Andrés Ortega
El veredicto de los medios en EE UU fue ayer prácticamente unánime: el combate entre Hillary Clinton y Barack Obama en las largas primarias demócratas debe seguir. En el escrutinio de Pensilvania (¿Por qué tenemos que escribirlo así en español?), Clinton le ha sacado 10 puntos de ventaja a Obama. Suficientes para permanecer en la carrera, pero no para cambiar la situación, no para que el senador por Illinois desista, ni ella tampoco. Es un grandioso, aunque caro, espectáculo de democracia. Ha votado el triple de ciudadanos en ese Estado que en las primarias de hace cuatro y ocho años. Eso no es garantía de que acudan a las urnas en masa en noviembre, pero sí indica un despertar ciudadano.
Se suele decir que esta pelea está favoreciendo al único candidato republicano que queda, John McCain, en detrimento de unos demócratas que parecen divididos. Tal afirmación está por probarse en esta carrera inhumanamente larga. Lo que probablemente los electores de Clinton o de Obama no tolerarían es que la decisión final la tomaran en la convención el próximo verano los llamados superdelegados, altos cargos del partido. Aunque las reglas del juego les permitan convertirse en los decisores finales, deberían decantarse por lo que han elegido mayoritariamente los ciudadanos en las urnas y los caucuses, previsiblemente, Obama.
Tal posición no está exenta de problemas pues tenderán a volcarse por el candidato con más posibilidades de ganar a McCain. Obama ha demostrado tener un problema entre los votantes hombres blancos, sin los cuales sería difícil vencer en noviembre. Tiene el voto negro, mientras que el hispano parece más proclive a Clinton. Obama ha impulsado, sobre todo, la fuerza vital de los nuevos votantes jóvenes, los que se han movilizado en estas primarias. Pero no consigue ganar en los Estados grandes que serán los decisivos en noviembre.
En cuanto al dream team demócrata, Obama-Clinton o Clinton-Obama, es algo que los electores verían con buenos ojos, pero, desgracia aunque comprensiblemente, no los protagonistas. Sea como sea, tras Pensilvania, como se decía ayer en EE UU, the show must go on.