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Mensaje en la botella

Rafael Argullol: Es para mí una experiencia interesante en cuanto a que es una nueva síntesis y en consecuencia ha sido un reto.

Delfín Agudelo: ¿Cómo definirías entonces un blog literario? ¿En qué crees que consiste? ¿Cuál es su utilidad, de llegar a tenerla?

R.A.: Yo imagino que actualmente puede haber tantas definiciones de blog como bloggers haya; y esto todavía es más evidente en algo que pretenda ser un blog literario. Por tanto admitiendo todas las otras concepciones, veo el blog literario siguiendo el ejemplo anterior, como la combinación de dos figuras: una es  como el mensaje que pones en la botella y botas al mar, de manera que el destinatario era desconocido, incluso a través de los siglos; acompañado, sin embargo, de lo que antes llamaba el nerviosismo y la inmediatez de la nueva comunicación. Es un mensaje en la botella lanzado al mar pero lanzado a un mar en la cual hay una multitud de destinatarios que pueden acusar recepción de manera casi inmediata. Por tanto, por un lado te encuentras con una cierta exposición al desnudo o desprotección, y por otro lado sin embargo te encuentras con una gran compañía de signos y señales por parte del receptor. En ese sentido diríamos que un blog literario sería en cierto modo la literatura o escritura literaria que tú puedes poner en el interior de una botella, pero enviada a la velocidad del taquígrafo; o si se quiere, a la velocidad de la luz, y con destinatarios que pueden estar a mucha distancia en el espacio pero que en el tiempo pueden ser asombrosamente y provocadoramente inmediatos.

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12 de junio de 2008
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Un plebiscito racial

Hablando siempre de xenofobia, consuela que no sólo el niño de la escuela salesiana del barrio napolitano de Monticelli advierta, en su inocencia, que la persecución y violencia contra los gitanos es injusta. En Suiza, donde se vota por todo, desde el sitio para ubicar los vertedores de basura, al color de los autobuses escolares, los ciudadanos acaban de dar una lección de cordura al rechazar en un plebiscito una ley que pretendía dejar en manos de los vecinos de un barrio, un poblado o un distrito, la decisión de conceder la nacionalidad a los extranjeros que no pertenecieran a ningún país de la Comunidad Europea.

El partido xenófobo de ultraderecha UDC-SVP, tan fuerte como para haber ganado las elecciones legislativas del 2006, fue el que introdujo la propuesta de ley, que al ser votada obtuvo un contundente rechazo del 64%. No todo está perdido, ya ven, y la trampa falló.

Imaginen a un extranjero procedente de Senegal, o de Rumania, o de Bangla Desh, o de Ecuador, o de Marruecos, teniendo que hacer campaña de casa en casa para obtener su nacionalidad, obligado a enseñar sus peligrosas credenciales: el color de su piel, su extraña vestimenta, su mala pronunciación, él mismo una invitación al rechazo. Una fementida pretensión de utilizar la democracia directa para obligar a la discriminación por razones étnicas, en un país de todos modos multicolor, empezando por Ginebra, la más internacional acaso de las ciudades europeas.

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12 de junio de 2008
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El kiosco global

Este local a la intemperie llamado kiosco, kiosko o quiosco, comprimido como un átomo, que para algunos se ha ido desvirtuando con tanto cachivache, a mí me alegra la vista. Ahora que han ido desapareciendo los pequeños comerciantes y porteros que salían a la puerta a ver pasar a la gente en los ratos muertos, el kiosco es el eje de la calle, un lugar familiar cada vez más concurrido gracias a mi kiosquera, con camiseta en verano y anorak en invierno. Su cara asoma rodeada del colorido de las portadas de las revistas como en medio de un prado primaveral. Tal vez Internet sea lo más parecido a un kiosco. Un kiosco virtual en el que no se pasa ni frío ni calor y donde no hay tantos problemas de espacio, pero donde habrá que inventar a un kiosquero que nos dé los buenos días y nos pregunte si ya hemos arreglado el coche. Para quienes empezamos a educarnos con los tebeos que comprábamos en el kiosco, la tinta y el papel conservan un encanto irresistible y sentimos que la letra impresa tiene valor en sí misma, como un grabado.

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12 de junio de 2008
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Lecturas en el avión

Una de las decisiones más importantes y complejas que tomo antes de embarcarme en un largo viaje tiene que ver con el material de lectura. Me puedo pasar un par de horas escogiendo qué debo leer durante un par de horas. Trato de asegurarme de que la cantidad sea la correcta, aunque prefiero excederme, pues más vale que sobre a que falte: quedarme sin lectura encerrado en un avión, en medio de un vuelo transatlántico, es una invitación a la claustrofobia. Intento que no haya ripio, que lo que me acompañe sea de primer nivel: nada de lectura de aeropuerto (he leído a Vila-Matas en un Madrid-Filadelfia, a Benavides en un Barcelona-San Pablo). Trato de diversificar el material, de que haya textos cortos y largos: novelas, revistas, periódicos.

Para este Ciudad de México-Amsterdam, me llevé varios Gatopardos, un Nexos, muchos periódicos (Reforma, Financial Times, The International Herald Tribune), el manuscrito de un libro de cuentos de un escritor boliviano, y libros: una novela de Joseph O'Neill (Netherland), la primera de Lem (El hospital de la transfiguración), una antología de cuentos de la nueva narrativa mexicana (diré más sobre esto en otro post). Mi maletín pesaba.

Lo mejor de los periódicos: los editoriales del Herald Tribune sobre el inicio de la batalla Obama-McCain. Lo mejor de las revistas: una crónica de Leonardo Haberkorn el el Gatopardo de este mes, sobre la extraña saga de Lestat Claudius de Orleans y Alda Ribeiro, una pareja dispareja (él, norteamericano de veintitantos; ella, uruguaya de cuarentaitantos) que llegó a Bolivia a fines del 2005, y que en marzo del 2006 puso bombas a dos hoteles en La Paz, causando la muerte de dos personas. Lestat y Alda fueron arrestados, y en enero de este año condenados a treinta años de cárcel. Poco después, Lestat se suicidó.

Esta crónica fascinante fue una de mis oportunidades perdidas. Hace un par de años, cuando Daniel Alarcón preparaba el número especial del Virginia Quarterly Review y Etiqueta Negra sobre Sud América, el escritor peruano/norteamericano me sugirió que escribiera sobre Lestat. La idea me tentó, pero al final decidí pasar y escribí sobre Santa Cruz, "la otra Bolivia". Me alegro: lo mío hubiera palidecido ante el trabajo de sabueso de Haberkorn. Un dato que vale toda la crónica: Lestat quería cortar vínculos con su país y se negaba a utilizar el pasaporte de los Estados Unidos; tenía un pasaporte sin validez legal del World Service Authority, y trataba de entrar con él a los países. Por supuesto, era rechazado, y debía, a regañadientes, usar el pasaporte norteamericano. Sólo una vez se dio el gusto de ingresar a un país con el "pasaporte de un país imaginario llamado Autoridad Mundial de la Luz". ¿Adivinan dónde? Sí: en Bolivia. Rafael Puente, entonces viceministro de Régimen Interior de Bolivia, declaró: "el funcionario de Migración era un tipo tan inepto o tan corrupto -yo imagino que más bien inepto- que no se dio cuenta de que ese pasaporte era de un país inexistente".

Entre la ineptitud y la corrupción: ah, mi país, cómo duele algunas veces.

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11 de junio de 2008
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Vidas para lelos

A lo largo de un número de años que no bajan de cinco, durante la época ya oscura en la que Fraga Iribarne impartía clases en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, fue materia de constante disputa (siempre agónica) el valor o mérito de los modos de bailar de Fred Astaire y Gene Kelly. La pugna, que en ocasiones llegaba a ser tan tensa como para provocar urgentes reuniones de aparatos de partido (muy pequeños partidos) o células ejecutivas en las que se afanaban los comisarios siempre atentos al sosiego de los militantes, tenía un precedente relacionado con dos órganos cinematográficos, Nuestro cine, de una parte, y Film Ideal, de otra, que exponían una lucha similar, pero bajo armaduras distintas: Juan Antonio Bardem contra John Ford. El Partido Comunista, sostén oficioso de Nuestro cine, defendía la nobleza ideológica de Bardem, firmemente asentada sobre el materialismo dialéctico, en tanto que la otra revista, financiada por los jesuitas y pilotada en aquellos años por el marciano Guarner, consideraba de una más alta moralidad la obra de John Ford, inspirada por el código del honor de los caballeros de la Tabla Redonda. Los grupúsculos ultraizquierdistas estaban unánimes de parte de John Ford y contra el oscurantismo del Partido, más clerical que los jesuitas.

No obstante, en la disputa entre los estilos incompatibles de Fred Astaire y Gene Kelly, la matización era mucho mayor, ya que en ese caso no se discutía sobre códigos individuales e ideologías colectivistas, sino sobre algo tan inaprensible como el aspecto, la vestimenta, los movimientos, los gestos y la escenografía de unos bailes que, sin embargo, construían mundos completos y autosuficientes. La mayor sutileza de la disputa se advertía en que no había divisoria política, ya que militantes de Bandera Roja, del Felipe, de Bandera Negra y de otros grupúsculos de la época podían pertenecer a uno u otro bando sin problemas. La distinción mayor era que ningún miembro del Partido Comunista intervenía en la disputa, ya que el Partido consideraba igualmente imbéciles y sin duda imperialistas a ambos bailarines y a sus defensores. En materia de baile nadie sabe lo que defendía el Partido, exceptuando algunos aires folclóricos como los actualmente subvencionados por el más esplendoroso caciquismo, lo que indica hasta qué punto son embrionarios los estudios sobre el Partido.

Viendo el otro día una versión remasterizada de Cantando bajo la lluvia, cúspide de Kelly y de Donen, reviví la disputa y de inmediato acudí a un establecimiento especializado para alquilar unas cintas de Fred Astaire. El contraste no puede ser más poderoso y uno se pregunta cómo es posible que haya desaparecido de la creación artística esta particular división, a lo que me respondo de inmediato que por la defunción de la teoría, es decir, por la actual mensuración de las obras de arte en términos moralizantes y ya no artísticos. Lo que aquilata el valor de la obra es hoy la adscripción del autor a un conjunto de reclamos identificables con propuestas mediáticas masivas. La obra puede ser católica, solidaria, poscolonialista, federalista, antiglobalizadora, de minoría agraviada, o cualquiera de los restantestópicos, independientemente de la mayor sabiduría con la que se hagan materia tales tópicos.

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Entre Fred Astaire y Gene Kelly las cosas iban en serio. El primero ostentaba el canon de la elegancia, como en otro tiempo aquel Beau Brummel que había logrado imponer la sobriedad en el hábito de los aristócratas ingleses, alejándolos de colorines y afeites. Los movimientos de Astaire respondían a una racionalidad extrema, más próxima a la idealización del cuerpo animal (gacelas, panteras, delfines) que al brutal espasmo peristáltico del proletariado. Su clasicismo era tan sólido, tan pericleo, tan euclídeo, que no sólo se distanciaba de cualquier debilidad romántica sino que las anulaba y arrasaba con una equis de pierna diseñada a tiralíneas. Como no podía ser de otra manera, con su pareja, Ginger Rogers, mantuvo una férrea imagen conyugal a pesar de la atonalidad sexual de todos conocida.

Por el contrario y como puede constatar cualquiera que revise la película antes mencionada (una obra maestra muy parecida a Esperando a Godot), el estilo de Gene Kelly era un ataque salvaje, desalmado, ordinario, contra lo que aún entonces se consideraba "elegancia" y "clasicismo", sin caer tampoco en el romanticismo que arruinaba toda la producción europea, obsesionada con los restos humeantes de la religión cristiana, especialmente entre los ateos. Disfrazado de payaso, de enano, de comparsa en un burlesque, de amante daliniano, de centro topológico en un aparatoso caleidoscopio a lo Busby Berkeley, o de Fred Astaire (a quien parodia en uno de sus innumerables bailes), Gene Kelly era siempre la vanguardia de todo lo que había defendido Nietzsche con su atropellada filosofía, la pura vitalidad destructiva, el dionisismo, la autoparodia, la astucia del músculo, el nihilismo que ama la ternura del caos. Su pareja no era Debbie Reynolds, una virgen de 19 años, sino el psicópata autodestructivo Donald O'Connor.

Si Fred Astaire idealizaba al animal humano, Kelly lo elevaba por encima de cualquier melancolía zoológica. El cuerpo que baila en los números de Kelly es un cuerpo lúcido sobre su poder, sarcástico con la petulancia del poderoso, irónico con la vanidad del apolíneo, despiadado con el grotesco espectáculo de la bondad humana. No con la bondad, sino con el espectáculo de la bondad.

Basta comparar el uso de la fotografía de modas, especialmente las de Vogue y Vanity Fair, en las películas de Astaire, y la venenosa caricatura que les dedica Kelly en la ya tantas veces citada cinta, una sucesión de diabólicas groserías que anticipan lo que muchos años más tarde, en su versión neo-neorromántica, refinará Almodóvar. En los números de Kelly, el potente artefacto del baile incorpora todas las máquinas, las centrales eléctricas, el subsuelo hinchado de energía de las grandes capitales, la fermentada savia de los lupanares, las heces que burbujean por los gigantescos conductos del alcantarillado. Astaire, por su parte, llega, en sus momentos sublimes (aunque no es poco), al vuelo del flamenco, el digno fluir del cisne y el salto de Nijinsky por la ventana del vacío. Pero el cisne sólo puede mantener la dignidad mientras no pise la tierra y por esa razón Astaire no obedecía a la ley de la gravedad. Kelly era el hijo de la gravedad y no hay menos de 50 caídas, traspiés y trompazos en la película.

Esta disputa, que ahora podríamos ampliar a los contrapuestos modelos cristiano (Charlie Chaplin) y nihilista (Hermanos Marx), abarcaba entonces figuras tan hermosas como Kafka (el doliente) contra Joyce (el gozoso), en una gigantomaquia que escindía el mundo en dos sectores perfectamente delimitados: los partidarios de la duración (y por tanto de la autoridad, el sacrificio y el colectivismo) y los partidarios de la transformación (y por tanto de la imaginación, el placer y el individualismo).

Busco en la actualidad alguna pareja que se enfrente de un modo claro y distinto, que elija partido con decisión y coraje entre la dinámica y la estatuaria, que nos muestre el mundo en sus dos eternas posibilidades (aquellas a las que Hegel señalaba cuando escribió: "Yo soy el combate"), pero no la veo por ninguna parte. Signo inequívoco de que ha vencido una de las dos.

No seré yo, sin embargo, quien decida y publique cuál de las dos ha derrotado a la otra porque su victoria tiene como irremediable consecuencia el empobrecimiento, el hastío y la miseria espiritual que se instalan cuando un vencedor se ve en la obligación de imitar al vencido, simulando haber vencido, para no aburrir a la clientela.

Artículo publicado en: El País, 11 de junio de 2008.

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11 de junio de 2008
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El infierno por TV

Hace unos cuantos años, cuando todavía trabajaba en un diario argentino, Charly García protagonizó uno de sus múltiples escándalos -creo, ahora que escarbo, que se trató de la vez que alguien lo internó en una clínica- y yo me sentí obligado a escribir una columna sobre el tema. Por suerte la olvidé por completo; ojalá desapareciese de todos los archivos. Imagino que le reclamé que siguiese a la altura del mejor momento de su vida (el mejor momento para mí, cuanto menos, en tanto fan de su música), y que viviese su condición de artista no sólo como un don, sino como una responsabilidad. (Mi, mi, yo, yo: todo lo que me importaba, presumo, era que García produjese más canciones como las que marcaron mi vida entre los años 70 y 90.) Recuerdo, eso sí, que Fito Páez se enojó conmigo. /upload/fotos/blogs_entradas/el_rockero_charly_garca_med.jpgCreo que hasta se tomó el trabajo de llamarme por teléfono. Debo haber pensado que Fito le tenía tanto cariño que se sentía en la necesidad de perdonarle todo cuanto hiciese. En cambio yo era un periodista, y por mi voz hablaban todos. El rol de fiscal me sentaba naturalmente.

Ayer vi en un noticiero unas imágenes que me partieron el alma. Ya me había enterado de que Charly había protagonizado un nuevo escándalo en Mendoza, producido destrozos en un hotel y terminado internado, primero en un hospital y luego en una clínica psiquiátrica. La noticia me había entristecido, como me ocurre cada vez que Charly aparece en las noticias por estas razones; a esta altura de mi vida creo haber comprendido lo que Fito quiso explicarme entonces, y sé que no tengo nada que perdonarle a Charly -es su vida, y tiene derecho a hacer con ella lo que quiere, o bien (como nos ocurre a todos) lo que puede-, en todo caso lo que sí tengo es mucho, muchísimo que agradecerle. Pero lo que vi me estremeció hasta los huesos. Alguien -vaya a saber Dios quién; en cualquier caso, que ese mismo Dios se apiade de su alma- se tomó el trabajo de filmar, supongo que con un teléfono móvil, la escena en que varios paramédicos reducían a García en aquel hotel de Mendoza. Era evidente que ya lo habían sedado, que lo habían puesto boca abajo y atado la mano derecha a su espalda. El audio es deficiente, pero bastaba para que uno oyese lo imprescindible. Primero el tono de la voz de García: lastimero -vaya a saber cuántas cosas le habían inyectado ya-, sonaba como suenan los corderos cuando se los desangra sobre una jofaina -boca abajo, también. Lo segundo inteligible eran algunas de sus palabras, repitiendo lo mismo en todas las variantes posibles: hijo de puta, hijos de puta. Incluso en el peor de sus momentos, García se las arregló para anticiparse en el tiempo y proferir el único calificativo que cabe a aquellos que perpetrarían lo que estaba por venir.

¿Existe alguna justificación válida para difundir esas imágenes en un medio de comunicación público? Y por favor, no se les ocurra decirme que eso es periodismo, o mentar el sagrado derecho del Soberano a la información. A esa altura de la soirée ya sabíamos todo lo que era necesario saber sobre el asunto: que Charly había sufrido uno de sus episodios, que estaba internado y que su estado de salud era estable. Full stop. Más allá de estos datos, nadie que no fuese pariente o amigo íntimo tenía derecho a saber otra cosa. Ni siquiera los fans. ¿Toleraría cualquiera de ustedes que alguien mostrase por TV imágenes del momento de mayor indefensión en sus vidas? ¿Creen, en todo caso, que el hecho de no ser famosos los protegería en caso de que su Vía Crucis personal se convirtiese en noticia?

Esas imágenes constituyen el momento más bajo, más degradante del periodismo televisivo que he visto en mucho pero mucho tiempo -y eso que viene protagonizando uno de sus peores momentos, hecho evidente durante el lockout de empresarios agropecuarios. ¿Debo pensar que es casualidad que esas imágenes hayan tenido tanto despliegue, justo cuando la Presidenta dejó a los Cuatro Jinetes del Campo sin discurso y había que llenar pantalla con algo que ya no fuesen las rutas?

No hay derecho a usar a ningún artista como commodity, por popular que sea; y ni siquiera en el caso que el presunto artista o celebridad esté más que dispuesto a ser utilizado. En el caso particular de García -gracias, Fito-, se trata de un artista que iluminó las vidas de millones de argentinos, convirtiéndolas en algo mejor de lo que tenían derecho a ser por sus propios medios. Lo mínimo que se merece es respeto. La exhibición de esas imágenes fue degradante para él, y nos llenó de vergüenza a todos los que no podíamos creer lo que estábamos viendo. Yo lo considero el hermano mayor que nunca tuve. Y a los hermanos, aun en el caso de que sean pródigos o infames, no se los expone ni difama en público: se los abraza, se los preserva, especialmente cuando están caidos.

Ojalá que no sea una cortina de humo lo que se dice por ahí, y que deroguen de una maldita vez esta ley de medios de la dictadura que todavía padecemos.

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11 de junio de 2008
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Aquel a quien la filosofía ha abandonado

Mantenerse a la altura del espíritu, mantenerse a la altura de lo que
supone que la carne haya llegado a ser verbo, conlleva tensión en la
vigilia o en el sueño, y por ello muchos no se sienten capacitados
para ello. Si renuncian a la filosofía, se abisman en la cotidianeidad
y sus espejismos; si meramente fingen responder a ella, el sentimiento
de usurpación les corroe.

Aunque ciertamente es mayor el grado de miseria en aquel que parece
no trascender la vida de un animal dotado de un código de señales.
Pues cuando uno se encuentra atrapado en la telaraña del trabajo
esclavo, aderezado con evasiones cuya función esencial es simplemente
llenar el tiempo, a fin de que no haya un solo resquicio para la
lucidez; cuando la hipótesis de escapar a este embrutecedor ciclo,
lejos de aparecer como liberación del yugo, es amenaza de marginación
y desarraigo; cuando la creación es esencialmente cosa de otros y,
como mucho, a uno le toca el papel de consumidor de cultura (que es
realmente un consumo como otro cualquiera); cuando se busca la mano
del otro, no al afrontar con entereza el inevitable combate, sino al
esconder temerosamente la cabeza; cuando el vínculo de los cuerpos no
es fiesta sino consuelo (consuelo literalmente de los afligidos);
cuando el deseo de ser ocasión de que se recree en otros seres el
lenguaje y el espíritu, muta en ansia de que alguien, tomando el
relevo en la vida genuflexa, permita a uno abismarse en el subterráneo
de la jubilación; cuando, en suma, el orden social nos reduce a "vivir
y pensar como cerdos" (según la cruel expresión de Gilles Châtelet)...
entonces la sola evocación de la filosofía suena realmente a sarcasmo.

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11 de junio de 2008
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La novia

Una amiga tiene una hija que sufrió un accidente yendo de paquete en
una moto. De esto hace quince años, cuando ella tenía veinte.
Permaneció ocho meses en coma y recobró después la conciencia pero no
todas las facultades. Vive en una silla de ruedas comunicándose
dificultosamente con los demás, excepto con su madre que dice
entenderla plenamente.

Poco antes del accidente había roto las relaciones con su novio pero
luego el novio fue de aquellos que se turnaban incansablemente para
atenderla y dormir a su lado mientras estuvo internada. Luego ha
seguido visitándola y va a comer con ella y su madre un día a la
semana. Le lleva regalos, bombones, flores, y ella cree que sigue
siendo su novio sin que nadie se atreva a romper esta creencia.

La madre dice entre nosotros que su hija es muy comunicativa, tanto
que resulta insoportable estar a su lado. El cine resulta ser la mejor
solución para interrumpir o silenciar su flujo de interrogaciones y
comentarios continuos que buscan acaparar sin descanso la atención de
su madre. Por eso dice su madre que ama el cine.

También dice de ella que está monísima y pide la ratificación de una
amiga que la conoce, sentada a su lado y con el bolso sobre las
rodillas. La amiga, sorprendida por esa declaración que la reclama
apremiantemente no acierta a más que a mover la cabeza afirmativamente
mientras denota que está revisando, a la vez, la belleza real o
inventada de la muchacha.

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11 de junio de 2008
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Escape de Nahualópolis / I

I. En caso de caos en casa. 

Hará un mes que le declaré la guerra. No es que lo viera débil o me sintiera fuerte, pues todo lo contrario, el demonio del caos me tenía perfectamente apergollado. Luego de varios años de ir invadiendo mis distintos espacios, pocos metros cuadrados le faltaban ya por arrebatarme. Tenía en su poder tres recámaras completas, más numerosas zonas de la mía, donde los montes de periódicos, libros, películas, cuadernos y álbumes hacían de cada búsqueda una excursión inmersiva por hondas y enlamadas lagunas mentales. ¿Qué hace esto aquí?, se dice uno búsqueda tras búsqueda, como si la botella de yoghurt que caducó al principio del invierno pasado hubiera conseguido escapar del refrigerador y luego camuflarse bajo cuatro cables, tres libros, una pila de copias fotostáticas, otra más de recibos, invitaciones y estados de cuenta de los que nunca quise acordarme, más dos controles inalámbricos, tres videojuegos, un psp, dos cargadores de corriente, la guitarra del wii, seis revistas iguales, cuatro instructivos diferentes y un número indeterminado de cintas de video digital que nunca etiqueté, seguro cada vez de que lo haría más tarde. En un ratito, pues.

     De pronto me pregunto cuántos ratitos de estos son necesarios para que suene la alarma principal, pero no los conté. Como eran pequeñitos, les di poca importancia, y ahora cada uno regresa a mí injertado en temporada, con un precio que así lo certifica. De sobra está contar que Mr. Chaos, soberbio como es cuando se ve en ventaja, se carcajeó de mi beligerancia.

     -¿Quién te ha dicho que puedes vivir sin mí?- repuso el adefesio aparecido, apenas se repuso del ataque de risa.

     -Hablas como si no supieras que eres mi hijo tarado. El caos que engendré porque así quise. Con esas ínfulas de dealer cósmico, cualquiera diría que llegaste antes que yo -lo atajé, al tiempo que tomaba uno de mis cuadernos y dábame a trazar un plan de ataque numerado.

     -¿Qué haces? ¿Una lista buenos de propósitos? ¡Cosita, que me vas a hacer llorar! -canturreó, con medido afeminamiento, y rompió en otra de esas risotadas a las que tan afecta suele ser cierta especie asquerosa de villanos sardónicos.

     -No es una lista de buenos propósitos -atrapado in caganti, mentí en defensa propia- y te ruego que tomes tu distancia. Cosita la más perra de tu casa, con todo respeto.

     -Ojalá que de aquí a treinta días sepas de menos dónde quedó tu lista. Pero como ya sé que una vez que la pierdas nunca vas a encontrarla, te anticipo que vamos a acabar riéndonos juntos. De la lista y de ti, ingenuote -dicho esto se esfumó, dejando tras de sí una de sus famosas humaredas, cuya sola absorción por los pulmones induce a placenteros y elásticos accesos de pereza autocompasiva. Antes de caer presa de sortilegio tan suculento, me dije que mañana mismo empezaría.

     No crean ustedes que vivo de espaldas al hecho de que Don Caos goza de buena prensa entre quienes alguna vez abrazamos estilos de vida alternativos, quién sabría si a falta de otra alternativa. Nada parece haber más cool que asilarse felizmente en el caos luego de haber librado, a lo largo de tantos episodios de pedagogía contraproducente, batallas desiguales contra los fundamentalistas del orden. Pero de ahí a cederle los controles y claves de la propia existencia al vándalo risueño para que la contrahaga a su capricho, media tanta distancia como la que separa a la inconformidad del terrorismo. Una cosa es llevarte bien con los borrachos y otra llevártelos a vivir a tu casa.

     Luego de pocos días de incubar esta raza de reflexiones inofensivas y autoerotizantes, entendí que no me iba a bastar con saber dónde estaba la lista -veinte puntos titánicos, cuya mera escritura resultóme tiránica-, pues el nahual igual se burlaría de mí cuando pasara el mes y, lejos de ganarlo, hubiérale cedido más y más territorio, inmerso en esa inercia de tiempos apilados sin conciencia. Con el pretexto cómodo de que tal vez así podría despistarlo, comencé por burlarme de mi lista. Menospreciarla, ridiculizarla, darle el trato que suelen recibir los ñoñotes propósitos de Año Nuevo. Humillarme delante de ese enemigo vaporoso a quien recién había desafiado. Ya después, cuando la marea bajara y el regusto de sus inciensos corruptores se desprendiera al fin de mi voluntad, encontraría la forma de burlarlo.

     Con el paso de algunas cordilleras de horas escarpadas y nebulosas, fui comprendiendo que la lista de marras era en tal modo fatua y autoritaria que acabaría por servir a la causa enemiga, pues como ya se ha visto la autoridad tiene un problema conmigo. Pero no iba a romperla como un principiante. No, señor. La dejaría ahí, limpiecita. Sin palomas, ni taches, ni asteriscos. Intacta como novia de difunto. A la vista de tan desfachatada negligencia, nunca imaginaría el coludo enemigo que en sus plenos dominios se ocultara un enclave de mi orgullo industrioso, alzado en armas en rigor secretas, y ojalá que también devastadoras...

 

     ¿Es, en efecto, el del caos nada más que un nahual mustio, colonialista y permicioso?

     ¿Qué tan cool te parece combatir con remilgos de beata-bien-reciente a quien sabe tu precio, tu vicio y tu sabor?

     ¿Es el de la rutina espectro preferible, y en tanto serán éstas las últimas tardes con pereza?

     Próximamente: II. Llámame Ruth.

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11 de junio de 2008
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XII. Un blog literario sobre un blog literario. La experiencia virtual de un neófito.

Rafael Argullol: Tras unos meses de realizar un blog literario, tal vez valdría la pena plantearse en qué consiste.

Delfín Agudelo: Desde hace ya casi siete meses venimos teniendo esta serie de conversaciones "a tumba abierta" que conforman el blog. Desde entonces hemos atravesado el dédalo del insomnio, hemos visto la dimensión espectral del arte, las ideas y sensaciones del ritmo de la escritura, las escuelas de creación literaria, los testamentos artísticos; hemos visto las cartas de amor, la expulsión adánica, las geografías de la ciudad, la literatura; y sin contar con los espectros que te han visitado una y otra vez. Todo estos temas desde siempre han estado presentes en tu obra. Pero no su sistema de publicación: la idea del blog es nueva para ti. ¿Cómo ha sido la nueva experiencia de publicación virtual, sin paso previo por el papel?

R.A.: Para mí ha sido un cambio muy importante, porque no soy una persona que tuviera una experiencia previa al respecto, ni tampoco alguien que haya utilizado excesivamente las llamadas "nuevas tecnologías". En ese sentido puedo considerar que he sido un escritor vinculado a la forma tradicional de la escritura, y por otro lado alguien que también ha utilizado el lenguaje oral y la palabra como un componente importante en conferencias y cursos. Pero por primera vez me he planteado esta nueva forma de comunicación; y precisamente la primera sensación que he tenido es que  esa nueva forma de comunicación e intercomunicación es una curiosa síntesis entre la tradición anterior a la escritura, al menos tal como ya la había experimentado, y lo que era la oralidad. Es decir, por un lado -al menos por parte del que realiza el blog- se necesita la pausa, lentitud o reflexión propia de la escritura, en el sentido habitual del término; y por otro lado también se necesita el nerviosismo, la rapidez de reflejos, de alguna manera cazar al vuelo los pensamientos y sensaciones propias de la oralidad. Por tanto, es para mí una experiencia interesante en cuanto a que es una nueva síntesis y en consecuencia ha sido un reto.

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11 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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