Pan y circo
Rafael Argullol: A finales del siglo XIX también la atención de miles de personas que iban a ver esos monstruos que no podían ver en las calles de su ciudad. Evidentemente en nuestros días tenemos otros escenarios en los que se nos muestran tales monstruos.
Delfín Agudelo: Respecto a estos otros escenarios, a los cuales ya nos referimos en conversaciones anteriores, ¿considerarías que el concepto de monstruo ha estado sujeto a una evolución en la medida en que cada vez se encuentran más aspectos propios del humano que se empiezan a reflejar, creando así nuevos monstruos? ¿Acaso el mito del minotauro o del unicornio es una cuestión inmemorial, atemporal? ¿O acaso la misma cultura está en la necesidad de crearlos?
R.A.: Creo que cada época y fase crea sus propios monstruos pero en la medida en que tu vas destilando la esencia o contenido de estos monstruos te das cuenta hasta qué punto parten de una raíz universal, y de una raíz atemporal Nosotros incluso podríamos repasar monstruo por monstruo, de esos que salen en nuestras pantallas, sean cinematográficas o de televisión, ordenarlos, y nos pueden parecer genuinamente actuales pero al repasarlos les encontraríamos las raíces de épocas anteriores, de hecho muy anteriores. En ese sentido el monstruo en el nivel individual tiene mucho que ver, como decíamos al principio, con nuestros sueños, pesadillas, temores, ansias de libertad. En el terreno colectivo tiene mucho que ver con esto, pero elevado al terreno del entretenimiento. El panem et circem de Roma, con sus gladiadores y leones, efectivamente tenían como plato fuerte los monstruos. Lo que realmente se utilizaba para entretener a la plebe y a la muchedumbre no eran solamente los combates, como ahora se cree, que evidentemente invitaban a la muerte y a la violencia; ni la doma de leones. La gran atracción era el anuncio de que se llevaban desde la periferia del imperio al centro del imperio, es decir, a Roma, criaturas prodigiosas, monstruosas. Eso era el centro de la gran atención colectiva del pan y circo romano. Evidentemente si tú logras tener entretenida a la multitud; si una sociedad, no digo un poder exterior, se entretiene a través de estas criaturas que habitan en las fronteras de la imaginación, esa sociedad es una sociedad que difícilmente va a reflexionar sobre sí misma, porque está tan fascinada con la magia de las criaturas que evidentemente lo monstruoso se convierte en una necesidad colectiva imprescindible.
Pienso que esto ha actuado siempre. Estoy seguro de que si fuéramos a los ritos aztecas, o egipcios, hindúes, mayas, griegos, romanos e incluso etruscos, encontraríamos esos elementos que nosotros creemos que son propios de nuestros días. Lo que ocurre es que, de nuevo como en algunos aspectos, lo que es muy llamativo es el carácter completamente masivo de la comunicación monstruosa. Es probable que haya que establecer la diferencia entre el ciudadano popular romano que se tenía que ir al circo para ver estos monstruos que venían de la periferia al centro, y nosotros que tenemos ipso facto y simultáneamente una parada de monstruos universal que va llegando católicamente a nuestras pantallas de manera permanente.