Clara Sánchez
Ahora las compañías aéreas pretenden volverse más competitivas dejándonos usar los móviles durante el vuelo. Se acabó la relativa paz de la que gozábamos, el avión parecerá un gallinero. Aparte de que al estar los asientos tan juntos no tendremos más remedio que enterarnos de cosas que preferiríamos no oír, información basura que ocupará una parte de nuestro cerebro. ¿Os imagináis así un viaje de diez horas? Nuestras propias conversaciones también se oirán porque no nos podremos resistir a empuñar el propio móvil. Y no descansaremos nunca. Tendremos que recurrir a los tapones o a taparnos la cabeza con la manta. Por lo menos hasta este momento sabíamos que el avión era un oasis donde se desconectaban los teléfonos y no se fumaba. Ya veremos si con el tiempo no se vuelven a activar los ceniceros.
A mí personalmente me parecería una monstruosidad, cuando antes ni me lo cuestionaba. Mientras lo hacíamos nos resultaba lo más normal. Qué humareda en todas partes. Al llegar a casa teníamos que meter corriendo la ropa en la lavadora del pestazo a tabaco que echaba. Por cierto, nos acabamos de enterar de que las grandes compañías tabacaleras pagaban aquellas glamurosas escenas del humo del cigarrillo subiendo por el rostro de las estrellas de Hollywood hasta llegar a formar parte de su propio ser. En aquellos días nadie concebía a un actor sin su cigarrillo. Ahora nos parece extraño, anacrónico. Lo que dice mucho de lo manipulables que somos.
Hacen con nosotros lo que quieren.