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Silencio concreto

"Expuestos sobre este silencio que nada de ellos absorbía, los ruidos más alejados, provenientes de jardines situados en el otro extremo de la ciudad, se percibían con tan matizado detalle que parecían producir efecto de lejanía tan sólo en razón del pianissimo, como esos motivos en sordina tan bien ejecutados por la orquesta del Conservatoire que, sin que se pierda nota alguna, parecen venir de un lugar alejado de la sala, atento el oído de todos los abonados, como si hubieran escuchado el lento avance de un ejército, que aun no habría doblado la calle Trévise".

("Exposés sur ce silence qui n' en absorbait rien, les bruits les plus éloignés, ceux qui devaient venir de jardins situés à l'autre bout de la ville, se percevaient détaillés avec un tel «fini » qu'ils semblaient ne devoir cet effet de lointain qu'à leur pianissimo, comme ces motifs en sourdine si bien exécutés par l'orchestre du Conservatoire que, quoiqu'on ne perde pas une note, on croit les entendre cependant loin de la salle de concert et que tous les vieux abonnés tendaient l'oreille comme s'ils avaient écouté les progrès lointains d'une armée en marche qui n'aurait pas encore tourné la rue de Trévise".)

El Narrador nos describe una peripecia de su infancia, en la que habiendo tomado, contra la voluntad de sus padres, la decisión de abandonar en la noche su cama, sentado al pie de ésta, tras abrir las ventanas, percibe un paisaje tan estático, que se diría temeroso de perturbar un esplendoroso claro de luna que, otorgando a cada cosa un reflejo más substancial en apariencia que la cosa misma, lo  ampliaba  como si se tratara de un plano que se despliega. Sólo un tenue movimiento de hojas, perfectamente circunscrito, como ejecutado minuciosa y delicadamente  por algún demiurgo cuidadoso de que el silencio no fuera interrumpido sino matizado y enriquecido. Es sobre este fondo de silencio concreto que se destacan los sonidos musicales de la ciudad que el Narrador describe.

A diferencia  de lo que ocurre en el complejo código de señales  de las abejas, los signos emitidos por la voz humana significan aun en la oscuridad, pero nunca en  el silencio. La voz no viene a quebrar un vacío acústico (imposible de hecho mientras no se de el vacío puro y simple, mientras persista la naturaleza) sino a sobre-determinar un trasfondo sonoro abierto a todas las potencialidades, un trasfondo sonoro inherente a la pura materialidad, a la naturaleza elemental.

Cuando la voz incide, la naturaleza deja de ser lo absoluto, la naturaleza encuentra un polo que, además de relativizarla, le da nombre y, con ello, de alguna manera la erige en naturaleza. Sobre el fondo sonoro de la naturaleza llega, en la descripción del Narrador, el rumor procedente de esos jardines ubicados al otro lado de la villa. Combray es en ese momento el auditorio ancestral donde la percepción de un susurro es imagen de un ensanchamiento del espacio, a la par que parecerían tan cercanas mutuamente las voces de campesinos que se hablarían desde colinas simétricas separadas por la Vivonne.

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5 de agosto de 2008
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La mitad del cielo

/upload/fotos/blogs_entradas/mujer_con_corbata_med.jpgPodría ser que el Movimiento de Liberación Femenino no haya logrado, en realidad, una liberación del dominio masculino sino tan sólo la liberación del estereotipo de la feminidad. Lo que no sería poco. Sería tan transtornador como haber eliminado la antigua mirada propia de la mujer para haber dejado el espacio despejado para la mirada del modelo del hombre. No exactamente la antigua mirada masculina que incorporaba el contrapeso de la simulación femenina, no el espacio absoluto de la mirada obscena del macho frente a la mirada de la pudibundez y el espionaje femeninos dentro del teatro general del cortejo, sino la mirada masculina sin sus viejos atributos,  desprendida de penetración, extraviada en la vastedad, viuda de sí. Una mirada que se pierde sin réplica, una pupila sexual que no encuentra horizonte, un panorama visual, en fin, sin pliegues ni añagazas en que lo masculino y lo femenino se hunden en la ausencia de la dura dialéctica relacional.

La mujer liberada de sí y tratando de reproducir el papel del hombre y el hombre desprendido de su razón,  privado de su objeto y su objetivo. Con esta deriva, el movimiento de la liberación del prototipo de mujer conduce hacia el fracaso de su liberación esencial puesto que viene a ser no la revolución de la mujer la que instaura una mirada alternativa a la del hombre sino que, a lo que se ve, remeda más o menos la mirada que trataba de sacudirse de encima. Esa mirada masculina desacreditada, condenada (¿satanizada?: satanizada) resurge así debilitada y no transformada en su raíz ¿Para bien? ¿Para mal?  El resultado, grosso modo, es un copioso caldo unisex, un guiso de todos los olores casi fundidos, un mejunje más o menos espeso y sin sabor de sustitución ¿O es este sabor confuso el que constituye toda la novedosa definición?

Pero, en ese caso, ¿sería esta mixtura el ideal que se propuso la revolución feminista?, ¿sería este universo del ojo turbio donde casi todo tono cabe el objetivo de la subversión? Claro que no. Demasiado soso para creerlo, aún endulzado, "la mitad del cielo".

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5 de agosto de 2008
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Regreso a Madrid

Mi vuelo a Madrid debía salir de Santa Cruz el viernes a la medianoche. Los de Aerosur (un avión a cargo de Air Comet) tuvieron la gentileza de hacernos esperar hasta las cinco de la mañana. Distraje el tedio y el cansancio leyendo el manuscrito de la novela de un amigo. Pensé que las salas de espera de los aeropuertos eran algunos de los pocos lugares que me quedaban para leer en paz. Ya en el avión, me tomé dos Tylenol PM  y dormí siete de las once horas del vuelo. Al despertar, revisé lo que tenía de la novela que había comenzado a escribir hacía meses y había abandonado; me alegró descubrir que había cincuenta páginas que se salvaban (o acaso era que el viaje me había tornado laxo para la crítica). Pensé que era demasiado lío para tan pocos días en Madrid, y me arrepentí de haber aceptado la invitación de mi buena amiga Ana Pellicer a un curso de verano en El Escorial; sin embargo, una vez que vi, desde mi ventana en el avión, las luces de la ciudad, me sentí en paz y feliz de estar ahí, en ese momento. Recordé a un amigo escritor que me decía que jamás podríamos vivir de la literatura, pero que, en todo caso, gracias a la literatura conoceríamos el mundo, y me dije que sí, eso era: yo era uno de esos seres incombustibles que, aunque no dejaba de necesitar de un puerto, estaba siempre muy dispuesto al viaje.

¿Ese domingo calcinante, en qué se convirtió Madrid para mí? Junto a Diego y Laura, la ciudad se redujo a un entrañable café en Chueca -el Diurno--, varias librerías -la FNAC, donde conseguí la última novela de Hornby y un par de novelas de Calvino que ya había leído pero quería leer nuevamente; la Casa del Libro, donde busqué sin suerte Ubik, de Philip Dick--, un local donde vendían empanadas argentinas, algunas tiendas en la Gran Vía -Springfield, Sfera, H & M--, y a un bar donde nos topamos con Ray Loriga. Ray venía de dejar a sus hijos con su ex-esposa después de estar un mes con ellos en una playa de Andalucía; hablamos de su nueva novela, que Alfaguara publicará en octubre, nos mostró las réplicas en miniatura de algunos bombarderos que había comprado para sus hijos, y luego el DVD de Gracias a Dios es viernes, la película de Donna Summer en pleno apogeo de la música disco que a Ray le parecía mala pero que quería volver a ver. Nos despedimos, y yo me dije que hacía poco había leído Tokio ya no nos quiere y me había gustado mucho, y que debí habérselo dicho a Ray.

A las siete y media de la tarde, me fui con Santiago Vaquera al Escorial. Esa noche, en mi reducida habitación, descargué ilegalmente un compact de The Walkmen que me había recomendado Santiago, y retomé la lectura de Morvern Callar (sí: la película es muy buena, pero la novela es mejor). Y yo, que creía hallarme en el período zen de mi vida, descubrí con gozo que el mundo me afectaba. No era, claro, la desesperada oscilación de los últimos años, la traumática manera de golpearme que tenían una canción, unas palabras, un correo electrónico; era algo más sosegado pero no menos importante. La serenidad de aquel a quien le han pasado muchas cosas dignas de hundirlo, y que se ha hundido muchas veces, pero que, aun así, está dispuesto a seguir viajando sin chaleco salvavidas (o, llegado el caso, chaleco antibalas).

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4 de agosto de 2008
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El ruido y la fiesta

Mi amigo en Buñuel, en Barros y en otros heterodoxos, el periodista Ramón Rozas- uno de los que mejor conocen los secretos de las piedras y las calles de Pontevedra- me había invitado a los toros en Pontevedra. Una plaza histórica, un reducto, un símbolo de resistencia de una fiesta que sigue viva a pesar de la razón. Única plaza gallega, aunque haya corridas en otras ciudades, en otros pueblos, ésta de San Roque es la única plaza estable en Galicia, territorio poco taurino si exceptuamos Pontevedra. Fue una experiencia, no mística, ni religiosa, ni mucho menos silenciosa. Juerga y ruido en una fiesta que, cuando más me gusta,  se escucha "esa música callada" de la que hablaba Bergamín.

No escuchamos música callada. Había música de banda, pitos, tambores, trompetas y otros ruidos de peñas. También había muñecos de feria, pistolas de agua, litronas, bocadillos y otros elementos que poco tienen que ver con mi forma de entender lo taurino...Y sin embargo, disfruté. Fui masa de pan y circo. No aumenté el ruido, no grité a los toreros, ni usé pitos o cláxones, pero me vi envuelto en esa juerga que me hizo ser joven y estar en San Fermín. Otra forma de la fiesta. Me extrañaba que, como en el fútbol, parte del público gritaban orgullosos "soy Español, Español, Español". Nunca he presumido de esa condición. Lo soy sin prejuicios, sin fatalidad y desde luego sin aquel orgullo de los falsos patriotas. Disfruté de la corrida en compañía de la peña "Los Tiritis", los más civilizados entre los ruidosos. Y lo hice porque allí, en el ruedo, en el lugar de la verdad, dónde la vida y la muerte se miran de cara, allí, más allá de los ruidos, la furia, la juerga y la fiesta, estaba ese torero que ha sabido devolver a la fiesta toda su seriedad, su emoción y su silencio. Toreó José Tomás en Pontevedra. Cortó tres orejas, salió por la puerta grande e hizo, por algunos segundos, que la plaza llena de juerga se callara para escuchar por unos instantes el silencio de lo verdadero. Gracias, amigo Ramón, volveré al circo el próximo año. Se que es un espectáculo razonable, que seguramente sus seguidores somos animales en extinción, pero me gusta y me emociona. También, con otros toreros me divierte o me aburre. Lo de José Tomás es una extravagancia, como la de esos que tanto nos gustan.

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4 de agosto de 2008
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El abismo blanco

Al poner el énfasis en la complicidad de su poesía con la música, Mallarmé  no se remonta a la atmósfera primigenia del lenguaje. Se refiere clásicamente a la música en el "sentido griego",  a su entender  Idea o ritmo entre las relaciones (Idée ou ryhtme entre les rapports). Caracterización sin duda problemática pero sobre la que vierte una luz  de la obra más ambiciosa en la forma, ese "Jamais un coup de dés..." en cuyo Prefacio se nos dice que todas las partes del poema, blancos incluidos, no son otra cosa que "subdivisiones prismáticas de la Idea". Sobre la exigencia de trabajar el blanco escribe en términos radicales y con explícita  eferencia a la música:

"La armadura intelectual se mantiene en el espacio que aísla las estrofas y entre el blanco del papel: significativo silencio que no es menos bello a componer que los versos".

Apoyándose en afirmaciones como ésta muchos son los que  casi  han homologado en peso el trabajo de Mallarmé con el "abismo" blanco.  Conviene, desde luego, al respecto cierta prudencia. Esa misma prudencia que el compositor Tomás Marco pedía en relación  a Cage afirmando que a éste "no le interesaba el silencio, sino lo que se escucha durante el silencio".

Mas el silencio o el blanco no valen en su  indeterminación. El músico y el poeta exigen silencio y blanco concretos, es decir, aptos a ser impregnados por la estructura propia de cada frase. Pues como la frase,  para ser verídica, no puede nunca ser mecánica iteración tampoco puede ser prima o indeterminada la materia en que se inscribe.

Precisamente como trasfondo esencial de  tal escucha el silencio debe ser aprehenderlo si se da la fortuna de que se ofrezca  y hay que condicionarlo caso de que así no sea. Mallarmé prepara el blanco como si no se hubiera dado el kairos, como si no hubiera tenido la dicha de topárselo.

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4 de agosto de 2008
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Ventajas de estar fuera de circulación

Como es de rigor cuando comienza la canícula, hay que tratar de subrayar su singularidad. En todo momento la atención que requiere el clima es asunto primordial si uno vive un poco alerta. Ha bastado un siglo para que, de sangrienta batalla sindical, las vacaciones pagadas pasaran a ser un eficaz modo de seguir trabajando y de contribuir al producto nacional bruto. Eso que solemos llamar "capitalismo", pero que seguramente es algo así como el mítico "estado de naturaleza", resulta incompatible con el ocio.

El ocio verdadero es no hacer absolutamente nada excepto aquello que es inconciliable con la actividad laboral habitual. De modo que, por ejemplo, a mí y a los cientos de miles de profesores universitarios o de instituto, deberían prohibirnos la lectura durante las vacaciones. Tendríamos que dedicarnos a conducir un tractor, desmontar un motor de explosión, practicar el tiro olímpico o apuntarnos a un grupo de buzos. Los periodistas no deberían leer periódicos, los deportistas habrían de estudiar a Kant, los ministros tomar el metro o un tren de cercanías, los policías podrían intentar algún hurto sencillo, los curas sin duda practicar nudismo, y así sucesivamente.

Pura retórica. Estoy persuadido de que las vacaciones sirven para todo lo contrario, o sea, para redoblar la actividad laboral. /upload/fotos/blogs_entradas/sombrero_de_tres_picos_de_alarcn_med.jpgEl profesor se lleva de vacaciones un montón de libros, el periodista aprovecha para destripar la prensa nacional y provincial, los deportistas no pueden abandonar su entrenamiento sino que aún lo suben de grado y los ejecutivos analizan enormes dosieres sobre los costes de despido. Los únicos que no hacen nada son los que ya normalmente no hacen nada.

Ayer, sin ir más lejos, volví a caer en el célebre Sombrero de Tres Picos de Alarcón y hoy tengo mucho remordimiento. Sobre todo porque lo seguí con la pieza homónima de Falla, una preciosa suite de danzas dirigida por el insuperable Argenta, y así se me fue el día. ¡Cuando pienso que en el tiempo de leer y escuchar esa joya habría podido yo segar cien metros cuadrados de centeno! 

Artículo publicado en: El Periódico,  2 de agosto de 2008

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4 de agosto de 2008
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El país de la eterna balacera

He estado en Guatemala para la Feria del Libro, y los comentarios más generalizados entre amigos y conocidos van a dar al asunto de la inseguridad que sigue campeando sobre el país como un ave de presa de garras sucias. Todos los días ocurren asesinatos que suelen ser ajusticiamientos, asaltos a mano armada, o secuestros, y a pesar de que el Gobierno del presidente Álvaro Colom tiene aún una vida muy corta, todo el mundo le reprocha que no haya hecho lo suficiente para detener la mano de quienes matan desde las sombras, y no pocos de los cuales, todo el mundo lo dice, pertenecen a las propias fuerzas de seguridad.

Las mafias enquistadas dentro de la policía, los políticos corruptos que aprovechan su inmunidad para cobrar cuentas, el poder de decidir sobre la vida de los demás que no ha perdido los narcotraficantes, los asesinos a sueldo que están disponibles a precios módicos, la evolución de las pandillas de los maras hacia verdaderas organizaciones criminales, todo eso no hace sino agudizar el clima de violencia que el país ha vivido a lo largo del último medio siglo, en el que los mejores fueron sacrificados, entre ellos Manuel Colom Argueta, tío del actual presidente, ametrallado por sicarios en una de las calles de la capital, sólo porque quería una Guatemala justa y democrática.

En los años setenta, mi amigo el pintor Luis Díaz ganó la Bienal Centroamericana de Pintura con un cuadro espléndido que se llamaba Guatebala, una gran alegoría del país al que los carteles turísticos llaman de la eterna primavera, y que otros parodian como de la eterna balacera...

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4 de agosto de 2008
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Musas y musos

Todos los hombres  escribimos con la esperanza última de ganar atractivo ante las mujeres y  no puede afirmarse lo mismo en sentido inverso. No sé yo, en realidad, para qué escriben o para quién escriben las mujeres como tampoco se llega fácilmente a entender cuando aseguran ellas que se arreglan o depilan sólo para gustarse a sí mismas. ¿Para gustarse a sí mismas sin más?

El plus se hallaría, aún oculto, acaso en la obvia razón de que la mirada, la mirada con la que la mujer se mira y se juzga, sigue siendo en buena medida todavía, la mirada procedente del ojo de la masculinidad patriarcal, "el ojo del amo".

Esa mirada, literalmente patrón, con la que se valora, se clasifica y se sopesa la belleza femenina es la misma que emplea la mujer en su cosmética. Todavía pues actualmente, a despecho del largo Movimiento de Liberación de la Mujer y la extendida feminización social, no ha surgido otro paradigma de recambio estético para estos casos. Gustarse a sí misma es aprobarse de acuerdo a unas querencias que se confunden en casi todos los casos con el deseo proverbial del hombre. ¿Será, por tanto, así como se realiza la contraprestación femenina a los esfuerzos de creatividad estética masculina?

/upload/fotos/blogs_entradas/gala_desnuda_de_espaldas_med.jpgEn la literatura, en la pintura, en la canción abundan masivamente los sujetos idealizados con nombre de mujer, desde Beatriz a Helena, desde la Gioconda a Gala, desde Carol a Diana, pero apenas de hombres.  Casi por antonomasia, el desnudo en la pintura es el desnudo de la mujer pero aún tratándose del desnudo actual del hombre, el autor es un artista del mismo género. La celebración de la belleza, el canto al amor, las desesperadas melodías que evocan al amado, se refieren concretamente a una amada. ¿Cuándo abundarán las coplas en que se requiebre habitualmente a un hombre? Probablemente ya no sucederá nunca. Ha caducado ya el tiempo de la desigualdad y con él los pedestales y la veneración, el arrobamiento o la esclavitud ante el deslumbrante poder concedido al otro. Esto es lo que tiene la democracia, tanto social como sexual.  El erotismo pasa de actuar como un paso hacia la adoración del ser supuestamente amado para convertirse, poco a poco, en un paseo por la entretenida piel del otro. ¿Somos menos importantes entonces los unos para los otros? Efectivamente. Necesitamos que sea así de acuerdo con el sistema general de la circulación rápida, la fácil comunicación, el lastre cero. Cuanto menor es el afianzamiento (romántico o no) mayor es la disponibilidad de supervivencia, la capacidad para cambiar, la plasticidad para ejercer otras funciones. ¿El arte? Fin de la cultura sagrada, acabamiento de la adoración, desprestigio de la inspiración.  En adelante, las musas serán sólo las circunstancias propicias y los musos..., los musos, como siempre, inservibles mostrencos en la escritura, la pintura o la composición.

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4 de agosto de 2008
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Exploración espacial

El único despilfarro de los muchos que hacemos que no me duele es el de la carrera espacial. Tira de mí la curiosidad, ¿qué ocurrirá por esos mundos desconocidos? Aparte de que seguramente estos avances científicos repercutirán en nuestro progreso del día a día.  Y de no ser así me resulta suficiente  con que hayamos atravesado nuestra atmósfera y que hayamos contemplado el planeta Tierra desde fuera y que ahora nos podamos observar desde otro lugar a millones de kilómetros con el oscuro espacio de por medio.

Como decía Pedro Duque el otro día, la llegada del hombre a la Luna costó menos dinero que la guerra de Irak. Y por lo menos en ese empeño no mueren miles de personas. Puede que el sueño de querer saber lo que hay más allá nos lo vayan alimentando poco a poco y a un gran precio, pero estoy segura de que lo que no se gaste en explorar Marte o colonizar nuestro satélite tampoco se invertirá en paliar el hambre. Al menos así hoy sabemos que en Titán hay mares de etano líquido y que llueve. Y que en Marte hay agua. Ojalá que toda la frivolidad de la humanidad consistiera en esto.

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4 de agosto de 2008
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Futuro condicional

A veces en las sobremesas de los domingos afloran cuestiones que vienen escaldándonos sin que nos demos cuenta. Ayer, por ejemplo, la charla viró de lo absolutamente subjetivo -barrios de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, preferencias, conveniencias y otros etcéteras- a una cuestión que, en la inminencia del nacimiento de mi nuevo hijo, se me vuelve cada vez más insoslayable: ¿cuál es la mejor manera de criar a un niño hoy, en este mundo en general y este país en particular?

/upload/fotos/blogs_entradas/cortzar_med.jpgCuando me tocó ser niño, el mundo y el país eran otros. Acudiendo a una escuela primaria del Estado, yo pude obtener entonces dos cosas fundamentales: una buena educación académica -mis maestras alentaron lo que percibieron como mis pasiones, una de ellas me regaló un libro de mitología griega que aún conservo, la otra me introdujo en los cuentos de Cortázar- y una perspectiva realista respecto del mundo, en tanto mis compañeros pertenecían a todas las clases sociales y buena parte de las etnias. Los había chinos, morenos, negros, judíos, locales e inmigrantes, hijos de profesionales universitarios y de encargados de edificios y de técnicos de radio y TV. En consecuencia, yo aprendí a colaborar y a relacionarme con todos, y a abrirme a la más grande diversidad de experiencias y circunstancias. Por lo demás, vivía en un barrio de clase media (Flores), en el que podía circular sin problemas, yendo y viniendo a pie de mi escuela.

Hoy en día, el nivel general de las escuelas estatales ha bajado muchísimo. Lo cual lo pone a uno en la disyuntiva de apuntar a una de las escuelas oficiales destacadas -dos o tres, en el marco de Buenos Aires- o a caer en la tentación de las escuelas privadas. En este último caso, los niveles sociales del alumnado son infinitamente más homogéneos: se limitan a lo que quedó de la clase media, entremezclado con otra clase que, sin ser alta del todo, tiene el mejor de los pasares -y enormes aspiraciones, por lo menos en lo económico.

Yo querría que mi hijo estudiase en una escuela que lo desafiase a superarse constantemente, pero que no lo encerrase en una burbuja social, un mundo de artificio con poco de contacto con el mundo real. Seguramente existe un sitio así en Buenos Aires y sus alrededores, sin embargo no lo conozco, al menos por el momento -lo cual sugiere que, aun cuando lo encuentre, se tratará de una excepción a la norma. Más allá de mi caso particular, lo que quiero decir es que resulta evidente que las sociedades de hoy están en un estado de flujo total en comparación a lo que eran veinte, treinta años atrás; que ya nada es lo que era sin haber llegado tampoco a ser nada nuevo, o por lo menos definido y estable. La educación formal está en crisis en este mundo de creciente aislamiento social. La vida en las ciudades se ha tornado más violenta y peligrosa. Y lejos de ayudarnos a saltar barreras, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación profundizan nuestra alienación: el Otro -en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo económico- no es considerado una posibilidad o un mundo nuevo, sino más bien un adversario potencial del que hay que desconfiar, e incluso eliminar antes de que nos elimine.

Como imaginarán, yo no quiero criar a mi hijo en semejante paranoia. Me pregunto cómo estarán las cosas allí donde están ustedes.

Cuéntenme. Y la seguimos mañana. 

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4 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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