciencia, más como un mundo asociado más con la paz que con la farmacopea, más con el humor que con el hospital, más, en fin con la plática que con la píldora y la cirugía.

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23 de abril de 2008
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La apuesta

Puede  considerarse como una expresión de moralidad el hecho de preferir la muerte a una  vida sin decoro. Lo cual no implica que esta exigencia se traduzca en deseo de morir. Me atrevo a aplicar aquí contra el propio Kant el discurrir kantiano: en ciertas circunstancias la propia muerte sería máxima de acción que no responde a una inclinación subjetiva, sino a un imperativo de la razón.

Pues sin duda, tal exigencia moral choca contra el instinto de conservación individual. Mas en el ser humano -ahí reside su diferencia y su dignidad- tal instinto no tiene (¡no puede tener!) la última palabra. Como mucho, resulta que llega a prevalecer. Inversión de jerarquía traducida en esa indecencia, esa ausencia de decoro, que pueden provocar un malestar rayano con la fobia: fobia ante el espectáculo de un ser humano compulsivamente aferrado a la vida, aun al precio de la traición o la autoestima.

Razones hay para afirmar que tal bagaje moral forma parte de la máxima de acción consistente en no subordinar la exigencia de fertilidad física y espiritual, sin las cuales la felicidad, que en lógica kantiana sería imposible no desear, parece un puro sarcasmo: el ser humano pone fin a su vida si ésta ha de prolongarse sin recreo... pues sin  recreo propio es imposible enriquecer la vida de los demás. En suma:

Es moral la decisión de la muerte voluntaria, en ausencia de las condiciones de posibilidad de que la propia existencia sea ocasión de restauración de la condición humana y de enriquecimiento del propio juicio; es moral la decisión de morir en la certeza de la astenia física y la merma intelectiva. Pero ello no basta:

Es también moral la voluntad de morir aun en plenitud de facultades físicas e intelectuales y en la fortuna de la exaltación afectiva. Y ello simplemente porque cuando, en la historia evolutiva, tuvo lugar ese acontecimiento subversivo que supuso la emergencia de un ser de lenguaje, se abrió una brecha en el determinismo natural, ese determinismo que sella el comportamiento del electrón, pero también de los arqueos bacterias y la totalidad de los eucariotes... salvo uno, precisamente aquel atravesado por la apuesta de que ni siquiera ante lo absoluto es irremediable mostrarse vencido o genuflexo. Decididamente : la hipótesis de la muerte por decisión propia es una apuesta por la posibilidad de una radical libertad.

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23 de abril de 2008
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Laberintos, laboratorios

Centro de Bogotá en www.flickr.com/cabernicolaRafael Argullol: Estamos hablando de una especie de cambio radical de lo que sería la propia oralidad; es decir, ya no es tanto la oralidad que había alrededor del fuego o en la taberna, sino aquello que es producto de la propia visualización de la ciudad como un zoológico, como un laberinto de experiencias.

Delfín Agudelo: Veo la ciudad latinoamericana como un campo gigantesco de análisis y de reflexión, ya que, en el siglo XIX, en el mismo momento en que está Baudelaire creando la poética urbana, ésta es una ciudad marginal; es marginal por su estado de desarrollo y porque no es una ciudad europea. Son ciudades que están en plena construcción; la Bogotá de finales de siglo cuenta con cuarenta mil habitantes. Es muy interesante pensar en una tipología de la poética urbana Latinoamericana. Me parecería impensable que esta monstruosidad se hubiera quedado a las puertas de la ciudad.

Rafael Argullol: Estábamos hablando fundamentalmente de un proceso que en las dos últimas décadas del XX cambia de nuevo, y ahora en el siglo XXI está cambiando. Casi podríamos decir que no hay un intercambio de papeles, pero sí una variación de éstos. En primer lugar la estructura social americana se ha vuelto definitivamente urbana. Los dos países que más conozco, México y Brasil, en los cuales hace cincuenta años el ochenta por ciento de la población vivía en el campo, actualmente el sesenta por ciento vive en grandes megápolis. Con lo cual esas historias que antes comentábamos alrededor del fuego o en la taberna portuaria se han trasladado a la megápolis, se han mezclado y triturado, y tenemos que ver qué saldrá de las grandes megápolis como Bogotá, Sao Paulo o México. Yo creo que saldrá por un lado una vuelta de tuerca de ese propio imaginario que procede de lo rural, mas un nuevo imaginario que no es el propio de la ciudad, sino de la megápolis: con todos los elementos de trituración de las conciencias, de desgaje, del bombardeo de los medios de comunicación que hace que en muchos sentidos la actitud de un escritor bogotano, del D.F. o de Sao Paulo en muchos aspectos pueda ser similar, porque por un lado reciben herencias distintas, pero se encuentras en laberintos y laboratorios de la experiencia muy similares, como puede ser el agolpamiento que puede haber en estas tres ciudades.

 

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23 de abril de 2008
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V: El pecado de quemar la comida

De acuerdo a las cuentas de Time, los biocombustibles tienen efectos desestabilizadores. El alza de los precios del maíz ya ha desatado levantamientos en México, y la subida de los precios de la harina ha creado perturbaciones en Pakistán. También se han dado disturbios en África.

¿Exageraciones dramáticas? Los precios de los alimentos han subido un 45% en los últimos nueves meses, según las cuentas oficiales de la FAO, pero no sólo porque la comida se esté desviando a las refinerías de combustibles. La India y China tragan cada vez más cereales, y también los alimentos suben de precio por razones especulativas.

Pero, además, las emisiones de carbono, al afectar el clima, arruinan las cosechas, y en esto tienen que ver los biocombustibles. A pesar de que Brasil no produce etanol en base al maíz, los productores de Estados Unidos venden una quinta parte de sus cosechas a las refinerías de etanol, provocando que los productores de soya, atraídos por los precios, se pasen a cultivar maíz, con lo que la soya sube en los mercados, y empuja a los agricultores brasileños a cultivarla a costa de los pastos, de modo que los ganaderos, expulsados por la soya, se tragan cada año miles de kilómetros cuadrados de selva. Un círculo vicioso diabólico.

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23 de abril de 2008
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El último espectador (6)

El público que leería una nueva obra maestra de la literatura en español existe y está hambriento. Pero no podrá leerla si nadie la escribe.

/upload/fotos/blogs_entradas/junotdiaz1_med.jpg¿No se preguntaron por qué los cuestionamientos sobre esta dificultad de narrar que nos aquejaría, nunca afligen a los narradores del mundo sajón? Allí brotan talentos nuevos debajo de las piedras, gente que narra como quien respira, sin exhibir el menor complejo: Jonathan Franzen, Michael Chabon, Jonathan Lethem, Gary Shteyngart... El Pulitzer de este año lo ganó Junot Díaz, nacido dominicano, por una obra que habla de una familia dominicana. Eso sí, la escribió en inglés, con argumento y con intriga. Si la hubiese escrito en español lo habrían ignorado hasta en su país natal.

Los complejos los padecemos tan sólo los escritores de Hispanoamérica, herencia de cierta francofilia malentendida. ¿No les resulta sospechoso que seamos nosotros los que renunciamos a hacerlo? ¿No les produce desconfianza que pueblos tan jóvenes se reivindiquen esclavos de una tradición que, por ser tan corta, no debería asfixiarnos? ¿Tan pronto nosotros, latinoamericanos, que deberíamos estar a la vanguardia de la narración porque -a diferencia de los hermanos del Hemisferio Norte-, todavía tenemos pendiente la tarea de escribir nuestra Historia con mayúsculas, el cuento de qué pito tocamos en este mundo?

Vuelvo a Piglia: ¿por qué la narración está en otra parte? Porque los narradores cedieron a otra clase de comunicadores, de modo tan gracioso como voluntario, el monopolio de los relatos unificados, de los relatos que batallan contra el mundo para arrancarle un sentido, de los relatos que no huyen de las emociones, de los relatos de vida-o-muerte.En este mundo caótico, donde la noción de lo real está puesta en cuestión, la gente reclama más que nunca relatos que la ayuden a discernir entre el oro y las baratijas.

Hoy en día todos los cuentos en que creíamos a libro cerrado están en crisis: las religiones, la economía de mercado, hasta la misma democracia, que demuestra a diario su ineficacia para desterrar el hambre y evitar un cataclismo climático. La gente -los lectores, el público de cine y TV, los navegantes de la red- no necesita que los artistas socialicen sus neurosis o su inseguridad: lo que busca es algo parecido a una señal de radio en la vastedad del espacio, una onda que le certifique que aun cuando no la registre a simple vista, la estrella neutrón existe.

Si al panorama le sumamos la dificultad que este mundo presenta a aquellos que quieren vivir experiencias verdaderas -no virtuales, no vicarias-, la demanda que la gente entabla a los narradores se torna más clara. La gente busca la narración en otra parte porque las fuerzas ficticias de la narrativa literaria se jibarizaron a sí mismas y palidecen en comparación a las otras fuerzas ficticias, las que nos cuentan apocalipsis, romances, intrigas, batallas, accidentes, sorprendentes hechos de ciencia, triunfos del deporte y del espíritu. Los relatos que producen las otras máquinas de narrar son más poderosos, más conmovedores, más cuestionadores, más adictivos que el 90 por ciento de las novelas que se publican. Los lectores no rechazan la preocupación de los escritores por el lenguaje o la teoría literaria, pero desconfían de los que renuncian a entender algo más, por mínimo que sea, de este fenómeno que es la vida. ¿De qué sirve consagrarnos a los problemas que plantea la biblioteca, cuando el mundo arde a nuestro alrededor?

/upload/fotos/blogs_entradas/pulqui_un_instante_en_la_patria_de_la_felicidad_med.jpgNosotros mismos, que estamos lejos de ser el común denominador en materia cultural, buscamos verdad ya no en los narradores que escriben en nuestro idioma sino en otra parte: en los clásicos o los que escriben en otra lengua (como en la época de Roberto Arlt, nos inspiran más las traducciones que los textos originales), pero también en los noticieros y en los diarios, en los libros de no ficción, de ciencia o de ensayo, en la ficcionalización de historias verdaderas. No sorprende que en los últimos años el cine de la Argentina haya sido pobre en materia de ficción y rico en documentales. Nuestras películas indispensables del inicio del siglo XXI son Pulqui o M, y no sus contrapartes ficcionales.

No es difícil explicar el fenómeno. Cuando el narrador se desprende de la teta de sus lecturas (a ver si lo entendemos de una vez: lo de la biblioteca borgiana no es literal, es una metáfora), las historias que nos desafían a que las narremos se vuelven obvias, tan disponibles como el oxígeno, y el ejercicio del relato deja de ser difícil. Si algo abunda en el mundo son historias que concitan nuestra atención. ¿Alguien se tomó el trabajo de contar cuántas historias aprende cada día, entre las que difunden los medios, lo que le cuenta la gente con que se cruza y lo que le ocurre personalmente? El hecho de que estas historias se parezcan a otras no invalida su novedad. ¿O acaso no son nuevos cada uno de ustedes, a pesar de que ya han existido billones de personas parecidas?

Y conste que no hablo de hacer realismo. Cada una de estas historias puede ser multiplicada por la relectura de los géneros. Más allá del andamio de la ciencia ficción, La sonámbula habla de algo que era urgente en la Argentina de los años 80 y que todavía, mal que nos pese, sigue vigente como pregunta: ¿existe o no para nosotros la posibilidad de despertar de la pesadilla? Pero muchos narradores insisten con esto de que no hay más historias que contar. Se han tragado lo que Feiling define como ‘la historia oficial', siguen la música del flautista hasta la boca del abismo. En este sentido tiendo a ver XXY, la película de Lucía Puenzo, como un documental sobre los narradores de hoy: inmovilizados por su propia duplicidad, incapaces de saber qué son, cómo moverse en este mundo.

Como la película muestra, en la duda siempre optan por cogerte. 

                                                      (Continuará.) 

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23 de abril de 2008
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