Vicente Verdú
Una amiga tiene una hija que sufrió un accidente yendo de paquete en
una moto. De esto hace quince años, cuando ella tenía veinte.
Permaneció ocho meses en coma y recobró después la conciencia pero no
todas las facultades. Vive en una silla de ruedas comunicándose
dificultosamente con los demás, excepto con su madre que dice
entenderla plenamente.
Poco antes del accidente había roto las relaciones con su novio pero
luego el novio fue de aquellos que se turnaban incansablemente para
atenderla y dormir a su lado mientras estuvo internada. Luego ha
seguido visitándola y va a comer con ella y su madre un día a la
semana. Le lleva regalos, bombones, flores, y ella cree que sigue
siendo su novio sin que nadie se atreva a romper esta creencia.
La madre dice entre nosotros que su hija es muy comunicativa, tanto
que resulta insoportable estar a su lado. El cine resulta ser la mejor
solución para interrumpir o silenciar su flujo de interrogaciones y
comentarios continuos que buscan acaparar sin descanso la atención de
su madre. Por eso dice su madre que ama el cine.
También dice de ella que está monísima y pide la ratificación de una
amiga que la conoce, sentada a su lado y con el bolso sobre las
rodillas. La amiga, sorprendida por esa declaración que la reclama
apremiantemente no acierta a más que a mover la cabeza afirmativamente
mientras denota que está revisando, a la vez, la belleza real o
inventada de la muchacha.