
Víctor Gómez Pin
Pedro Laín Entralgo, médico de formación (preciso esta información por que me parece relevante a la hora de referirse a este humanista, de polémica biografía pero extremadamente lúcido a la hora de abordar interrogantes que se hallan en la intersección de la ciencia y las humanidades) evoca la tesis de los anatomopatólogos Krausse y Dobberstein según la cual los animales diferentes del hombre no padecerían espontáneamente enfermedades tan comunes en nuestra especie como el asma, la hipertensión, la bulimia o la obesidad (obviamente tampoco la anorexia; en todo caso sufrirían de disfunción orgánica como consecuencia de la desnutrición). Pero tampoco padecerían de arterioesclerosis, reumatismo (en las diferentes modalidades) o úlcera péptica. Es importante la precisión espontáneamente, ya que sí pueden darse en ellos tales enfermedades como resultado de una intervención experimental del ser humano, o por accidente que provoque una disfunción (así la úlcera péptica podría producirse en caso de erosión de la mucosa gástrica). Cabe precisar que, experimentalmente, también se pueden producir fenómenos, en apariencia lingüísticos en los grandes simios. Estoy aludiendo a conocidos casos (así el del irónicamente llamado Nim Chimsky) de primates que (mediante enormes cantidades de dólares y gigantescos esfuerzos por arrancar al animal a su propia naturaleza y acercarle a la nuestra) llegaban a sintetizar expresiones que un niño forja como simple expresión de que su condición natural se está actualizando, se está haciendo efectiva.
En todo caso, para explicar esta ausencia de enfermedades tan corrientes en el ser humano se puede obviamente evocar el mayor grado de complejidad de éste, pues el índice de vulnerabilidad es proporcional a la complejidad. Pero tal explicación no es suficiente. La enorme complejidad de nuestro organismo constituye tan sólo una condición necesaria. Hay algo en nosotros que parece operar como causa singularísima e irreductible, no tan sólo a la hora de explicar la percepción que el sujeto tiene de su enfermedad y el mayor o menor grado de adecuación al aspecto reactivo que la propia enfermedad supone (entendiendo por aspecto reactivo la tendencia a recuperar el equilibrio). Esta causa singularísima se vincula a la especificidad del hombre en el seno de la animalidad. Especificidad que marca cada una de las modalidades de relacionarse con el mundo, modalidades que compartimos con los animales, pero que tienen rasgos peculiares.