Javier Rioyo
No ha sido fácil su vida, tampoco la de su compañero de letras e infortunios, tampoco la de Miguel fue fácil. Hace años, cuando los malos, los peores quiero decir, gobernaban en su país le llamaban traidor. Y era verdad. Era traidor a los malos, a los peores. Y se tuvo que ir como otros, como tantos, como los mejores. Y allí, en su tierra, dejó el dolor, la muerte, el recuerdo de un tiempo en que pudieron ser felices. De unos tiempos en que lo fueron. Mataron a los suyos, una forma de matarlo a él. Pero siguieron vivos. Dispersos, perdidos, desconocidos, exiliados y alejados. Pasó el tiempo de los peores. Pasó el tiempo. Y Juan Gelman, el compañero de Cervantes, el escritor de muchos infortunios, encontró a la hija de sus hijos. Y volvió a sonreír. No se olvida del dolor, de la ausencia, de la muerte pero celebra la vida.
Hoy besará a los suyos. Tomará alguna copa, fumará mucho y de vez en cuando volverá a sonreír. Hoy la poesía está contenta. No olvida pero sabe supervivir. Y se venga con alegrías, dudas y preguntas.
Hace unos meses, el poeta que hoy está más cerca de Cervantes, publicó su último libro, Mundar, con él comenzaba una nueva colección poética. Con él hoy celebraré la lectura de algunos poemas.
"¿Qué se sabe?
Del poema, nada. Llega, tiembla
y raspa un fósforo apagado.
¿Se le ve algo? Nada. Tiende una
mano para aferrar
las olitas de tiempo que pasan
por la voz de un jilguero. ¿Qué
agarró? Nada. La
ave se fue a lo no sonado
en un cuarto que gira sin
recordación ni espérames.
Hay muchos nombres en la lluvia.
¿Qué sabe el poema? Nada"