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Volver a oír la lengua

Algo habría en la palabra prístina que la poesía intenta reencontrar.

Tal reencuentro permitiría vincular música y palabra, mas quizás en un sentido del término música que sólo tangencialmente coincidiría con el usual. El proyecto sería, más allá de los rasgos propios de cada lengua, responder en nuestra escucha como en nuestro decir a un invariante que sería expresión de una determinación universal.

Tal hablar sería también previo al fenómeno propiamente cultural de la conversión de los tonos en escalas y del ritmo en métrica. Pues aunque la entonación de fin de frase se parezca a la quinta musical, el acento de palabra a una tercera y el acento dominado a una diferencia de un tono, no habría en realidad coincidencia y apuntar a los primeros apoyándose en los segundos constituiría algo así como una inversión de jerarquía.

Esta nueva relación con la lengua se traduciría, entre otras cosas, en dejar atrás la ordinaria forma de separar las palabras, marcada por arbitrarias normativas, derivadas de artificiales reglas de escritura. Invitados, en el mencionado encuentro de Ronda, a escribir una frase de cinco palabras, nadie de los que allí estábamos lo consiguió (escribíamos, de hecho, tres o cuatro)...y ello en razón de que, infieles a la lengua, no atentos a la lengua sino a lo que la convencional ortografía manda, simplemente separábamos lo que la lengua no separa.

La conjetura que allí se avanzó es que los niños cuando están aprendiendo a escribir, al no haber aun interiorizado la arbitrariedad de las convenciones, serían relativamente más inmunes a tales errores, que constituirían en realidad la expresión de un auténtico repudio de lo que es matriz de nuestra condición.

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29 de julio de 2008
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Turismo fast-food

Rafael Argullol: El turista masificado es alguien que va para aprovecharse y se encuentra muchas veces con lugares clónicos.

Delfín Agudelo: Lo que iba precisamente a mencionar es que no hay mayor diferencia entre esta espiritualidad fast-food, la nueva idolatría y el turismo masificado, en la medida en que todo consiste en un paquete prefabricado donde se da instrucción de qué hacer, cómo verlo y qué sentir. El turista le da vueltas a lo mismo porque tiene que ir a determinados sitios. Puede que no conozca la historia, puede que desconozca su relevancia histórica o arquitectónica, pero aún así es un sitio que es completamente necesario ir a ver. Y pasa exactamente lo mismo con la obra de arte del museo, porque el museo también es comida del turista: tiene que ir a verlos, y tiene que visitar las obras porque quiere sentir esa extraña tranquilidad al decir: "Yo lo vi".

R.A.: El paradigma universal de nuestra época parece realmente que se inspire en la alimentación fast-food. Lo que ocurre es que en la medida en que se sofistica el viaje organizado, esa alimentación sigue siendo fast-food pero se introduce en el consumidor la ilusión de la diferencia y de la particularidad. Fíjate que continuamente lo que se hace es disfrazar el viaje organizado de refinamiento; o lo que se hace es disfrazar esa especie de fast-food de una publicidad o con una publicidad que alude a supuestos lugares enigmáticos, misteriosos. Lo que se quiere es que el consumidor del viaje, sin realizar ninguna aventura, tenga la ilusión de realizarla. Y eso es una perversión muy interesante de nuestra época, porque significa una especie de desdoblamiento o de esquizofrenia a través de la cual tú estás haciendo una cosa, pero de una manera muy masiva se te ha hecho creer que en ese mismo momento estarías haciendo otra. Es decir, estás tomando una hamburguesa McDondals, para volver al símil, y se te hace creer que estás comiendo en el Bulli. Tú, por ejemplo, vas a un viaje organizado a los fiordos nórdicos o a África, y se te hace creer que vivirás la aventura de ir viviendo los descubrimientos climáticos del polo norte, o la vida de los Massai, cuando en realidad todo forma parte de la misma cadena. Y eso es muy interesante porque creo que la gran trampa es de ilusión. Sin eso ya hubiéramos dado toda la vuelta al circuito, creando una sensación de desencantamiento. Lo importante es que, como es sabido, se mantenga el encantamiento, y esto se ha producido durante todas las épocas de la historia. En otras épocas el encantamiento correspondió fundamentalmente a las religiones, o a los ritos impuestos por distintas aristocracias. En nuestra época hay otros encantamientos que marcan esa especie de ilusión de las multitudes.

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29 de julio de 2008
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Mar Flores y los deportes olímpicos

Si el tiempo se midiera por olimpiadas estaría a punto de vivir mi decimocuarta. Soy, según Protágoras y el poeta González Iglesias, de lo mejor que le puede pasar a unos Juegos Olímpicos; soy un contemplador. Ni negociante, ni atleta; soy el que mira. Me gusta mirar los Juegos, y mirar a las olímpicas. Soy un destacado deportista, un olímpico, en la competición de saber mirar. Es mi deporte preferido, incluso más que sudar con la Wii. Nunca participé de la alta competición, ni de la pequeña; ni fui gran deportista, ni pequeño. Nunca pude ser como aquel Henry de Montherlant, tan extraño y contradictorio, leído en seminarios y entre libertinos. Descendiente de catalanes franceses, gran deportista -100 metros en 11 segundos- y capaz de matar toros o de vencer las heridas de un obús. Curioso personaje que supo componer versos latinos y hacer literatura con bestias y seres humanos compitiendo olímpicamente. De él hablaré estos días con Eduardo Arroyo, maestro olímpico del mirar y pintar, en su valle de Laciana mientras ponen la música Rosa Torres-Pardo y sus amigos. Reconforta volver al mismo deporte de todos los veranos. El mismo rito pagano y espiritual.

Empiezan las vacaciones. El cuerpo se prepara para mirar los Juegos Olímpicos desde un televisor en la ría de Aldán. También hay que beber los ribeiros de Cuerda y Javier Alén, y preparar una merienda para las horas de pan y circo. El pan es de la panadería del padre del centauro, del olímpico David Cal. Al que González Iglesias, poeta de ejercicios varios, dedica uno de sus olímpicos poemas. Épica con piercing, chándal y el rock urbano que Cal escucha en su MP3. Hace tiempo que las epopeyas y los héroes son historias de televisión. Les vemos cuando reciben la medalla, ondea la bandera, suena el himno, nos ahorramos la letra y llega el momento de ser felicitados por los Reyes: "La Reina y el atleta, aturdidos, despiertos, / intercambian saludos de animales insólitos, / de especies protegidas por la Europa ecológica".

/upload/fotos/blogs_entradas/mar_flores_med.jpg¿Qué hará con su cuerpo Mar Flores? ¿En qué ocupa su tiempo mientras sus compatriotas sudan y se esfuerzan por unos minutos de televisión y de gloria? Soy uno de los menos expertos en Mar Flores. Creo que interpretó, tirando a mal, una película de Bardem que había sido idea de Manuel Vicent. Que trabajó en alguna serie. Que tuvo amores, o lo que fuera, con algunos hombres de muchos metros de eslora. La encontré en un restaurante, sin maquillar, sin hombres, sin hablar demasiado -algo de barcos, creo-, y comprendí que la belleza es un don de dioses. No sé bien de cuáles, últimamente no se dejan ver. Soñé con ser olímpico y caer en brazos de la mujer madura. El olímpico era yo y la bella madura era Mar Flores. Necesito unas vacaciones. Alucino.

Artículo publicado en: El País, 27 de julio de 2008.

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28 de julio de 2008
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Clase XIX: Errores más frecuentes… un breve repaso veraniego

Antes del breve receso veraniego y a modo de resumen, propondremos en esta última sesión un somero repaso de lo visto hasta el momento, deteniéndonos fundamentalmente en los errores que con más frecuencia cometemos los escritores.  

Ya hemos mencionado algunos, como recogimos en lecciones previas y que nos parece que pueden resumirse en cuatro grandes aspectos: 1). Que el comienzo no enganche al lector sobre todo a causa de una excesiva linealidad 2). No presentar al personaje cuanto antes  y que el lector no tenga a quién seguir en sus peripecias. 3). Guardarse información necesaria para entender la historia y al final querer sorprender al lector sacándonos un as de la manga. Esto suele ocurrir cuando no tenemos del todo claro la premisa principal: que el cuento tiene que ir directo al hecho que relata, dirigirse sin descanso y desde la primera frase hacia ese objetivo.  

Cuando esto no ocurre, nos encontramos disquisiciones que parecen más dirigidas a llenar folios que a encaminarse al tema de que se trata, y estas digresiones suelen distraer la atención de lo principal. Muchas veces ocurre así porque el narrador, en vez  de centrarse en un solo tema parece tener muchas cosas en la cabeza: personajes, subtramas y anécdotas que ha querido meter en el mismo saco, con lo cual debilita la tensión argumental de lo que cuenta.  

Por ello, antes de lanzarse a escribir, el escritor debe espigar cuidadosamente los datos de su historia, desbrozando sin miramientos todo aquello que resulte de escaso interés o que distraiga la atención de lo principal; por esto es muy importante saber qué es fundamental para la historia y qué no lo es.  Y eso requiere un tiempo de reflexión previo a la escritura.  

Pero tan importante como dichos aspectos de orden más bien estructural, los hay de lenguaje y forma. Quizá el principal, y que vimos muy al principio de estas lecciones, es el de la exposición forzada, esa forma más bien burda y sobreexpuesta con que damos la información al lector, sin utilizar las elipsis necesarias para que lo contado se entienda de manera clara pero nunca impostada. Y a remolque de este error solemos encontrarnos con otro más: no elegir bien a nuestro narrador y así vernos obligados -aunque a veces por mero descuido- a cambiarlo sin justificación alguna: pasar de la primera persona a la tercera sin que ello resulte necesario  puede terminar por confundir enojosamente al lector. Ello conlleva muchas veces que se le cuenta demasiado al lector, en vez de dejar que sea él quien deduzca lo que está pasando. Al explicarle las cosas en demasía y por lo tanto al no dejarle nada para que sea su imaginación la que redondee la historia, estamos cometiendo un error muy grueso: no permitirle al lector participar en la elaboración del relato.  Y a propósito de esto: Una vez que acabamos de leer el cuento debemos tener la sensación de que hay algo más ahí. Que no es sólo lo evidente, lo que acabamos de contar. Que hay algo por debajo de lo que hemos leído, algo que ha dejado en nosotros una sensación  que va más allá del hecho que se ha relatado, el hallazgo de un valor universal: amor, miedo, amistad,  venganza... 

Otro gran error con respecto al lenguaje: es muy importante que se escriba con claridad, concisión y orden: un buen texto literario es un texto pulcro, fácilmente entendible, sin frases excesivamente largas o excesivamente cortas, salvo claro está, cuando la propia acción lo requiere. Pero por lo general, nuestro lenguaje debe ser eficaz, conciso, suficientemente plástico como para "ver" la escena, pero sin demasiados alardes verbales que dificulten la compresión de lo narrado. Finalmente, si nuestro lenguaje se sustenta en exposiciones forzadas y no sabemos elegir la voz que narra, a menudo los diálogos pueden sonar falsos, poco creíbles, prácticamente teatrales. Es un asunto difícil lograr diálogos naturales. Puesto que, como ya veremos, el lenguaje escrito y el oral no son iguales y tenemos que "simular" diálogos naturales. Ya hablaremos de ellos en septiembre.   

Y bien, como un arequipeño en reposo tiende a la oxidación, durante el mes de agosto el blog continuará abierto, pero no serán sesiones narrativas ni consignas sino comentarios sobre algunos asuntos que bien podrían titularse "mitos y leyendas" y que tienen que ver con escritores, editores, agentes, publicaciones, críticos, premios y algunos aspectos de este tipo que seguramente pueden interesarle a nuestros amigos que quieren dedicarse más en serio a este oficio y que desconocen algunas de sus curiosas interioridades. Por ello, ya no habrá ejercicios hasta septiembre...  

Insistimos: No se trata de consejos -¡líbrenos Dios!- sino sólo de algunos apuntes que creemos pueden resultarles interesantes. Por supuesto que esperamos verlos participar con sus comentarios, como siempre. Y en septiembre regresamos con las clases que nos quedan antes de despedirnos definitivamente de este taller on line que tantas satisfacciones nos ha dado, así como nuevos y buenos amigos escritores.

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28 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad (5)

/upload/fotos/blogs_entradas/mahatma_gandhi_1_med.jpgSi educásemos a nuestros hijos para ser crueles y despiadados, les iría mejor en este mundo que si emulasen a Gandhi. La cuestión, mis queridos Hamlets, debería entonces plantearse así: ¿vamos a ser lo que esta sociedad pretende que seamos, o más bien a no ser dóciles, presentándole en cambio nuestros propios términos? Porque, seamos sinceros, la mejor manera de formar a nuestros hijos para que ‘triunfen' en este sistema -adicto al  lucro, fóbico al dolor- sería mandarlos a una escuela de mercenarios. De ese modo aprenderían a administrar la violencia que de otra forma recibirían (este es un mundo que enseña a pegar para que no te peguen, y a explotar para no ser explotado), y además a hacerlo por dinero, con lo cual satisfarían las columnas vertebrales de lo que hoy demanda vivir: hacerles a los demás lo que no quiero que me hagan, y forrarme en el proceso.

Más allá de las dificultades que entraña practicar la bondad en un mundo que ya no sabe leer un gesto desinteresado, ser bueno presenta sus propias trampas. Quiero decir: ser bueno no es fácil, o al menos no estamos del todo preparados para ello. ¿Quién no ha tolerado infinitas afrentas, preguntándose si no sería más conveniente y justo reaccionar, devolviendo la misma moneda con que le han pagado? (Y a menudo devolviéndola, para arrepentirse de inmediato por haber caido en la trampa.) ¿Cuántas veces, pretendiendo hacer un bien, terminamos produciendo un hecho indeseado, o lastimando a alguien que no se lo merecía? Me refiero a aquella verdad a la que alude la célebre frase sobre las buenas intenciones y el camino al infierno. O sea que no basta con desear hacer el bien, y ni siquiera con hacerlo: al bien, ay, además habría que hacerlo bien.

Esa es la tentación. Pensar en el bien a partir de sus resultados. Porque si el bien que querríamos hacer no engendra la paga soñada -siendo recibido positivamente, transformando la realidad, granjeándonos gratitud o al menos buena voluntad-, la iniciativa quedaría viciada de nulidad. ¿Para qué ser bueno si no puedo hacer el bien, o si ni siquiera obtendré felicitaciones a cambio?

La única respuesta que tengo desafía la lógica utilitarista de este mundo. ¿Por qué ser buena gente? Porque sí. Porque puedo.

He ahí el quid. ‘La bondad, como la maldad, implica libertad', escribió aquí mismo Moneda. Mayté también subrayó la médula del asunto: se trata de la posibilidad de elegir. Puedo elegir el camino de la maldad y de la autosatisfacción, que sin dudas estará lleno de recompensas. Puedo elegir un camino intermedio, más bien neutro: ser bueno mientras las circunstancias lo permiten, y ser mezquino -como la gran mayoría- cuando sentimos que no nos queda otra, a riesgo de enajenarnos del mundo. El problema con esta vía es que produce el mismo efecto que la abstención en las elecciones, o de los votos en blanco: termina favoreciendo precisamente a aquellos a quienes no queríamos apoyar, y dejando a los que al menos nos caían simpáticos en la peor de las orfandades.

Y por supuesto, está el camino que entraña tratar de ser -porque nadie lo es naturalmente, porque serlo supone esfuerzo-, tratar de ser, insisto, buena gente. Este es el camino más escarpado, sin dudas. Y el más solitario. Yo creo, como Sara Franklin, que todo lo que necesito saber para ser buena gente está inscripto de una forma u otra en el mundo natural del que alguna vez salimos, y en el universo del que formamos parte aunque vivamos ignorándolo. Pero a diferencia de ella, no creo que podamos ‘programarnos' para ser buenos. Sí es posible programarse para el mal, o al menos para el egoísmo: para responder a esa ‘programación' que mamamos desde la cuna, todo lo que tenemos que hacer es dejarnos llevar por la corriente. En cambio ser buena gente implica lo contrario de dejarse llevar. Para ser buena gente hay que pensar, y calibrar cada acto, y finalmente -porque de eso se trata- elegir. Sin pensar en el resultado. Hacer lo que sentimos que debemos hacer, porque sí. Porque podemos. ¡Porque queremos!

No debería ser tan difícil, a fin de cuentas. Pasa por tratar de ser honestos con nosotros mismos, y manejar la verdad con la mayor delicadeza posible. Del mismo modo en que el universo debería sernos un libro abierto, todo lo que urge saber al respecto ya ha sido expresado. Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dicen que dijo alguien alguna vez. O para ponerlo de un modo más práctico y menos pasible de ser acusado de lirismo: no hagas a otro lo que no te gustarían que te hicieran. O si prefieren, por la positiva: tratá de hacer a los demás lo que te gustaría que te hicieran. Más claro, imposible.

Aunque no se perciba de inmediato, aunque no parezca hacer mella en la trama del universo, ser buena gente marca la diferencia. Quizás no veamos los resultados, pero ni falta que hace. Imagino que el ingeniero que diseñó al robot en la ficción de Wall-E no pensó en todas las implicancias de ese acto. Sin embargo Wall-E, cuya función estricta era la de recoger y compactar basura, descubre que puede hacer algo distinto de aquello para que lo habían programado: por ejemplo -nada más y nada menos- defender la vida, encarnada por ese brote verde que surgió en medio de una Tierra devastada. Y un dato insoslayable: sólo se da cuenta de la importancia de defender la vida una vez que lo inspira el amor de Eve.

Ser mala gente no cuesta nada, sólo hace falta imitar al resto. La imitación repetida ad infinitum no inspira a nadie. Pero ser buena gente inspira, como sólo lo hacen las decisiones tomadas con absoluta libertad.

Tarde o temprano, nuestras obras hablarán por nosotros.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_david_de_miguel_ngel_med.jpgGracias a todos por ayudarme a pensar. A Serpiente Suya, a Valeria, a Eduardo Varas, a Armstrongfl, a Sara Franklin y a Moneda. Gracias a Patto, a Marciano, a Alba, a Dagar y a Majo. Gracias a Aspasia, a Daniel, a Amalia, a Mayté. ¿Dieciséis personas, cada una en su país y en su circunstancia, dedicadas durante una semana a pensar sobre la posibilidad de la bondad? Hay milagros que se obran con menos energía.

¿Qué trataba de decirte, hija mía? Empecé diciéndote que es difícil ser buena gente en este mundo. Termino diciéndote que es coherente que así sea, porque no hay nada bueno en este mundo -desde el David de Miguel Ángel a la justicia verdadera- que se obtenga sin esfuerzo.

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28 de julio de 2008
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Vuelve a casa, vuelveee, por caridad

Cuando lo oí por la radio era muy temprano, me estaba afeitando, y creí haberme equivocado de emisora. Pensé que se trataba de un programa humorístico. Tardé en comprender que no era otra de esas burlas cansinas con las que llenan el tiempo muerto los medios de persuasión, sino que la frase era verdadera y había sido pronunciada por el jefe de los socialistas catalanes, por el más grande socialista de todo Cataluña, para entendernos. Más tarde volví a oírla y esa vez me fijé más en la segunda frase. De momento, sin embargo, estaba yo dándole vueltas a la primera.

La primera frase era "Te queremos mucho José Luis". Una frase cariñosa y seductora, una frase doméstica y con suave aroma a tía solterona. Ahora bien, dicha por el más grande socialista que han logrado producir los catalanes y dirigida al socialista absoluto, al presidente de todos los socialistas españoles, me pareció algo soberbio y augusto. Jamás, durante mi triste juventud izquierdista, había yo oído nada semejante en un camarada. Es más, frases similares eran tenidas por sentimentalismo pequeño burgués, algo más bien del Opus Dei o de los sindicalistas verticales. Ahora por fin el amor entraba en el discurso socialista. Aquel lugar severo, de una racionalidad rigurosa, desnudo de emociones y entregado al análisis de las condiciones objetivas, se ha humanizado. Los socialistas ya no son individuos que consideran la política como una ciencia, ahora son un grupo de parientes, de creyentes, de romeros, atados por relaciones amorosas. ¡Qué inmenso alivio!

Pero aún me quedaba lo mejor. La segunda frase era algo que yo no creí poder escuchar jamás en boca de un hombre de izquierdas: "¡Pero amamos más a Cataluña!" Debo confesar que rompí a llorar. Tantos años oyendo ese tipo de frases en boca de los caudillos españoles, africanos y latinoamericanos, ¡y ahora por fin la oía en boca de un socialista más o menos europeo! Ya nunca nadie podrá acusar a la izquierda de combatir más por la lucha de clases que por la nación. ¡La izquierda ya es como los de aquí de toda la vida!

Artículo publicado en: El Periódico, 26 de julio de 2008.

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28 de julio de 2008
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Carlos Sastre

El ciclismo ha sido la música de fondo del crecimiento de muchos niños españoles. Cuando era pequeña en mi casa jamás nos saltábamos la etapa. La etapa del Tour, del Giro o de la Vuelta a España era sagrada, y esos hombres esforzados sobre dos ruedas eran nuestros héroes. Y aún lo son porque el ciclismo es lo que más se parece a la vida: corres con otros, pero pedaleas tú solo.

Es el deporte más sacrificado y que ha arrancado a los periodistas deportivos las más bellas páginas literarias que se puedan leer. Los nombres de Bahamontes, Ocaña, Delgado, Indurain, Pereiro, Contador y ahora Sastre (ganadores del Tour de Francia) forman parte de nuestra mitología familiar. La bicicleta con sus cuerpos consumidos encima nos inspiran en los momentos en que flaqueamos, porque cuando las cosas se ponen difíciles siempre podemos imaginarnos que somos Carlos Sastre intentándolo y al final consiguiéndolo. Ocho veces, nueve veces, diez, qué más da. Lo importante es seguir y seguir con confianza en nosotros mismos.

La bicicleta, las piernas y el sudor de la frente, este es el camino.

¡¡Enhorabuena, Carlos Sastre!! 

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28 de julio de 2008
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Macedonio Fernández en TQC

/upload/fotos/blogs_entradas/macedonio_fernndez_med.jpgPara los argentinos, la influencia de Macedonio Fernández sobre Jorge Luis Borges está en el centro de un debate continuo. ¿Debe más el autor de El Aleph al amigo de su juventud que a Adolfo Bioy Casares que tanto hizo a largo plazo para celebrar su grandeza? Parece que la respuesta es afirmativa según un excelente ensayo de Marcelo Ballvé en la revista (en inglés) The Quarterly Conversation.

No voy a entrar en el laberinto de las influencias sobre Borges, un hombre hecho biblioteca, pero este artículo me ayuda a apuntar unas cosas sobre The Quarterly Conversation:

1. Es un sitio absurdo: publica cada trimestre una revista literaria en la red (con notas, reseñas, artículos, etc.) como si fuese un soporte de papel. La red es la cosa más continua, reactiva, directa que conocemos y esa voluntad de utilizar un nuevo medio al viejo modo no tiene sentido.

2. Es también un sitio exquisito. Gran cuidado en el momento de escoger autores y obras. Muy buena escritura. Encanto de las ideas. Es de lo mejor que se encuentra sobre literatura en la red.

3. Es por fin un sitio tramposo: finge no saber nada de Internet pero cuando uno cliquea sobre el enlace dedicado a "apoyar" a la revista se encuentra con una falsa página pidiendo disculpas por un error de navegación que incluye una nube de etiquetas (es decir: la revista sabe muy bien que más tráfico es la única ayuda que vale).

4. Además, la revista mantiene una página en Facebook lo que indica una estrategia de gran lucidez de desarrollo en la red que no tiene nada que ver con el papel.

5. Scott Esposito, el editor de la revista, tiene un blog que tampoco es la obra de un ingenuo. Este señor sabe del ciber-diálogo. Su revista, tal como es, demuestra que las viejas recetas de la crítica literaria caben en la nueva cocina en línea.

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28 de julio de 2008
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El vicio de la virtud / I

I. Instinto pecador.

A las virtudes se les pierde el respeto en años muy tempranos, no bien se da uno cuenta que sus mayores rara vez las practican con la resolución que las predican. Luego toca enterarse que no es fácil, aun y más aún para quienes se lo proponen. Habemos, por ejemplo, quienes sólo logramos ser virtuosos cuando no hay otra opción en el menú, o bien cuando las otras opciones nos parecen inaceptables de raíz. Hay también quienes de las virtudes no ocupan otra cosa que las etiquetas; ello les da licencia e indulgencia para pasárselas por el arco del triunfo cada vez que su antojo lo haga menester. Somos la misma gente, pero vemos el tema con enfoques distintos; por eso pretendemos ser antípodas.

     A ver si ya me explico. No es que tenga algo  en contra de la virtud, es que su promoción me causa repelús. Cada vez que un político habla de honestidad, me llevo por instinto la mano a la cartera. En su momento, Britney Spears se complacía hablando de su virginidad y no eran pocos quienes se llevaban la mano a otra parte, seguramente también por instinto. Y es que el instinto poco sabe del mal llamado buen camino, como no sean los atajos precisos para evitárselo.

     Es también el instinto quien erosiona el poco sex appeal que de por sí les queda a las virtudes, a fuerza de tornarlas relativas. Justo cuando comienza uno a pensarse virtuoso, algo le dice que su pequeña hazaña puede ser contemplada desde más de un ángulo. ¿Cómo saber que la esperanza es esperanza, y no mera ambición desenfrenada? ¿Quién no ambiciona fama de caritativo? ¿Cuántos estafadores no persiguen la fama de desinteresados? Pocos vicios, no obstante, parecen tan baratos como el de aquellos socios de Narciso que encuentran su virtud en la ausencia ostensible de virtudes. Qué aburrido ha de ser pecar por pecar, cuando es tan lindo hacerlo por debilidad.

     Voy, pues, tras las virtudes cardinales, presa de la lujuria que inspiran los vicios. Si a alguna alcanzo, no será por virtuoso, como por imprudente, injusto, débil y destemplado. Pobrecillas virtudes, tan arrogantes. No aceptan que pueda uno reemplazarlas.

 

Mañana: II. Aquí no vive Prudencia.

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28 de julio de 2008
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Felicitas Martínez Sánchez y Teresa Bautista Merino:

Apenas tenían 20 años. Eran locutoras de la radio indígena La Voz que rompe el silencio en la zona trique de Oaxaca donde ayudaban a las mujeres oprimidas por la violencia de género a denunciar sus casos y a exigir justicia y reparación. Su voz casi infantil contrastaba con su valor cuando alentaban a los oyentes a defender el territorio autónomo de los triques. El 7 de abril de 2008 a las 18:00 horas fueron emboscadas por un grupo de seis pistoleros en Putla de Guerrero. Les dispararon hasta matarlas. El coche en el que viajaban era conducido por Jorge Albino Ortiz quien sobrevivió al ataque: "Empezaron a disparar específicamente contra las locutoras" -dijo Albino Ortiz a Reporteros Sin Fronteras- "es un golpe directo contra la radio y la libre expresión comunitaria de la zona trique, porque hemos luchado por la autonomía, por los derechos indígenas". Desde enero de 2007, cuando buscaron la autonomía, Felicitas y Teresa habían sido amenazadas. Las dos periodistas fueron asesinadas cuando iban a realizar un reportaje, según ha denunciado el Centro Nacional de Comunicación Social (CENCOS) y la organización internacional "Articulo 19". Los locutores Adolfo Ramírez y Bernabé Cruz han declarado que la autoría intelectual del crimen recae en los dirigentes del Partido Unidad Popular, Heriberto Pazos, Rufino Merino Zaragoza y Marcelino Bautista. Más aún, ambos compañeros de las dos mujeres asesinadas han identificado a los autores materiales del crimen y acusan de "jalar el gatillo" a los hermanos Manuel y Carmelo Domínguez Ortiz y Paulo Guzmán Ramírez.

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28 de julio de 2008
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