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Flor de Lotto / XVII

XVII. Donde la estrella es usted.

-Perdóneme, Don Alex, yo no quería... -la voz se oye entre aguda y cavernosa, como un clarín en labios de un principiante.

     -Ya está volviendo en sí. A ver cómo lo toma -el hombre de la bata se apresura a ajustar las correas que inmovilizan las extremidades del enfermo.

     -No es cosa de opinión, doctorcito. Se es generoso o se es un díscolo de mierda. Pero yo estoy seguro de que nuestro amigo Andersón tiene un corazón grande. Dijo mi nombre, ¿viste? -Alejandro Zarur rebosa buen humor, especialmente ahora que el proyecto avanza.

     -¿Yo? -conforme abre los ojos, Segismundo Andersón empieza a comprender que no ha hecho más que mudar de pesadilla, sólo que en ésta no puede moverse.

     -Buenos días, campeón. ¿Puede probar champagne, mi doctorcito?

     -No lo aconsejaría, Don Alex.

     -¿Por qué estoy amarrado? ¿Qué tengo? -más que del puro miedo, Segismundo se quiebra de ansiedad. Por los ojos que le echan los presentes, espera ya una pésima noticia.

     -Tenés plata, Andersón, y vas a tener más. Pero antes de eso hay que comprometerse, ¿ya? Por lo que veo, me sos fiel hasta en sueños, y eso tiene un valor. Sólo que hay que probarlo de este lado, ¿entendés?

     -¿Qué me hicieron?

     -Bravo, Andersón, qué pregunta tan buena que nos has lanzado. ¿Qué querés que te diga? Usted, doctor, explíquele.

     -Le salvamos la vida, señor Andersón, tiene usted que sentirse muy bien por eso.

     -¿Y por qué no tendría que sentirme bien?

     -Digamos, Andersón -la mano de Zarur alcanza el hombro izquierdo del enfermo-, que la buena noticia es que vas a poder caminar, aunque con una ayuda, que por supuesto te vamos a dar. Más allá de tu plata, claro.

     -¿Qué me pasó, Don Alex? ¿Qué tengo?

     -Tenés la garantía de mi amistad, campeón. Cuando acabe todo esto, vas a tener una prótesis de primera.

     Segismundo se agita, vocifera, berrea, pero apenas si logra moverse. En su desazón súbita, revisa mentalmente sus dos piernas y comprueba que siente la izquierda dormida. Gracias a los catéteres en ambos brazos, más tarda en descubrirlo y horrorizarse que en caer otra vez narcotizado. Cuando despierte, unas horas más tarde, lo hará muy lentamente y no del todo. En lugar de Don Alex y el doctor, estará a solas con el facilitador Mauricio Morazán, que sostendrá con él una de esas conversaciones incongruentes que sólo caben dentro de los sueños. Encarecidamente, Segismundo suplicará a Morazán que le devuelvan su pierna perdida, y éste le pedirá por condición que le entregue uno de sus dos riñones.

     -Solamente un riñón, a cambio de una pierna. ¿Cómo ves esa ganga, amiguito? -le canta Morazán otra vez al oído, varias horas más tarde.

     -¿Qué me pasó, Mauricio, quién me cortó la pierna?

     -¿Cuento con tu riñón?

     Hace ya varios días y noches emborronados que a Segismundo Andersón se le enciman los sueños y los recuerdos, a saber cuántas cosas le habrá inyectado el hombre de la bata. ¿Qué quieren de él? ¿Sus órganos? ¿Quiénes venían en aquella ambulancia, que se reían tanto como las voces que ahora lo rodean? ¿Se ríen de él, tal vez? Se rasca la cabeza, sin pensarlo. Deduce así que ya lo desataron. No quiere abrir los párpados, pero podría jurar que está moviendo los dedos del pie izquierdo.

     -Allí tienes tu pierna, amiguito. Cuando despiertes bien, hablamos del riñón.

     -Dime que es una pesadilla, Mauricio.

     -¿Sabés cuál es el lado amable de las pesadillas, campeón? -finalmente Don Alex paró de reírse; ahora da dos pasos adelante para mirar de cerca a Segismundo- Que la estrella sos vos. Mirá nomás que pinta de súperstar. Sonreí para el público que te quiere, decí que nos debés todito lo que sos...

Mañana en FLOR DE LOTTO: XVIII. Se trasplantan agallas.

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27 de agosto de 2008
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Cuando Calvino se convirtió en Calvino

¿En qué momento Virginia Woolf se convierte en Virginia Woolf, Cortázar llega a ser el Cortázar que conocemos todos, García Márquez se vuelve García Márquez? La respuesta suele ser elusiva, y pertenece al dominio de la crítica literaria, la psicología, la adivinanza en las tardes y noches de los cafés y bares donde se reunen escritores. En algunos casos, la respuesta es fácil.

Italo Calvino, el escritor italiano nacido en Cuba en 1923 (y fallecido en Siena en 1985) publicó su primera novela, El sendero del nido de arañas, en 1947. Si bien esta novela fue un éxito comercial en la postguerra italiana, Calvino no se sentía satisfecho por su neorealismo. Pese a ello, siguió con este tono durante siete años más, tiempo en el que escribió tres novelas que hoy no son parte reconocida de su bibliografía (sólo una de ellas llegó a ser publicada). Entre 1950 y 1951, mientras escribía la segunda de esas tres novelas, Calvino descubrió que estaba escribiendo los libros que se esperaban de él, no los que quería escribir de verdad. Así fue que surgió El vizconde demediado (1952), su primera novela fantástica; así nació el Calvino que todos conocemos, el que se ganó un lugar de privilegio en la literatura universal del siglo XX. Después, en ese tono, vinieron El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959), trilogía luego reunida bajo el título Nuestros antepasados.

De estas novelas, leídas medio siglo después, El barón rampante es la mejor, la que muestra ya a un Calvino maduro, dueño de una prosa de admirable textura y de una imaginación desbordante, rara en la literatura italiana del período. El vizconde demediado no se lee como una novela sino más bien como un cuento largo, y muestra algunos signos de envejecimiento; la historia de un noble italiano que, gracias al impacto de una bala de cañón en la guerra contra los turcos, termina con el cuerpo dividido, es una alegoría muy obvia acerca de nuestra escindida condición humana: en el interior de todos nosotros anida la capacidad tanto para el bien como para el mal. El problema es que Calvino utiliza una metáfora maniquea; no somos dos, somos muchos, dicen novelas contemporáneas como Las vidas perpendiculares (2008), del mexicano Álvaro Enrigue. Aun así, hay imágenes rescatables, que muestran el sentido lúdico de la vida que tenía Calvino: por ejemplo, cuando aparecen en los campos frutales las manzanas divididas en dos y todavía colgadas de los árboles.

En cuanto a El barón rampante, impresiona cómo Calvino pudo convertir una imagen que daba para una de sus típicas fábulas, en una novela larga. Cósimo Piovasco, allá por el siglo XVIII, decide, a los doce años, rebelarse contra sus padres y subirse a una encina del jardín de la casa y no bajar de ahí nunca más. Si bien Calvino se unió al grupo Oulipo en la década del setenta, ya con El barón rampante muestra una cierta adherencia a los principios de Perec y Queneau: por ejemplo, que un personaje, dentro de una novela, se fije una regla de manera voluntaria, y la siga "hasta las últimas consecuencias". Eso es lo que hace Cósimo, el adolescente de "obstinación sobrehumana".  

Calvino calificó esta novela de "divertimento", pero lo es más: se trata de una clásico que no palidece ante la compañía de Alicia o Peter Pan. Si la literatura es, también, la búsqueda de algún aspecto de la condición humana con el que podamos identificarnos, entonces estamos en buenas manos: casi todos, alguna vez, hemos querido ser como Cósimo, rebelarnos ante la prosa del mundo y dejarnos llevar con ligereza por una vida más libre y envidiable, aunque ésta se encuentre en los árboles, allá donde Cósimo pasa las noches "escuchando cómo la madera almacena sus células en los círculos que marcan los años en el interior de los troncos, cómo los mohos aumentan su mancha con la tramontana, y con un estremecimiento los pájaros dormidos dentro del nido esconden la cabeza donde es más blanda la pluma del ala y se despierta la oruga, y se abre el huevo del alcaudón".

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26 de agosto de 2008
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Rivas y los grouchos

Alguna vez me he ido de "grouchos" con Manuel Rivas, aun que no sabía que se llamaba así. Estoy con su último libro, Os Grouchos, donde se recogen sus colaboraciones en El País de Galicia de los últimos años y donde se incorporan otros textos nuevos o dispersos. Hace años que Rivas demostró que el gallego, además de ser lengua de pobres y poetas, era también una hermosa lengua para escribir en los periódicos, para contar cuentos, novelas o ensayos. El gallego de Rivas es la lengua de un escritor que propone viajes libres y rebeldes. La lengua de un gallego que no tiene miedo al mar, que se embarca aunque tenga que superar tempestades.

Groucho no es sólo el hermano mayor de los Marx, es en gallego ir de tragos, pero no beber por beber, ir para contar cosas a pie de barra. Universal barra donde todo puede ser dicho desde esa ironía que debe vivir entre las tierras, los mares, las calles y los bares de este lugar de un finisterre que no quiere ser conservador, aunque tantas cosas tengamos que conservar. /upload/fotos/blogs_entradas/manuel_rivas_med.jpgUn libro abierto y libre, como los mejores bares. Un libro, que como los hijos o los perros, termina por parecerse al amo. Un libro que se parece mucho a Manuel Rivas. Cuánta cosas muy serias con mucho humor, con esa lengua lírica llena de curvas, lengua para el placer. Lengua afrodisíaca. Pueblo sentimental, ¿y qué pasa? A ver quién tiene los cojones de llorar como lloran los gallegos. También se ríen. Y quieren pasarlo bien hasta la muerte y un paso más. Entierros de mucha acción. Entierros tan accidentados como el de Valle Inclán, esperpéntico hasta después de la muerte. Y eso que Valle creía que nunca le había pasado nada, al menos nada que se pudiera destacar. Valle que ya no vivirá estos tiempos en que algunos gallegos en la hora de la muerte sustituirán el credo por un mariachi que cante "Pero sigo siendo el rey".

Libro para ir de copas, ir de grouchos con Carlos Oroza, sin Rouco Varela. Otro libro libre de uno de los escritores que mejor nos han contado este lado del Oeste. Historias del Oeste que contiene también diálogos como aquellos de aquellas películas que también vinieron del oeste:

 

"Tabernero: A dónde vas?

Rod Cameron: Quién sabe!

Tabernero: Un bonito lugar, lo conozco!

Rod Cameron: Pues yo todavía no, paisano"

Es un diálogo de "La mujer de la frontera". Tan bueno como aquél otro de "El forastero":

"Walter Brennan: De dónde vienes, forastero?

Gary Cooper: De ningún lugar.

Walter Brennan: Y a dónde se dirige?

Gary Cooper: A ningún lugar. Todos los sitios son buenos para pasar de largo"

Nosotros nos hemos quedado en este lugar del oeste, entre libros y amigos, de grouchos y de otros lugares que sabemos que existen. Lo malo es que, ¡ay! En unos días pasaremos de largo.

Me quedo con este manifiesto en forma de poema de Rivas:

"Nos fornos do pan,

con lume de uz,

o levedar a neve"

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26 de agosto de 2008
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Soy minero

Cuando me preguntan -a veces hay impertinentes así- si vivo de la literatura, siempre digo que sí. Y no miento, aunque matizo: «pero no de la mía». Salvo casos contados, no conozco a ningún escritor que viva exclusivamente de sus libros. Es cierto que estos, en algunos momentos, pueden representar una cierta entrada económica, un alivio o un aliciente, pero casi nunca es el grueso del dinero que necesita para vivir -incluso modestamente- un escritor. Por eso un buen número de colegas son profesores, agentes culturales, abogados, diplomáticos, técnicos administrativos y vendedores de electrodomésticos. Algunos como yo, tenemos la inmensa fortuna de dedicarnos siempre a la literatura y hemos conseguido que este sea un medio de vida: los talleres literarios, las asesorías y correcciones de novelas, los artículos para periódicos y revistas, las conferencias y charlas... todo permite  generar dinero suficiente para dedicarse a escribir. Qué duda cabe, me siento un privilegiado. Lo que ocurre, como casi siempre, es que todas esas labores, a poco que uno se descuide, terminan por quitarle el tiempo que supuestamente uno se ha ganado evitando un trabajo oficinesco y de horario inflexible. Ahora mismo, en la Biblioteca Nacional donde acudo a escribir todos los días, me encuentro con que varias horas se me han ido componiendo un par de artículos, corrigiendo tres o cuatro cuentos de mi taller presencial y redactando estas notas que tienen un poco de advertencia e ironía, claro.

Pero los escritores que ganan lo suficiente para vivir incluso con mucha holgura, se pasan la vida buscando tiempo para escribir, pues ellos también tienen sus compromisos y obligaciones: charlas y conferencias, artículos de opinión para prensa de aquí y de allá... ellos deben de estar y no solo ser. Un grandísimo escritor que vive en Madrid me dijo hace no mucho: «la mitad de mi tiempo lo empleo en conseguir que la otra mitad sea exclusivamente para escribir.» De manera que la búsqueda de un tiempo hipotéticamente ideal para escribir es una ilusión algo pueril. Y saberlo constituye el quid de la cuestión, pues en los muchos años que tengo dedicado a la literatura, como escritor y como profesor, he ido encontrándome con dos clases de interesados en la escritura de ficción: los que sueñan con escribir, con su parafernalia y su supuesto boato, con el reconocimiento, el dinero (?) y la fama(!) y los que disfrutarían de todo eso, pero como elemento accesorio al hecho primordial de escribir, de resolver el desafío que comporta acometer una novela, terminar un libro de cuentos... y empezar otro, con la misma ilusión, idéntica alegría y exacto miedo. /upload/fotos/blogs_entradas/minerook_med.jpgEstos últimos, invariablemente, son los que acaban consiguiendo acercarse a lo que los primeros sólo fantasean. Sobre todo porque saben que ello se consigue exclusivamente con trabajo, con esfuerzo, con disciplina. El escritor es un minero. ¿Y el talento?, me dirán algunos. El talento es el mineral que yace en lo más profundo de esa mina cuyas entrañas horadamos día a día escribiendo y corrigiendo. Si hay talento, sólo lo sabremos después de unos cuantos años de dura prospección, de arduo trabajo. Por lo tanto, no hay que perder el tiempo especulando sobre si uno tiene talento o no. Allí, en el fondo de cada uno, está la veta del talento. Los perezosos jamás lo encontrarán. Recuerden: El mejor momento para empezar a escribir la novela o el libro de cuentos es ahora. Ahoritita, que dicen mis amigos mexicanos...

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26 de agosto de 2008
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La notita que esperaba

/upload/fotos/blogs_entradas/kindle_2_med.jpgDespués de dedicar meses de mi vida a una comisión del gobierno francés sobre el futuro del libro digital, leí en BusinessWeek (que no es una revista de poesía por supuesto) la notita que tarde o temprano tenía que ser publicada. Es un texto sencillo con el dato clave: para Amazon, en el año 2009, el negocio del libro digital representa una facturación de 1.100 millones de dólares. El negocio está. A principios de agosto Amazon había vendido 240.000 lectores Kindle parecido al de la fotografía según un post muy comentado de Techcrunch. El resto es mera matemática. La más grande librería del mundo factura ahora más del 4% de sus ventas en forma digital. Lo repito: el negocio está.

En la notita de BusinessWeek, ocurre lo obvio: por fin aparecen las reglas del editor en el mundo digital. Son cinco, y me parecen ineludibles:

1. La lectura debe ser social. En un mundo conectado a la web 2.0 la lectura no puede mantenerse como un acto exclusivamente individual. Entonces el editor tiene que hace vivir sus libros en los sitios comunitarios como Faceboook.

2. La promoción de los libros tiene que extenderse más allá de las librerías. Cada día hay menos tiendas para vender libros, la supervivencia del libro tiene que producirse fuera de los lugares tradicionales.

3. Hay que crear autores estrella. No hay nada más caro que la celebridad hoy en día. Apostar por alguien ya conocido del público es comprar una persona cuyo agente capta toda la ganancia para su cliente.

4. El trabajo tiene que ser digital. No un poco, no en una u otra fase de la producción sino en todas sus etapas, incluyendo las pruebas.

5. La tienda electrónica es la clave del futuro. Amazon ya tiene su tienda y vende: los editores no pueden huir de su destino.

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26 de agosto de 2008
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Jesús Neira

Es muy lamentable lo que le ha ocurrido al profesor Jesús Neira. Está en coma por los violentos golpes que recibió al defender a una mujer que estaba siendo maltratada por su pareja. Esta pareja, un energúmeno que no pudo soportar que alguien se metiera en sus cosas, aduce en su defensa que es toxicómano, por lo que hay que suponer que su personalidad en ese momento estaba alterada. Pobrecillo. Sus padres le acababan de regalar un coche, su novia le quiere, pero claro la criatura es agresiva y hay que comprender que necesite machacarle la cabeza a alguien. No creo que sea una cuestión de drogas sino de mala sangre.

Por eso seguramente la agredida por él y defendida por Neira, que en mala hora pasaba por allí, no quiere poner una denuncia por maltrato. No sé cómo no se le cae la cara de vergüenza. Alguien se juega la vida por ti y tú continúas enganchada a un tipo que te pega. Hay una persona en coma por echarte una mano y tú prefieres justificar al energúmeno y seguir siendo una esclava de sus ataques de ira y de crueldad. Eres una impresentable.

Inevitablemente Jesús Neira nos recuerda a Daniel Oliver, el chico de 23 años que murió el año pasado al ser golpeado por otro violento que estaba maltratando a su pareja. Uno de los primeros textos de este blog, "Daniel Oliver", estuvo dedicado a él. Su gesta, su heroísmo, duró un minuto, pasó como el viento. Parece que unos y otros nos pasamos el día concienciando a la sociedad, y cuando la sociedad reacciona no somos capaces de agradecérselo como merece.

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26 de agosto de 2008
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Lars y la bondad real

Lars and the real girl (2007, dirigida por Craig Gillespie) es una película encantadora, que sin embargo resulta difícil de contar sin inducir a confusión. Dicho lo cual, déjenme intentarlo...

Todo el pueblo adora a Lars Lindstrom (Ryan Gosling, un actor cada vez más enorme), un joven dulce y religioso que, sin embargo, vive la vida de un misántropo. Marcado a fuego por la muerte de su propia madre, que no sobrevivió a su nacimiento, Lars es apenas funcional: tiene un trabajo y mora en el garage de la casa paterna, ocupada ahora por su hermano mayor, Gus, y su mujer Karin, cuyo embarazo angustia a Lars en tanto remite de forma inevitable a su parto traumático. Pero aunque tolera las gentilezas que la gente le prodiga a diario -en un pueblo tan pequeño, todo el mundo está al tanto de su historia-, Lars los mantiene a todos a distancia -incluyendo a su hermano y a su cuñada.

Un día Lars recibe una caja enorme por correo. Y esa misma noche sorprende a Gus al decirle que tiene una huésped que desearía presentarle. La recién llegada se llama Bianca. Es una muñeca tamaño natural... y anatómicamente correcta.

Las situaciones que Lars genera al comportarse todo el tiempo como si Bianca fuese de carne y hueso -salvo a la hora de la intimidad: como dije, Lars es devoto y no haría nada con ella antes de casarse-, van de lo incómodo a lo hilarante. Asesorados por la médica y psicóloga Dagmar (Patricia Clarkson, siempre eficiente), tanto Gus y Karin como el resto del pueblo se prestan a la charada, convencidos de que Lars ha ‘inventado' a Bianca por una buena razón a la que debe permitírsele seguir su curso. Y aunque Gus dude de la conveniencia de semejante política, le resulta indiscutible -así como a nosotros, espectadores-, que a partir de la irrupción de Bianca el bueno de Lars empieza a abrirse al mundo como nunca antes.

Puede que la película no sea perfecta. Pero hay algo que el guión y el director Gillespie y el mismo Gosling han hecho muy bien, cuando uno se encuentra respondiendo a Bianca con la emocionalidad que sólo solemos reservar a los humanos de verdad. Durante un buen tramo me cuestioné la bondad con que todos en el pueblo trataban a Lars y fingían relacionarse con ‘Bianca': ¡justamente yo, que vivo diciendo que no pensamos lo suficiente en la cuestión de la bondad! Lleno de cicatrices prodigadas por la experiencia, me decía que en el mundo real Lars no tardaría en toparse con imbéciles que le harían notar que Bianca es una muñeca y la ‘violarían' delante suyo para subrayar el punto. Se me ocurrió entonces que Lars sería mejor película si fuese menos fábula. Pero al aproximarse el final y volverme consciente de mis propias emociones, entendí que en ese caso me habría perdido precisamente aquello que tanto me estaba conmoviendo: el espectáculo de la generosidad humana en acción -una visión, ay, tan infrecuente.

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26 de agosto de 2008
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Pan y circo

Rafael Argullol: A finales del siglo XIX también la atención de miles de personas que iban a ver esos monstruos que no podían ver en las calles de su ciudad. Evidentemente en nuestros días tenemos otros escenarios en los que se nos muestran tales monstruos.
Delfín Agudelo: Respecto a estos otros escenarios, a los cuales ya nos referimos en conversaciones anteriores,  ¿considerarías que el concepto de monstruo ha estado sujeto a una evolución en la medida en que cada vez se encuentran más aspectos propios del humano que se empiezan a reflejar, creando así nuevos monstruos? ¿Acaso el mito del minotauro o del unicornio es una cuestión inmemorial, atemporal? ¿O acaso la misma cultura está en la necesidad de crearlos?
R.A.: Creo que cada época y fase crea sus propios monstruos pero en la medida en que tu vas destilando la esencia o  contenido de estos monstruos te das cuenta hasta qué punto parten de una raíz universal, y de una raíz atemporal Nosotros incluso podríamos repasar monstruo por monstruo, de esos que salen en nuestras pantallas, sean cinematográficas o de televisión, ordenarlos, y nos pueden parecer genuinamente actuales pero al repasarlos les encontraríamos las raíces de épocas anteriores, de hecho muy anteriores. En ese sentido el monstruo en el nivel individual tiene mucho que ver, como decíamos al principio, con nuestros sueños, pesadillas, temores, ansias de libertad. En el terreno colectivo tiene mucho que ver con esto, pero elevado al terreno del entretenimiento. El panem et circem de Roma, con sus gladiadores y leones, efectivamente tenían como plato fuerte los monstruos. Lo que realmente se utilizaba para entretener a la plebe y a la muchedumbre no eran solamente los combates, como ahora se cree, que evidentemente invitaban a la muerte y a la violencia; ni la doma de leones. La gran atracción era el anuncio de que se llevaban desde la periferia del imperio al centro del imperio, es decir, a Roma, criaturas prodigiosas, monstruosas. Eso era el centro de la gran atención colectiva del pan y circo romano. Evidentemente si tú logras tener entretenida a la multitud; si una sociedad, no digo un poder exterior, se entretiene a través de estas criaturas que habitan en las fronteras de la imaginación, esa sociedad es una sociedad que difícilmente va a reflexionar sobre sí misma, porque está tan fascinada con la magia de las criaturas que evidentemente lo monstruoso se convierte en una necesidad colectiva imprescindible.
Pienso que esto ha actuado siempre. Estoy seguro de que si fuéramos a los ritos aztecas, o egipcios, hindúes, mayas, griegos, romanos e incluso etruscos, encontraríamos esos elementos que nosotros creemos que son propios de nuestros días. Lo que ocurre es que, de nuevo como en algunos aspectos, lo que es muy llamativo es el carácter completamente masivo de la comunicación monstruosa. Es probable que haya que establecer la diferencia entre el ciudadano popular romano que se tenía que ir al circo para ver estos monstruos que venían de la periferia al centro, y nosotros que tenemos ipso facto y simultáneamente una parada de monstruos universal que va llegando católicamente a nuestras pantallas de manera permanente.

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26 de agosto de 2008
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II. La máquina del tiempo

/upload/fotos/blogs_entradas/h._g._wells_la_maquina_del_tiempo_1_med.jpgLa máquina del tiempo de H.G. Wells no refleja sino nuestra ambición de saber como será el futuro, o la de regresar al pasado. La mueven los mismos resortes que nos llevan a desear ser invisibles, ser jóvenes para siempre, resucitar a otra vida. Comprobar como nos recordarán en el futuro, si es que nos recordarán del todo. ¿Trascenderemos, sabrán de nosotros dentro de un siglo, o seremos olvidados por completo? Preocupación sobre todo de quienes tratan de cumplir hazañas en la vida, empezando por las hazañas literarias.

Este último es el tema del extraordinario relato Enoc Soames, escrito por Max Beerbohm (1872), y que forma parte del libro Siete hombres (Alfaguara, 2007). Un poeta de ínfulas, y presencia siempre enojosa, se encuentra en un pequeño restaurante de Londres con el diablo un 3 de junio de 1897, y pacta con él que lo traslade al futuro. Quiere hacer un viaje de un siglo, y hallarse ese mismo día en la sala de lectura de la biblioteca del Museo Británico, hasta la hora misma del cierre,  para revisar los ficheros y averiguar que se dice de su nombre y de su obra en libros e enciclopedias.

El favor le cuesta, por supuesto, el alma, que debe entregar a su gratificador al regreso del viaje que le permitirá satisfacer su curiosidad por el destino que el futuro depare a sus poemas. O más que su curiosidad, su ambición desgarradora de saber si la posteridad tiene algún premio para él. Lean también esta historia.  

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26 de agosto de 2008
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Mancebos del arte

"Incluso en los goces artísticos, que se buscan, sin embargo por la impresión que producen, nos las arreglamos lo más pronto posible para prescindir, por inexpresable, de lo que es precisamente esa impresión misma y para dedicarnos a lo que nos permite sentir el goce sin conocerlo hasta el fondo y creer comunicarlo a otros gustadores con quienes será posible la conversación , porque les hablamos de una cosa que es la misma para ellos y para nosotros, ya que se ha suprimido la raíz personal de nuestra propia impresión. En los momentos mismos en que somos los espectadores más desinteresados de la naturaleza, de la sociedad, del amor, del arte mismo, como toda impresión es doble, medio envainada en el objeto, prolongada en nosotros mismos por otra mitad que sólo nosotros podríamos conocer, nos apresuramos a prescindir de ésta, es decir, de la única a la que debiéramos ser fieles, y sólo tenemos en cuenta la otra mitad, que, no pudiendo profundizar en ella porque es exterior, no nos producirá ninguna fatiga." ( Marcel Proust A la Récherche... traducción de alianza editorial  p.241, La Pléiade, 3, p. 891. A partir de ahora, cuando cite a Proust me referiré a esta edición en tres tomos efectuando yo mismo la traducción.)

La erudición posibilita "el razonar sin límite sobre el arte", pero en nada facilita "la sumisión a la realidad interior"(3,882) que es la condición del mismo. La erudición es precisamente el pantano en el que quedan atrapadas las vírgenes (o mancebos si se prefiere) del arte que el juicio final tan justamente condena:

"El pequeño surco que la vista  de una iglesia ha abierto en nosotros, nos parece demasiado difícil de ser percibido. Sin embargo interpretamos la sinfonía, volvemos a ver la iglesia hasta que- en esta huida de nuestra vida que no tenemos el valor de contemplar y que se llama erudición- las  conocemos tan bien, y de la misma manera que el más sabio de los músicos o arqueólogos. Por ello, ¡cuantos son los que se quedan en este nivel y nada extraen de su impresión, envejeciendo inútiles e insatisfechos como solterones  del arte! Tienen los dolores propios de las vírgenes y de los perezosos, dolor que la fecundidad y el trabajo curarían." (3, 891-892)

La erudición es la fuente de esa exaltación excesiva ante la obra ajena, tan diferente de la más contenida de aquellos para quienes constituye "objeto de una dura labor de profundización" (ídem).

"Se exaltan tanto más respecto a la obra de arte que los verdaderos artistas, pues tal exaltación no es para ellos objeto de una dura tarea de profundización, se despliega hacia el exterior, enardece sus conversaciones, enrojece su rostro; creen realizar algo gritando hasta la afonía ¡bravo ,bravo¡ tras la interpretación de una obra que les gusta. Pero estas manifestaciones no les mueven a aclarar la naturaleza de eso que aman, que permanece para ellos desconocido." (3, p.892)

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26 de agosto de 2008
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