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La plaga

Hasta hace poco llamaba la atención una cierta esquizofrenia alrededor de la consideración de Barcelona: aquí, los nativos nos quejábamos de la degradación de la ciudad aunque, al viajar, oíamos hablar de Barcelona con admiración por todos lados. Ahora, sin embargo, se escuchan opiniones sobre la devastación turística de la ciudad procedentes, ya no de nostálgicos ciudadanos, sino de medios extranjeros, alarmados ante la rapidez del deterioro.

Con escasos días de diferencia he leído dos artículos en la prensa italiana y británica que presentaban el caso Barcelona en términos prácticamente idénticos. En ambos se daba una cifra de 50 millones de pernoctaciones al año -no sé si exacta-, que era considerada desproporcionada por completo con respecto al tamaño de la ciudad. En un texto y en otro, además, se destacaba la progresiva barbarización de nuestros visitantes y la consolidación de un lumpenturismo que asola cuanto se pone por delante. Los dos artículos me parecieron interesantes, en particular, porque Italia y Gran Bretaña aportan bastantes efectivos en estas nuevas huestes bárbaras.

El caso Barcelona, pues, se está convirtiendo en una referencia mundial, pero ya no en el sentido de hace unos años -aquel modelo Barcelona tan comentado tras las reformas olímpicas- y que los propagandistas del Ayuntamiento han intentado mantener más o menos patéticamente. En privado muchos de los antiguos admiradores de la ciudad explican a sus amigos de aquí cómo ha variado el escenario, a peor, y sus escasas tentaciones de volver con frecuencia a visitarnos. No creo que ningún auténtico viajero se encuentre a gusto en nuestro cada vez más elemental parque de atracciones. Tampoco un turista ilustrado puede hacer gran cosa en medio de la chusma itinerante, con lo que lo más lógico es que dirija sus pasos hacia otro destino.

Al final, los únicos turistas ilustrados (sic) que vendrán serán esos arquitectos de renombre a los que nuestro provinciano Ayuntamiento otorga un encargo tras otro, sin importarle si los "nuevos iconos", como les gusta llamarlos, son un plagio de otros que están en Londres o en Shanghai o si, como en el ejemplo del recién inaugurado Parc del Poble Nou, el engendro urbano hará la vida imposible a los ciudadanos que queden atrapados en él. Claro está que los arquitectos de renombre internacional llegan, inauguran, se hacen la foto con los sonrientes provincianos y huyen. No conozco a ninguno que se haya instalado aquí para disfrutar de la ciudad. Es cierto que tampoco se hace imprescindible a los talentos exteriores; en ocasiones, uno local es suficiente para edificar otro nuevo icono y, de paso, avanzar un poco más en la confusión.

El caso Barcelona corre el riesgo de convertirse, por sus perfiles negativos, en materia universitaria del mismo modo que ya lo es la destrucción urbanística del litoral mediterráneo español, paradigma de lo que no hay que hacer en el desarrollo turístico y fuente de estudio para futuros especialistas. Lo enigmático es cómo se ha podido llegar tan lejos si el caso es evidente desde hace mucho, al menos para los perjudicados más directamente, los ciudadanos.

No es fácil resolver el enigma, pues, como es sabido entre nosotros, lo evidente no es siempre lo que queda más claro y, con frecuencia, es lo más oscuro. Hemos llegado a tal sofisticación en el autoengaño que combinamos con suma perfección la apatía, la desidia, la amnesia y el silencio, a condición de que de vez en cuando consigamos expresar enérgicamente, a gritos si puede ser, nuestro radical desacuerdo con todo, antes de volver a callar plácidamente. Gracias a esa sofisticación al final cuanto nos sucede parece estar regido por una inescrutable mano oscura, un hado frente al que poco se puede hacer.

Si repasamos nuestras plagas recientes comprobaremos que siempre estamos a disposición del hado, a la espera de que se solucione lo que nosotros queremos disimular lo más rápidamente posible: es el estilo barcelonés, cuando menos, el que hoy se impone. ¿La sequía?: llovió; ¿el AVE?: ya llegó; ¿el colapso de cercanías?: ya se solucionó medianamente; ¿el Gran Apagón?: tenemos luz; ¿el caos del aeropuerto?: nos vamos de vacaciones. Todo acaba solucionándose, de acuerdo con el hado y la providencia, si se es lo suficientemente olvidadizo.

En cuanto a la plaga del lumpenturismo pasará lo mismo: con el mejor estilo barcelonés nadie se acordará de que hubo una vez una Barcelona habitable. Organizaremos fiestas y haremos estas campañas de promoción que tanto nos gustan. Todo menos pedir responsabilidades a una industria turística depredadora, a unas autoridades sin autoridad y, por supuesto, a nosotros mismos.

El País, 28/06/2008

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22 de julio de 2008
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Infectos Artefactos / II

II. ¿Sueñan los ratones con usuarios binarios?

¿Quién no querría hablar con su computadora? Yo, por lo pronto. Dales un día voz y al siguiente van a exigir derecho a voto. Incluso me espeluzna la ñoñísima idea de hacerme buen amigo de alguna inteligencia artificial. Peor aún, encariñarme. Si ya las naturales me causan suficientes contratiempos, sólo falta encontrarme con una que presuma de perfecta. La veo en mis pesadillas, plena de chulería chilanga y algún porte porteño, menospreciándome en voz alta con acento californiano, autoridad soviética y autoestima en alta resolución.

     A estas alturas no consigo entender cómo es que el mismo mundo que celebró el 2001 de Kubrick se atrevió a entronizar esa mamarrachada de Star Wars. Cambiaría una legión de R2D2 por un solo ejemplar de HAL, y de no conseguirlo trataría de venderlos como chatarra. Perdón por el exceso, pero según recuerdo fue después de la tercera PC con Windows -una Vaio arrogante y tontarrona- que contraje esta rabia de blade runner.

     Hay quienes se preguntan qué será peor, la máquina que te obedece con celo militar o la que carga con más taras irreversibles que un neonazi abusado por estalinistas. Recuerdo todavía la discusión entre dos invitados en la cabina de una estación de radio: uno de ellos, empleado de Microsoft, achacaba cada uno de los problemas de Windows a los presuntos defectos del hardware, mientras el otro, empleado de Hewlett Packard, no tenía duda alguna sobre la baja calidad del software. No había que ser un experto en el tema para concluir que ambos tenían razón.

     Por otra parte, detestaría convertirme en uno de esos evangelizadores fanatizados por el ambiente Mac. Hasta hoy me resisto a la idea de hacerme con un Ipod, si bien me quedan cada día menos pretextos razonables para seguir así. Soy un usuario que escapó del infierno de Stanley Kubrick, mas no por eso acepta instalarse por siempre en el cielo de George Lucas. Suéltenme, pues, cada quien su atavismo. Y ahora con su permiso, voy por mi pluma fuente.

 

Mañana: III. El estigma de Billy Windows.

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22 de julio de 2008
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Dónde se inserta un niño: El mundo de Euclides

La emergencia del hombre es indisociable de ese radical momento de discontinuidad en la historia evolutiva que supone la aparición de una especie cuyos miembros se vinculan mediante un sistema de signos que tiene una estructura y una función irreductibles a las de un mero código de señales. Cabe, pues, decir que cada vez que un niño se inscribe en el orden lingüístico (gracias a la actualización por la cultura de sus capacidades innatas) está de alguna manera rehaciendo el proceso que condujo a la aparición de la humanidad.

Pero la inmersión en el lenguaje no significa sólo añadir a la relación de un ser animado con el entorno natural una relación autónoma con el universo de los signos. Significa también que la primera inserción queda radicalmente perturbada por la segunda, es decir, que la naturaleza se hace ya indisociable de su simbolización.

Muchas son las consecuencias de esta imbricación entre percepción del entorno natural y vivencia simbólica. Sin vincular el problema explícitamente a la cuestión del lenguaje, la filosofía kantiana enfatizaba el hecho de que la percepción por el sujeto humano de su entorno empírico se halla sometida a una intuición a priori que determina la naturaleza del propio sujeto. Kant afirmaba que tal marco no era otra cosa que el tiempo y el espacio. Ese marco del que el hombre sería portador, y al cual todo objeto empírico habría de plegarse a fin de poder ser percibido, obedece estrictamente a una rigurosa ley interna, y ésta ley no es otra que la que mueve los hilos de la geometría euclidiana.

Es un lugar común de la divulgación científica contemporánea la afirmación de que la geometría euclidiana ha perdido su prioridad a la hora de dar cuenta del universo. Ello en razón de que el espacio newtoniano en el cual las leyes de tal geometría se cumplirían (a saber, un espacio de curvatura nula) carecería de objetividad física.

Y sin embargo, la geometría aprendida en la escuela sirve al hombre y ordena su mundo. Sirve la geometría euclidiana, porque sella nuestra mirada desde que abrimos unos ojos propiamente humanos (es decir, unos ojos exhaustivamente permeables al lenguaje y a los símbolos). Por ello, la geometría es enormemente valorada por los niños en el aprendizaje escolar, y toda quiebra en la capacidad de simbolización que representa el aprendizaje geométrico es vivida como mutilación dolorosísima.

El niño ama la geometría porque su pulsión por ubicar las cosas en el entorno, midiendo y sondeando las distancias entre ellas, es una operación indisociable de su capacidad misma de reconocer e identificar tales cosas. Este vínculo entre la identidad misma de las cosas y su caracterización geométrica, supone que la debilidad en la capacidad de discernimiento en el registro geométrico se traduzca en astenia de la capacidad perceptiva general.

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22 de julio de 2008
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La náusea

Que las cosas "sean" puede llevarse con facilidad si sólo "son" pero que "existan", que transmitan su existencia es casi insufrible.

Esto que contemplo ante mí "es" el ordenador, esto otro "es" la mesa, aquel "es" el vecino, este animal "es" el gato y este comestible "es" un filete de ternera. Pero ¿que el trozo de carne "exista", que el cuerpo del gato, las gafas, la mesa o la lámpara "existan" genera un asco difícil de combatir? Todo cuanto existe y siempre que exista, por pequeño que sea, requiere una ocupación espacial y un protagonismo vital insoportables.

La presencia de las cosas no perturba la vida personal cuando sólo "son" pero la actuación, el latido, la transpiración de su existencia genera un ahogo, un malestar o un dégoût que, con toda la razón, Sartre le llamaba "náusea".

Deseamos la compañía de otros pero esa presencia debe quedar depurada de su fétida y pegajosa existencia gracias en un envoltorio simbólicamente inodoro y aséptico. En nuestra ya promiscua existencia no cabe la respiración de nadie más. O bien: todo lo existente ha de ser parte de nuestra personal y pestilente existencia. No siendo así la repugnancia de lo que existe fuera, su presencia, se corresponde con nuestra asfixia o, poco más tarde, nuestra agonía.

La ausencia del otro, su distancia, su recuerdo, su evocación, resulta ser, por el contrario, lo más parecido al reino feliz del ser, a la higiene particular del alma y al gozo general de vivir en el espacio y tiempo infinitos.

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22 de julio de 2008
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Giovanna Rivero

Si Giovanna Rivero fuera una escritora mexicana, hace rato que estuviera publicando en Anagrama o Tusquets; si una argentina, hace rato que hubiera ganado un par de premios importantes y habría sido traducida al francés o al alemán. Como no lo es, las cosas tardan más de lo que deberían. No importa: los que conocemos el secreto sabemos que es cuestión de tiempo para que los lectores fuera de Bolivia se enteren de que Giovanna ya es una escritora latinoamericana de primer nivel.

El último libro de Giovanna, Tukzon: historias colaterales, acaba de ser publicado por La Hoguera, una emprendedora editorial de Santa Cruz que en poco tiempo se ha convertido en un referente imprescindible de la narrativa boliviana contemporánea. Giovanna ha logrado esa rareza: reiventarse por completo de un libro a otro, y dar, a la vez, un salto cualitativo admirable. Los cuentos de Tukzon van, de a poco, armando una novela: la historia de una periodista de una revista freak, a la que se le ha pedido escribir una reportaje sobre los "coyotes". Tukzon transcurre en un Estados Unidos en el que el futuro ya es el presente: no es un libro de ciencia ficción, pero sí uno sobre, entre otras cosas, el impacto del imaginario de la ciencia ficción en la vida cotidiana.

Nada en este libro de choques de culturas es casual. El título, por ejemplo, tiene una explicación rebelde: "Escribo Tukzón para no olvidar cómo no se pronuncia. Las extranjeras tenemos líos con esa pronunciación. De hecho, quieren que nos comamos la K. Por eso mismo escupo la K". Los textos se desplazan por algunos de los paisajes más emblemáticos de los Estados Unidos -Miami, New York, el Sur, el Midwest--, y aparecen, en frecuente colisión, policías y polizontes, presidentes e inmigrantes ilegales, escritoras becadas y jóvenes extraviadas. Los personajes extrañisimos se suceden sin descanso, y todos tienen una razón de existir más que justificada: el agente H., Ariadna Némesis, o la adolescente que muere en el atentado a las Torres Gemelas y luego, desde otra vida, nos cuenta cómo fue que ocurrió lo que ocurrió: "Mientras volaba pensaba en mamá y en cómo ella no quería que yo fuese con Sue o Amber a tocar el saxo o la guitarra, según cómo se iba rasgando el día, en la azotea de la Torre Sur, donde nos turnábamos con un par de argentinos que bailaban tango, una música tristísima que quizás fue lo que atrajo tanta mala suerte".

"Nieve", "Desierto", "Noche", "Other Voices", "Viaje a Broaway": estos cinco relatos son de antología. Estoy seguro que otros lectores descubrirán más.

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21 de julio de 2008
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Cantantes para tiempos de crisis

Estuvimos allí. Vimos que Tom Waits es mucho más que un misterioso rumor. Es uno de los nuestros. El más ronco, más teatral y el más parecido a los ogros que poblaban los cuentos de nuestra infancia de los cantantes de nuestra vida. Con él viajan muchos: el buhonero, el saltimbanqui, el artista bajo la carpa de un circo popular, el buscavidas que se escapará del pueblo con la chica del bar. /upload/fotos/blogs_entradas/tom_waits_en_el_concierto_de_barcelona_1_med.jpgY un explorador de borracheras, un vagabundo que canta por un nickel, un andarríos, un trotamundos y un vagamundeador que supo llegar a nuestro corazón que no estaba helado. Y es otros: un hombre rico disfrazado de estéticos harapos o un marido controlado por su mujer, una ex monja que llegó al show business. Es el buen padre que ayuda a que sus hijos justifiquen su herencia. Es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo. El que recorrió el camino salvaje y el que dio la vuelta. Y el que apenas recuerda los tiempos en que declaraba: "La gente que no puede con las drogas se entrega a la realidad". Todos esos Tom Waits hemos compartido en un mejorable escenario en Barcelona, ciudad que supo cantar en tiempos difíciles.

Tom Waits es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo.

Recordamos a su estirpe, que hace entre nosotros su verano no sangriento. A los que hicieron canciones para escapar de un país que soportaba himnos y folclores de los ganadores de una guerra. A su amigo que navegó por parecidos ríos, Bruce Springsteen. Al sobrio, elegante, tan esencial en su poesía, seguidor de Lorca, Leonard Cohen. O al judío creyente y descreído, el primero de la estirpe, al que hizo que nuestras misas civiles llevaran las letras de sus canciones, Bob Dylan. Todos cantaron contra las guerras, contra aquella de Vietnam, contra éstas de Bush y su tropa. Cantantes, compañeros de nuestros viajes como Raimon o Paco Ibáñez, como Sisa o Aute. Con ellos, con muchos más, tomamos las playas de Canet, los campus universitarios, los estadios atléticos, las plazas de toros o los garitos ciudadanos donde escuchamos unas músicas que cambiaron nuestro mundo.

El estrafalario Tom Waits se ha estrenado en esta vieja tierra, bien conocida por sus amigos americanos. Pero sabía de sus músicas, de sus guerras. En sus años de clubes de jazz conoció a un viejo pianista manco que tocaba una canción que le gustaba a Dylan: "Sin una canción, la carretera jamás se curva". El viejo pianista, manco y de Chicago, había estado luchando y cantando en Madrid, en España, era un voluntario de las Brigadas Internacionales. Volvió a Madrid, grabó para Basilio Martín Patino. Y el extraño melancólico Tom Waits, con su voz de clamor, de profundidades de una ciudad bombardeada, nos pareció uno de ellos. De esos que nos salvan cantando canciones para después de una guerra.

Artículo publicado en: El País, 20 de julio de 2008.

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21 de julio de 2008
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La narración (2)

La versatilidad, flexibilidad y creatividad del lenguaje a las que me venía refiriendo, no serían sencillamente posibles si el lenguaje no tuviera en su interna estructura ese doble rasgo generador de libertad que es la dualidad interna y la arbitrariedad del significante. Nunca se insistirá demasiado en que esta arbitrariedad, precisamente por suponer un grado de inadecuación respecto al entorno natural y respecto a la interna vivencia psicológica, abre un horizonte de creativa construcción y, en definitiva, de independencia respecto de lo dado.

Supongamos, en efecto, que todo en el orden de la designación de las cosas naturales funcionara al modo de las onomatopeyas, ¿cómo podría entonces el lenguaje suponer grado alguno de distancia respecto a la inmediatez del orden natural?; ¿cómo podría darse esa versatilidad que, por ejemplo, en la percepción de un paisaje pone de relieve un narrador?

Esta distanciación es tanto más de agradecer cuanto que la ausencia de lazo natural no supone en absoluto sujetiva y contingente elección de individuos. Dada la forma, es imposible prever el significado y viceversa, mas ello no significa que cualquier forma vale, ni que el capricho (o el intercambio de subjetivas decisiones) impera. Arbitrariedad sin sujeto caprichoso que la impone: tal es el meollo de la cuestión.

Decir que Shakespeare denotó convencionalmente tales o tales hechos por tales o tales palabras, no significa que se puso de acuerdo con otros individuos para tal denotación. En este sentido, cabe decir que en su tarea fertilizadora y creativa del lenguaje (se sabe que fraguó miles de vocablos), Shakespeare estaba más allá de la individualidad y la subjetividad (ésta última expresa esencialmente el lazo, de acuerdo o de conflicto, con otros individuos). Shakespeare es como el significante del hecho mismo de que la subjetividad se sacrifica, precisamente como condición de que el lenguaje se despliegue y se exprese libremente, aunque no gratuitamente.

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21 de julio de 2008
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El nuevo nomadismo

Estos son los rascacielos giratorios de los que hablaba el viernes. De todas las construcciones hechas o por hacer en esa pasarela Cibeles de la arquitectura en que se ha convertido Dubai, este proyecto me parece algo más que una audacia arquitectónica, me parece que propone un concepto nuevo que movería un poco nuestra sedentaria vida. Porque en cuanto nos metemos en el despacho o en la casa tenemos la sensación de que el mundo se ha paralizado. De ahí el famoso dicho de "se me cae la casa encima" o "como fuera de casa en ningún lado".

Hay que pensar que alguna vez fuimos nómadas y que nos íbamos moviendo de un lado a otro en busca de caza. Seguramente aún conservamos en los genes la necesidad de seguir adelante en busca de nuevos horizontes, y el hecho de ver siempre el mismo paisaje desde la ventana nos ha vuelto melancólicos. Y tal vez este nuevo concepto de vivienda que cambia de orientación a voluntad sea un reflejo de una nueva sociedad que ya no aguanta en la misma casa, con los mismos muebles y en el mismo barrio toda la vida, ni siquiera con la misma pareja. La gente viaja sin parar. La gente se lanza al mar en balsas de plástico en busca de horizontes a riesgo de morir como, desgraciadamente, ocurre muchas veces. El mundo está lleno de seres errantes. Es el nuevo nomadismo.

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21 de julio de 2008
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Senilidad

"Quizás la misantropía contenga un germen de senilidad", se decía para sí mismo Paul Valéry. Lo cierto que es que aquí o allá, especialmente en los hombres, la edad va generando un entorno crecientemente vacío. No sería propiamente una misantropía que parte de la acción del sujeto sino de su pasividad coaligada con una necesidad de autoproteger la mayor fragilidad del yo. Un yo que paradójicamente no va poblándose de otros con el paso del tiempo sino que como saturado de relación mundana reclama ayunar de la provisión exterior.

Estar a solas como necesidad de visión, a solas como necesidad de pensamiento y memoria, a solas como necesidad de pudor.

El viejo desea envejecer en solitario y mientras afuera la escena bulle, adentro, en silencio, a fuego lento, prepara el caldo de sí.

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21 de julio de 2008
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Veinte apuntes sobre Haruki Murakami

En el Times de Londres, Stephen Armstrong publica la lista de las "diez cosas que hay que saber a propósito de Haruki Murakami". Para él, el novelista japonés es el autor que más influencia tiene y también el que más éxito tiene con sus traducciones a 40 idiomas. No hay sorpresas en la lista de los diez puntos:

1. Murakami divide a la gente (los que aman y los que no lo soportan).

2. Murakami tiene tremenda influencia.

3. Sus libros no ofrecen un guión obvio para el cine.

4. Murakami tiene visiones contradictorias sobre su país.

5. Murakami fue el dueño de un club de jazz.

6. Murakami lo debe todo al base-ball (al mirar un partido de pelota en el estadio Jingu, que se ve en la fotografía, tomó la decisión de ser novelista).

7. A Murakami le gustan los gatos.

8. Murakami tiene verdadera afición por la música.

9. A Murakami le gusta correr.

10. Murakami pertenece al romanticismo.

Esto es lo que sabe una persona cualquiera sobre Murakami, pero no explica nada sobre Murakami. Haruki Murakami ha escrito una obra mucho más grande que su persona. Más importantes son los diez puntos sobre lo que una persona aprende al leer Murakami. Me acuerdo de un intento excelente firmado por Javier Aparicio Maydeu, en El País. Es un "decálogo murakamiano apócrifo" añadido a una reseña del libro de cuentos Sauce ciego, mujer dormida. Viene así:

1. Silogismo: la ficción es imaginación y la imaginación es real, luego ¿la ficción es real?

2. Ante la duda, jamás desprecies la ficción de género: Raymond Chandler o J. G. Ballard también valen su peso en oro.

3. Lleva razón Roland Barthes: el que habla (en el relato) no es el que escribe (en la vida) y el que escribe no es el que es.

4. Pulp fiction y Cult fiction conviven en la novela sin necesidad de cuidados especiales.

5. Una fórmula para la felicidad: un vaso de Wild Turkey leyendo cuentos de Carver mientras suena la Suite francesa de Poulenc (o cualquier tema de Bill Evans o Bird Parker, de cualquier grande del jazz, mejor).

6. Un cóctel que nunca falla en narrativa: 1/3 de ambigüedad, 1/3 de humor y 1/3 de memoria inventada.

7. No existe la ficción americana, rusa o japonesa. Existe la ficción (que será global o no será).

8. Kafka en el altar: "Explica lo más extraño como si fuese lo más natural".

9. Balzac y Gauguin discutiendo sobre si Star Trek es mejor que Fort Apache mientras Hitchcock les espera en Starbucks tomando un café.

10. Goyesca japonesa: "El sueño de la ficción produce monstruos".

Esto es una lectura de Murakami, es decir, un viaje sumamente subjetivo en la frontera entre ficción y realidad, con una visita nueva y completa de toda la cultura contemporánea. Me gusta sobre todo el punto nueve, lo de Hitchcock esperando a Balzac y Gauguin.

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21 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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