Día raro, el de ayer. En Argentina se celebraba otro aniversario de la Revolución de Mayo, a exactos dos años de lo que será en el año 2010 la -agónica, pero merecida- fiesta del Bicentenario. Parte de la atención del país estaba en Rosario, donde los dirigentes del campo hicieron un acto envolviéndose en la bandera y hablando de patriotismo, cuando no buscan más que torcerle el brazo al Estado para no tener que ceder nada de sus ganancias extraordinarias. ¿Qué clase de patriota es aquel que, sin más argumento que el de su propio beneficio, presenta ultimátums de corte mafioso a un gobierno elegido de modo democrático?
En medio de mi estado de ánimo un tanto nublado (con la edad que tengo, y todavía no termino de entender la pulsión de muerte que inflama a tantos sectores de nuestra sociedad; hay mucha gente que no soporta estar bien, y que sólo parece sentirse viva durante las crisis terminales), me encontré en Página 12 con una entrevista que Nora Veiras le hizo a Carlos Slepoy, un abogado argentino cuya dedicación a la causa de los derechos humanos en particular, y de la Justicia en general, le valió el mayor de los elogios de parte de Baltazar Garzón. Hablando de cuestiones puntuales, referidas en general a los juicios a los genocidas que aún están en trámite, empecé a leer en las palabras de Slepoy cosas que interpelaban nuestra realidad más allá del marco concreto de las injusticias perpetradas durante la dictadura. Reproduzco sus palabras de manera literal, a ver si a ustedes les pasa lo mismo que a mí:
"Cuando decimos que la dictadura tuvo que contar necesariamente con la complicidad o colaboración activa de los gerentes de las fábricas, de los rectores de las universidades y de los colegios secundarios para señalar a quienes iban a ser objeto del secuestro o de la muerte, estamos diciendo que hay muchos responsables que no están rindiendo cuentas de todo esto".
Agrego yo: y también tuvieron que contar con la complicidad o colaboración activa de algunos obispos y sacerdotes, de dirigentes políticos y de gerentes de la actividad agropecuaria, muchos de los cuales siguen hoy en día dando discursos como si representasen otra cosa que su interés personal, y su propia capacidad de supervivencia. Sigo -sigue Slepoy:
"Acá hay un consenso general de que la dictadura no fue más que el brazo ejecutor de una política criminal... Se llega a la conclusión de que toda la deuda externa contraida durante la dictadura es una deuda fraudulenta, que consistió en avales públicos para la estatización de la deuda privada, que todo ha sido fraudulento, que no se puede justificar por qué se tomaron determinados préstamos. Sin embargo no se puede juzgar a estos responsables, entre los cuales están muchos de los que formaron parte del equipo económico de Martínez de Hoz (el primer Ministro de Economía de la dictadura), aparte de Martínez de Hoz mismo, porque está prescripta la acción. Esto es una auténtica aberración, porque si responsable es Videla de crímenes contra la humanidad, cuánto más son responsables sus mandantes, quienes pergeñaron el plan criminal como modo de llevar adelante las políticas económicas y sociales. De lo que se trataría simplemente es de plantear que esa aparente cosa juzgada que ha tenido por objeto dejar en la impunidad a quienes son también responsables de estos crímenes podría ser revisada".
Y por último:
"A mí me parece muy bien que se lo juzgue a Ménem por (la causa del contrabando de) las armas, pero quién lo va a juzgar por haber destruido la industria nacional, las empresas públicas, por haber hecho una política que sumió a este país en una situación de exclusión social, de marginación. Creo que otra cuenta pendiente es juzgar los crímenes del menemismo como tales... El Pacto Internacional de Delitos Sociales, Políticos y Culturales habla de las riquezas naturales como un patrimonio inalienable de los pueblos y ese patrimonio fue liquidado por el menemismo". (Agrego: buena parte de esa ‘liquidación' sigue perpetrándose hoy día.)
Mi pregunta es la siguiente: si esta sociedad se hubiese hecho cargo de sus responsabilidades, y forzado a que estos gerentes, obispos, políticos, economistas, rectores y demás actores de los que hablamos fuesen juzgados por su desempeño, en pie de igualdad con los militares que oficiaron de brazo asesino, ¿sería nuestro país lo que hoy es? ¿Habría existido el acto del campo tal como ocurrió ayer, motorizado por esos mismos dirigentes?
Cuándo celebramos la Revolución que nos convirtió en un pueblo independiente, ¿qué estamos celebrando?

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Josef K.






Pues bien esto es lo que representa el partido de Bossi y su camarilla de buitres (buitres porque sólo se alimentan de la inmunda carroña del resentimiento). La repudiada Italia sigue valiendo para el fétido objetivo de forjar una sociedad en la que el sentimiento de injusticia sea sistemáticamente convertido en agresividad ante el más débil.
Francia es un país donde se producen huelgas y retenciones de carreteras para denunciar la demografía del país o la situación del mercado mundial de las materias primas. Francia es un país de excesos, un país bling-bling. Es una expresión que está en todas partes y ahora es la manera más común de calificar a su presidente, Nicolás Sarkozy. Se le tacha de ser un presidente bling-bling. Lo que necesita unas explicaciones. Bling-bling es una canción de rap, obra de BG, miembro del grupo Cash Money Millionaires. Nadie se acuerda de la canción creada hace diez años pero se quedó su título: bling-bling. Se supone que la repetición de la silaba bling se parece al ruido de la joyería barata, cadenas, aretes, relojes, anillos desplegada por los cantantes de rap de los años 90. Sarkozy no lleva esta parafernalia pero su gusto por los relojes Rolex, las gafas Raybann y su obvio placer a tener a su lado a la modelo Carla Bruni como esposa justifica para muchos el uso del adjetivo bling-bling como algo acertado cuando se trata del presidente.
A uno lo alegra saber qué fue en todos estos años de un personaje al que uno considera parte de su familia espiritual. Y una buena secuencia de acción -que las hay en esta película, como en todas las previas- es algo que siempre se disfruta. (La fuga en moto por dentro de la universidad me resultó muy simpática.) Encuentro loable el intento de poner a Indy en sintonía con los tiempos que corresponden a su edad física (el mundo de 1957 ya no es el mismo que no preveía la existencia de Auschwitz), lo cual genera una escena perturbadora que nunca creí que presenciaría: Indiana Jones y un hongo nuclear, compartiendo el mismo cuadro. Pero la promisoria línea argumental que ponía a Indiana Jones en el bando de los políticamente sospechados -un amigo subraya el hecho de que el gobierno ve comunistas ‘hasta en la sopa'-, se diluye enseguida en la intrascendencia.