Víctor Gómez Pin
Tras haber rechazado sin miramiento alguno la mano de Darcy, a quien entonces considera un engreído, traidor a un amigo de infancia por el que su propio padre le había pedido velar, y responsable de que se frustraran las expectativas de noviazgo de su hermana Jane, la protagonista de Pride and Prejudice, Elisabeth Bennet, es invitada por sus tíos a un viaje a Derbyshire, donde precisamente Darcy tiene su mansión familiar. Sus tíos se empeñan en hacer una visita turística al dominio. Una sirvienta les atiende amablemente y mientras sus tíos hacen extasiados comentarios sobre las estancias, mobiliario, cuadros, etcétera, la recta, la inflexible, la tan noble de espíritu Elisabeth va para sus adentros haciendo estas elevadas reflexiones:
"Pensar que yo hubiera podido ser la señora de este lugar. Podría hallarme en familiar relación con estas habitaciones, en vez de contemplarlas como un visitante. Podría sentir en ellas el confort de mi propia casa, y recibir en ellas como invitados a mis tíos…"
Ciertamente la heroína encontrará rápidamente un pensamiento que sirva de oportuno contrapunto, a saber que el despectivo Darcy nunca le permitiría invitar a sus tíos, con lo cual -intolerable idea para un alma bella como Elisabeth- la relación con estos sería sacrificada en el altar de su propia conveniencia. Edificante sentimiento filial, cuya real utilidad para la conciencia de la protagonista no escapa a la narradora "se trataba de una feliz enmienda, pues la salvaba de una suerte de arrepentimiento". Arrepentimiento, claro está, por haber rechazado la mano de alguien con tanta pasta. Arrepentimiento que, sin embargo, no tardó en llegar, pues, con ayuda del azar y de algún duendecillo, el bueno de Darcy se cruzará muy pronto de nuevo en su camino y los ojos ciegos de Elisabeth se abrirán, descubriendo que su aparente altivez era en realidad control de una pulsión generosa, y que lejos de ser infiel a un amigo había sido víctima de la traición de éste…etcétera, etcétera.
Dinero… "que es mi alma", e incluso más que el alma, si por ésta se entiende tan sólo las voliciones, los temores, las esperanzas y los pensamientos en general que ocupan nuestra conciencia. Quizás Wickham, cuyo comportamiento es conscientemente motivado por el dinero es menos esclavo de él que todos los demás protagonistas, pues del dinero se es devoto muchas veces sin saberlo. Se responde a las exigencias del dinero como se responde a las de una ley oscura, una ley tanto más imperativa cuanto que ni siquiera es formulada. Estos personajes, de los que nos separan ya dos siglos, parecen tener, al igual que nosotros, tan sólo una obediencia verdaderamente estricta.