Víctor Gómez Pin
Puede considerarse como una expresión de moralidad el hecho de preferir la muerte a una vida sin decoro. Lo cual no implica que esta exigencia se traduzca en deseo de morir. Me atrevo a aplicar aquí contra el propio Kant el discurrir kantiano: en ciertas circunstancias la propia muerte sería máxima de acción que no responde a una inclinación subjetiva, sino a un imperativo de la razón.
Pues sin duda, tal exigencia moral choca contra el instinto de conservación individual. Mas en el ser humano -ahí reside su diferencia y su dignidad- tal instinto no tiene (¡no puede tener!) la última palabra. Como mucho, resulta que llega a prevalecer. Inversión de jerarquía traducida en esa indecencia, esa ausencia de decoro, que pueden provocar un malestar rayano con la fobia: fobia ante el espectáculo de un ser humano compulsivamente aferrado a la vida, aun al precio de la traición o la autoestima.
Razones hay para afirmar que tal bagaje moral forma parte de la máxima de acción consistente en no subordinar la exigencia de fertilidad física y espiritual, sin las cuales la felicidad, que en lógica kantiana sería imposible no desear, parece un puro sarcasmo: el ser humano pone fin a su vida si ésta ha de prolongarse sin recreo… pues sin recreo propio es imposible enriquecer la vida de los demás. En suma:
Es moral la decisión de la muerte voluntaria, en ausencia de las condiciones de posibilidad de que la propia existencia sea ocasión de restauración de la condición humana y de enriquecimiento del propio juicio; es moral la decisión de morir en la certeza de la astenia física y la merma intelectiva. Pero ello no basta:
Es también moral la voluntad de morir aun en plenitud de facultades físicas e intelectuales y en la fortuna de la exaltación afectiva. Y ello simplemente porque cuando, en la historia evolutiva, tuvo lugar ese acontecimiento subversivo que supuso la emergencia de un ser de lenguaje, se abrió una brecha en el determinismo natural, ese determinismo que sella el comportamiento del electrón, pero también de los arqueos bacterias y la totalidad de los eucariotes… salvo uno, precisamente aquel atravesado por la apuesta de que ni siquiera ante lo absoluto es irremediable mostrarse vencido o genuflexo. Decididamente sí: la hipótesis de la muerte por decisión propia es una apuesta por la posibilidad de una radical libertad.