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¿La vida es un negocio?

Mi amiga Miriam vive en San Telmo, un barrio de Buenos Aires que es una mezcla del Bronx con el muy fashionable Tribeca: al mismo tiempo que yuppies argentinos e inversores internacionales se disputan sus lofts, el lugar sigue siendo coto de la fauna más colorida y más salvaje de la ciudad.

Hace poco volvió de viaje y encontró su casa desvalijada. Como no es la primera vez que le pasa, la gente de su edificio hizo una reunión para deliberar sobre el asunto. Ocurre que el predio contiguo al edificio de Miriam está vacío. Y en que los últimos meses un grupo de gente, liderado por alguien a quien llamaremos El Correntino, empezó a armar allí lo que aquí se llama ‘un asentamiento'; esto es, un grupo de casillas más o menos improvisadas. Si bien es cierto que la física más elemental sugiere que los cacos subieron al balcón desde ese predio, lo cierto es que no hubo testigos ni existen pruebas del robo. Y dada esta circunstancia, la policía -ninguna santa, dicho sea de paso-, no puede hacer nada.

Pero el robo reiterado soliviantó a algunos de los propietarios del edificio más que a Miriam, que tiene con su barrio una relación a la que cabría definir como zen: en la medida en que le gusta y que lo sigue eligiendo, disfruta de lo bueno y acepta lo malo que trae aparejado. La más encocorada, decía, fue una vecina -a quien llamaremos La Negociante, si no les molesta- que se tomó el asunto como su cruzada personal. Ella pretende que las autoridades tomen carta en el asunto y echen a las huestes del Correntino de ese predio, ocupado de manera ilegítima pero no ilegal. Imperturbable ante la impotencia de la policía para cumplir con sus deseos (esta mujer pretende, además, que sus vecinos de facto afean el lugar), La Negociante está convencida de que el actual alcalde de esta ciudad, el hermético ingeniero Mauricio Macri -lo de hermético va porque se le entiende apenas el 30 por ciento de lo que dice-, terminará haciendo lo que ella desea, esto es, rajando a todos los negros de la ciudad y haciendo posible que San Telmo se convierta en un barrio para ‘gente como uno'.

La filosofía que sustenta el accionar de esta mujer fue exteriorizada, sin vergüenza alguna, durante una de estas reuniones de consorcio. ‘La vida es un negocio', dijo La Negociante, y así, al menos según ella, hay que manejarla: como un toma y daca en que el único objetivo es obtener la mayor ganancia posible. No sé ustedes, pero al menos para mí la vida es una larga serie de cosas, todas derivadas del fenómeno esencial -no me imagino a las primeras células, organismos invertebrados, peces y anfibios originales conduciendo sus días en términos de la Escuela de Chicago-, pero ninguna de las cosas que la vida significa para mí tiene nada que ver con las cuestiones mercantiles. Si yo creyese que la vida es un negocio me habría presentado en quiebra hace rato -y no estaría escribiendo aquí, por cierto.

La cuestión es que mi amiga Miriam, a pesar de ser la única damnificada, se negó a prestar su firma para suscribir el pedido de desalojo. Digamos que prefiere pagar el precio inevitable para reemplazar lo robado, a pagar aquel que el desplazamiento de esa gente sin vivienda le cobraría a su alma. Hoy en día La Negociante no la saluda cuando se la cruza. Debe ser que se niega al contacto con la gente con nula habilidad para el lucro vital. Pero El Correntino sí que la saluda. Todos los santos días.

No lo dije todavía, pero mi amiga Miriam es escritora. A veces pienso que no lo era cuando la conocí, pero que el hecho de vivir en San Telmo ha contribuido mucho a convertirla en lo que hoy es.

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19 de mayo de 2008
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Viejos y gloriosos tatarabuelos

Se mantiene en Hiroshima una ruina a modo de monumento, memoria de la explosión que en agosto de 1945 mató a trescientas mil personas. En ese mismo lugar, el epicentro de la destrucción, se alza también un árbol robusto y frondoso que en otoño se convierte en una nube de oro. Si uno presta atención pronto se percatará de que hay algo inexplicable en la presencia de ese árbol. Y habrá acertado. En la primavera de 1946 los ciudadanos de Hiroshima observaron con estupor que de un tronco arrasado estaba brotando un frágil tallo verde. Ahora ese tallo ya es sexagenario: hablamos de un Ginkgo Biloba, el árbol más enigmático que existe, el único ser vivo que ha resistido el beso de una bomba atómica.

Todo en este superviviente (que puede llegar a vivir milenios) es pasmoso. Para los botánicos es un fósil viviente cuyo linaje cuenta con un pasado de doscientos cincuenta millones de años. Para los genetistas es una extravagancia, una planta con dos sexos que da flor y luego pone un huevo (debería explicarlo mejor, ya lo sé, pero no hay espacio). Para los urbanistas es un milagro porque resiste las más venenosas atmósferas, razón por la cual es frecuente en Manhattan (por ejemplo, en el Seagram). Para los farmacéuticos es una mina: cientos de productos, muchos de ellos contra el envejecimiento, se fabrican a partir de las hojas de Ginkgo y hay en Francia plantaciones industriales de pequeños Ginkgos para uso medicinal.

Los viejos árboles son las últimas obras maestras que nos quedan a los ciudadanos sepultados por el cemento y torturados por el ruido. En Barcelona hay una docena de Ginkgos fáciles de localizar gracias a múltiples devotos con blog. Otros árboles igualmente gloriosos, pero más humildes y habituales, no tienen tanta suerte. Pienso ahora en las centenarias encinas del Tibidabo, las que van cayendo bajo el hacha de una Generalitat que se dice "de izquierdas y verde". En ese cementerio quieren instalar una estúpida montaña rusa que llenará los bolsillos de alguien. ¿Verdes? Sí, como los billetes de mil pesetas. 

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de mayo de 2008.

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19 de mayo de 2008
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Breaking Bad

American Movie Chanel, dedicado a películas clásicas, solía ser el canal preferido de nuestros padres y abuelos. Algo cambió con Mad Men: el canal demostró que podía crear una serie original con la calidad de las de HBO. Ahora, con Breaking Bad, está claro que Mad Men no fue una anomalía. Si la serie Weeds ya se interesó por explorar la relación entre la clase media respetable y las drogas (la televisión ha llegado algo tarde a mostrar que no todos los que se dedican al narcotráfico en los Estados Unidos son pandilleros desalmados y/o negros/latinos con mucha mala leche), Breaking Bad profundiza en lo mismo: esta vez, el hombre que se armará un laboratorio ilegal para la producción de droga es un profesor de Química de colegio, desesperado porque le acaban de avisar que tiene una cáncer terminal, y, ya saben, las deudas, los deseos de dejar a la familia con un cómodo futuro económico... El tono de Weeds es cómico-satírico; Breaking Bad es dramática, comienza muy en serio y poco a poco se decanta por el delirio total: Kerouac pasado por Hunter Thompson. Bryan Cranston es notable en el papel del maestro Walter White.

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19 de mayo de 2008
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Galería de espectros: el capitán Ahab

/upload/fotos/blogs_entradas/gregory_peck_as_captain_ahab_moby_dick_med.jpgRafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro cojo del capitán Ahab.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al capitán de Moby Dick?
R.A.: Sí, me refiero a ese personaje que verdaderamente es un personaje difícil de asumir y difícil identificarse con él, o a menos a mí me sucede porque soy alguien que comprende mucho más la cólera que la constancia en el rencor y en la venganza, como tiene el capitán Ahab. Ahora, también considero que es un personaje que una vez entras en su piel es muy difícil escapar de su fuerza, de su voluntad de poder nietzscheana y en esa competición que establece con su enemigo, con la ballena blanca, que es una competición claramente mística y teológica, aunque sea una teología perversa o una teología oscura, del mal. Cuando pienso en el capitán Ahab pienso en la isla de Nantucket, donde estaba la sede de los grandes barcos balleneros, y donde todo olía a una ballena. En ese bar donde se emborrachaban los marineros y sobre todo Ahab, que tenía todas las formas de un interior de la ballena, y el tema de conversación constante era la ballena y la caza de la ballena. Pero Ahab se desinteresaba de ese tema en su sentido económico, pragmático, en su sentido de supervivencia porque verdaderamente él únicamente está interesado en la persecución en una sola ballena, de un leviatán, de un monstruo que previamente le ha dejado cojo, le ha mutilado la pierna. Y eso se convierte en el centro de su única pasión, de su obsesión, de su vida, y se convierte también en una especie de duelo, de danza en la cual el capitán Ahab y Moby Dick parece que vayan intercambiando sus propios papeles. Y evidentemente eso le lleva a lo que sería la culminación del personaje que ninguno de sus tripulantes o marineros puede entender, porque pienso que su deseo es místico, que es el de finalmente clavar el arpón a Moby Dick, a la ballena blanca, y hundirse con ella en las profundidades como efectivamente sucede en la novela. Pero ese hundimiento no deja de ser paralelo o parecido a aquella unión o especie de penetración mutua que narran los místicos entre el que persigue a Dios y Dios mismo. Ahí nos encontraríamos con una especie de gran encuentro demoníaco entre un hombre que acaba identificando a Dios como su propio objeto de rencor, venganza, de pasión negativa. En cierto modo Moby Dick es el dios, el amigo, el amante, y evidentemente también la perdición del capitán Ahab.
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19 de mayo de 2008
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Salir del lugar común

Evitar el lugar común en la prosa es advertencia repetida para quienes deciden dedicarse a la escritura. Sin embargo, los lugares comunes se ofrecen como seductores modos que invitan a detenerse en ellos, a elegirlos, casi siempre, sin reparar en eso. Prometen que lo que escribamos se deslizará amablemente y producirá sus efectos sin comprometer demasiado al lector.

Con su repertorio de ideas y argumentos repetidos, los lugares comunes dispensan de extrañarse, simplifican lo complejo y resuelven rápidamente cómo dar cuenta del mundo y de sus cosas.

Para narrarnos el mundo, Ryszard Kapuściński eligió no habitar los lugares comunes, entendiendo por ellos los de la patria, el idioma, o los estereotipos del periodismo y del periodista.

En el relato de su primer viaje más allá de la frontera, a la India, en Viajes con Herodoto, Kapuściński describe en una breve escena lo que significa haber salido de Polonia y ser un "cuerpo extraño" en su primera escala, en Roma.

En muchas crónicas y reportajes, Kapuściński, que buscó ser uno más allí donde estaba, se describe a sí mismo de ese modo, como un cuerpo extraño. Esta separación del mundo familiar, sin embargo, no se asocia a los estereotipos de quienes, como el viajero turista, van en busca del exotismo o de la espectacularidad. En Ébano, las descripciones de la geografía de África van a contrapelo de las visiones idílicas de la sabana, o de la fascinación por la naturaleza salvaje.

Su ser viajero también se aparta del estereotipo del periodista corresponsal enviado a guerras o a revoluciones para narrar Grandes Historias y ofrecer a los lectores la dosis diaria de conflictos internacionales.

En sus relatos, Kapuściński asume más bien la figura de un viator, de alguien que está permanentemente en camino (en la vía, con expresión porteña). A veces, inclusive, parece que se mueve "con lo puesto", escasamente aprovisionado. Como las multitudes de desplazados, de personas en tránsito que deambulan por los caminos de África porque no tienen adónde ir.

Es frecuente que dependa de los demás para viajar, tanto de un camionero como de un funcionario o de un periodista con más recursos.

Y quizá por sentirse un extraño, Kapuściński procuró permanentemente entrañarse en los demás y en el mundo compartido.

mg

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18 de mayo de 2008
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Clase XIV. El personaje (…y III) planos y complejos

Un personaje, en atención al género donde se mueve y a la extensión por donde transita, puede ser básicamente plano o complejo, estático o dinámico, principal o secundario pues como veremos, no es lo mismo el personaje en un cuento o una novela. En el cuento, por su misma extensión, no es necesario una profundización tan exhaustiva como se requiere en la novela. A veces bastan dos o tres pinceladas, un par de adjetivos físicos y otros dos adjetivos morales, la coherencia de su accionar y poco más. Ello es así porque en el cuento cobran mayor importancia los eventos narrados. En la novela por el contrario es fundamental el personaje y sólo las buenas novelas logran que los personajes terminen conviviendo con nosotros a veces incluso cuando ya hemos terminado la lectura de las páginas de donde salieron. Pensamos en ellos como si su vida, una vez cerrado el libro, siguiera existiendo. Eso rara vez ocurre con los personajes de los cuentos, porque la dinámica empinada, llena de nervio y contundencia del cuento no soporta la larga reflexión que alimenta el desarrollo de una novela. Los personajes de los cuentos son pues como esas personas interesantes que un día se cruzan en nuestra vida y desaparecen sin dejar rastro: como ese jubilado alemán que conocimos durante un viaje en tren y que se bajó en otra estación después de una charla amena o intrigante, o esa chica que bailó con nosotros en una fiesta multitudinaria de fin de año y que nos contó cuatro detalles curiosos de su vida antes de desaparecer entre el gentío... personajes que intuimos ricos, complejos y fascinantes pero que apenas nos han dejado unos cuantos datos sobre su biografía, obligándonos a imaginar todo lo demás. ¿Son personajes planos? No, de ninguna manera. Son personajes apenas sugeridos, pero ricos, tanto como los de las novelas que poco a poco, página a página y capítulo a capítulo, vamos conociendo durante las doscientas, quinientas o mil páginas de la novela. Al final de la misma uno siente que este es un viejo amigo, es alguien con quien hemos compartido ese viaje intenso que conlleva toda ficción de largo aliento. En ambos casos se trata de personajes complejos.

Los personajes planos son aquellos cuya aparición en el cuento son muy tenues, apenas sirven como excusa para insuflar de vida una anécdota. De ellos no conocemos apenas nada, quizá un detalle físico, quizá una mínima característica física o psíquica («La hermosa taquígrafa avanzó invulnerable...» como dice el cuento de Benedetti.  El narrador no se detiene más que en lo contingente, en lo mínimo indispensable para entender el mecanismo de su actuación, que suele ser muchas veces concreta, intensa y efímera.  Mientras más breve el texto más reducido queda el personaje a lo esencial, al trazo breve de su existencia.

También existe la división entre principales y secundarios, es decir entre protagonistas y deuteroagonistas o antagonistas.  Estos dos últimos son respectivamente lo segundos de la acción aunque cabe matizar que en el primer caso ello es exacto mientras que en el segundo no siempre, pues a un antagonista puede suponérsele por su carácter opositor un nivel protagónico.  Eso dependerá de muchos factores, de la intensidad con que aparezca esa lucha entre ambos o  del nivel de imprescindibilidad que queramos otorgarle al antagonista. Naturalmente, el peso de la historia recae sobre todo en el protagonista, pero ello no significa que los deuteroagonistas no tengan suficiente poder como para que en algunos momentos resulten decisivos para el funcionamiento de la historia. Para esto deben resultar secundarios pero complejos, al igual que los protagonistas:  a veces son complejos como en un cuento, a veces más elaborados. Lo  que ocurre es que esa complejidad, a diferencia de lo que sucede en los relatos más breves, es dinámica, es decir que se ofrece siempre mutante, progresiva. El carácter de los personajes va cambiando a medida que avanza la novela. Esto no significa necesariamente que al principio nuestro personaje sea un curita lleno de bondad y termine siendo un tipo capaz de atemorizar a Hitler. No, simplemente significa que su presencia se va llenando de matices, de datos que poco a poco configuran una imagen más exacta del mismo, ayudando así al lector a tener un retrato más profundo que se ha ido modificando de manera radical o sutil, pero progresiva. El personaje puede no ser dinámico sino más bien estático y aunque es más habitual en el cuento que en la novela quiere decir que su aparición en el texto narrativo obedece a un fin muy concreto y requiere una cierta inmutabilidad. Casi siempre representa un valor metafórico y esquemático (el científico algo tocado del ala,  el viejo sabio, el matón inescrupuloso).

Planos y dinámicos, deuteroagonistas y complejos, protagonistas y dinámicos, estáticos y antagónicos... la cuestión es que en realidad son categorías que pueden dar mucho de sí, siempre y cuando sepamos cuál es el registro en el que queremos que se muevan nuestros personajes, que los conozcamos bien y que seamos capaces de ofrecerlos intensos y verosímiles, ya sea con dos trazos o con todas las páginas de una novela.  

La propuesta de la semana

En esta ocasión les vamos a pedir que inventen un personaje, que nos cuenten los rasgos importantes de su personalidad, las líneas básicas de su vida: quién es, cómo se llama,  a qué se dedica y en fin, todo aquello que se les ocurra acerca del mismo. Pero no lo van a hacer partiendo de la nada, no. Lo van a hacer eligiendo alguna de estas fotos que hemos colgado y que las pueden encontrar en www.moderna.org/lookatme. Son fotos de gente anónima, por eso precisamente las hemos elegido. La idea es que cualquiera de ellos puede sugerirnos una profesión, un oficio, una personalidad y también una pequeña historia que nos explique el momento en que le tomaron la foto. Parte de la descripción de este personaje debe procurar arrojar luz  sobre qué ocurrió en el momento en que le hicieron aquella foto, porque posa de esa manera, o por qué sonríe o qué ocurría  en su vida (o pensaba) en ese instante como para ser digno de inmortalizarse... elijan uno de ellos, cualquiera, y cuenten su historia.  Podrán observar, además, que en algunos casos no se trata de un solo personaje, sino de dos, de manera que así podrán elegir protagonista o deuteroagonista, principal y secundario.  Eso sí, pongan en el inicio del texto el número de foto  que  escogieron.

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16 de mayo de 2008
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III. Un viejo amor

Habrá mucha basura, seguramente, entre las ofertas de Kindle, libros mediocres, libros más o menos, y libros muy buenos, entre clásicos y modernos, que es lo que ocurre cuando uno se enfrenta a las mesas de novedades y a los estantes de una librería real. Ya están enlistados, por el momento, los infaltables best-sellers. E igual que en la librería, en Kindle uno puede comprar viendo primero la portada, y lo que dice la contraportada, y puede leer un capítulo de manera gratuita.

Todos los libros que uno quiera en la palma de la mano, entonces. Comprar a mitad de precio, y evitarse salir de la librería cargado con bolsas que luego no halla uno donde colocar, y que siempre reclaman un lugar en los estantes ya agobiados de nuestra biblioteca, que ya no dan para más. Ahora se trata de libros que no serán capaces de molestarnos recordándonos con su presencia que ya tenemos demasiados, y que no avanzamos más que lentamente en cumplir con leerlos. Entramos en ese sueño terrible de los estantes vacíos.

Vayan a darse cuenta de lo que todo esto significa en la página de Amazon. Pero para mí, amigos, amigas, hay un pelo en la sopa, aunque la sopa sea de letras, y es lo mismo que dice la vieja canción: un viejo amor, ni se olvida ni se deja. Libros reales cada uno con su peso y con su aroma, su olor a tinta en mis narices, la tersura de sus páginas en mis manos, la intimidad que ganamos entre ellos y yo desde hace tiempo siempre viva, compañía para siempre en la isla desierta. No les dejo.  

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16 de mayo de 2008
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II. Todos los libros del mundo

Podemos ordenar a Kindle un libro que queremos leer, y lo baja sin necesidad del auxilio de una computadora, y tampoco necesita de cables ni alambres, pues opera a través de la red EVDO de alta velocidad, y por eso mismo uno puede bajar un libro en cualquier lugar donde se encuentre, y bajarlo en un minuto, quizás unas diez veces menos de lo que tardaría el bibliotecario en localizarlo en los estantes de una biblioteca más que eficiente, y traérnoslo.

La existencia invisible de los estantes es por el momento de 120.000 libros, el tamaño de una biblioteca respetable, y Kindle puede almacenar 200 de ellos. Pero pregunten de un año y verán que esa cantidad ha crecido ya muchas veces, de modo que cuando nos digan pronto que ya existe 1 millón de títulos disponibles, no habrá por qué extrañarse.

Es una biblioteca, pero también una librería, y para bajar el libro deseado hay que comprarlo. Amazon ofrece sus libros en línea a través de Kindle, a la mitad del precio de un libro impreso en las librerías reales. Y en los estantes hay también periódicos, los más importantes del mundo en diversos idiomas, lo mismo que revistas, se puede consultar la Wikipedia, que ya bien conocemos, y acceder también a una lista de blogs, como BoingBoing, Slashdot, TechCrunch, Bill Simmons, The Onion, Michelle Malkin, The Huffington Post. Más que una librería. 

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15 de mayo de 2008
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Ronaldo Menéndez, narrador caníbal

Conocí a Ronaldo Menéndez hace casi diez años, en un congreso organizado por a editorial Lengua de Trapo en Madrid. Me parecía algo exótico, un escritor cubano que llegaba de Lima. Recuerdo que me cayó bien su pinta de despistado, su despreocupada manera de andar por el mundo. Me regaló su libro de cuentos, El derecho al pataleo de los ahorcados; Ronaldo me pareció un cuentista magistral. Luego leí La piel de Inesa, novela con partes muy logradas, aunque no terminaba de convencerme del todo. Había algo de la más tradicional literatura cubana en esa obra, esa prosa a veces nada transparente, esa obsesión por el simbolismo y la alegoría; bien encaminadas, esas cualidades han producido y pueden producir grandes obras, pero también son capaces de perder a un escritor joven.

La nueva novela de Ronaldo, Río Quibú (Lengua de Trapo), demuestra que los peligros han sido sorteados, y que este escritor ha dado un gran salto de madurez literaria. Río Quibú comienza con tintes de policial: ¿Quién violó y mató a la bella Julia? La policía se halla detrás de la verdad, pero también el hijo de catorce años, Júnior, intenta esclarecer lo ocurrido. Por ahí acecha un padrastro que puede o no ser el culpable. La narración es intensa, vertiginosa, posee un humor desenfadado y su tono satírico da en el blanco con frecuencia; hay momentos complejos, relacionados con la desenfrenada sexualidad de Julia, que a más de un crítico políticamente correcto le ocasionarán problemas.

Hace una semana, Gustavo Faverón escribía en su blog acerca de cómo el tema del canibalismo ha sido muy estudiado en las cartas de viaje y en las crónicas del período colonial, pero que falta explorarlo en la literatura latinoamericana del siglo XX hasta hoy. Gustavo menciona a algunos autores clave en este corpus: Saer y Vargas Llosa en la novela; Wilcock, Cortázar, Valenzuela, Caicedo, Ribeyro, entre otros en el cuento. Cuando leí el post, añadí a la lista a Piñera y a Alcides Arguedas. Por esas coincidencias afortunadas, al día siguiente cayó en mis manos Río Quibú, texto fundamental para analizar el tema de las "narraciones caníbales" contemporáneas.

Por un lado, está la obvia metáfora de Ronaldo como un narrador caníbal: en su novela, textos de Cortázar, Borges, Monterroso y de muchos otros, son "devorados" para dar lugar a otro texto. Por otro lado, lo que Junior encuentra en los arrabales del río -un descampado con restos humanos, la constatación de que los habitantes del Quibú comen carne humana--, añadido a la obsesión de los isleños por encontrar un famoso Menú Insular ("¿Existe ese Menú en lo íntimo de mi alma? ¿Lo he visto cuando esta tarde miré dentro de mí y ya lo he olvidado? Nuestra memoria insular -huelga decirlo- es porosa para el olvido. Yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, el justo sabor del huevo y del pan de cada día"), llevan a una sorprendente constatación: Ronaldo se ha convertido en un afilado escritor político. En Río Quibú, el canibalismo y su relación con el hambre de los isleños, sirve para una devastadora crítica de un sistema político en el que el líder ha muerto después de "una contrarrevolucionaria enfermedad" a la que se ha enfrentado "sin flaquear aunque adelgazara". Todo parecido con la realidad es pura, asombrosa literatura.

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14 de mayo de 2008
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El golpe de vista

La inteligencia intuitiva no es ahora una novedad. No necesita ningún apoyo la teoría de que "el primer golpe de vista" da en el clavo o de que "la primera impresión" conduce a la conclusión profunda.

Siendo tan arriesgado predicar recetas, muchos creemos en que el dato obtenido de este modo fulgurante merece la máxima puntuación. En la escritura, en la pintura o el oficio del artista, en general, ocurre muy a menudo que tras dar vueltas a una solución constructiva la primera idea se impone como superior. La primera idea viene a ser la mejor idea. La primera idea es la de mayor autenticidad y entereza y todo cuanto procede de ella suele ser fecundo y hermoso.

Buscar deliberadamente una idea es de lo peor que hay. Es buscar el mal menor, el recurso mediocre perdido entre la mediocridad. La idea que sobreviene o salta tiene que ver, sin embargo, con una visión superior y no en el sentido de la trascendencia sino de la omnicomprensión.

Con una idea fuerte, sólo con esta idea enérgica, puede desarrollarse la mayor y más brillante complejidad. La complejidad más convincente y cierta. Atención pues a la idea que nos acomete. Atención a esta primera impresión. La idea se imprime como un cimiento sobre el que levantar el edificio, el aprecio, el juicio, el desdén o la decisión.

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14 de mayo de 2008
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