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Memorias sin epitafio

Los lectores de Moby Dick, mas también los que han visto aquella excelente película que realizara John Huston hace ya medio siglo, quedan atrapados desde el primer momento por las palabras de Ismael, quien vincula su deseo de escapar de tierra firme al hecho de que la vida se ha convertido para él en un brumoso noviembre. En lugar, nos dice, de arrojarse como Catón sobre su espada, Ismael busca en los puertos de mar un modo de redención, un nuevo destino, que como el de Starbuck (el segundo de a bordo), Bulkington (suerte de embarcación azotada por el temporal y para la que la costa rocosa, promesa de reencuentro con "todo lo que es caro a nuestra existencia mortal", constituye el peligro mayor) y demás tripulantes del Pequod quedará sellado por la obsesión trágica de Ahab. Sin embargo, algo muy importante distingue a Ismael de los demás, a saber, el hecho de que Ismael sobrevive. Sobrevive gracias al ataúd que, al tener premonición de su propia muerte, había construido para sí el arponero Queequeg y que, en la calma de las aguas que sigue al Apocalipsis, la suerte ofrece a Ismael como balsa flotante. No obstante, Ismael no se equivoca sobre cómo interpretar esta condición de único superviviente; sabe ahora cuál era realmente el contenido del nuevo destino que buscaba, destino que se confunde con una misión: Ismael ha sido preservado "tan sólo para contarlo".

Contar no es, en efecto, una actividad contingente, que el hombre vendría o no a realizar según se lo permitieran o no las vicisitudes serias de la vida. Pues contadas o narradas vienen a ser para el hombre, en un momento esencial de su desarrollo, todas las cosas que configuran el mundo. Si el mundo apareció por vez primera bañado en palabras, justo es que Ismael sienta como tarea destinal el redimir por la palabra la humana pulsión que atormenta a Ahab y que, imponiéndose sobre toda exigencia movida por el interés social o la exigencia animal de conservación, le lleva a sacrificar, junto a la suya propia, la vida de sus hombres.

A modo de ilustración presento aquí el capítulo 23 de Moby Dick, que bajo el título The Lee Shore (la costa a sotavento, o la costa-refugio) se dedica en exclusiva al personaje de Bulkington. Me permito recordar, como único comentario, que esta página fue hasta el fin de sus días referencia ética para mi entrañable amigo el filósofo Ferran Lobo, quien la citaba en la sobria versión realizada por el poeta italiano Cesare Pavese.

/upload/fotos/blogs_entradas/moby_dick_1_med.jpg"Algunos capítulos atrás hablé de Bulkington, un marinero de larga estatura que estaba recién desembarcado y que encontré en la posada en la que me albergué en New Bedford. Pues bien: en aquella gélida noche invernal, mientras la proa del Pequod rasgaba las olas amenazantes del océano, ¡ quién veían mis ojos sino a Bulkington¡, de pie ante el timón.

"Contemplé con mezcla de amistoso respeto y de temor al hombre que, en el rigor del invierno, y que apenas había tocado tierra tras un peligroso viaje de cuatro años, volvía, sin darse un reposo, a la aventura de un nuevo periodo de navegación. La tierra parecía arder bajo sus pies. Las cosas maravillosas son siempre inenarrables; los recuerdos profundos no producen epitafios; este corto capítulo es el memorial sin lápida de Bulkington. Básteme decir que le ocurría a Bulkington lo que al buque míseramente sacudido por la tormenta a lo largo de la costa a sotavento. El puerto le ofrece socorro; el puerto es acogedor; en el puerto hay seguridad, confort, calor de hogar, cena apetitosa, amigos, todo cuanto es caro a nuestra existencia mortal. Pero en la tormenta, el puerto, la tierra, es para el barco el más directo enemigo. El barco debe huir de su hospitalidad, puesto que si su proa tan sólo llegara a rozar la costa, se destrozaría por entero. Así, hará lo imposible por tender sus velas hacia mar abierto, y huirá de los vientos que le conducirían a la costa acogedora; busca de nuevo la agitación de un mar desamparado, pues, en la tormenta, tras el refugio se cierne el peligro, su único amigo es su más acerbo enemigo.

"¿Conocéis ahora la especie de los Bulkington? Os parecerá entonces vislumbrar esta mortal e intolerable verdad: que todo pensamiento profundo y severo no es sino el intrépido esfuerzo del alma por mantener la abierta independencia de su propio mar, mientras que los más furiosos vientos del cielo y de la tierra conspiran por arrastrarla hacia la orilla traidora y servil.

"Pero sólo en la soledad del mar sin orilla reside la verdad más alta, tan in-acotada e indefinida como el mismo Hacedor: antes perecer en esta infinitud que ser arrastrado sin gloria a sotavento, ¡incluso aunque la salvación resida en ello¡ Pues,¿quién quisiera, como un gusano, arrastrarse cobardemente hacia la tierra? ¡Terror de los terrores¡ ¿Será vana toda esta agonía¡ ¡Coraje Bulkington, coraje¡ ¡Mantente inexorable, semidiós! Pues de la espuma de tu mar oceánica, indomable, emerge tu apoteosis."

 

(Some chapters back, one Bulkington was spoken of, a tall, new-landed mariner, encountered in New Bedford at the inn.

When on that shivering winter's night, the Pequod thrust her vindictive bows into the cold malicious waves, who should I see standing at her helm but Bulkington! I looked with sympathetic awe and fearfulness upon the man, who in mid-winter just landed from a four years' dangerous voyage, could so unrestingly push off again for still another tempestuous term. The land seemed scorching to his feet. Wonderfullest things are ever the unmentionable; deep memories yield no epitaphs; this six-inch chapter is the stoneless grave of Bulkington. Let me only say that it fared with him as with the storm-tossed ship, that miserably drives along the leeward land. The port would fain give succor; the port is pitiful; in the port is safety, comfort, hearthstone, supper, warm blankets, friends, all that's kind to our mortalities. But in that gale, the port, the land, is that ship's direst jeopardy; she must fly all hospitality; one touch of land, though it but graze the keel, would make her shudder through and through. With all her might she crowds all sail off shore; in so doing, fights 'gainst the very winds that fain would blow her homeward; seeks all the lashed sea's landlessness again; for refuge's sake forlornly rushing into peril; her only friend her bitterest foe!

Know ye, now, Bulkington? Glimpses do ye seem to see of that mortally intolerable truth; that all deep, earnest thinking is but the intrepid effort of the soul to keep the open independence of her sea; while the wildest winds of heaven and earth conspire to cast her on the treacherous, slavish shore?

But as in landlessness alone resides the highest truth, shoreless, indefinite as God - so, better is it to perish in that howling infinite, than be ingloriously dashed upon the lee, even if that were safety! For worm-like, then, oh! who would craven crawl to land! Terrors of the terrible! is all this agony so vain? Take heart, take heart, O Bulkington! Bear thee grimly, demigod! Up from the spray of thy ocean-perishing - straight up, leaps thy apotheosis!)

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5 de septiembre de 2008
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'El navegante dormido'

Portada del libroAbilio Estévez

Tusquets Editores

Barcelona, 2008

El navegante dormido es la historia de la prolífica, abigarrada y muy movida familia Godínez, a cuyas peripecias se añaden las de una saludable sucesión de personajes, personajillos e incluso animales (esos tomeguines a los que terminas tomando un gran afecto) y cosas (por ejemplo el reloj de péndulo sin manecillas y que da las campanas al azar, aunque también pueden ser objetos icónicos como la propia mansión familiar, un viejo bote, una radiogramola o una mítica cantante de jazz). Para dar cuenta de todo ello el autor ha recurrido a eso que un crítico de antes describiría como "una gran variedad de esbozos y apuntes realizados con trazos finos o brochazos gruesos y que se van acumulando hasta configurar un gran fresco de La Habana a lo largo de casi todo el siglo XX".

Aquí la palabra clave es acumulación. La narración no se desarrolla como una evolución desde el planteamiento inicial hasta el desenlace final (ese que el crítico de antes llamaría una "novela río") sino que va creciendo por acumulación o suma de unas historias que dan motivo a otras que a su vez provocarán nuevos extravíos, fugas, suicidios, renuncias y pasiones que serán el fundamento de los dislocados avatares de las siguientes generaciones. La novela está divida en cuatro partes subdivididas a su vez en un centenar de capitulillos cortos dedicados a unos personajes u otros, pero también a objetos, sueños, pesadillas, creencias y discusiones. En ocasiones, lo dicho en uno de esos capitulillos es palmariamente desmentido en el siguiente. O no. Depende.

Obviamente, y dado que el material narrativo abarca desde los años primeros años del siglo XX hasta 1977, y puesto que en conjunto alcanzamos a conocer a varias generaciones de la familia Godínez con sus respectivos cónyuges, descendientes, amantes, amigos y demás, la fragmentación narrativa es inevitable. Y con ella es inevitable también la obligación, por parte del lector, de ir recomponiendo a su aire ese enorme rompecabezas (la novela tiene 376 páginas sin apenas diálogos) de ambiente caribeño y por lo tanto abigarrado, carnal, colorista, musical y muy movido. Tan movido, de hecho, que debido a los continuos saltos en el tiempo y el espacio, el lector acaba por desorientarse y durante páginas enteras puede no estar seguro de si de verdad pasa lo que le cuentan que pasa o si sólo es un delirio. O una deliberada falsificación biográfica.

Abilio EstévezPor suerte, y como si fuera un contrapeso del que se vale para equilibrar su tendencia a la exuberancia narrativa, el autor posee una rara cualidad que no sé bien cómo describir pero que se parece mucho a un instinto especial para establecer complicidades tácitas con el lector. Hablo de esos iconos (personas, animales o cosas) que actúan a la manera de hitos o puntos de referencia y que ayudan al lector a no perderse definitivamente en la maraña de vericuetos y pistas falsas que le salen al paso. El ejemplo más obvio es ese huracán Katherine que amenaza a la isla entera desde la primera página y que, como bien se encarga de resaltar uno de los personajes, "a los huracanes les ocurre como a las desgracias, que nunca vienen solas". En mitad del tráfago de amoríos extraviados, ensueños nunca bien resueltos, desfallecimientos de la más descarnada vejez o brutales irrupciones de la realidad (esa agonizante Revolución que ni se muere ni deja vivir) la amenazadora inminencia del huracán termina siendo una presencia benéfica, una referencia segura, un punto de luz en la oscuridad batida por el viento. Sabemos que esa fuerza desaforada será el punto de inflexión que provocará el (ominoso) desenlace, pero al mismo tiempo la tienes por aliada y recibes sus apariciones como quien encuentra a un amigo en tierra extraña. La catástrofe como valor seguro. O la solidez de la casa, que es una garantía frente a la amenaza del huracán y a la vez una especie de cárcel para sus habitantes. Y algo parecido ocurre con el mar, de momento calmo y amigo pero que en cualquier momento se encrespará por la fuerza del huracán. O con un viejo bote carcomido que ya fue la tumba de un Godínez y que ahora es el vehículo elegido por el muchacho cuya huida de la isla dará título a todo el relato. Aunque parezca extraño, la desmesura del huracán que se acerca, la sórdida robustez de la casa y la fragilidad de un bote, pero también la presencia de unos pájaros o de una vaca llamada Mamito, por no hablar de la voz inconfundible y eterna de Bessie Smith, son como signos inmutables que contribuyen a la ordenación del paisaje y dan sentido a las vidas que se desarrollan en él.

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5 de septiembre de 2008
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Contra el vino

Ha llegado a ser tan tópica, empachosa y snob la actual y omnipresente reverencia al vino que el agua renace con una elegancia suprema. En el interior del frasco de vino se desmorona el cerebro y le cabecea la mente mientras sobre el agua flota la inteligencia de estilo. /upload/fotos/blogs_entradas/grifo_de_cocina_con_mecanismo_de_ahorro_y_goteando_med.jpgAgua e inteligencia convergen en una mágica morfología interior donde el fluido de los mejores pensamientos mejora bañados por la transparencia del agua.

Repudio a la turbación del vino como también a la falsa agua mineral, gaseosa o no, con marca y altos precios. El agua del agua, el agua desnuda de atributos está a punto de ser ofrecida en los establecimientos más sensibles y auténticos, sin propósito, sin propaganda, sólo para beber.

En toda bebida espirituosa el cuerpo el sorbo como una intrusión que, aun siendo placentera, estorba la conjunción del organismo y crea mediante su maldito alcohol erosiones y enconos gratuitos. El agua, por el contrario, riega, amansa y fertiliza. Se suma a la materia orgánica como una mano bendita y engalana. Mi estómago y el de tantos otros malheridos reciben la proximidad del vino como un primer párrafo de malhumor y en lo sucesivo, dos o tres copas más, como una anegación de muerte. O, incluso peor, como embestidas hacia espacios imprevisibles donde se sabe bien como el yo y el mundo se estiman o se abisman.

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5 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Sócrates

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el perfil de fauno de Sócrates.
 
Delfín Agudelo: ¿Viste acaso el personaje histórico de Sócrates o el literario de Platón?
 
SócratesR.A.: Evidentemente todo lo que podemos saber de Sócrates lo sabemos a través de Platón y algún otro contemporáneo. Es completamente llamativo que alguien que ha influido tanto en la historia y en la mente humana no haya dejado ni una sola página que podamos leer; por tanto, apenas tenemos posibilidades de distinguir entre Sócrates como personaje histórico y Sócrates como personaje literario creado o recreado por Platón. A mí me interesa fundamentalmente resaltar este último; siempre he creído que Platón, que generalmente es calificado de filósofo con razón, es uno de los principales escritores que ha dado la historia de la literatura. En esa dirección su dibujo del personaje Sócrates, protagonista absoluto de la mayoría de sus diálogos, es simplemente excepcional. Creo que Platón logra crear uno de los personajes que más trasciende la propia literatura, que trasciende evidentemente su época y llega a los siglos venideros. Lo precioso de este personaje es que es alguien que de alguna manera hace confluir en él lo que son los dos grandes espejos de la cultura griega del momento: el espejo de la comedia y el espejo de la tragedia.
Sócrates, como personaje de Platón, afronta muchísimos de los temas que simultáneamente o un poco antes han afrontado los poetas trágicos vinculados con la condición humana, con la colectividad, vinculados con la ética, vinculados con la metafísica. Pero los afronta de una manera completamente distinta al rescatar una de las figuras cruciales de la comedia que era el eiron, un personaje que se hacía el tonto, dejaba que los otros hablaran para finalmente darle la vuelta a los argumentos. De ahí la ironía socrática que construye con tanta habilidad Platón. Sócrates, ese personaje que en lugar de avasallar a los otros con sus argumentos y verdades dogmáticas, lo que hace que irónicamente, como lo era la figura de la comedia, los otros vayan hablando, él va escuchando, y de una manera muy hábil va desarticulando los argumentos de los otros y finalmente ofrece su propia verdad que se va desgranando con una gran ductilidad y flexibilidad. Por tanto, si tenemos en cuenta la participación de Sócrates como interlocutor principal en todos los diálogos o mayoría de diálogos de Platón, hay que concluir que difícilmente en la historia de la literatura hay un personaje de tal envergadura, que incluso evidentemente nos lo agiganta por encima del Sócrates histórico del cual sabemos relativamente pocas cosas, y no podemos leer nada.

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5 de septiembre de 2008
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II. Judas, administrador de empresas

/upload/fotos/blogs_entradas/jos_luis_de_jess_med.jpg"Jesús fue de linaje real, de la descendencia de David. Él usaba una túnica de fino paño, sandalias de buen cuero, manejaba buena plata porque tenía personas que se lo daban. Por eso tenía de tesorero a Judas, un verdadero administrador de empresas. Ese estigma de que Jesús fue pobre y humilde es mentira". Estas son las bases doctrinarias acerca del dinero,  establecidas de manera clara y terminante  por los voceros oficiales del Anticristo, y que su obispo en Managua afirma con gran convicción.

Nicaragua es uno de los 33 países donde el Anticristo apacienta su rebaño, y su templo es un viejo cine desmantelado, de los que sobrevivieron al terremoto. Cada nuevo feligrés recibe un obsequio como premio a su ingreso, que consiste en un tatuaje en el brazo con el número 666. Cuando hace algún tiempo anunció que venía a Managua, el Cardenal Obando se alarmó, y logró a través de sus poderosas influencias con el presidente Daniel Ortega que se le denegara el ingreso al país, y así nos quedamos sin la visita del Anticristo, y ceo que para siempre.

Porque las últimas informaciones  indican que anda prófugo de la justicia, y es buscado en el territorio de Estados Unidos, y más allá, a través de exhortos internacionales, no por proclamar el reino de la bestia del Apocalipsis, sino para librarse de pagarle la pensión a su mujer. 

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5 de septiembre de 2008
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Atticus vela por todos nosotros

La gente de The A.V. Club, el site de la revista The Onion, tiene una sección que se llama Mejor tarde que nunca. Allí algún colaborador cuenta la experiencia de haberse puesto al día con alguna obra considerada mayúscula que, hasta entonces y por motivos variopintos, nunca había experimentado. La semana pasada, Nathan Rabin contaba lo que le ocurrió al leer finalmente Watchmen, esa maravilla escrita por Alan Moore y dibujada por Dave Gibbons. (¿Su opinión? Extática.) /upload/fotos/blogs_entradas/to_kill_a_mockinberg_med.bmpEsta semana, Zack Handlen narra lo que le sugirió la lectura de To Kill A Mockingbird, la maravillosa novela de Harper Lee, y la visión del film del mismo nombre protagonizado por Gregory Peck como Atticus Finch -o, para ponerlo de otro modo: el padre que todos querríamos tener... o ser.

Lo primero que sentí fue cierta envidia. Handlen cuenta que Mockingbird se le escapó de las manos a pesar de que en las escuelas suelen darlo para leer, al igual que clásicos como Jane Eyre y Las aventuras de Huck Finn. Qué suerte tienen estos gringos... ¡Todo lo que a mí me daban a leer en la escuela eran bodrios como La bolsa de Julián Martel! A veces creo que me convertí en escritor a pesar de todo lo que hicieron mis profesores de literatura para ahuyentarme del barrio...

Pero mientras envidiaba la experiencia de leer y ver Mockingberg por primera vez, recordé una de sus escenas centrales. Allí, el abogado Atticus Finch vela delante de la puerta de la cárcel, sentado en una silla, como forma de proteger al negro Tom Robinson, acusado -falsamente- de haber violado a una joven blanca. Atticus sabe que la mayor parte de los blancos del lugar no se contentará con un juicio justo: si por ellos fuere, preferirían linchar a Tom y ahorrarse el trámite. Por eso Atticus pasa allí la noche, en plena calle, confiando en que podrá detener a la eventual turba con su presencia y sus argumentos. Por supuesto, la turba llega y Atticus se ve sobrepasado por una fuerza que no entiende de razones. Quien lo salva entonces -y salva así a Tom, aunque no para siempre- es su pequeña hija Scout, que se ha escapado de la casa en plena noche para ver qué hace su padre. La irrupción de la niña disuade a la turba de emplear la fuerza; allí donde la razón y la ley escrita han fallado, la inocencia ayuda a preservar la paz. Después de lo cual Scout regresa a su hogar y Atticus sigue velando, sentado en su silla a la luz de una lámpara y leyendo el libro que llevó para matar las horas. "Hay algo en esa escena,' dice Handlen, ‘en la imagen de Atticus sentado ahí, con su libro abierto en el pequeño círculo de luz... que me hizo sentir mejor. Respecto de todo'.

Esa es una de las razones por las que amo To Kill a Mockingbird. Porque desde que supe que, a pesar de la abundancia de turbas irracionales en este mundo, Atticus vela por nosotros mientras lee un libro, yo también -como Scout, como Handlen- puedo dormir mejor.

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5 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXIII

XXIII. ¿Estás ahí, Apolonia? 

Todos los despertares entrañan misterios insondables. Se duerme uno creyendo que para bien o mal sabe su cuento, despierta presa de cosquillas renovadas a las que tiene el día entero para atender. Rebelarse, dar vuelta al destino, escapar de la situación imperante por algún recoveco no suficientemente explorado. Tentaciones que trepan al cerebro de Segismundo Andersón acompañadas de una linda enfermera que llega con dos panes, un jugo de naranja, algo de mermelada de durazno, leche, cereal y una sonrisa amplia que inesperadamente lo reconcilia con la vida. La chica le pregunta cómo amaneció, le acomoda los pelos desarreglados y le ofrece el control remoto de la televisión. Luego da media vuelta y desaparece, no sin antes dejarle en el cerebro las imágenes de su vida previa. Las Vegas, Key Biscayne, ¿dónde quedó ese mundo en el que iba y venía cuando y donde le daba la gana?

     Puede que sea el efecto del despertar en esta habitación tan amplia, mirando al ventanal donde aparecen sólo las copas de los árboles, aunque ya es suficiente para observar al mundo desde otra perspectiva. De repente le vienen de vuelta las imágenes del motel Pirámides y la casa de Fuente de Venus habilitada como falsa clínica, de la cual fue sacado dentro de una ambulancia donde le administraron los sedantes que hasta hace poco rato lo tuvieron flotando en un sueño sin sueños. Habría querido preguntar el nombre de esta clínica, pero es aún temprano para contradecir las instrucciones recibidas (sabe sólo que no las seguirá). Todavía en la noche de anteayer, trenzado por las piernas de Apolonia, llegó a creer que no tenía otra opción, pero ver a Mauricio Morazán aventar su hamburguesa a la basura le dejó la impresión de que eso harían con él.

     ¿Cómo se escapa uno de un hospital? ¿Está el doctor Suinaga a cargo de él? ¿Se apellida Suinaga, en realidad? ¿Será cierta la historia que tras los arrumacos atinó a relatarle la Corleonetta, según la cual el comandante Castro muy pronto dormiría en la habitación contigua? ¿Tiene sentido creer que el mandamás de Cuba se ha vuelto en tal medida desconfiado que prefiere hacerse operar en México, en secreto, antes que abandonarse en manos de los suyos? ¿Tanto revuelo ha armado el Fidelotto? ¿Cabe una bomba dentro de una caja de chocolates? ¿Son tan estúpidos los agentes de seguridad cubanos que dejarán llegar ese paquete tan cerca de su líder vitalicio? ¿Son tan confiables Don Alex, Mauricio y la Corleonetta para creer que van a rescatarlo? ¿Van a quitarle hoy mismo ese riñón? ¿Puede un convaleciente de semejante pérdida ir de allá para acá y dejar el país, como si nada? ¿De qué les sirve vivo, si todo sale bien? ¿Lo dejarían vivir, si algo saliera mal? ¿Cómo se va a tragar el cuento chino de que Raúl Castro apostó una fortuna al Fidelotto y su gente se ha puesto de acuerdo con Don Alex? ¿No les sería más fácil quebrárselo ellos mismos? ¿Cuál será la potencia de la bomba? ¿Moriría también la enfermera bonita que recién le sonrió? ¿Es él un parricida trabajando al servicio de un fratricida? ¿Todo queda en familia, finalmente? ¿Y si la bomba estalla a las seis y cinco, mientras él aún espera que vengan a sacarlo?

     Demasiadas preguntas, ninguna información. A no ser por los golpes que de nuevo resuenan a sus espaldas. Toc, toc. Ahora que lo recuerda, fue por ese motivo que se despertó. Podía oír los golpes en mitad del sueño, como una suerte de sonido incidental que a la postre lo trajo de regreso. Toc, toc, vuelve a escucharse. No sabe Segismundo si temerse que de pronto saldrá la Corleonetta vestidita de cuero de un armario; nada le indica que no sea un nuevo truco. Entonces se incorpora, mira hacia atrás y descubre una puerta que da al cuarto contiguo. Alguien que de seguro no es Fidel Castro está muy ocupado golpeando en esa puerta, y el instinto le dice que no está en posición de ignorarlo.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXIV. Cualquier hijo de vecino. 

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4 de septiembre de 2008
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La primera vez es sagrada

Caían a escasa velocidad los últimos años sesenta, aquella década que daría fin al siglo XIX en 1968 y lo digo en serio porque fue durante los años setenta cuando se le dio el hachazo final al romanticismo que se había prolongado mediante las vanguardias del siglo XX. La posvanguardia  arrasó lo que quedaba de modernidad, pero el enemigo mortal de los minimal y de los conceptuales eran Pollock y Rothko, no Siqueiros. En España llevábamos retraso. Aquí la vanguardia apenas contaba y lo dominante era, por el lado del poder un clasicismo de opereta que cantaba a la dulce Galicia, a Montserrat o a los rudos vascones, como ahora,  y por el lado de la oposición el realismo socialista. Cuando en 1968 se publicó mi primer libro, cayó dentro de aquel saco de poetas que un despistadísimo Castellet bautizaría como los "nueve novísimos", mero plagio de la edición italiana del mismo nombre y que no era sino la posmodernidad del tercer mundo. Algunas cosas prohibidas, como el cine de Hollywood (plataforma de la propaganda imperialista yanqui)  o el rock and roll (medio de alienación que financiaba la CIA para debilitar a las masas revolucionarias) entraron en la poesía española gracias a aquellos desaprensivos de los que yo formé parte casi inadvertidamente.

Todo había comenzado pocos años atrás, cuando estudiaba Ciencias Políticas en Madrid con profesores de fuste como Antonio Elorza o José Antonio Maravall. Eran tiempos heroicos en los que, por ejemplo, expulsamos de las aulas a Fraga Iribarne. El grupo de amigos de Políticas, entre quienes figuraban sin saberlo los futuros gobernadores civiles de Felipe González, estaba relacionado con otro de Filosofía en el que (¡cuán asombroso es todo!) nadie haría carrera administrativa, pero sí personal. Los jefes eran Fernando Savater y Antonio Escohotado, gente que ha tenido que trabajar para abrirse camino gracias a su talento. /upload/fotos/blogs_entradas/vicente_molina_foix_med.jpgTras las clases, solíamos reunirnos para comer, cenar o tomar copas en las tascas del barrio de Salamanca que era entonces un lugar cutre, de estudiantes, funcionarios y horterillas. Había gente allí de mucho escribir y beber, como Antonio Martínez Sarrión, aficionados al cine americano como Vicente Molina Foix, y de vez en cuando aparecía y se mezclaba a la concurrencia un argentino delicioso, Marcos Ricardo Barnatán. Lo de "Marcos Ricardo", tan apretadamente bonaerense, nos tenía encantados, pero es que además tanto él como su mujer, chiquita, vivaracha, traían consigo algo que por entonces comenzaba a desencajar la paleolítica literatura nacional, a saber, el poderoso aliento de Borges, de Sabato, de Onetti, de Cortázar, de Girondo, desconocidos escritores en lengua española. Bien es cierto que a Barnatán no sólo le respetábamos por ser la voz de América, sino, sobre todo, por la célebre anécdota de Borges titulada "Muchos años más tarde, consultando un manual especializado", historia que duraba entre media hora o tres cuartos según el público, cumbre del anecdotario universal. A veces, oyéndola por cuarta o quinta vez, creí morir asfixiado de la risa. Eso sí, sólo Barnatán puede contarla, nadie más. Deberíamos grabarla en DVD antes de que sea tarde.

Un día, este Marcos Ricardo nuestro se me aproximó con característica timidez y susurró educadamente que deseaba iniciar una colección de poesía y que si me importaba abrirla con un libro inédito. Todos mis libros eran entonces inéditos, pero le aseguré que buscaría algo que aún no se hubiera editado. Reuní a toda velocidad cuanto había pergeñado hasta entonces, evitando los poemas no sólo muy malos sino incluso los pésimos, y así fue como se editó mi primer libro. En la sinagoga de mi corazón siempre arderá una vela por Marcos Ricardo, de quien hace décadas que no sé nada y a quien saludo desde aquí efusivamente. Hola Marcos, sos un as, besos para tu chica.

Artículo publicado en: "El Cultural", El Mundo, 4 de septiembre de 2008, (este artículo corresponde a una serie sobre el primer libro publicado por algunos escritores españoles).          

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4 de septiembre de 2008
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Morboso

Lo morboso, dice María Moliner, es una patología reveladora de un estado físico o psíquico no sano. Ejemplo: "siente un placer morboso en torturar a los animales". Vale. Y cuando habla de morbo se refiere a morbo como enfermedad. Morbo comicial: epilepsia. Morbo gálico: sífilis. Morbo regio: ictericia. También se cita al "cólera morbo". No es lo que yo quería encontrar. Yo quería entender porqué decimos que nos da morbo alguien. Cuando decimos que alguien tiene o nos produce morbo, es que nos gusta, nos excita o nos hace fantasear.

Yo estoy lleno de esos encuentros con morbo. Es más me gusta alimentar mi morbo. Así todos los días paso por una plaza con un edificio oficial y sé casi seguro que me encontraré a una guardia civil que me da morbo. Bueno, no sólo ella, en general todas las guardias civiles- salvo excepciones- me produce bastante morbo. Yo creo que es el uniforme, más el peinado y unidos al tricornio. Nunca me han gustado, perdón, los señores de la guardia civil. Son herencias de mi estigma de progre, mi lado gitano o mis lecturas lorquianas. Lo que sea, es posible que sean las multas de la carretera, no sé, pero todavía me ponen nervioso esos hombres del "cuerpo".

Nada  que ver con las mujeres guardias civiles. Siempre estoy deseando que me paren, que me digan algo, que me den alguna indicación, incluso que me multen sin exagerar. Y es que no puedo evitar el morbo, no descrito pro Moliner, de pensar tener una aventura con una guardia civil. Un encuentro pero con uniforme, al menos al principio, después bastaría con que se dejara puesto el  tricornio.

/upload/fotos/blogs_entradas/joaqun_jord_en_una_imagen_de_2004._med.jpgNo estoy sólo en ese morbo. Me acuerdo de mi amigo, mi admirado Joaquín Jordá que estaba afectado del mismo mal. Tanto que hizo una película con Rosy de Palma vestida de guardia civil. Eso era doble morbo. También me da morbo Rosy de Palma, incluso sin vestirse de guardia civil.

Mañana volveré a alimentar mi morbo mirando esa guardia de todas las mañanas. Lo malo es que con el uniforme ni se me ocurre hacer una insinuación. Tendré que curarme el morbo.

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4 de septiembre de 2008
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Ser cabalmente artista… ser cabalmente filósofo

Si la filosofía tiene pretensiones de universalidad, si se aspira a la "filosofía como educadora de la humanidad" (título general de un congreso de filósofos del mundo entero celebrado hace ocho años en Boston), entonces es imprescindible preguntarse por qué la filosofía se halla tan lastimeramente ausente en la educación básica y en la formación general de los ciudadanos. Aristóteles pretendía que la disposición filosófica era la propia de los hombres libres. Mas entonces, la ausencia de tal disposición en la inmensa mayoría de los ciudadanos constituye un índice de la ausencia de libertad efectiva. Educar a la humanidad a través de la filosofía equivaldría a fertilizar en cada ser humano el conjunto de las potencialidades que como ser de razón la caracterizan frente a las demás especies animales, equivaldría simplemente a ayudarle a realizar su humanidad.

En esta perspectiva, replantearse hoy el problema de la filosofía implica por describir (¡y denunciar!) las condiciones sociales que hacen que para la inmensa mayoría de la población decir que la filosofía les concierne suena meramente a sarcasmo. El asunto es tan claro como esto: la única posibilidad de que la filosofía deje de ser una práctica reducida a una élite intelectual (mayormente ubicada en los países llamados de occidente), la única forma de que cada ser humano sea educado en familiaridad con las interrogaciones filosóficas que le conciernen es que previamente se establezcan las bases sociales para ello.

Lo que precede está formulado precisamente desde la filosofía, lo cual implica que la filosofía es intrínsicamente militante, llama a la subversión de todo orden social no legitimador como mero corolario de reivindicarse a sí misma. Mas precisamente porque toda lengua es salva veritate intercambiable con toda otra a la hora de expresar determinaciones conceptuales, precisamente porque toda lengua (y a través de ella todo país donde tal lengua se hable) ha de enriquecerse con las interrogaciones universales de la filosofía, desconfío radicalmente de la idea de una filosofía que tuviera características nacionales, incluso características vinculadas a una lengua. La idea de una filosofía de alguna manera patriótica, como la de una filosofía popular, pervierte en sí misma el concepto de filosofía. La filosofía puede servir a un pueblo (contribuyendo a esa educación cabal a la que antes me refería) y puede recoger los valores de una patria universal (la Francia de la Revolución simplemente), pero sólo lo hará permaneciendo fiel a sí misma, siendo cabalmente filosofía.

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4 de septiembre de 2008
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El Boomeran(g)
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