Rafael Argullol

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro del viejo marinero.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista del poema de Coleridge?
R.A.: Me refiero a ese personaje misterioso que Coleridge nos presenta en la obra La balada del viejo marinero, personaje en el cual la experiencia del tiempo actúa de una manera completamente particular. Es el hombre que está esperando cerca de un banquete de bodas y convoca a los invitados de este banquete de manera que ellos se quedan embelezados escuchándolo y se olvidan de las bodas, mientras que el viejo marinero va explicando su historia, la historia de un hombre que partió joven hacia los mares del sur y que allí vivió todo tipo de experiencias limítrofes vinculadas al abismo, al horror y a la muerte. Vivió la exterminación de sus compañeros de barco, vivió una suerte de cara a cara directo con la destrucción y al mismo tiempo ese tormento físico se vio acompañado por un tormento espiritual a través del cual Coleridge nos dibuja de manera magistral el sentimiento de culpa y remordimiento que puede acompañar al ser humano. A través de la figura simbólica de un pájaro, el albatros, el viejo marinero cuenta a los jóvenes que van al banquete todas esas vicisitudes, y cómo después de este viaje prodigioso él llegó a una sabiduría muy particular y especial, que es la sabiduría que está más allá del propio abismo de la muerte y que después de este viaje prácticamente a un hombre sólo le queda esperar. La paradoja de todo este misterioso poema es que si el lector se pone atentamente a contar la cronología positiva, pragmática de la historia, el viejo marinero no debería ser el viejo marinero sino que debía ser un marinero muy joven, al que precisamente sus propias aventuras han llevado a una vejez, a un conocimiento y a una sabiduría distinta.