Vicente Verdú
Broncas familiares al final del día, malos humores minutos antes de la retrasada hora de comer, visiones pesimistas del mundo en los momentos de una gripe, son a menudo los efectos del malestar físico: la razón del cuerpo que decide la manera de sentir, pensar y enjuiciar.
Siendo tan difícil una decisión cabal, se hace del todo imposible su tino si adopta bajo los efectos del alcohol, la fatiga o el hambre. La agresividad a que induce el alcohol y otras muchas drogas se acerca a la que despiertan el imprevisto aplazamiento de un almuerzo, el prolongado dolor de cabeza o el obstinado pinchazo de una vértebra. Cualquier atención al cuerpo que llegue a mejorarlo y a sanarlo para que calle y sustente es clave para conseguir lucidez cuyo concepto procede menos de la pureza mental que de la perfecta oxigenación del músculo, el confort del estómago, la fortaleza de la musculatura o la tonificación del corazón. El cuerpo galopa sobre el intelecto más que al revés si es que se trata de discernir entre el espíritu y la carne. Esta es la lección.