Marcelo Figueras
Con la neurona y media que me queda funcionando -son las dos y media en la madrugada del viernes aquí en la Argentina, y he estado escribiendo desde muy temprano-, cumplo con lo prometido y doy parte del rato entrañable que pasé anoche en compañía del doctor Henry Walton Jones Jr., después de tanto tiempo sin saber de su vida. Es verdad que Indiana Jones and the Temple of the Crystal Skull es la película más floja de la saga, pero nadie me quitará lo bailado. Como ocurre en los reencuentros tanto tiempo postergados, las cosas ya no son lo que eran -el otro no es el mismo y tampoco lo es uno, como ya lo sabía Heráclito- pero basta la proximidad para encender el calor de los buenos recuerdos compartidos.
A uno lo alegra saber qué fue en todos estos años de un personaje al que uno considera parte de su familia espiritual. Y una buena secuencia de acción -que las hay en esta película, como en todas las previas- es algo que siempre se disfruta. (La fuga en moto por dentro de la universidad me resultó muy simpática.) Encuentro loable el intento de poner a Indy en sintonía con los tiempos que corresponden a su edad física (el mundo de 1957 ya no es el mismo que no preveía la existencia de Auschwitz), lo cual genera una escena perturbadora que nunca creí que presenciaría: Indiana Jones y un hongo nuclear, compartiendo el mismo cuadro. Pero la promisoria línea argumental que ponía a Indiana Jones en el bando de los políticamente sospechados -un amigo subraya el hecho de que el gobierno ve comunistas ‘hasta en la sopa’-, se diluye enseguida en la intrascendencia.
Dicho esto, mentiría si no admitiese que disfruté. Mi hijo-en-camino empezó a zapatear en el vientre de su madre con los aplausos que el público dedicó a los títulos del film, y siguió haciéndolo en sintonía con la música de John Williams. Cada vez que miraba los rostros de mi familia y de la de mi amiga Miriam, no veía otra cosa que luz, esa expresión azorada en la que se transparenta el niño que alguna vez fuimos. ¿Se le puede pedir algo mejor a una película que nos transporta a ese estado del alma?
Al comienzo del film Indiana reflexiona sobre la familia que perdió -incluyendo a su padre, Henry Jones Sr.-, pero sobre el final ha ganado otra. Somos muchos los que no podemos pensar en Indiana Jones sin recurrir a las reglas que definen una familia. Uno puede ser el hombre más objetivo del mundo y tener consciencia de los defectos de su gente, y aun así no renegar de ellos. Con Indiana ocurre lo mismo: a pesar de todo, se lo quiere igual.