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La aventura de pensar

Fernando Savater

Debate

Aparte de las diferencias intelectuales e ideológicas que mantiene con muchos de sus contemporáneos  (algunas tan estruendosas que incluso se pueden seguir en los periódicos) si algo distingue a Fernando Savater de sus colegas es la pasión que le pone a todo lo que hace. Ya sea pergeñarle una ética a Amador o espetarle un panfleto al Todo; ya sea cantar las excelencias de aquél mítico caballo árabe o contar las maravillosas aventuras de los personajes literarios que poblaron su infancia, hay que ser un verdadero cenizo para no acabar contagiado del entusiasmo que transmiten sus escritos. Y cómo no aficionarte a las carreras de caballos o cómo no dejarlo todo para releer a Stevenson o a Guillermo Brown. O cómo rechazar una invitación a repasar con él la vida y hechos de Nietzsche.

La aventura de pensarEn La aventura de pensar se trataba de darle un repaso al pensamiento occidental de los últimos 25 siglos y eso ha hecho. De un tirón. O mejor dicho, en 26, pues tales son los pilares que le permiten ir saltando desde Platón y Aristóteles hasta Sartre y Foucault. Por descontado que la selección de pensadores es arbitraria. Pero qué antólogo se ha visto libre de tal acusación. Siempre habrá quien eche en falta a este o aquél, o que proteste por la exclusión de su filósofo favorito. A mí, por ejemplo, me hubiese encantado conocer la visión que tiene Fernando Savater de Montaigne porque seguro que me hubiese descubierto un buen número de aspectos que a mí se me escapan. Por ello, y puesto que se trataba de elegir lo mejor de lo mejor,  en La aventura de pensar se advierten algunas ausencias notables, y también unas presencias que, como poco, resultan sorprendentes. Y entre estas últimas incluyo a Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, y  no porque considere que no son dignos de mención, o porque piense que su obra no tiene suficiente entidad,  sino porque no es habitual encontrarlos entre los elegidos.

La explicación la proporciona el propio Fernando Savater en la Introducción: el proyecto original fue una serie de televisión sobre los pensadores que más han influido en la sociedad de principios del siglo XXI. Ahí es nada. Venderle a una televisión una serie de 26 capítulos en la que se hablará de forma digna y comprensible acerca de gente como Spinoza, Schopenhauer o Adorno. Contra lo que pueda parecer la serie se ha terminado sin contratiempos y la productora, la argentina Tranquilo Producciones, ya la tiene lista para su emisión.

Ese origen televisivo del proyecto explica suficientemente tanto el contenido de La aventura de pensar como la forma que se le ha dado incluso al ser pasada al formato libro. En principio,  la pantalla de una televisión no es el lugar idóneo para desentrañar el pensamiento de Hegel o Wittgenstein, por poner dos ejemplos evidentes. El telespectador medio está tan habituado al lenguaje de la imagen que el concepto se le enrevesa durante el breve espacio que media entre la pantalla y el oído, de forma que para cuando le llega al cerebro está hecho un verdadero lío. La única forma posible de llevar semejante empeño a la práctica era recurrir a una exposición clara, un desarrollo tranquilo y, por encima de todo, una capacidad de concisión sólo comparable con la necesidad de ir derecho a lo esencial y no enredarse en cuestiones poco relevantes.

No por casualidad, Fernando Savater goza ya de una prolongada experiencia docente y una no menos prolongada carrera como conferenciante, agitador, panfletista, combatiente de primera fila y escritor. O sea que a estas alturas ya no hay Heidegger que le arredre. Y ello es tan de agradecer como el ánimo que le pone a cada personaje.

Se trata, pues, de una obra de divulgación, y por lo tanto dirigida a un público amplio y no especializado. Pero al mismo tiempo es rigurosa, informada y sencillísima de leer. Y los incondicionales pueden estar tranquilos porque, con toda la seriedad y formalidad que la ocasión requiere, Savater se las apaña estupendamente para colar de cuando en cuando algunas de sus habituales bromas. Por ejemplo cuando, al hablar de Spinoza, confiesa que él leyó la Ética en la cárcel. Al parecer le proporcionó gran consuelo pues recomienda encarecidamente a los lectores que no se olviden de llevarse ese libro cuando vayan a la cárcel.

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3 de octubre de 2008
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II. El poder de las voces

A los compases del concierto de Tchaikowski seguía la voz engolada de un locutor que parecía hablar desde el púlpito para sentenciar: el derecho a la vida es inalienable (una palabra que me intrigaba tanto y que dejé reposar mucho tiempo en las páginas del diccionario porque me gustaba más en su misterio), nada, ni el orgullo de los hombres, ni la pasión de las mujeres podrán negar el derecho de nacer...

Y ya venían entonces, tras los anuncios del jabón Fab que lava y lava y nunca se acaba, las voces plañideras de las actrices y las otras mentoladas de los actores del Cuadro Dramático de Radio Mundial, los diálogos empalmados por las ráfagas y cortinas musicales, y cerrados siempre por el majestuoso de la orquesta con su fin de sinfonía. Era imposible perder el hilo de la narración, porque de una casa a otra las voces y los arpegios se repetían y también me seguían por la calle.

De allí vino mi fascinación literaria por las voces sin cuerpo, que me inducían a imaginar todo a partir de esas voces, voces que eran por sí mismas personajes, actuando en un escenario invisible en el que la credibilidad, es decir, la eficacia de la verdad fingida, dependía nada más de ellas, de su sonoridad, de sus modulaciones y matices. Y el gran premio lo recibía la imaginación de quien escuchaba. Imaginar a partir de las voces, o en función de la voces, darles cuerpo y rostro, que era una forma privilegiada de participar en el relato. Un premio que, de manera paralela, sólo ofrece la lectura, cuando en lugar de voces hay que descifrar signos.  

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3 de octubre de 2008
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Repudio de la entereza

Nuestras sociedades se reivindican a sí mismas como abiertas, descubridoras y hasta exploradoras de la alteridad. Al menos desde los trabajos de Lévi-Strauss, una suerte de interiorizada mirada etnológica nos haría dejar de considerar como extrañas manifestaciones, culturales (festivas, gastronómicas,  etcétera) que hasta hace poco eran juzgadas  como excesivamente elementales, primitivas, o incluso como signos de barbarie. Esta apertura a la alteridad, que desde luego es una singularidad de nuestra civilización, podría traducirse en que, distinguiendo lo profundo de lo contingente, se decantará un catálogo de valores universales, catálogo que sería la expresión de una universalidad antropológica en el terreno de la moral.

 Y sin embargo, como decía hace unos días, a veces parece que se asiste no ya a una relativización sino a una inversión de valores y  lo que debería  imponerse al buen juicio humano como constituyendo indiscutiblemente  una virtud es en ocasiones presentado como algo periclitado; señalaba que tal es el caso de la valentía, entendida como entereza ante la confrontación inevitable (como resultado de sentimiento de ofensa o injusticia e incluso para medirse a sí mismo), no sólo relativizada como virtud sino incluso reemplezada en la jerarquía de valores por su opuesto, la cual, eso sí, es convenientemente disfrazada de prudencia.

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3 de octubre de 2008
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El náufrago de las letras

Me encantó la entrevista que Braceli le hizo a Eduardo Belgrano Rawson y publicó durante el fin de semana adn, la revista cultural del diario La Nación. Belgrano Rawson es uno de los mejores escritores argentinos contemporáneos. /upload/fotos/blogs_entradas/el_nufrago_de_las_estrellas_med.jpgQue no goce de la difusión que merece, cuando libros como El náufrago de las estrellas, Fuegia y Noticias secretas de América figuran entre las novelas argentinas más perfectas y disfrutables de las últimas décadas, habla casi en su favor. Porque Belgrano Rawson es de la clase de tipos que no teme decir que el nacimiento de sus hijas lo puso más feliz que cualquiera de sus libros. ‘No importa lo que hagamos, ni nuestros libritos', le dijo a Braceli. ‘Lo que importa es cómo vivimos, eso es lo que va a hablar bien o mal de nosotros'. Y Belgrano Rawson, se nota, se ha dedicado a vivir bien. Esto es, lejos de conceder valor a las pavadas que desvelan a tantos escritores.

Debo haber empezado a leerlo sin darme cuenta, cuando escribía guiones de historieta para revistas como El Tony y D'Artagnan. Me pregunto cuáles serían sus seudónimos... Su padre era un profesor de filosofía que, apartado de su cátedra por cuestiones políticas, se convirtió en empleado bancario y criador de pollos. Belgrano Rawson lo vio morir joven, víctima de un cáncer fulminante, y debe haberse convencido de la importancia de no perder el tiempo en veleidades. ‘Escuché una frase china, y si no es china, a la mierda: ‘Apúrate, es mucho más tarde de lo que supones'. Apurate a disfrutar, dejate de pendejadas, tenés dos manos, dos piernas, dos ojos, diez dedos, otros diez, el bocho te funciona, ¡no seas imbécil!,' le dijo a Braceli, elaborando su propia filosofía. Debe ser por eso que se dedicó a hacer lo que más le gustaba, a enamorarse, a navegar, a mantener viva una familia. Y que bufen los eunucos, como diría alguien.

Lo que no significa que Belgrano Rawson no aplique el mayor de los rigores a su literatura. Manteniéndose tan apartado de los cenáculos como de las modas, ha construido una obra tan bella como envidiable. El fuego que lo impulsa es el único que cuenta. ‘Me acuerdo de una exhibición aérea en San Luis, había un tipo que daba una vuelta invertida que consiste, creo, en que el ala pase rozando a diez metros del suelo. Bueno, este tipo lo hacía, digamos, a cinco metros, el riesgo era inmenso. El instructor me decía: ‘¿Vos creés que alguien se da cuenta? ¡Nadie! Pero él lo quiere así, y ese es su orgullo y su pasión'. Con nuestros libros pasa igual, tratamos de rozar el ala en el suelo, aunque nadie lo va a notar'.

Esa es nuestra pasión y nuestro orgullo.

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3 de octubre de 2008
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A quién se escribe

"¡Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee"! Esto escribió Jules Renard en su diario el 7 de julio de 1894. Naturalmente, la fecha es aquí lo de menos. Lo importante es, sobre todo, su conminación feroz. No atender al ojo que nos lee significa escribir en el espacio de la soledad sin referencias. Un amigo, una pareja, un maestro, suelen leer los originales de los autores y emitir su reclamada opinión. El autor que escribe, mientras escribe, piensa al menos en estos personajes y anticipando de tiempo en tiempo sus juicios sobre la redacción endereza la obra. De esta deseada coacción exterior tan invisible como eficiente el criterio de aquellos a quienes se respeta dota a la escritura solitaria de un cierto amparo o de una relativa compañía por la que las elecciones se acercan a la convicción. ¿Se escribe pues para agradar a estas personas respetadas en la confianza de que su aprobación protegerá de los grandes errores y contribuirá a mejorar la inspiración?

No es seguro. El auxilio de un personaje crítico de esta clase puede conllevar una exigencia superior a la propia y asfixiar las desviaciones acrobáticas o acaso se trata de una exigencia inferior si se toma por ello una reclamación sin neurosis, una expectativa sin demasiada perturbación.

La presencia, en fin, de aquel Otro que nos lee y ampara, que nos acompaña y nos confiere destino convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan justificado como sensato, tan razonable como una aventura cuyo grado de riesgo controlado reduce quizás el extravío y su dolor irremediable.

¿Es efectivamente así? Desde luego que no.

Escribir para alguien que no sea uno mismo -sea esto un fantasma o un rumor- o para alguien tan simuladamente parecido a uno mismo que su crítica se sume a la nuestra supone una elección tan falaz como aburrida. . En concreto, menos cobarde que muy tediosa, menos pueril que ausente de vigor creador. La escritura, como la pintura, la arquitectura o la música necesitan para ser atrayentes en sí, desconcertar a su autor. Sorprender a su autor y materializarse a través de una notable porción de temeridad, de arrojo y de inesperada alegría. La fórmula completa será un misterio y su repetición, en consecuencia, imposible. No hay un ojo que juzga toda la producción pero tampoco un ojo que ajusta la primera idea con éxito. Se escribe, a menudo, creyendo que se puede decir esto o lo otro gracias a las herramientas que ha perfeccionado la experiencia pero el éxito final depende, precisamente, de que lo hecho desdiga la correcta previsión del resultado. Esta es la sal, la pimienta y el azúcar de cualquier realización artística. Sin asombro no hay obra de arte. Y la gran obra de arte se llama a sí misma "maestra" cuando nacida de una mente no se identifica como una derivación de ella sino como una autoridad originaria y superior. De este modo el autor celebra sus producciones y se celebran de verdad por quienes elegimos para ayudarnos en el proceso. Los ayudantes cuyo ojo no queda sorprendido por el texto reducen su condición de seres aúlicos a correctores, de críticos a funcionarios, de vibrantes amantes a amigos.

"¡Que la mano que escribe ignore el ojo que lee!" La sentencia viene a ser, en rigor, irrealizable porque aún pretendiendo escribir sin mirada, la página es un espejo que se contempla y el rabillo del ojo que nace de cada línea refleja se posa en la siguiente. Sin embargo, nadie sería capaz de escribir bien si escribiera para sentar bien a una imagen preconcebida. Incluso a la imagen de aquello que reverencia. La obra gloriosa, sea cual sea el significado de esta exageración, sólo se consigue a través del vértigo del yo mismo, entregado, paradójicamente, no a ser el yo propio, ya apropiado, sino el ser todavía libre e incalculable.

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3 de octubre de 2008
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El 68 en México

En París tomaron las calles. La utopía no tenía futuro. Al menos fue divertido y emocionante mientras duró. Teníamos 15 años, no sabíamos nada. No nos enteramos de mucho. Pero fuimos jóvenes marcados por aquellos sueños rotos.
 
En Madrid no hubo 68. Tuvimos que esperar diez años para salir a la calle sin peligro de nuestros huesos.
 
Ahora, en México, donde estamos cuarenta años después no quieren, ni deben, olvidar su octubre del 68. Fue un día como hoy, un 2 de octubre, cuando el movimiento estudiantil en las calles, en las plazas de México tomaba pacíficamente la ciudad. Más que utopías lo que pedían eran más escuelas, menos cárceles, más libertad.
 
El pensador Carlos Monsiváis publica un libro sobre aquellos momentos: "El 68. La tradición de la resistencia". En él se habla del espíritu crítico, contracultural y bastante ingenuo de los jóvenes de entonces. Recuerda que en una de las manifestaciones, un joven con pinta de progre de la época, pacíficamente se enfrenta a los policías uniformados con una ponencia dialéctica: "Amigo azul. Envaina tu furia y concédele el ocio a tu macana. Oye mis palabras y reflexiona. ¿Qué te han hecho los estudiantes, criaturas del saber preocupados por el destino de México? México no es el cuerno de la abundancia que tus jefes te pintan. Es tierra de sangre y lágrimas..." Y sigue diciendo Monsiváis que los policías trocan su recelo, su indiferencia en franca admiración y lo aplauden. El joven los exhorta a la lectura como oficio sagrado. Y grita:" ¡Viva la amistad entre el estudiantado y la policía digna". La ilusión duró unos minutos, fue un sueño breve, un espejismo.
 
Cerca de allí, unas horas después la policía cargó contra los jóvenes. Estaba comenzando la matanza de Tlatelolco. El miedo y la muerte se quedaron en la plaza de las Tres Culturas. Todavía hoy no se sabe exactamente cuántos, ni quienes fueron los muertos. Yo sé que podría haber sido uno de aquellos. Hoy, en México, no lo olvidamos. Hoy somos aquellos jóvenes que soñaron con un mundo distinto. En octubre, en México, mataron el espíritu de aquel 68.

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2 de octubre de 2008
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El blog de Santiago

Creo que fue Alberto Fuguet el que me habló primero de Santiago Vaquera.  Estábamos buscando cuentos sobre la experiencia latina o latinoamericana en los Estados Unidos, y nos topamos con "Esperando en el Lost and Found", un magnífico texto de este escritor/profesor/blogger/d.j. A partir de ahí, comenzó una amistad que se ha profundizado gracias a varios encuentros de España.

Santiago se define a sí mismo como un "border crosser", o cruzador de fronteras. Esto no es una metáfora: Santiago nació en los Estados Unidos, de padres mexicanos; no fue un chicano típico, porque en vez de gustarle las rancheras prefería la música electrónica y grupos como Stereophonics o The Go-Betweens; tampoco terminó de ser aceptado como escritor latino, porque se le ocurrió que quería escribir su narrativa en español y no en inglés.

Este mundo a medio camino entre el Norte y el Sur aparece en su blog; Santiago mezcla con facilidad el español con el inglés -sin por ello intentar ponerse a la moda del spanglish--, y tiene una mirada al mundo que hace recuerdo a los cómicos de la televisión norteamericana -Dave Letterman, Conan O'Brien- filtrados por su sensibilidad fronteriza. Un blog refrescante, que habla de viajes, libros y música. Santiago es un gran guía de viaje: hay que hacerle caso cuando habla de Estambul o Madrid. Pocos saben tanto como él de escritores en la frontera, tanto del lado mexicano como de los Estados unidos. Ni qué decir de sus recomendaciones musicales, que siempre dan en el blanco: gracias a él he descubierto a Plastilina Mosh, The National, The Walkmen, Stars, The Stills. 

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2 de octubre de 2008
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Lujuria por contagio

Están por todas partes, pero se ocultan tras la creencia supersticiosa de que son literatura. Cuentan para ello con el escepticismo beato de los optimistas, que es infinito por definición. Asimismo, no poco los ayuda la irrefrenable multiplicación de historias alusivas a sus manías menos mencionables, que son por cierto las más notorias, como ese gusto antiguo por la sangre ajena, a un tiempo extravagante y familiar. No vayamos más lejos: ahora, aquí, preciso alimentarme de otras hemoglobinas para avanzar hasta el final de estas líneas. Rebusco entre las capas de la realidad ensalivándome ya los colmillos. Quien escribe, o dibuja, o de cualquier manera reinventa lo que ve, escucha, huele, toca, lame, se condena con ello a chupar sangre. Lo hará, además, con una terminante voluntad de contagio. Hay al menos dos clases de historias de vampiros: las asépticas y las contagiosas.

     Recuerdo una película perdida en la memoria -citarla es ya un abuso, cuando ni el título conseguí recordar- sólo por una línea que atesoré nada más escucharla: La anticipación es el más tóxico de los afrodisiacos. Ir por la vida así, mordisqueando una infinita cantidad de cuellos, es contraer el vicio de anticiparse. Vivir tóxicamente, haciéndole ascos solamente a la asepsia. Hallar lujuria y hasta desenfreno en el coleccionismo del antojo. Ser después mordisqueado por sabrá el diablo quién y para qué. Indigestar, a veces, igual que tantas otras fuimos indigestados. Dar miedo, si es posible, y ocultarse detrás del biombo consecuente. ¿Y si el arte no fuera más que un intento impúdico de encajar los colmillos con cierta discreción?

     Debería estar claro que los vampiros no guardan entre sí otra similitud que esa naturaleza de murciélago contaminada de truculencia humana. Si a nuestra especie hipócrita le aterran los murciélagos sólo porque le chupan la sangre a las vacas, imaginemos cómo nos verá la inmensa mayoría de las especies, capaces como somos de perseguirlos, encerrarlos, esclavizarlos, exterminarlos y extinguirlos por mero sistema. ¿Qué pensará un insecto de la especie que inventó el insecticida? ¿Qué opinaría usted, si fuera pollo, de la sonrisa del Coronel Sanders? Ahora bien, hay de vampiros a vampiros. No es lo mismo cumplir el ritual a la luz de la luna, con las formalidades propias de la ocasión, a depredar en todo lugar y momento, con la suerte de mezquindad voraz que ha echado por tierra el prestigio de tantos colmilludos noctívagos.

     Nada parece más extravagante que la idea de ir hasta lo alto de los Cárpatos sólo para encontrarse con un vampiro, cuando acá abajo los hay por legiones, en las que en un descuido también pasa uno lista. Asiduo puntilloso del serial Six Feet Under, de Alan Ball, he aterrizado en su reciente True Blood con sed anticipada. Cuatro capítulos más tarde, se mira uno enganchado a la historia por todo lo que tiene de ordinario. Vampiros que conviven con los mortales y consumen botellas de sangre sintética made in Japan. Vampiros cuya sangre es la droga mejor cotizada entre los mortales. Vampiros lujuriosos e insaciables e impunes, como tantos que uno ha tenido en suerte conocer. Lo dicho, pues. Más extraño sería no topárselos.

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2 de octubre de 2008
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Malos

Este artículo del Telegraph tiene como diez días; es muy inglés, pero trata de algo que me provoca. No consigo quitármelo de la cabeza. Se trata de una lista (otra lista) de los mejores (o ¿peores?) malos en la historia de la literatura. ¿Quién es el mejor (o peor, malo) en la literatura para un diario conservador inglés? Es el diablo en Paraíso perdido de Milton (es muy inglés, ya lo he dicho). Voldemort, el de los libros de Harry Potter ocupa la posición cinco. Como francés me siento desconcertado por la presencia de la marquesa de Merteuil, la de "las amistades peligrosas" de Choderlos de Laclos (este título español es una catástrofe se trata de un "enlace" amoroso no de una amistad). La pobre Merteuil ocupa la posición 29 en la lista de la infamia lo que es insoportable: ella es un combatiente en la guerra del amor y no hay guerra sin víctimas. Pero no se trata de esto sino del pobrísimo resultado.

El malo supremo, como dice la expresión común en español, es "el malo de la película". La literatura no puede competir con el cine en el momento de entregar un monolito negativo.

/upload/fotos/blogs_entradas/episode_5_darth_vader_med.jpgDarth Vader, este, sí, es un malo de verdad, un malo que lo tiene todo: la dimensión imperial y la maldad íntima de la persona que "sabe" que actúa en el lado oscuro de la fuerza. Lo que impide a la literatura llegar a este nivel es su exceso de matices. Demasiada información, una cercanía insoportable con el alma del héroe malo. Uno lee una biografía de Adolfo Hitler, un malo de verdad, y poco a poco, página tras página, percibe que se trata de un enfermo, de un ser lleno de obsesiones, de un psicópata atrevido caminando en el terreno de la historia. Al final existen explicaciones, y el malo Hitler no es tanto un malo sino las consecuencias de causas psicológicas y de creencias erróneas.

Hace años, cuando era reportero, entrevisté al novelista americano William Styron. Fue una entrevista no mucho después de la publicación de La decisión de Sophie. El libro había tenido un éxito tremendo y Styron me hablaba de su voluntad de acercarse al absolute evil (mal absoluto) al escribir su novela. Su éxito en este intento, me decía, fue probablemente la razón del éxito de su novela. Pero, me acuerdo muy bien, me decía también Styron, que el mal se parecía al viento. Es invisible, sólo se puede percibir sus efectos. Es lo que ayuda al cine: puede pintar un retrato grande de los efectos del mal, un apocalipsis en la pantalla. Un malo, es decir, un mero ser que es la causa del mal, no tiene tanta presencia en la literatura. Es lo que me parece equivocado en la lista del Telegraph. Su defecto no es ser demasiado inglés: es mirar a la literatura. Es un error. Pero no hay que olvidar que podemos encontrar algo peor que el mal en la literatura: el bien. Desde Dante Alighieri sabemos que el infierno sale mucho mejor que el paraíso.

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2 de octubre de 2008
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Juana Vázquez

Anoche presentamos en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, la primera novela de Juana Vázquez, Con olor a naftalina, publicada por Huerga&Fierro, que me llevó a hacer algunas reflexiones:

/upload/fotos/blogs_entradas/con_olor_a_naftalina_med.jpgLo mejor que podemos hacer para abrir la novela de Juana Vázquez es no ir con ninguna idea preconcebida.

Lo mejor que podemos hacer es no intentar forzar la lectura y obligar al texto a que sea como estamos acostumbrados que sean habitualmente los textos. Y estas recomendaciones que sirven para cualquier novela en el caso de Olor a Naftalina se convierten en imprescindibles. Como decía Mercè Rodoreda, "una novela se hace con una gran cantidad de intuiciones, con cierta cantidad de imponderables, con agonías y resurrecciones del alma, con exaltaciones, con desengaños, con reservas de memoria involuntaria...toda una alquimia". Creo que Juana estará de acuerdo con estas palabras, sobre todo, porque me ha gustado mucho leer los nombres de algunos de mis escritores favoritos como Natalia Ginzburg o John Cheever asomando en el texto como esas florecillas de campo que uno no se cansa de ver, que no se pasan de moda y que resisten el calor y las heladas.

Esperemos que algo así ocurra con tu novela. Lo mejor que podemos hacer con ella es dejarnos llevar, dejarnos envolver y arrastrar por la corriente de emociones y sensaciones que forman el caudal narrativo y existencial de la extraña familia Martínez Salazar. Claro que ¿qué persona no es extraña si se la mirase por dentro, si supiésemos todo de ella, sus más oscuros deseos, sus intenciones más secretas?

Ni siquiera penséis mientras leéis esta historia porque cuando cerréis el libro no podréis dejar de pensar en ella en bastante tiempo. Limitaos a respirar porque habrá tramos de la novela que os cortarán el aliento. Os aconsejo que simplemente os dejéis engullir por sus páginas, sus frases, sus palabras. /upload/fotos/blogs_entradas/gramatica_de_luna_med.jpgComo filóloga, Juana conoce muy bien el valor de las palabras y sabe que incluso una palabra vulgar colgada en el sitio justo adquiere un brillo especial. Precisamente su atracción por el alma de las palabras, por lo que podemos revelar de nosotros mismos a través de ellas la convirtió en poeta. Y como poeta nos ha regalado libros, cuyos títulos dicen mucho de por qué territorios se adentra Juana: Signos de sombra, En el confín del nombre nos+otros y Gramática de luna.

Y ahora nos sorprende con una novela, donde por ejemplo en la página 127 dice: "Un café que sabe a ventana, un país que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso, un caracol que sabe a enredadera... Compliquemos las palabras antes de que ellas nos simplifiquen. ¿Qué cosas se me vienen a la mente! ¿De dónde brotan los pensamientos?.. Y esto que escribo ¿querrá decir algo?... Y ¿qué es eso de decir algo?... Siempre que hablamos decimos algo". Por supuesto que, conociendo a la autora, una novela suya tenía que ser coherente con su naturaleza poética. Tenía que ser como ella es. Y este es su principal rasgo de madurez creativa: que no se haya dejado tentar por caminos que no le son propios, y que su materia prima  (el material sensitivo que le permite asociar y relacionar las cosas de la vida) simplemente lo haya moldeado de esa otra manera llamada novela. Así que no nos confundamos pensando que nos encontramos ante un poema largo. Se trata de una novela en toda regla, con una estructura muy calibrada, que podríamos llamar interna, por los continuos detalles que van creando correspondencias en la mente del lector. Parece que para Juana la novela no es un mecanismo sino un organismo en que todo se relaciona.

Por eso lo mejor es que nos dejemos balancear entre lo bello y lo escabroso de esta historia tan humana que enlaza con la tragedia griega y los mitos clásicos, pero (he aquí la diferencia) sin tragedia, sin exclamaciones, ni gritos ni aspavientos, lo que aún produce más desasosiego, inquietud, casi nerviosismo. Enlaza con la mitología del miedo, encarnada en los tabúes, a cruzar la frontera moral que nos haga distintos a los demás y nos aparte de la normalidad social.

Esta novela tiene el valor de ponernos frente a las narices, de una manera delicadamente violenta, el espejo en que vemos lo que tal vez haríamos de no existir el miedo y la culpa. Porque esta novela está al otro lado de todo: al otro lado del lenguaje corriente, de las normas corrientes, de la gente corriente y, sobre todo, de las madres y las hijas corrientes. Está al otro lado de las relaciones familiares tal como las aceptamos. En estos momentos de crisis en que al sistema capitalista se le está dando la vuelta como un calcetín, en que con Wall Street está cayendo algo más que los bancos, esta es la novela que hay que leer.

La naturalidad y ausencia de dramatismo con que Sharba vive su sexualidad es lo que más sacude al lector. Sharba es la hija, una adolescente, cuyo nombre ya indica que viene del otro lado, del espejo hiriente. Su madre, Yaiza, viene explícitamente de otra cultura, de un país exótico, con otras costumbres, es la extranjera Medea aunque sin matar a los hijos. El padre, Eduardo, las criadas: Eugenia y Marta, y el hermano: Hugo son más de este mundo, más como nosotros. Aún así el universo de esta familia parece salir de nuestro inconsciente colectivo. No se desarrolla fuera (en la llamada realidad), sino en el interior de nuestra mente, donde la vida adopta otro valor. Por eso es bellamente extraña, porque en el país de la mente el lenguaje es diferente, los espacios son otros y el tiempo no tiene importancia. Y aun así es una novela con un sutil pero sólido ensamblaje, una intriga psicológica de gran calibre y de la que no quiero desvelar más y unos personajes que nos plantean severos problemas morales.

Así que lo mejor que podemos hacer es comprar esta novela, luego abrirla como quien abre una caja fuerte. En esa caja fuerte se encontrará a la familia Martínez Salazar. Y dentro de la familia, un secreto. Y dentro del secreto a la condición humana.

Según vayamos leyendo, el poema se irá transformando en novela, y la novela en vida íntima y verdadera.

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2 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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