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Adiós a la confederación

Por 29 de mayo de 2008 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Estaba yo haciendo la cola del supermercado de mi barrio ginebrino cuando la persona que me precedía se giró lentamente y me miró a los ojos. Era un colosal derelicto de los que aquí llaman "sin domicilio fijo". No medía menos de dos metros y su envergadura superaba a la de un lanzador de martillo. Con la cara cruzada de cicatrices y heridas recientes en nariz y labios, sostenía una lata de cerveza con mano tan temblorosa que al abrirla debió de explotar un geiser. Entonces me susurró con voz rasposa: "Perdone, caballero, voy a cambiar de fila porque creo que han abierto la caja contigua". Así lo hizo, alzando los brazos como una bailarina y encogiendo la barriga para no rozarme.

La buena educación, el respeto al prójimo, es el rasgo identitario más acusado de los suizos, nativos o inmigrantes. Aquí es impensable que alguien te grite o te empuje, ni siquiera en los tranvías cuando van repletos. Negros, blancos y verdes, rapados, pinchados, en cueros y con látigo, todos practican un baile minimalista para dejar pasar, subir, bajar, colocar el cochecito, los esquís, las bolsas, los patines o el perro. Cada minúsculo movimiento va acompañado de un canto gregoriano: "Pardon monsieur", "S’il vous plaît madame", "Je suis desolé", "Excusez moi". Los que así se expresan son a veces tipos tremendos, conspicuos miembros de un gang albano kosovar, pero han aprendido que aquí es peligroso hacerse el chulo. Puedes asesinar, y de hecho lo hacen, pero no abusar del vecino en la vida corriente y a la vista del público.

He vivido durante tres meses en el barrio de las putas de Ginebra, un lugar mucho más agradable, limpio y silencioso que los barrios burgueses de Barcelona o Madrid. Por la noche, a las ebúrneas etíopes y brasileñas se les unen los camellos, negros pequeñajos en el estadio terminal de la delincuencia. Nunca hay peleas o barullo. Sólo los domingos por la mañana he visto a veces grupos que disputan a voces y se amenazan bestialmente, pero son africanos ricos, con gordos automóviles y esposas aún más gordas cubiertas de joyas y amuebladas de Dolce&Gabbana. Estos sí son peligrosos. Se hospedan en los lujosos hoteles del lago, compran o venden armas, y los sábados organizan saraos en el barrio caliente que siempre acaban mal. Los ricos son cada día más peligrosos, aquí y en el mundo entero.

En una crónica anterior comenté que lo único que une a los suizos alemanes, franceses, italianos y romanches, todos ellos rotundamente educados e independientes, era la poderosa máquina bancaria. Amigos del lugar me afearon el tópico. Los grandes complejos financieros, decían, son tan criminales en Nueva York o Londres como aquí. Bueno, añadían, en Londres más que en ningún otro lugar. Tienen razón. En la crónica mencionada me faltaba añadir un detalle. Los directores de los mayores bancos y multinacionales suizas, sobre todo químicas y farmacéuticas, son altos mandos del ejército.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_place_de_la_concorde_suisse_med.jpgEn su imprescindible "La Place de la Concorde Suisse" (creo que sólo hay edición inglesa), John McPhee escribió unas crónicas para el "New Yorker" que a pesar del tiempo transcurrido siguen siendo lo mejor que puede leerse sobre un asunto rigurosamente secreto. El periodista americano logró entrevistar a un puñado de altos mandos (aunque los nombres de la oficialidad no son del dominio público) y seguir a un batallón en sus ejercicios anuales. Por su cuenta, logró informaciones que quizás no fueran muy del agrado de los militares, como la fina permeabilidad entre grandes negocios y altas jerarquías castrenses. En realidad, como ya dije, la Confederación está controlada por un puñado de familias, en su mayoría alemánicas. La red financiera e industrial cuenta con la tutela de uno de los mejores ejércitos del mundo. La confederación es inquebrantable.

Cuenta McPhee que en el interior de pintorescas granjas, en paisajes bucólicos, en la espesura de los bosques, hay tanques, depósitos de dinamita, artillería pesada e incluso hangares para reactores. No he vuelto a ver a las vacas con los mismos ojos tras leerle. Aunque todo es alto secreto, al parecer la confederación puede poner en posición de ataque un contingente de 650.000 hombres en treinta horas. Como es bien sabido, el servicio militar dura aquí toda la vida, de modo que los soldados están listos para el combate y armados hasta los dientes mientras ven la tele con los niños. A nadie ha de extrañar que el ejército de Israel sea una copia del suizo: lo han imitado hasta el último detalle.

Todo lo cual puede parecer uno de aquellos artículos izquierdoides de Paul M. Sweezy(hoy Chomsky) sobre la conspiración militar-industrial. Nada de eso. La criminalidad se encuentra tan extendida que ya nadie está a salvo. En la España de Zapatero, pánfila, pacifista, solidaria, tuvo que penetrar el otro día un comando de Greenpeace en una fábrica de bombas-racimo para que nos enteráramos de que exportamos uno de los artículos más mortíferos y repugnantes del armamento actual. Así que, dado que nos van a matar de todos modos, el ciudadano sólo puede exigir que por lo menos los criminales sean educados y gentiles. Razón por la cual si yo pudiera viviría en Suiza. Me faltan unos trescientos millones de euros, lo que me obliga a dejar este país. Y estoy desolado.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de mayo de 2008.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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