Marcelo Figueras
Hace unos cuantos años, cuando todavía trabajaba en un diario argentino, Charly García protagonizó uno de sus múltiples escándalos -creo, ahora que escarbo, que se trató de la vez que alguien lo internó en una clínica- y yo me sentí obligado a escribir una columna sobre el tema. Por suerte la olvidé por completo; ojalá desapareciese de todos los archivos. Imagino que le reclamé que siguiese a la altura del mejor momento de su vida (el mejor momento para mí, cuanto menos, en tanto fan de su música), y que viviese su condición de artista no sólo como un don, sino como una responsabilidad. (Mi, mi, yo, yo: todo lo que me importaba, presumo, era que García produjese más canciones como las que marcaron mi vida entre los años 70 y 90.) Recuerdo, eso sí, que Fito Páez se enojó conmigo. Creo que hasta se tomó el trabajo de llamarme por teléfono. Debo haber pensado que Fito le tenía tanto cariño que se sentía en la necesidad de perdonarle todo cuanto hiciese. En cambio yo era un periodista, y por mi voz hablaban todos. El rol de fiscal me sentaba naturalmente.
Ayer vi en un noticiero unas imágenes que me partieron el alma. Ya me había enterado de que Charly había protagonizado un nuevo escándalo en Mendoza, producido destrozos en un hotel y terminado internado, primero en un hospital y luego en una clínica psiquiátrica. La noticia me había entristecido, como me ocurre cada vez que Charly aparece en las noticias por estas razones; a esta altura de mi vida creo haber comprendido lo que Fito quiso explicarme entonces, y sé que no tengo nada que perdonarle a Charly -es su vida, y tiene derecho a hacer con ella lo que quiere, o bien (como nos ocurre a todos) lo que puede-, en todo caso lo que sí tengo es mucho, muchísimo que agradecerle. Pero lo que vi me estremeció hasta los huesos. Alguien -vaya a saber Dios quién; en cualquier caso, que ese mismo Dios se apiade de su alma- se tomó el trabajo de filmar, supongo que con un teléfono móvil, la escena en que varios paramédicos reducían a García en aquel hotel de Mendoza. Era evidente que ya lo habían sedado, que lo habían puesto boca abajo y atado la mano derecha a su espalda. El audio es deficiente, pero bastaba para que uno oyese lo imprescindible. Primero el tono de la voz de García: lastimero -vaya a saber cuántas cosas le habían inyectado ya-, sonaba como suenan los corderos cuando se los desangra sobre una jofaina -boca abajo, también. Lo segundo inteligible eran algunas de sus palabras, repitiendo lo mismo en todas las variantes posibles: hijo de puta, hijos de puta. Incluso en el peor de sus momentos, García se las arregló para anticiparse en el tiempo y proferir el único calificativo que cabe a aquellos que perpetrarían lo que estaba por venir.
¿Existe alguna justificación válida para difundir esas imágenes en un medio de comunicación público? Y por favor, no se les ocurra decirme que eso es periodismo, o mentar el sagrado derecho del Soberano a la información. A esa altura de la soirée ya sabíamos todo lo que era necesario saber sobre el asunto: que Charly había sufrido uno de sus episodios, que estaba internado y que su estado de salud era estable. Full stop. Más allá de estos datos, nadie que no fuese pariente o amigo íntimo tenía derecho a saber otra cosa. Ni siquiera los fans. ¿Toleraría cualquiera de ustedes que alguien mostrase por TV imágenes del momento de mayor indefensión en sus vidas? ¿Creen, en todo caso, que el hecho de no ser famosos los protegería en caso de que su Vía Crucis personal se convirtiese en noticia?
Esas imágenes constituyen el momento más bajo, más degradante del periodismo televisivo que he visto en mucho pero mucho tiempo -y eso que viene protagonizando uno de sus peores momentos, hecho evidente durante el lockout de empresarios agropecuarios. ¿Debo pensar que es casualidad que esas imágenes hayan tenido tanto despliegue, justo cuando la Presidenta dejó a los Cuatro Jinetes del Campo sin discurso y había que llenar pantalla con algo que ya no fuesen las rutas?
No hay derecho a usar a ningún artista como commodity, por popular que sea; y ni siquiera en el caso que el presunto artista o celebridad esté más que dispuesto a ser utilizado. En el caso particular de García -gracias, Fito-, se trata de un artista que iluminó las vidas de millones de argentinos, convirtiéndolas en algo mejor de lo que tenían derecho a ser por sus propios medios. Lo mínimo que se merece es respeto. La exhibición de esas imágenes fue degradante para él, y nos llenó de vergüenza a todos los que no podíamos creer lo que estábamos viendo. Yo lo considero el hermano mayor que nunca tuve. Y a los hermanos, aun en el caso de que sean pródigos o infames, no se los expone ni difama en público: se los abraza, se los preserva, especialmente cuando están caidos.
Ojalá que no sea una cortina de humo lo que se dice por ahí, y que deroguen de una maldita vez esta ley de medios de la dictadura que todavía padecemos.