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Manzana no come iguana

1. Admiramos en tal modo a la máquina que le entregamos horas cada vez que promete ahorrarnos minutos.

2. La máquina consigue seducirnos porque sugiere, no muy sutilmente, la idea jugosa de un esclavismo impune.

3. Decimos que la máquina es intuitiva cuando su mecanismo detecta fácilmente nuestras intenciones, y que es estúpida cuando se opone a ellas.

4. La máquina es celosa y vengativa porque se sabe condenada al reemplazo.

5. ¿Quién soporta a una prótesis con ideas propias?

      Ninguna de las dos acepta ser lo que es, mas sólo a una le sigo la corriente. No porque sea más guapa, ni más nueva, ni porque vaya y venga a donde voy. Tampoco solamente porque en estas cuestiones la lealtad es la mística del idilio. Hay que elegir, no cabe la bigamia. Decir que son distintas sería aún más grosero que redundante, si tomo en cuenta que la mera experiencia de haber entrado en alta intimidad con una y otra me indica, sin temor a equivocarme, que no sólo hablan idiomas entre sí distantes, sino de hecho pertenecen a especies tan distintas como podrían serlo un ave y un reptil. Supongo que se entiende que elija al papagayo sobre la iguana.

     Hoy me tocó lidiar con la iguana. Experiencia nostálgica, al principio, reconfortante luego, patética al final. Había olvidado la mayoría de sus malas mañas, tanto como las gracias con las que comenzó queriendo sobornarme. Tenía un par de semanas sin tocarla, y antes de eso otras tres, cuatro quizá. Debe de haber notado que una vez más pensaba dejarla, porque después de la primera rabieta se trabó. ¿Qué te extrañaba entonces de que no te extrañara?, rezongué, dudando al propio tiempo si valdría la pena meterla metafóricamente en la piel de una iguana, cuando podría limitarme a describirla prosaicamente como una PC Vaio chantajista, achacosa y ciclotímica.

     De muy niño quería tener un loro. Creía que con un poco de entrenamiento podríamos sostener largas conversaciones. Deseé también la compañía de un chimpancé, que sería como un hermano a modo e iría conmigo al cine, tomado de la mano o colgado del cuello. Nunca se me ocurrió que perico y macaco podían opinar diferente, ni calculé que eventualmente ambos se sentirían tentados a hacerlo con las tripas y encima de mí. Que es lo que hacían las máquinas sobre la cabeza de mi amor propio, hasta que el papagayo vino a cambiar las cosas. Nunca he simpatizado con el fanatismo evangelizador propio de los apóstoles de la manzana, pero a la MacBook para ser perfecta sólo le falta pararse en mi hombro.

     A veces, mientras puede, la iguana se defiende. Me habla al oído, intenta confundirme. Hoy, antes de trabarse, puso en duda los mitos que ubican a Bill Gates en el papel de Príncipe de las Tinieblas. ¿Quién creería a Don Sata, viejo experto en el arte de facilitar las cosas, capaz de diseñar un sistema operativo coronado de espinas y sembrado de cruces que hacen de los usuarios mártires meritorios? ¿No es verdad que las Mac son sospechosamente sencillas, al extremo de generar la dependencia propia de un miembro artificial? ¿Cómo explicar, aparte, esos diabólicos sistemas de comercialización global, sino mediante el tufo a azufre que despiden? ¿Cómo confiar en quien te ofrece una manzana?

     -Puede ser -concedí, mientras imaginaba al dueño de Microsoft en el papel de Cireneo del usuario-, pero entonces explícame qué más premio le va esperar en la otra vida al bendito de Windows que se porta bien. ¿Un Ipod Touch de 32 gigas?

     Fue entonces que se trabó. Temo a veces que hasta una Silicon Graphics demuestra más sentido del humor y menos arrogancia que una Vaio de escritorio. Pero como decía, es otra especie. Iguandows, chimPC, dirán los manzanistas recalcitrantes. Ave María Purísima, sabrá el diablo si no soy ya uno de ellos.

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9 de mayo de 2008
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Lineal, no lineal

/upload/fotos/blogs_entradas/diario_de_un_mal_ao_med.jpgPor supuesto que Diario de un mal año (Mondadori en España) de J.M. Coetzee es un excelente libro. Una gran meditación sobre los valores morales de nuestra época, el comportamiento de los poderes estatales y la literatura. Coetzee no ha faltado nunca desde Esperando a los bárbaros, no tiene sentido repetir que se trata de un genio cuyo premio Nobel fue muy merecido. Tampoco vale la pena hablar de la trampa clásica de la meta-ficción utilizada en su novela: esconder un libro dentro de un libro. En este caso, un narrador/autor, que podría ser Coetzee (pues cita a libros suyos como obras de este personaje), describe el proceso de elaboración de un libro de reflexiones políticas. Este narrador habla de terrorismo, de la prensa, de la ciencia, de la violencia estatal. Reconoce la existencia del individuo, de la familia, de la nación y se pregunta lo que es una sociedad. Pensamiento de un hombre culto a principio del siglo XXI.

Es excelente, lo repito, pero lo que me interesa es la construcción íntima, página por página de la obra. De hecho cada página tiene tres partes: arriba, leemos lo que escribe el autor, sus reflexiones; en el medio se despliega una narración de la relación entre él y la secretaria que pasa sus textos a máquina; y por fin, más abajo en la misma página, se cuenta la vida de la secretaria con su pareja. Uno puede leer el libro quedándose meramente en una zona y encontrar una narración continua. Pero, al ir y volver de una zona a otra, aparecen conexiones, acercamientos entre pensamientos y comportamientos que configuran un juego de luz y sombra muy hábil.

Salir de la lectura lineal, de un texto que ofrece el hilo continuo de su discurso, desde su principio hasta su final, es el gran reto literario de la época que viene. Internet y las pantallas de los teléfonos móviles ya nos obligaron al prescindir de la continuidad. Al quedarse en una narración lineal, la novela clásica se aparta de la vida, del discurso diario de los caracteres. El libro de Coetzee no es un experimento. Es un signo adelantado de lo que viene. Habla ampliamente de Ezra Pound, el poeta. "Los artistas son las antenas de la raza", decía Pound. Coetzee se comporta como un artista al detectar el mundo que viene.

Su solución es ingenua, limitada (dividir una página en tres es todavía poco invento) pero debemos ver su intento como la voluntad de actuar al nivel de lo que ve el ojo: una página o una pantalla. Rayuela, la novela de Cortázar con sus 155 capítulos ofrecía una solución a nivel global del libro entero (era una obra lineal hasta el capítulo 56, prescindiendo de un orden para los últimos 99 capítulos). También existe el caso del Diario de una mujer adultera (Diary of and adulterous woman) de Curt Leviant (creo que no existe una versión en castellano). Es un clásico de la literatura judía que ofrece un relato contado tres veces a través de los tres puntos de vista de los tres protagonistas (es decir, una técnica muy parecida a la de Faulkner) pero que añade un index, de A hasta Z, para visitar a fondo ciertos temas.

En todos los casos (Cortázar, Leviant o Faulkner) más allá del placer de la lectura es todavía imposible olvidar durante la lectura que se trata de una arquitectura artificial. La solución de Coetzee no es óptima tampoco, pero me parece mejor por su voluntad de desarrollarse en lo que ve el ojo. Caminamos hacia el texto no lineal.

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9 de mayo de 2008
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Musas

Leo la noticia de que ha muerto Joan Hunter Dunn, una bella mujer pelirroja que inspiró al poeta John Beltjeman uno de sus más celebrados poemas, A Subaltern's Love Song. Joan fue una musa en toda la extensión de la palabra, una de esas personas anónimas que se cuelan en la mente de los artistas como un rayo de luz para iluminarles por dentro, alguien que despierta sus sentidos, un ser puesto en este mundo para que otro ser pueda ver y sentir a través de él lo que de otra manera no existiría.

Desde aquellas ninfas llamadas Calíope o Clío, los pintores, poetas, músicos... han necesitado musas, sin musa no se era nada, era algo así como un requisito del artista. Pero ¿quién habla hoy de su musa? Y cuando se habla no parece muy creíble, resulta forzado, generalmente huele a recompensa a la novia, a la esposa que ha estado aguantando las manías de su artista. Y es que las musas tradicionalmente han sido femeninas, quizá por eso desde que se han rebelado y exigido algo más concreto que inmortalizarse en un poema o en un cuadro han ido desapareciendo.

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9 de mayo de 2008
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Libros dentro de los libros

Tenía ese libro desde hace años, esperando su momento, como tantos otros que están cerca de nosotros y nunca se sabe si con ellos pasaremos un tiempo o si pasaran al olvido, la pérdida o la venta. Es un libro de viaje a la Patagonia escrito por un, para mí desconocido, escritor argentino llamado Mempo Giardinelli. Se llama Final de viaje en Patagonia y fue el premio "Grandes viajeros" de ediciones B. De eso hace ya ocho años. Hace unas semanas, por razones de logística viajera, busqué el libro, lo leí, disfruté y además encontré dentro de él otras historias de otros libros, de otros escritores.

Muy envidiable la amistad, la relación de Giardinelli con Juan Rulfo. Muy querida su admiración, compartida, convicta y confesa, por el muy admirable Juan Filloy. Pero mi mayor agradecimiento es el descubrimiento de esos raros, olvidados y excéntricos que de vez en cuando aparecen en nuestras vidas lectoras. Me refiero a un desconocido del siglo XVIII, Fray Julio Gómez de Oro y Saavedra, creo que era un jesuita español que en esas tierras americanas, en el siglo XVIII,  publicó un llamado "Libro de doctrina y comportamiento", que buscaré a partir de hoy. Mañana sin falta con mis amigos libreros de viejos y raros empezaré la caza. Aunque levantada la liebre, todo resultará más caro.

Del citado libro extrae algunos pensamientos Giardinelli en su premiado libro. Por ejemplo, y para no salirnos del amor a los libros y la lectura:

"Hay gente para la cual escribir es parte de su vida: leen tranquilamente, rezan sus maitines con devoción, conversan con amenidad y pueden redactar opúsculos correctos; estos son los aficionados a la escritura.

Luego están los amanuenses, pendolistas en acción que generalmente fulgen como tinterillos de los poderosos: leen poco y nada, sus oraciones son confusas e insinceras, no hablan sino que asienten, y son capaces de manuscribir cuanta coprolalia les dicten los lambiscones del soberano; ésos son los cagatintas.

Pero hay otros para quienes la lectura y la escritura son, con Dios, la vida misma; ésos son los poetas."

Un poco después moriría Dios. Los poetas y los cagatintas siguen vivos. A cada uno lo que más le plazca.

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9 de mayo de 2008
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Teoría de la (anti)derrota

Me quedé prendido de una anécdota que contó Villoro el otro día. Dijo que desde hace muchos años, el fútbol mexicano está lleno de argentinos. Y que lo primero que los futbolistas argentinos descubren al llegar a México es que tienen labia: a comparación de los deportistas locales, a los que describió como monosilábicos, los argentinos están verbalmente dotados. Es así que -siempre según Villoro- destacan enseguida por su habilidad a la hora de analizarlo todo ante cámaras y micrófonos. Pueden desbrozar el partido, el desempeño de propios y ajenos, la labor de los jueces -y por supuesto, la suya propia.

Villoro dice que el problema es que, a medida que desarrollan esta habilidad de explicarse, cada vez juegan peor. Se tornan capaces de hilar infinitas teorías que explican su propia derrota, a la vez que se vuelven inoperantes en el campo de juego.

No sé si Villoro articuló esta tesis en el momento o si aprovechó para deslizar una crítica sutil a nuestra idiosincracia; lo cierto es que cuando alguien le preguntó si esta condición de ‘teoristas de la derrota' podía aplicarse al resto de los argentinos y a sus otras circunstancias, Villoro declinó semejante responsabilidad. Pero al menos a mí me dejó pensando. Me recordó al Ortega que, viendo a nuestros antepasados tan inflamados por sus propios discursos y nociones de grandeza, los llamó a la cordura diciendo: ‘Argentinos, a las cosas'.

Supongo que a esto se refería Pedro días atrás, en el comentario que colgó al post donde yo comparaba a la Argentina con Elizabeth Fritzl, la hija del ‘monstruo de Austria'. Creo que entendió que yo optaba por el camino más fácil, en el mismo sentido de los ‘teoristas de la derrota': en este caso, achacarle la culpa a ‘los chacales de siempre', que operarían como predadores sobre ‘el inocente pueblo argentino'. Según Pedro, esta presunta interpretación mía es un ‘reflejo inmaduro'. Es obvio que Pedro no leyó, por ejemplo, los textos que le dediqué aquí mismo a buena parte de la clase media de este país, en especial la de Buenos Aires, bajo el título de El hecho maldito. Estoy lejos de creer que el pueblo argentino es inocente. La sociedad que miró para otro lado mientras los chacales del 76 consumaban su masacre no puede ser inocente, nunca. Precisamente por eso, si nuestra sociedad actual se niega a identificar a los chacales de hoy -que existen, y son criollos-, estaría repitiendo el error de antaño. Lo inmaduro sería no verlos, Pedro. Lo inmaduro sería -es- hacerles el juego.

Yo no me considero del todo inocente. Tenía alrededor de 12 años cuando empezaron en este país los secuestros, asesinatos y desapariciones sistemáticos, y aun así conservo la sensación de que podría haber hecho algo, por mínimo que fuese, para que las cosas resultasen de otra manera. Y como parte de aquella sociedad, sigo pensando que hasta que no hagamos algún tipo de mea culpa colectivo no tendremos perdón de Dios. (No me pregunten qué habría que hacer, escapa a mis posibilidades. Lo mínimo, en todo caso, es apoyar la búsqueda de justicia formal que llevan adelante organizaciones de derechos humanos y familiares desde hace treinta años.) Pero tampoco soy un chacal, Pedro: no soy de la clase de gente que persigue su propio bienestar con tanta ferocidad, que no le importa que el país se incendie en el proceso. Y tampoco formo parte de los medios que disfrazan sus intereses privados como si fuesen bien común. Ni pertenezco al coro que apoya a los chacales, confundiéndolos con salvadores de la Patria. (¿Le han prestado atención al ceremonial que rodea cada anuncio de las cuatro entidades del campo -los Cuatro Jinetes? Se presentan a sí mismos como una suerte de gobierno paralelo en la resistencia. ¡Como si la Sociedad Rural no hubiese apoyado a todos y cada uno de los golpes de Estado!)

No voy a dejar de acusar a los que considero responsables del presente estado de cosas, aceptando la socialización de la culpa y la dilución del juicio que conlleva. Ni elaboro teorías sobre la derrota, porque no me considero derrotado. Estoy aquí y digo lo que digo, en todo caso, porque esta es una de las formas en que presento batalla.

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9 de mayo de 2008
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Clase XIII. El personaje (II) La prosopografía y la etopeya

La consigna anterior tenía como objetivo establecer la coherencia de nuestro personaje, conocerlo un poco y recién entonces echarlo a andar, pues establecíamos como requisito imprescindible para elaborar un texto de ficción el conocimiento del personaje.  Pero además de conocerlos tenemos que caracterizarlos y el proceso de caracterización no es sólo una enumeración de datos, sino que supone una selección de elementos, desde el nombre, hasta ciertas características físicas, pasando por sus características psicológicas, acciones y costumbres. No es pues necesario hacer una larga descripción sino elegir bien los elementos que van a caracterizarlo. Sobre todo en los cuentos, donde los personajes a veces funcionan como meros vehículos trasmisores de la anécdota y aparecen apenas bosquejados: no hay que descuidarse, pues también tenemos que conocerlos a fondo (nosotros, los narradores) y también tenemos que dejar al lector la sensación de que el personaje es verosímil. Para ello quizá es necesario conocer un poco más acerca de la prosopografía y de la etopeya. A veces dos adjetivos bien utilizados pueden darnos una potencia descriptiva mucho mayor que toda una larga disquisición acerca del carácter de nuestro protagonista.

Pongamos un ejemplo:  Yo empiezo mi cuento diciendo: «Entre en la joyería. Las manos del joyero eran huesudas y siniestras. "¿Qué desea?", me preguntó». La imagen que nos viene a la cabeza de ese joyero es completamente distinta a esta otra: «Entre en la joyería. Las manos del joyero eran rollizas y afables. "¿Qué desea?", me preguntó».

Como podrán darse cuenta, no sólo estamos viendo sus manos, sino que en nuestra mente se abre paso una imagen completa del personaje, quizá incluso de su estatura, de su contextura, de su actitud e incluso del tono de voz de cada uno. Hemos conseguido disparar la imaginación del lector, pero nuestro disparo no ha sido un escopetazo sin ton si son, sino algo medido y calibrado para que el lector imagine lo que nosotros queremos que imagine.

¿Y saben por qué las imágenes de ambos joyeros nos parecen distintas? Porque en esta descripción hay dos elementos que son la prosopografía o descripción física y la etopeya, o descripción psicológica del personaje u objeto. Mientras un adjetivo se encarga de darnos la imagen física de las manos (huesudas) el otro adjetivo (siniestras) se ocupa de avanzarnos un elemento más amplio que no se circunscribe sólo a las manos sino a todo el personaje: el carácter siniestro impregna toda la imagen. La potencia de esta descripción radica en que dos adjetivos bien utilizados permiten que se forme en la mente del lector la imagen completa de aquel hombre. A eso se le llama economía y potencia descriptiva.

El buen uso de ambos elementos  y su dosificación a lo largo del texto nos permite ver al personaje actuando y relacionándose con los demás y con su entorno. Recordarán que en una de las primeras sesiones hablábamos de lo importante que resulta ver a nuestros personajes y a los objetos que conforman su mundo. Pues ello también significa que hagamos, gracias a la etopeya y la prosopografía, un retrato más complejo y, como habrán visto en los dos ejemplos, no necesariamente largos o minuciosos.

La propuesta:

Por imperativos laborales -estaré una semana en Ginebra dictando un taller de narrativa- esta semana les proponemos no que escriban sino que lean. Y para ello les recomendamos dos cuentos: "Algo resentido de este pie" de la escritora Mercedes Cebrián y "El vuelo de la libélula" del escritor  Fernando Iwasaki. Lo que nos interesa es que se centren en un aspecto muy concreto de ambos cuentos como es la forma en que estos dos escritores logran un composición tridimensional de un personaje, composición que surge de la mezcla entre etopeya y prosopografía. Les pedimos una atenta lectura y que sus comentarios, a lo largo de esta semana en el blog, no sean excesivamente extensos. El próximo viernes 16 de mayo colgaremos una nueva clase con su correspondiente propuesta.

Un saludo cordial y que disfruten de la lectura.

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9 de mayo de 2008
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El Barça, o el desamor

/upload/fotos/blogs_entradas/campnou1_med.jpgLos aficionados del Barça, aparte de desolados, se sienten desatendidos. Y no se sabe efectivamente qué es peor. Cuando el propio equipo gana y juega bien ante los rivales, el aficionado recibe una ración de afecto que en su regularidad compone un simbólico resguardo envolvente y amoroso. De tal efecto cordial los aficionados extraen la consecuente sensación de sentirse queridos y atendidos; y la vida, en general, se reblandece dentro de ese abrazo.

Todos los aficionados son como niños, son crueles como los niños y fantasiosos o cambiadizos como ellos. Se emboban cuando reciben goles o golosinas y se emberrenchinan en el caso de quedarse sin nada. Lo que hace sufrir a los aficionados del Barça o de otro equipo que concluya la temporada de este modo se representa en un imperdonable desamor. Y más, si no parece existir justificación alguna para este comportamiento tan ingrato, displicente incluso.

¿Cuál ha sido la razón de que el corazón del equipo se licuara, los ídolos se malversaran, la ilusión dejara de reinar en el vestuario? Más que una triste historia deportiva se trata de un mal de amor que sigue, para mayor pesar, de dos años de embeleso.  ¿Por qué este repentino desapego de la plantilla? ¿A cuento de qué esta impensable  laceración?

La respuesta pertenece a la misma dialéctica del amor. El amor cuenta cuando no se discute su armonía y así sólo el fútbol cuenta de verdad cuando más armónicamente irracional se representa. El desconsuelo del aficionado no encuentra ahora objeto donde depositar su desengaño. Pero, acaso, afortunadamente, porque enseguida el equipo se disipa, la plantilla se desmonta y el futuro inaugurará su dibujo desde el punto cero del olvido y la actual desolación.  

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9 de mayo de 2008
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La España de Manuel Vilas

No sé si es pura coincidencia o si se trata de mis gustos actuales a la hora de escoger libros, pero lo cierto es que los últimos libros de narradores españoles que he leído y me han interesado no son novelas. La lista de escritores es larga: Fernández Mallo, Lolita Bosch, Félix Romeo y Manuel Vilas. Manuel Vilas y/o sus editores (DVD) se ha/n empeñado llamar novela a ese magnífico libro de cuentos que es España (2008). Todavía no entiendo por qué. No creo que sea una razón comercial, porque lo que publica DVD no apunta precisamente a eso. Tampoco creo que sea una cuestión experimental, porque esto de llamar novela a un engarzamiento de historias sueltas, en las que hay una misma atmósfera temática pero personajes distintos de una relato a otro, se ha hecho muchas veces. Ya lo dijo Tobias Wolff -y lo recuerda Juan Gabriel Vásquez en una nota en Los amantes de Todos los Santos--, un buen libro de cuentos es como una novela en la que los personajes no se conocen. Definición perfecta para el libro de Vilas.

Pero igual, lo que importa es que Vilas es un enorme cuentista, y sus juegos con la perspectiva del narrador y con personajes llamados Manuel Vilas logran insuflar vida nueva a estrategias posmo que ya se habían gastado por culpa del repetitivo Paul Auster. En España respiran Bolaño y Ballard y en el fondo se escucha la música de Johnny Cash (y algo de Nino Bravo y Paulina Rubio), al servicio de una lectura irónica y alucinada del pasado, el presente y el futuro de España. Las antologías del cuento contemporáneo deben guardar espacio para textos como "El cadáver encendido", "Póker", "El pintor Zaragozano Víctor Mira se suicida en Alemania", "El esplendor en la hierba", etc. Los cuentos no son políticos de una manera obvia, pero queda claro que, como señala Diego Salazar en su reseña en Letras Libres, Vilas es un escritor político, que ha logrado profundizar en el tema de una manera muy atractiva gracias a "la conjunción entre política y tecnología".

Una nota al pie de página: hace un buen tiempo que trato de escribir una novela sobre inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos. Las veces que lo he intentado, no he llegado a pasar de las cincuenta páginas. Me faltaba, supongo, la estructura narrativa. Y de pronto, una noche mientras leía España, se me vino entero toda la estructura de mi futura novela. Los escritores que los escritores admiramos son aquellos que nos abren puertas para nuestra propia obra, los que nos permiten saquear a nuestro antojo para crear algo propio.

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9 de mayo de 2008
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Guerrilla de la imaginación

Claude Monet, "Boulevard des Capucines", 1873Rafael Argullol: Esa fusión de comunidades está originando una especie de caos narrativo que puede ser extraordinariamente fértil en el futuro, pero siempre tenderá a ser asfixiado y obturado por lo que es el discurso monolítico que está gestionado desde los medios del poder.
Delfín Agudelo: Esta gigantesca mezcla de narraciones y narrativas se crea en la megápolis y, si bien muchos de estos textos creados no hacen referencia explícita a la megápolis como tal, muchos sí la caracterizan. En esa medida, para que esto suceda, creo que hay un momento en que la megápolis tiene que caer en cuenta de que lo es; el ciudadano de la metrópolis lo supo en su momento, a finales de siglo XIX. El parisino se reconoce en una capital cultural de occidente. Hay un caso distinto en el siglo XX, que es de quien se reconoce en la megápolis.
R.A.: Creo que hay una gran diferencia respecto al paso de la ciudad tradicional a la metrópolis, y de ésta a la megápolis La metrópolis todavía tuvo mecanismos de autorreconocimiento, muy convulsos, porque en muchos casos implicaron grandes cismas, revolucionarios y contrarrevolucionarios. En el terreno del arte, luchas sin cuartel entre vanguardias y núcleos de conservación y tradición. Pero hubo todo un proceso de autorreconocimiento y es ahí donde podemos encontrar la gloria creativa, por así decirla, de ciudades como París, Londres, Nueva York, Viena o Londres, en ese proceso. En definitiva, desde Baudelaire en adelante, el arte moderno forma parte de ese caudal de autorreconocimiento. No creo que hubiera podido ser posible lo que llamamos vanguardia histórica si no hubiera sido en el seno de ese autorreconocimiento de la metrópolis. A pesar de que aumentaba de manera gigantesca sus proporciones, conservaba la posibilidad de establecer señas de identidad, aunque fueran muy elásticas. En cambio, en el caso de la megápolis, una de sus características es que impide el autorreconocimiento a sus propios pobladores. Es decir, el poblador de la megápolis solo en parte tiene un vínculo emocional de conexión con ese habitad. Y lo tiene en cuanto diríamos aún recuerda el momento en que era una ciudad. Pero por lo general lo que se impone es ese alud de amnesia, continuamente cortado por grandes borracheras de actualidad, y con unos habitantes que giran alrededor de esas borracheras. Más que un autorreconocimiento de la megápolis, se da una especie de resistencia, casi diríamos de guerrilla de la imaginación o del relato que remite a las propias raíces y tradiciones, que es lo que transcurre en ese mundo diseminado y subterráneo.
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9 de mayo de 2008
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IV. Una idea no precisamente de izquierda

Cuando se habla hoy en día de barrer las instituciones y establecer un nuevo sistema que debe surgir de las cenizas del viejo, los preceptos de la democracia proletaria cobran sus fueros. Y cuando ese nuevo sistema se construye para que el mismo líder reine sin plazos sobre la nación, la regla es entonces la del viejo autoritarismo de derecha. El caudillo debe quedarse donde está, porque se le juzga imprescindible. Y para eso, se  necesita que la constitución le permita reelegirse cuantas veces sea necesario, o cuantas veces quiera. No es entonces un sistema nuevo. Es el mismo, que hemos vivido de manera recurrente desde el siglo 19, fuente de vicios, de corrupción, de confrontación, de violencia, de pobreza.

El viejo líder insustituible de siempre. El iluminado que sólo él sabe lo que un país necesita. Una idea no precisamente de izquierda, que viene desde el oscuro fondo de la historia de América Latina, del profundo abismo de la sociedad patriarcal, cuando el terrateniente se convirtió en líder militar, y luego en presidente perpetuo. No hay ninguna novedad en la propuesta. Lo único es que se disfraza con virulenta retórica de izquierda.

Cuando el poder se piensa a largo plazo, necesita de instrumentos de largo plazo. Se apodera de todas las instituciones, del sistema judicial, de los tribunales electorales, y quiere apoderarse también del ejército y de la policía. Y no olvida en su lista a los medios de comunicación, la peor basura en el ojo.

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9 de mayo de 2008
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