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América Latina en París

Existe en París un salón del libro de América Latina. No es mucha cosa pero tampoco es nada. Cobra fuerza y ahora alcanza una muy respetable cuarta edición. Se apoya en los recursos de la Maison de l'Amérique Latine, lugar de encuentro ineludible para todos los latinos y enamorados de América Latina de París. Al final si miramos el programa del evento que tiene lugar esta semana, vemos que abarca un poco de todo: libros, películas, tertulias radiofónicas, música, arte. Habrá el ineludible debate sobre el año 1968 y oportunidades de hablar de la relación entre sociedad y política. En definitiva, será un retrato del consumo de cultura de América Latina con una cierta ambición de calidad.

Lo interesante es que el evento se va a mantener en un área más cultural. A pesar de la polarización en América Latina en torno a la izquierda de Chávez, Correa y Morales, no hay ahora en Francia tanto entusiasmo por gritar a favor de las revoluciones de allá como en los años 60 o 70. Si miramos el programa, vemos en realidad dos éxitos, los dos éxitos recientes que tienen poco de política.

1. Un pequeño libro (160 páginas) publicado por la editorial Bartillat sobre la relación amorosa y amistosa entre dos escritores: Victoria Ocampo y Pierre Drieu La Rochelle. Drieu de Victoria Ocampo consiguió un premio (Bel Ami 2008) y sobre todo un reconocimiento obvio: no desaparece de las mesas de las librerías. Leer el libro es volver a lo que fue la relación literaria entre Francia y Argentina antes de la Segunda Guerra Mundial.

2. Seria obvio decir que no quedó nada de esta relación después de la fascinación de los franceses por José Luis Borges pero aparece ahora Alan Pauls. El escritor argentino es la estrella de este salón y por muchas razones lo veo cada día como un artista que va a potenciar su presencia. Va a ser un escritor con un estatus reconocido de escritor, lo que hace decir en Francia que tendrá derecho a opinar sobre todo. Es publicado por Christian Bourgois, el editor que "descubre" los talentos de fuera. Habla de Proust como un francés. Y después del salón, l'Ecole Normale Supérieure (escuela normal superior), en la calle Ulm, dedicará un día completo de estudio a su obra. Es el camino real hacia la fama entre los intelectuales. Algo peligroso, por supuesto, pues el almidón de la pequeña gloria se revela incómodo cuando uno quiere renovarse.

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12 de mayo de 2008
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Cultos hasta la náusea

El primero de mayo leí en la portada de este periódico el siguiente titular: "La cultura presencial sigue viva y no es eficaz". Intriga. Decepción. El artículo trataba sobre los horarios laborales. Podría ser un ejemplo de la extensión ilimitada que el término "cultura" ha ido adquiriendo: cultura del botox, de la homeopatía, del botellón y de la matemática cuántica. Sin embargo, también puede verse como lo contrario: un uso exacto y apropiado de la palabra ya que la cultura es hoy el único contenido de nuestras vidas, como en otro tiempo lo fue la religión.

Un incombustible de la extrema izquierda francesa, Alain Brossat, ha dedicado un libelo a lo que llama "democracia cultural". El título lo dice todo: Le grand dégoût culturel, y no es fácil de traducir: ¿"El asco cultural", "La repugnante cultura"? Ese aumentativo (grand) me parece un pleonasmo. Se trata de un belicoso escrito, en línea con los de Zizek, pero menos petardista que otras flores de mayo como ese Monstre transparent de Claire Cros cuyo subtítulo, también intraducible, dice: Pourquoi n'en avoir rien à foutre de la culture, cuyo sentido deliberadamente zafio es más o menos: "Por qué hay que mandar a la cultura a tomar pol culo".

De momento esta reacción contra una cultura convertida en arma de choque de la democracia correcta y correctiva, sólo afecta al continente. Los ingleses no han conocido la sacralización de la cultura ni siquiera cuando era sagrada y por lo tanto no se escandalizan ante el mecanismo que Brossat llama "democracia cultural". Para resumirlo brutalmente, el término "cultura" unido al de "democracia" designa una falsificación de la democracia misma, como lo era la "democracia orgánica" de Franco, o la "democracia popular" de los comunistas. Lo que indigna a Brossat es la traición de los demócratas (primordialmente la izquierda francesa) que han sustituido la vieja educación ilustrada y revolucionaria (la de Condorcet) por un gigantesco aparato de ocultación, dominación y masificación. Velado en el imperativo religioso del "respeto a la cultura", en el terrorismo sobre "la muerte de la cultura", o en los negocios del "derecho a la identidad cultural", subyace una maquinaria destructora de la política real, cuya finalidad verdadera es apagar los escasos focos de insumisión que aún quedaran. La cultura es la más eficaz de las máquinas de formación de masas.

Este "asco cultural", muy distinto de aquella "asfixiante cultura" de Dubuffet, no deja de tener chocantes coincidencias con la cultura de estado brillantemente demolida por Marc Fumaroli desde los antípodas ideológicos del ultra Brossat. La eliminación de lo político en la vida individual mediante una tutela estatal sobre todas las actividades del ciudadano (asimiladas como "culturales"), elimina también la génesis del diagnóstico y reúne al izquierdista utópico y al liberal radical en la misma prognosis.

Lo más remarcable del panfleto de Brossat es la contradicción que según su (creo yo) infundada esperanza afirma que tarde o temprano hará encallar la máquina del estado. La cultura del poder propone de una parte objetos culturales como no-mercancías, como valores autónomos que no deben ser sometidos a mercantilización (la identidad cultural, el patrimonio nacional, los creadores autóctonos, etc.), pero por otra parte protege de modo incondicional (y acorde con el sistema, especialmente en los gobiernos simbólicamente socialistas) los beneficios del empresariado cultural. Este conflicto de intereses conduce a masivas subvenciones de aquellos grupos que mayor erosión mediática puedan producir en el poder, complementados con una legislación que blinda el beneficio empresarial de los "productos culturales". El último ejemplo en España es esa guerra entre dos corsarios, Multinacional y Top Manta, llamada "protección de la propiedad intelectual". Esta contradicción, sin embargo, no creo yo que pueda llegar a dañar al sistema, sino más bien todo lo contrario. Como en las "democracias islámicas", la contradicción interna alimenta la energía agresiva del poder, gustoso de jugar a dos bandas, usar dos voces y apadrinar todas las ideologías por incompatibles que sean.

Así, por ejemplo, las excepciones culturales protegidas desde la administración encuentran de inmediato la red empresarial adecuada para luchar por esa "reivindicación cultural" basada en el "derecho a la identidad", antes incluso de que exista la demanda. Detrás de cada exigencia cultural aparece como por ensalmo el grupo empresarial dispuesto a sacrificarse por la diferencia, la excepción y la identidad que debe ser creada. Dicho con mayor contundencia: es imposible, a mi modo de ver, concebir un producto cultural como no sea ya bajo la forma de una mercancía. Sin embargo, en cuanto aparece como mercancía su valor cultural desaparece y se funde en un medio en el que los valores nunca son excepcionales sino sujetos a la demanda y por tanto puramente numéricos y contables (caso de los doblajes de cine al catalán).

Por esta razón las campañas culturales de las nacionalidades que se tienen por poco reconocidas añaden siempre un componente imperialista. La "pequeña cultura" sólo es pequeña en términos mercantiles y sus empresarios quieren, como es lógico, entrar en el mercado global. Ellos lo llaman "lucha por la supervivencia cultural", pero es el beneficio económico lo que permite la supervivencia de esos empresarios. La "supervivencia" cultural está asegurada por el mero hecho de existir, es decir, de que permita a un número de ciudadanos mayor o menor (¿qué importa?), explicarse a sí mismos dentro de un marco: la ópera, la filosofía, la religión, la lengua, los coches tuneados, el rap, el fútbol, o todo junto. La ampliación de la oferta no tiene la menor relación con la supervivencia. El afán expansivo de la "cultura" es un mero efecto de mercado.

Desde la posición de Brossat, la única vida moralmente digna es aquella que osa enfrentarse con el poder y por lo tanto la que ataca políticamente la cultura entendida en el sentido expuesto, como ejército de ocupación de lo político. Sin embargo, los ejemplos de insumisión que salpimentan su ensayo son decepcionantes. Algunos por su carácter nostálgico y esteticista: "los obreros en huelga no son cultura". O por sus ramalazos idealistas: "la creación personal iluminadora no es cultura" (p.119). Es ese lastre académico lo que le conduce a proponer como territorios libres de la democracia cultural los más degradados iconos de la izquierda francesa: los chechenos, los indios de Chiapas, los palestinos (p.151).

Estas lagunas de su esperanza, digo yo, no existirían si en verdad estuvieran fuera del mercado. Como se lamentaba Maruja Torres hace pocos días, ha tenido mayor presencia mediática el "monstruo austriaco" que las madres e hijos palestinos muertos por fuego israelí en la misma fecha. Así es, pero ¿quién es el culpable? El efecto de mercado obliga incluso a los terroristas a planear sus atentados calculando con cuidado coincidir con los telediarios. Si los muertos no se mercantilizan adecuadamente corren peligro de devolución. Error ruinoso de quienes quisieron vender un atentado islámico como si fuera etarra, sin contar con los medios adecuados para respaldar la oferta del producto.

Escapar o combatir la "democracia cultural", en cuyo diagnóstico coincido con Brossat, requiere medicinas o armas más poderosas que las que propone. Por eso, de momento, creo que Zizek está más cerca de la realidad. Escribía hace poco que la única propuesta política razonable es "exigir lo imposible" ("Mayo del 68 visto con ojos de hoy"). Lo que no podemos saber es cuánto tardará la democracia cultural en convertir lo imposible en pura mercancía, si alguna vez le damos forma y contenido. Ni si, en el caso de que se produjera una concreción política de lo imposible, podríamos conocerlo antes de que viniera en los suplementos dominicales.

Artículo publicado en: El País, 10 de mayo de 2008.

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12 de mayo de 2008
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Inadecuadas imágenes de bestiario: del político fullero…

En uno de sus diálogos, a fin de designar figuras de políticos que instrumentalizan y degradan la vida ciudadana, en lugar de ponerse al servicio de la misma, Platón recurre a metáforas de bestiario. El seudo-político efectuaría una suerte de regresión, que en ocasiones le reduciría a la condición animal y en otras a una condición salvaje o monstruosa. Aunque justificada simplemente por las espléndidas dotes de narrador de Platón, la analogía con animales y monstruos nunca me ha parecido excesivamente pertinente tratándose del político fullero. Hace ya unos meses tuve ocasión de evocar aquí mismo la siguiente descripción de Marcel Proust:

"El antiguo camarada me dijo que yo no había cambiado, y comprendí que él no se creía cambiado. Entonces le miré mejor. Y en realidad, salvo que había engordado tanto, conservaba muchas cosas del tiempo pasado. Sin embargo, yo no podía comprender que fuera él. Entonces procuré recordar. En su juventud tenía los ojos azules, siempre reidores, perpetuamente móviles, en busca, evidentemente, de algo en lo que yo no había pensado, búsqueda que debía ser muy desinteresada, seguramente la verdad, perseguida en perpetua incertidumbre, con una especie de travesura... Y ahora, convertido en hombre político influyente, capaz, despótico, aquellos ojos azules, que por lo demás no habían encontrado lo que buscaban, se habían inmovilizado, lo que les daba una mirada puntiaguda, como bajo unas cejas fruncidas. Y la expresión de jovialidad, de abandono, de inocencia, se había tornado en una expresión de astucia y de disimulo."

No, el político fullero no presenta rasgos de fiera o de monstruo sino rasgos sesgados de un ser capacitado para una modalidad singular de rapiña, no ya presente en el ser humano sino exclusiva del mismo: esa modalidad de rapiña consistente en la instrumentalización de los seres de razón y de palabra. Lejos de alejarse de la humanidad, el político fullero es paradigma de una forma de mal que constituye un aplastante (y quizás inevitable) patrimonio de la humanidad. Un hecho de actualidad me permitirá mañana considerar otras modalidades del mal exclusivamente humano.

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12 de mayo de 2008
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La dichosa novela

El periodista y novelista Tom Wolfe ha dicho hace unos días en Buenos Aires que la novela tiene los días contados. No es nada original, es un comentario muy extendido porque es algo fácil de suponer: la gente no compra libros, luego el libro es una especie a extinguir como el lince ibérico. De estos, los primeros que desaparecerán serán los menos útiles como novelas, libros de poesía, obras de teatro, y quedarán los de consulta, quizá también las novelas históricas y las biografías, y finalmente ninguno porque en realidad los que están llegando a su fin son los lectores.

Para qué engañarse, al hecho de leer para aprender siempre se le ha llamado "estudiar" y al leer a secas "entretenerse", y ahora estamos tan entretenidos, estamos todos tan activos cuidando de nuestro cuerpo, entrando en Internet, mandando mensajes por el móvil, grabando nuestra realidad, yendo de aquí para allá y enredándonos en amoríos, que no tenemos tiempo para entretenernos más. La televisión tampoco es un peligro, ya no se ve la televisión, se prefiere la radio que deja libertad de movimientos. Las parejas en cuanto empiezan a aburrirse (que es el momento en que se comienza a ir a cine todas las semanas, a ponerse hasta arriba en los restaurantes y a leer) rompen. Y tener que rehacer la vida de nuevo implica no tener tiempo para nada. En resumidas cuentas, que salvo los cuentos de la infancia y los libros de aventuras de la adolescencia (en dura competencia con los videojuegos) uno se puede pasar la vida sin leer y sin tener tiempo ni siquiera para pensar en ello.

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12 de mayo de 2008
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La longitud de la vida

En la longitud no hay término medio. Vamos por un camino hacia un destino y comentamos que falta mucho o falta poco para llegar a él. No hay apenas experiencia del punto medio. El punto exacto que corresponde a la mitad pasa fugazmente y desde ese lugar, casi transparente, ya empieza a faltar poco. Antes todavía faltaba demasiado.

La vivencia de la distancia se hace imposible en su centro puesto que el centro es quietud y la distancia movimiento.

Pero de la misma manera sucede con la idea del tiempo que, en la representación del reloj se manifiesta como longitud y su metáfora primordial posee el carácter de un camino, de un trayecto o de una carrera.  El tiempo que queda es mucho o poco, casi nunca mediano. Es así como experimentamos la vida, corta o larga, nunca ajustada ni apropiada. No hay medición que nos acomode serenamente a su cómputo. Somos más o menos que esa cantidad asignada. En general, nos creemos merecedores de mayor longitud pero, en determinadas circunstancias dolorosas, la existencia se prolonga demasiado.  ¿Por qué no será de los seres humanos  generarse conformados con la longitud de su último destino? Sin duda porque el destino no nos pertenece y  como el lecho de Procusto se nos impone inhumana y cruelmente. Es trágico morir pero antes de morir la tragedia incesante consiste en no vivir confortablemente en la distancia.

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12 de mayo de 2008
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Carrera contra el destino

/upload/fotos/blogs_entradas/meteoro_med.jpgA mis hijas les gustó Meteoro, pero a mí... Es verdad que soy el único de la familia que conserva el recuerdo del dibujo animado, que junto con Astroboy me introdujo en el delicioso mundo de la animación japonesa. Sin embargo mi reticencia ante Meteoro no pasa por su fidelidad o sus deslices respecto del original, sino en la clase de película que los hermanos Wachowski, como guionistas y directores, han terminado pergeñando.

Yo no alentaba deseo alguno de sentir nostalgia. Ni mucho menos esperaba que los Wachowski tratasen a su fuente con excesivo respeto: ¿cuán ‘fiel' se puede ser a las aventuras de un chico que, al volante de un auto que todavía sigue siendo insuperable -ah, el diseño del Mach 5...-, se limita a correr carreras en parajes exóticos? No estamos hablando del Ulysses, precisamente. En todo caso, los Wachowski han sido reverentes por demás con su fuente, pasando por la línea general del relato -Meteoro y su familia, el subtrama del misterioso Racer X-, los recursos narrativos y hasta en los detalles, por ejemplo en la colorida gorrita del hermano menor, que en inglés se llama Spritle y a quien el doblaje rebautizaba como Chispita. (Personaje, dicho sea de paso, que empieza gracioso y termina insoportable.)

Lo que sí esperaba, en parte porque los Wachowski se ocuparon de insinuarlo, es que Meteoro se atreviese a una mínima experimentación en el terreno de lo narrativo. Por supuesto que no me refiero a una experimentación en el sentido, digamos, godardiano que podría tener el término, sino en aquel que de tanto en tanto produce Hollywood como vanguardia tecnológica. El uso que los Wachowski hacen de la tecnología digital y de su abultadísimo presupuesto me resultó inefectivo. Cualquiera de los capítulos de la serie original era más emocionante que este mamut de dos horas y pico. Los actores se ven incómodos, y su actuación termina siendo tan equivocadamente artificial como las imágenes digitales que se recortan todo el tiempo -y de manera ostensible, para mi sorpresa- detrás de sus siluetas. El único recurso narrativo que puede parecer novedoso (la forma de articular flashbacks en imágenes que discurren a espaldas de los personajes), está tomado verbatim del dibujito original, si mi memoria no falla. ¡Un presupuesto de 150 millones y otros 100 para marketing no les bastó para conjurar la magia de un original producido por monedas!

Lo que está ausente de este Meteoro es la energía infecciosa que los Wachowski sólo encontraron en la Matrix original, cuando Neo comprende que es dueño de poderes insospechados; ese vértigo que entonces personaje y creadores compartían, el de descubrir que podían hacerlo (casi) todo. Desde entonces quedó claro que los Wachowski no saben qué hacer con sus poderes. Meteoro es igual a un videogame de gráficas espectaculares, que carece de toda gracia a la hora de jugar. En cambio Iron Man, flamante versión en celuloide de una historieta original de la Marvel -que yo conocí en su formato de primitivo dibujo animado-, está llena de gracia. Acabo de leer que triunfó en la taquilla de USA por segunda semana consecutiva, más que duplicando la recaudación de Meteoro, estrenada este viernes.

La gente no es tonta.

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12 de mayo de 2008
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V. Los sueños del poder engendran monstruos

El proyecto autoritario que concibe siempre a la misma persona a la cabeza del poder, no ve a la oposición como una pieza del sistema democrático, sino como un elemento perturbador al que hay que dominar y hacer callar, partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil.

El poder que se arroga el derecho exclusivo de la razón, y la propiedad de la verdad, para decidir qué es lo que es tolerable, no es un poder democrático. Y cuando decide por sí mismo que es lo que es perjudicial para el orden político y lo que no lo es, inscribe a los demás, a los que piensan diferente, del lado de la conspiración para minar el poder. Por eso el que se quiere quedar para siempre, está viendo conspiraciones por todas partes siempre.

La democracia, además, implica transparencia y control, algo que el autoritarismo, y el continuismo niegan, y viene a engendrarse por tanto la corrupción. Cuando el sistema democrático funciona, es capaz de fiscalizar a los que gobiernan, y exigirles cuentas. Por eso el autoritarismo encarna también este peligro, el de la falta de transparencia. Si todos los poderes se confunden en un solo puño, aunque sea un puño de izquierda, es más fácil que surjan las fortunas ilícitas, y que los que proclaman la redención de los pobres, se vuelvan ricos de la noche a la mañana.  

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12 de mayo de 2008
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Burma, tragedia y necedad

Estuve en Burma el pasado verano mientras se gestaba el levantamiento de los monjes budistas. Los miembros de la resistencia lo alentaban con esperanza pero lo temían fatalmente. El recuerdo de la última matanza perpetrada por los militares mantenía viva la secuela del horror y hacía previsible el desenlace de la protesta. Aún así, la población, adornada con extrañas virtudes, se encaminó de nuevo hacia el sacrificio y de nuevo fueron degollados.

La opinión pública internacional se soliviantó, los gobiernos democráticos protestaron, las Naciones Unidas condenaron el abuso de poder, la prensa de todo el mundo difundió las imágenes de una represión brutal pero indolente, cansina. Lobos saciados matando ovejas en un cercado.

Los militares birmanos se apoderaron de su país antes de organizarse las complicidades de la Guerra Fría y desde entonces gobiernan inmunes a la deriva ideológica y económica de nuestra época. Aislados del mundo por el recelo de su autarquía castrense, ejercen con impunidad el dominio feudal sobre unos súbditos sometidos a su indigencia moral. Astutos y codiciosos, los militares gozan los privilegios de un prepotente mandato desde la satisfecha ignorancia de su inconcebible necedad. No saben nada de economía, industria, agricultura, educación o sanidad. Su pericia son los desfiles y a juzgar por la prominente barriga que se distingue bajo sus uniformes verde olivo no parece que ni siquiera de eso sean capaces.

No concluyen aquí los episodios de la tragedia birmana. Cuando los militares hayan saqueado las riquezas de Burma (bosques y minerales) y la quiebra del país amenace sus cuentas corrientes abandonarán un Estado destartalado y lo dejaran a merced de los oportunistas que, aprovechando la ausencia de instituciones reguladoras y la candidez de una población bondadosa, se abalanzarán sobre los restos del botín y harán más perfecto el expolio y la explotación.

Una descomunal tormenta ha devastado al país y nada tienen los birmanos para hacer frente al hambre, las plagas, los heridos y los enfermos que se arrastran por los campos anegados. Con el rictus de su estúpida mueca autoritaria, un grupo de militares contempla la riada de escombros y los cuerpos sin vida que flotan en las aguas pestilentes. Su primera orden ha sido tajante: prohibir la llegada de la ayuda internacional.

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11 de mayo de 2008
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Manzana no come iguana

1. Admiramos en tal modo a la máquina que le entregamos horas cada vez que promete ahorrarnos minutos.

2. La máquina consigue seducirnos porque sugiere, no muy sutilmente, la idea jugosa de un esclavismo impune.

3. Decimos que la máquina es intuitiva cuando su mecanismo detecta fácilmente nuestras intenciones, y que es estúpida cuando se opone a ellas.

4. La máquina es celosa y vengativa porque se sabe condenada al reemplazo.

5. ¿Quién soporta a una prótesis con ideas propias?

      Ninguna de las dos acepta ser lo que es, mas sólo a una le sigo la corriente. No porque sea más guapa, ni más nueva, ni porque vaya y venga a donde voy. Tampoco solamente porque en estas cuestiones la lealtad es la mística del idilio. Hay que elegir, no cabe la bigamia. Decir que son distintas sería aún más grosero que redundante, si tomo en cuenta que la mera experiencia de haber entrado en alta intimidad con una y otra me indica, sin temor a equivocarme, que no sólo hablan idiomas entre sí distantes, sino de hecho pertenecen a especies tan distintas como podrían serlo un ave y un reptil. Supongo que se entiende que elija al papagayo sobre la iguana.

     Hoy me tocó lidiar con la iguana. Experiencia nostálgica, al principio, reconfortante luego, patética al final. Había olvidado la mayoría de sus malas mañas, tanto como las gracias con las que comenzó queriendo sobornarme. Tenía un par de semanas sin tocarla, y antes de eso otras tres, cuatro quizá. Debe de haber notado que una vez más pensaba dejarla, porque después de la primera rabieta se trabó. ¿Qué te extrañaba entonces de que no te extrañara?, rezongué, dudando al propio tiempo si valdría la pena meterla metafóricamente en la piel de una iguana, cuando podría limitarme a describirla prosaicamente como una PC Vaio chantajista, achacosa y ciclotímica.

     De muy niño quería tener un loro. Creía que con un poco de entrenamiento podríamos sostener largas conversaciones. Deseé también la compañía de un chimpancé, que sería como un hermano a modo e iría conmigo al cine, tomado de la mano o colgado del cuello. Nunca se me ocurrió que perico y macaco podían opinar diferente, ni calculé que eventualmente ambos se sentirían tentados a hacerlo con las tripas y encima de mí. Que es lo que hacían las máquinas sobre la cabeza de mi amor propio, hasta que el papagayo vino a cambiar las cosas. Nunca he simpatizado con el fanatismo evangelizador propio de los apóstoles de la manzana, pero a la MacBook para ser perfecta sólo le falta pararse en mi hombro.

     A veces, mientras puede, la iguana se defiende. Me habla al oído, intenta confundirme. Hoy, antes de trabarse, puso en duda los mitos que ubican a Bill Gates en el papel de Príncipe de las Tinieblas. ¿Quién creería a Don Sata, viejo experto en el arte de facilitar las cosas, capaz de diseñar un sistema operativo coronado de espinas y sembrado de cruces que hacen de los usuarios mártires meritorios? ¿No es verdad que las Mac son sospechosamente sencillas, al extremo de generar la dependencia propia de un miembro artificial? ¿Cómo explicar, aparte, esos diabólicos sistemas de comercialización global, sino mediante el tufo a azufre que despiden? ¿Cómo confiar en quien te ofrece una manzana?

     -Puede ser -concedí, mientras imaginaba al dueño de Microsoft en el papel de Cireneo del usuario-, pero entonces explícame qué más premio le va esperar en la otra vida al bendito de Windows que se porta bien. ¿Un Ipod Touch de 32 gigas?

     Fue entonces que se trabó. Temo a veces que hasta una Silicon Graphics demuestra más sentido del humor y menos arrogancia que una Vaio de escritorio. Pero como decía, es otra especie. Iguandows, chimPC, dirán los manzanistas recalcitrantes. Ave María Purísima, sabrá el diablo si no soy ya uno de ellos.

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9 de mayo de 2008
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Lineal, no lineal

/upload/fotos/blogs_entradas/diario_de_un_mal_ao_med.jpgPor supuesto que Diario de un mal año (Mondadori en España) de J.M. Coetzee es un excelente libro. Una gran meditación sobre los valores morales de nuestra época, el comportamiento de los poderes estatales y la literatura. Coetzee no ha faltado nunca desde Esperando a los bárbaros, no tiene sentido repetir que se trata de un genio cuyo premio Nobel fue muy merecido. Tampoco vale la pena hablar de la trampa clásica de la meta-ficción utilizada en su novela: esconder un libro dentro de un libro. En este caso, un narrador/autor, que podría ser Coetzee (pues cita a libros suyos como obras de este personaje), describe el proceso de elaboración de un libro de reflexiones políticas. Este narrador habla de terrorismo, de la prensa, de la ciencia, de la violencia estatal. Reconoce la existencia del individuo, de la familia, de la nación y se pregunta lo que es una sociedad. Pensamiento de un hombre culto a principio del siglo XXI.

Es excelente, lo repito, pero lo que me interesa es la construcción íntima, página por página de la obra. De hecho cada página tiene tres partes: arriba, leemos lo que escribe el autor, sus reflexiones; en el medio se despliega una narración de la relación entre él y la secretaria que pasa sus textos a máquina; y por fin, más abajo en la misma página, se cuenta la vida de la secretaria con su pareja. Uno puede leer el libro quedándose meramente en una zona y encontrar una narración continua. Pero, al ir y volver de una zona a otra, aparecen conexiones, acercamientos entre pensamientos y comportamientos que configuran un juego de luz y sombra muy hábil.

Salir de la lectura lineal, de un texto que ofrece el hilo continuo de su discurso, desde su principio hasta su final, es el gran reto literario de la época que viene. Internet y las pantallas de los teléfonos móviles ya nos obligaron al prescindir de la continuidad. Al quedarse en una narración lineal, la novela clásica se aparta de la vida, del discurso diario de los caracteres. El libro de Coetzee no es un experimento. Es un signo adelantado de lo que viene. Habla ampliamente de Ezra Pound, el poeta. "Los artistas son las antenas de la raza", decía Pound. Coetzee se comporta como un artista al detectar el mundo que viene.

Su solución es ingenua, limitada (dividir una página en tres es todavía poco invento) pero debemos ver su intento como la voluntad de actuar al nivel de lo que ve el ojo: una página o una pantalla. Rayuela, la novela de Cortázar con sus 155 capítulos ofrecía una solución a nivel global del libro entero (era una obra lineal hasta el capítulo 56, prescindiendo de un orden para los últimos 99 capítulos). También existe el caso del Diario de una mujer adultera (Diary of and adulterous woman) de Curt Leviant (creo que no existe una versión en castellano). Es un clásico de la literatura judía que ofrece un relato contado tres veces a través de los tres puntos de vista de los tres protagonistas (es decir, una técnica muy parecida a la de Faulkner) pero que añade un index, de A hasta Z, para visitar a fondo ciertos temas.

En todos los casos (Cortázar, Leviant o Faulkner) más allá del placer de la lectura es todavía imposible olvidar durante la lectura que se trata de una arquitectura artificial. La solución de Coetzee no es óptima tampoco, pero me parece mejor por su voluntad de desarrollarse en lo que ve el ojo. Caminamos hacia el texto no lineal.

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9 de mayo de 2008
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