Félix de Azúa
Han pasado veinte años. El héroe se ha perdido mil veces por el laberinto de los mares. Ha conocido el canto que muda a los humanos en peleles sin alma ni cerebro, pero ha logrado huir de las Sirenas. Ha compartido lecho con la gentil Calipso, la más bella reina de todas las islas. Antes de clavar una estaca en su único ojo, ha visto cómo un cíclope devoraba a sus compañeros. Ha sido cautivado por Circe, poderosa hechicera. Le han acosado las potencias celestes guiadas por Zeus y por el arcaico Poseidón cubierto de algas, conchas y corales. Secretamente le ayudaba Atenea a urdir trampas y armar máquinas, pero ahora la diosa de espíritu ígneo debe asistirle una última vez porque Ulises va a matar a los cien pretendientes que acosan a su esposa.
Llega a Ítaca con el cabello cano, disfrazado de mendigo, envuelto en harapos. Hiede a senectud y miseria. Así pasa inadvertido y puede tramar con esmero su venganza. Los cien pretendientes son crueles guerreros y él está solo. Tiene la complicidad de su hijo Telémaco, pero es un muchacho. Nadie más sabe que el amo está en palacio. Nadie le reconoce, ni siquiera su mujer, Penélope. Y entonces tiene lugar una de las escenas más sublimes de la literatura universal.
Durante esos veinte años, el perro de Ulises, un mastín llamado Argos, ha ido envejeciendo. Incluso para una bestia fuerte y membruda veinte años son muchos, pero además ha sido torturado por los pretendientes, le han apaleado, le han impedido comer y beber, le han atado con sogas, le han echado de la ciudad. Ahora agoniza sobre un montón de estiércol a las puertas de Ítaca. Cuando el mendigo va a cruzar el umbral, Argos menea la cola y con un supremo esfuerzo alza la cabeza para saludar a su amo: sólo él le reconoce. Luego muere. La cólera de Ulises entra en Ítaca.
Esta es una historia inmortal. Nos la sabemos de memoria, pero amamos oírla de nuevo. Me la ha vuelto a contar Pietro Citati en su deslumbrante Ulises y la Odisea (G Gutenberg) y me ha conmovido como si no la hubiera oído nunca. Lo inmortal nace todos los días.
Artículo publicado en: El Periódico, 12 de julio de 2008.