Javier Rioyo
Los ilustrados y sediciosos españoles, levantiscos, panfletarios, volterianos, constitucionalistas, afrancesados, moralistas o inmoralistas, que hicieron sus sátiras contra los toros tienen toda mi simpatía: de León de Arroyal al abate Marchena, españolazos, antitaurinos y, sin embargo, tan nuestros. Antes de Vicent algunos, desde la razón y la literatura, ya estaban luchando contra la España del "pan y toros".
Cuando me pongo a razonar me siento un Vicent. Pero cuando me pongo a disfrutar me miro en el espejo de Bergamín. Será por lo feo y sentimental. O quizá porque cuando encuentras sus palabras escritas sobre ese arte de birlibirloque, tan razonable, tan cabal, llenas de ingenio, de sabiduría popular (aquello que decía Lagartijo: "¿Qué viene el toro? Te quitas tú. ¿Qué no te quitas tú? Te quita el toro") y de música callada, de soledad sonora, de misterio, entiendes mejor que "un monstruo de la fortuna es el toro". Y que el "torero es un laberinto de la razón". Eso somos, razón y fortuna. Una faena en el ruedo ibérico.
También en el cartel mínimo e imprescindible de la prosa de toros deberían acompañarnos, López Pinillos con su novela Las águilas, para entender mejor a los aficionados, su forma de hablar, de quejarse o de callar, como el maestro Antoñete. Si pretendemos reconocer la voz de un torero, toda una mitología del toreo: leer la biografía sobre Belmonte del periodista y gran escritor Manuel Chaves Nogales.
Michel Leiris quiso ser torero con la literatura, no lo consiguió. Para eso hay que ser Rafael de Paula y escribir como Lorca. Entendió que había que mirar de frente al toro, como en un espejo perverso. Esa literatura es la que pretende José Tomás. A los que no podremos ver sus suertes, nos queda la lectura. La música callada del toreo.
Artículo publicado en: El País, 25 de mayo de 2008.