Jean-François Fogel
Los medios son tramposos. Uno se encuentra en Caracas y, al haber leído la prensa internacional, cree que el tópico número uno es Chávez, la política, el "hermano" Uribe, el oficialismo y la oposición; todo a lo que pertenece la parafernalia de una revolución que lleva ya diez años sin inventar algo distinto del gasto de la renta del petróleo. Pero nada de eso. Lo que anima, obsesiona, conmueve a los caraqueños es "la cola", la cola en la autopista del Este, en las avenidas, en las calles hundidas en un tráfico imposible. Entre las 5 y las 7 de la tarde no es tiempo de encuentros entre amantes secretos como suele ser en un país civilizado, es la hora pico de la cola. Un pueblo encerrado en sus carros, inmovilizados.
Se supone que un sitio de webcams ofrece una visión global de la situación pero funciona muy mal y de todas maneras es un problema sin solución: ¿Quién quiere ver su propia catástrofe? La gasolina es baratísima (la más barata del mundo): un litro vale dos centavos de euro. Chávez ofreció amplios créditos para la compra de carros hace más de seis meses. Como la superficie de las calles y carreteras sigue igual, la cola es ahora una realidad obsesiva. Personas tuvieron que modificar su agenda diaria o mudarse para resolver "lo de la cola". Caracas, la ciudad abierta entre montes vírgenes es una cosa del pasado. Ahora, cualquier movimiento tiene que ser calculado en el espacio-tiempo, pues no hay trasportes públicos eficientes en la superficie y el metro no tiene una frecuencia suficiente de sus trenes para asumir la demanda de transportes.
Claro que hay algo muy democrático en la cola: "chatarras rodantes" al lado de hummers y carros de lujo en una inmovilidad compartida. Esto es lo más democrático de Caracas y como la prensa no expresa este arte de vivir voy esperando la novela, la novela de la cola que se merece la ciudad. Hace años, el portorriqueño Luis Rafael Sánchez había utilizado la cola de su isla (una "colita") para escribir La guaracha del macho Camacho, novela llena de picardía sobre los pasajeros de carros detenidos con una música a fondo. Es lo que falta en la capital venezolana. Pero habría que escribir el libro sin picardía: hoy en día una obra sobre la cola en Caracas es realismo puro.