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La caída de la casa McCain

Muy difíciles se le han puesto las cosas al candidato republicano, el senador por Arizona John McCain, después de un verano de vértigo en el que consiguió alcanzar en los sondeos de opinión a su contrincante Barack Obama. La causa del declive no han sido sus actuaciones en los debates televisivos: en términos generales los ha superado con suficiente fortuna, sin quedar nunca descolgado ante la desenvoltura y brillantez de Obama e incluso, para muchos, igualándole en cuanto a eficacia. Tampoco hay que buscar las responsabilidades por la mala marcha de su campaña en los contrastes de su imagen respecto a la de su adversario a pesar de las evidentes debilidades de una apuesta por la experiencia y los méritos del pasado frente a la audacia de la esperanza, esa afortunada expresión de Obama que sintetiza toda una actitud ante el futuro. La quiebra de la campaña de McCain, evidente ya cuando queda menos de un mes para la jornada electoral, se debe sobre todo a factores externos al propio candidato, que pueden sintetizarse en tres: la pesada herencia de Bush; la descomposición de la coalición republicana; y el carácter errático de su campaña, dirigida ahora por los sectores más extremistas del republicanismo.

Los mimbres -el candidato McCain, su biografía y su trayectoria- son buenos, pero no hay forma de hacer el cesto con los tres lastres antes mencionados. Pocos candidatos se ajustan mejor a la imagen del héroe norteamericano, forjado en combates por la libertad y la democracia. /upload/fotos/blogs_entradas/el_retorno_de_un_hroe_de_guerra_med.jpgEl crisol de esta mitología heroica es la Segunda Guerra Mundial, que devuelve a Europa el mensaje revolucionario y de emancipación de la Guerra de Independencia americana en forma de gesta de generosidad y de liberación. Las virtudes heroicas cantadas por el cine y el periodismo, las artes del siglo XX, convierten a este héroe bélico en continuador de los héroes fundacionales, pioneros y cow-boys. Maverick, la expresión que se usa para caracterizar su actitud independiente y rebelde ante la vida y la política, ante su partido y el Gobierno, viene de este filón de la épica americana. Lo ha contado brillantemente Carlos Mendo en estas mismas páginas (El americano indomable, 5 de febrero de 2008), en las que ha glosado la figura de Samuel Maverick, el ganadero que se negaba a marcar sus reses, arriesgando su pérdida o su fuga hacia otros pastos. John McCain ha cultivado con esmero la imagen y la narración heroica, aunque es justo reconocer que su biografía ha derrapado en más de una ocasión, como se ve en sus relaciones con los grupos de presión de Washington, su apoyo a numerosas iniciativas de Bush y el giro derechista en el último tramo de la campaña.

Pero incluso si se hace abstracción de las abundantes votaciones en las que ha acatado la disciplina republicana, lo que pesa para el electorado es algo mucho más de fondo. El mayor peso muerto, que abre las puertas a un intenso deseo de relevo democrático, es el balance de los ocho años de ineptitud y ceguera de Bush, con dos guerras todavía abiertas y sin horizonte resolutivo, unas libertades recortadas y vulneradas, la imagen internacional hecha trizas y una geometría de alianzas internacionales desgastadas; para no hablar del penoso estado de la economía, con un déficit público pavoroso, esta recesión en puertas, mayor que la Grande de los años 30, y un sistema financiero quebrado. Aunque McCain quiera distanciarse del conjunto del balance, al final de las cuentas queda pegado a cada una de las ruinosas partidas que lo componen, desde la guerra de Irak, que él insiste en que hay que ganar, hasta el estallido del modelo de economía desregulada y de débil fiscalidad, que él insiste en defender como receta para salir de la crisis.

El segundo elemento que le falla en la fórmula para vencer es su propio partido. Se ha dislocado una coalición fraguada en los tiempos de Reagan, donde confluían el partido de los negocios, pragmático y moderno de la costa Este; el conservadurismo social de los cristianos renacidos de los Estados del sur; y el conservadurismo patriótico de la seguridad nacional. Apoyado en esta última fracción y en sus virtudes heroicas, McCain venció en las primarias, pero luego franqueó la entrada de su cuartel general a la extrema derecha, que ahora dirige la campaña y le ha convertido en un candidato distinto. Los asesores de Bush que le derrotaron con malas artes en las primarias de 2000 (lanzaron el bulo de que su hija adoptiva era fruto de una relación extraconyugal) ahora le asesoran y recetan para Obama la misma medicina que le suministraron a él. Junto al coro de tertulianos radiofónicos y televisivos -los jiménezlosantos del Medio Oeste-, ellos son los que le han aconsejado la elección de Sarah Palin, el gesto frustrado de retirarse de la campaña para dedicarse a resolver la crisis económica e incluso la posibilidad de oponerse a Bush y a Paulson y encabezar una rebelión populista contra el plan de salvación de las hipotecas. De momento están consiguiendo erosionar la imagen de integridad y de maverick del propio McCain, pero de cara al 4 de noviembre es muy probable, casi seguro, que consigan hundirle.

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9 de octubre de 2008
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Infidelidad y patetismo

Rafael Argullol: En esos dos casos no tiene ningún valor la fidelidad, y nos adentramos en un terreno en el cual, en cierto modo, el mundo contemporáneo tiene riesgos de totalitarismo, incluso en lo más íntimo de la vida cotidiana

Delfín Agudelo: Similitud carnavalesca con la idea de la vejez: imagino el caso en que llega un paciente donde el doctor  a pedirle una prescripción para dejar de serle infiel a su pareja. Me pregunto si lo pagaría el seguro médico...

R.A.: Acerca del paciente, sucedería habitualmente, especialmente en un mundo dominado por una ideología norteamericana que invita  a hacer este tipo de cosas. Fíjate que algunas de las fotos más patéticas que se repiten en la prensa y que vemos en la televisión es la foto o imagen del político norteamericano que, acusado de infidelidad, se presenta en público con su esposa para pedir perdón por esa infidelidad. Las caras que hacen las esposas en esa imagen que se repite como seis o siete veces al año en Estados Unidos es un auténtico poema porque ves la cara de la mujer que está haciendo teatro de una manera radical. Entonces te preguntas el por qué de esa gran hipocresía. Evidentemente, esa ideología invitaría a un tratamiento masivo del infiel a través de fármacos. Que se cumpliera o no, invita a eso: es la imagen del político arrepentido pidiendo perdón a su mujer, y que está dispuesto a una castración química en vez de volver a ser infiel.

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9 de octubre de 2008
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II. La miseria desde las nubes

La miseria no es la misma a ras de tierra, con las aguas negras corriendo sobre las calles sin pavimento y la población hacinada sin agua ni electricidad, que a 35.000 pies de altura, la alfombra mágica a propulsión a chorro volando sobre un suave colchón de espumosas nubes, el poder que vuela. A Ibiza, o Montecarlo, o Rabat. Desde Caracas, desde Managua.

Nursultán Narzalbayev, que sin ningún empacho pasó de ser el líder de Kazajistán  bajo el régimen soviético, camarada de carnet, a presidente bajo las nuevas  reglas capitalistas, con cuentas cifradas en Suiza, vuela en un Boeing 767 de 200 millones de dólares, para asuntos oficiales, y por supuesto de recreo. Mientras más altura se alcanza, más emperador se es.  No le pesan las alas, como tampoco le pesan a su par Gurbanguly Berdimujamedov, presidente de Turkmenistán, que tiene otro Boeing 767, uno de los pocos aviones existentes en el país.

El presidente eterno de Egipto,  faraón de faraones, Osni Mubarak, utiliza un Airbus A-340,  su pirámide voladora. Su vecino Muamar al Gadafi, limpiado ahora de toda culpa por sus antiguos enemigos occidentales, prefiere también para sus viajes celestiales un Airbus A-340, que cuesta 200 millones de dólares que no son nada, unas horas de bombeo de petróleo.

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9 de octubre de 2008
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Sólo para faroles de la calle

Cada noche, entre el domingo y el jueves, miro las manecillas del reloj y les sumo siete horas para saber en dónde estoy parado, o sentado, o más exactamente tumbado con el teclado encima de las piernas, resuelto a terminar antes que sean las tres de la madrugada de México: la hora cero de El Boomeran(g). Como seguramente ya lo habrán advertido los asiduos, a menudo me vencen las manecillas. He craneado, a lo largo de quince meses febriles, las más diversas estrategias para ir al menos veinticuatro horas adelante de la hora cero, pero nada. Siguen dando las cuatro, las cinco -once, doce en Madrid: horror- y el texto urgente insiste en dar coletazos. Para mayor sarcasmo, a esas horas comienzan a trinar los pájaros. Una suerte de pío-pío-pío que de pronto me suena a ja-ja-ja.

     Está bien, pues. Nada gana uno con tratar de ser el que jamás ha sido, pero estar ahora mismo en Madrid y ver que han dado ya las cuatro de la madrugada es más que demasiado. Me consuelo pensando que en México son todavía las nueve de la noche y en Gran Vía no cantan los pajaritos, pero no tardarán los autos y autobuses en ponerse sarcásticos al otro lado de la ventana. ¿Cómo aceptar, no obstante, la detestable idea de llegar tempranito al hotel y renunciar con ello a la seductora noche madrileña, usual y redundantemente poblada por faroles de la calle a quienes las cuestiones del horario les tienen por sistema sin cuidado? ¿Quién es tan miserable que vuelve de una noche esplendorosa con las manos vacías?

     Hoy he vuelto con varias joyas en la memoria, luego presenciar un happening apetitoso y nutritivo en la Casa de América. Boris Vian, nómbrase el álbum de Andy Chango que hace unas horas debutó en sociedad, con poco o nulo espacio para el escepticismo, luego de comenzar con un primer balazo incontestable...

Beber, simplemente beber,
para olvidar los amantes de mi mujer.

      Beber, en cualquier ocasión, para olvidar mi jeta de mamón, dispara Chango luego y la banda, que según cuentan apenas ensayó, suena impecable. Se diría que tocan con los ojos cerrados, aunque esas cosas las piensa uno después. Mientras el grupo suena, el pie derecho en movimiento constante certifica que uno está bien adentro de la música, al tiempo que el cerebro realiza el trabajo exhaustivo de escudriñar al fondo de las letras, cada una lo bastante suculenta para seguirla con los tímpanos de pie...

Snob, súper snob...
Cuando esté en el cajón,
quiero un sudario de Dior. 

     Acompañado de Ariel Rot y una gavilla gorda de talento, Chango da rienda suelta a su gustada incorrección social y uno olvida del todo que se hace tarde y no ha escrito ni el título del post y qué más da, carajo, si al fin el tiempo está ahí para invertirlo en los nuevos antojos. Pero el caso es que ahora han dado ya las seis. Me asomo a la ventana sólo por comprobar el hecho funesto: Gran Vía ya se queda sin silencio. Antes de que termine de despertar Madrid, este farol se apaga de una vez.

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9 de octubre de 2008
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Lo que debería haber dicho Zapatero

Se encienden los focos, se conectan los micrófonos y desde su podio el Presidente anuncia las medidas que deben paliar los efectos de la crisis financiera internacional en la economía española.

Un fondo de 50.000 millones de euros para inyectar liquidez al sector y una garantía pública de 100.000 euros a los ahorros bancarios.

¿Eso es todo?

La izquierda tartamuda vuelve a hacer de las suyas.

Además de padecer su tradicional parálisis de ideas ante el espectáculo organizado por los insensatos avariciosos de Wall Street, la izquierda imita las ocurrencias del capitalismo salvaje. Acepta sin rechistar que la única salida al expolio de los grandes directivos sin escrúpulos es... reponer con el dinero de los contribuyentes lo que aquellos han perdido en su última jugada.

La codicia infatigable de los especuladores ha llevado al mundo al borde del colapso y la izquierda se limita a compartir la preocupación con gestos compungidos. La misma liturgia en todos los países.

He aquí lo que ayer estaba obligado a decir Zapatero a los ciudadanos españoles:

"Además de las medidas monetarias de urgencia que acabo de anunciar, he ordenado al Banco de España y al Ministro de Economía la realización de una amplia auditoría que nos permita conocer el diámetro del agujero al que estamos siendo arrastrados y el alcance de la crisis que afecta a nuestro país. La investigación identificará a los agentes económicos que hayan burlado las reglas del sistema financiero y provocado la situación que hoy padecemos.

Además, he convocado una comisión gubernamental que elaborará las nuevas normas de control a las que, de ahora en adelante, estarán sometidos los operadores bancarios y bursátiles, especialmente aquellos que hagan uso de los fondos públicos puestos en circulación.

La era de la impunidad ha acabado. A partir de ahora el libre mercado será un instrumento de crecimiento y prosperidad regulado, como el resto de las actividades ciudadanas, por la ley y la justicia".

Esto es lo que debería habernos contado Zapatero.

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8 de octubre de 2008
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Manos blancas no ofenden

Después de haberse estrenado en el último Festival de Teatro de Almagro y de haber recorrido los festivales de Olmedo, Niebla, Olite y Sagunto, se representa estos días en Madrid por la Compañía Nacional de Teatro Clásico la obra de Calderón de la Barca, Manos blancas no ofenden. Calderón de la Barca es uno de los dramaturgos más universales de nuestra historia y en su dramaturgia tienen cabida asuntos filosóficos, teológicos, históricos, mitológicos y otros derivados de materiales populares como canciones o refranes. Precisamente un refrán popular parece estar en el origen de esta obra. Los asuntos de tipo popular se apuntan siempre cuando se habla de dramaturgia de Lope de Vega, pero con menos frecuencia cuando se analiza la de Calderón, y sin embargo, este autor también echa mano del arte que viene del pueblo.

Esta raíz popular le da a la obra ese tono festivo, esa entonación lúdica, con los que se abordan las relaciones amorosas en una pieza destinada inicialmente a ser estrenada en palacio pero que conoció igualmente numerosas representaciones fuera de ese ámbito. Como destacaron hace ya tiempo algunos especialistas, la obra Manos blancas no ofenden gira en torno al mito de la "princesa cortejada" y utiliza entre otros afortunados recursos el de la máscara o el disfraz. La máscara está en el origen del teatro clásico y el disfraz es una de las armas más poderosas que se han utilizado siempre en el teatro y en la vida. Les animo a que  vean esta representación en el Teatro Pavón y a lo mejor se descubren detrás de algunos de esos disfraces.

 

         

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8 de octubre de 2008
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Ancianos emocionados

Veinte mil personas llenan un recinto en el centro de una gran ciudad, pertenecen a muy distintas clases sociales y, excepto niños, las hay de todas las edades. Durante hora y media todo, para un potencial observador exterior, transcurre con normalidad. Algunos de vez en cuando hacen gestos de protesta, otras veces aplauden, en ocasiones parecen ser presas del tedio y a menudo manifiestan disconformidad entre ellos. Se diría, a juzgar por estas reacciones, que se asiste a un espectáculo deportivo, y que la disparidad de comportamientos se debe a lo aleatorio de los resultados. De repente, sin embargo, todos los reunidos parecen armonizados, responden al unísono, a intervalos se alzan de sus asientos, profieren exclamaciones de júbilo, se congratulan mutuamente y todo ello de manera casi ininterrumpida, durante un tiempo que su propia emoción dilata. Una mujer de sesenta años (pre-jubilada de un trabajo que soportó siempre como una condena y cuya vida cotidiana parece dejar poco espacio para expansiones líricas) manifiesta una emoción cercana al trauma y dice a su compañero de asiento unos años mayor y posiblemente su marido, que nunca creyó llegar a vivir una cosa así.
 
Alguna vez he aludido aquí a la tesis kantiana relativa a la posibilidad de que los humanos se encuentren compartiendo un juicio que no tiene soporte en ningún tipo de referencia objetiva. Tal situación la provocaría tan sólo aquello que es susceptible de emoción estética y la mayor riqueza reside en la señalada posibilidad de estar de acuerdo en ausencia de base objetiva. Kant sostiene que sólo en tales momentos el otro como ser de razón y de juicio es plenamente reconocido. No nos conmueve que otra persona esté de acuerdo con nosotros en que cuando llueve las calles se mojan, ni nos conmueve el que esté de acuerdo en que tres y cuatro suman siete, pero sí nos conmueve el que comparta con nosotros el juicio de que aquello que se nos presenta es simplemente bello, y eventualmente traumáticamente bello.
 
Dedico estas líneas a esta mujer que, hace unos días en Barcelona, descubría con emoción que los triviales, cuando no sórdidos, avatares de una vida sin luz, no habían extirpado en ella simplemente su humanidad, humanidad que se manifestaba en un acto de reconocimiento en el que se ponía de relieve una suerte de unidad trascendental de veracidad y bondad. Esta mujer nada sabe de guiños eruditos a la historia de la estética, pero tuvo la inmensa suerte de encontrarse en una situación en la que lo esencial prima y que su capacidad de estupor, ese estupor que pone de relieve la mirada de un niño, no estaba perdida
 
 Esta mujer (o su hipotético marido) no fue probablemente felicitada por su entorno familiar o de amigos, empezando por sus hijos, pues el espectáculo que tal emoción le produjo es para, estos últimos, objeto de repudio, de tal forma que mantiene esa devoción de manera casi clandestina, como si fueran presa de un vicio poco confesable. Y posiblemente carece ya de fuerzas para estériles defensas contra opiniones a favor de corriente relativas a las motivaciones que le llevan a mantener su fidelidad a lo que ella considera un rito y que para sus detractores es como mínimo un anacronismo que las costumbres ilustradas, sino la legislación, acabarán por desterrar. Sabe que prácticamente no hay nada que hacer y ni siquiera que decir, que una universalizada ideología (heredera del poder movilizador de las religiones) relativa a la relación del hombre con la naturaleza y con las demás especies animales condena a priori sus argumentos y que no será escuchada cuando intente expresar la desinteresada emoción (provocada por la confrontación capital de un hombre consigo mismo) que experimentó. Sabe, en suma, con profundo sentimiento a la vez de injusticia y desarraigo, que los que dan gracias a algún tipo dios por estar situados del buen lado en el registro de los valores con los que comulgan (y como renunciar a este consuelo en una cotidianeidad marcada por un trabajo sin sentido, que proyecta una sombra negra sobre los momentos lúdicos y los propios lazos afectivos) no se preguntaran siquiera qué ocurrió en un lugar de Barcelona ese domingo de septiembre.

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8 de octubre de 2008
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Seria serie

En el último suplemento semanal de El País (lo que los periodistas del diario llaman el "colorín") un artículo de Alex Martínez Roig empieza con una afirmación contundente:

"¿Quiere usted disfrutar de una buena historia? Cierre el libro, póngase cómodo y encienda la televisión. Sí, la televisión." Alex Martínez Roig, autor de este artículo, "La caja tonta es más lista", explica que la ficción televisiva vive su época dorada. Tan dorada que el autor opina de manera contundente: las series de calidad muestran la mejor narrativa que se hace en el mundo hoy en día.

Es una opinión que se puede aceptar. Todavía está disponible en línea el larguísimo artículo dedicado por The New York Review of Books, la revista mundial de los intelectuales, al despide definitivo de la serie Los Sopranos. Sabemos que el novelista japonés Haruki Murakami es tan aficionado a Perdidos (Lost en la versión original) que compró la casa de Hawai utilizada en la primera parte de la serie. Una serie de televisión es una ficción seria. Y podría ser una ficción de verdad en caso de entrar Barack Obama a la Casa Blanca, un acontecimiento de la vida real que sería el mero despliegue en la vida real de un presidente negro imaginado en 24 horas.

/upload/fotos/blogs_entradas/seinfeld_med.jpgPara mí, lo que habrá que entender por fin, si las series se confirman como la ficción más conmovedora del siglo, es su arquitectura emocional. Ya sabemos, desde Seinfeld (hace ya más de diez años), que una serie eficiente mezcla por lo menos tres argumentos simultáneos, implicando a cada figura en al menos dos historias hasta crear una tela de araña que satura la narración. Los Sopranos, Perdidos, Doctor House, Mad Men, Mujeres desesperadas son ficciones de alto nivel que no siempre alcanzan esta densidad, pero que trabajan muy a fondo la definición psicológica de los personajes. Ellos actúan como actúan no tanto bajo la presión de los hechos sino por idiosincrasia, hasta en las serie de expertos/científicos/investigadores/perritos en Las Vegas, Miami o Nueva York. Por eso, creo que la caja tonta no es más lista sino más humana en las series. Va al fondo del adulterio, del cinismo, de la maldad, etc. No pretende entregar emociones. No, va al grano para mostrarnos hasta qué punto el ser humano es imposible, irracional y contradictorio. Las series no pertenecen al mundo de la televisión. Sus héroes no ven televisión, o muy poco, y no le hacen caso. No se interesan en las emociones baratas de los otros programas (como el deporte, los programas como el Gran Hermano o los documentales). Para mí es un síntoma importante. Ver televisión no es ver una serie en televisión. Como dice el joven filósofo Bart Simpson (citado en el artículo del suplemento EPS): "¡Maldita televisión! Ha arruinado mi imaginación y mi habilidad, para uuhhh, para uummm, bueno, eehhh, ya sabes..."

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8 de octubre de 2008
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El segundo

Anoche tuvo lugar en Nashville, Tenesí el segundo de los tres debates entre McCain y Obama. Es el único con un formato diferente. Se presentaba como una reunión de los candidatos rodeados por unos 80 votantes indecisos que los interrogaban. Los indecisos eran en su enorme mayoría blancos y, naturalmente, había pocos hispanos y negros, pues, de éstos, muy pocos siguen aún sin decidirse.
 
El moderador fue Tom Brokaw, el conocido ex presentador de noticias de la cadena nacional de televisión NBC. Se decía que, en este formato, McCain poseía ventaja, pues se encuentra más a gusto en contacto directo con el público.
 
Y es cierto, McCain tuvo un deje más cálido, siempre se dirigía a la gente por su nombre de pila y parecía identificarse con el que interrogaba. Obama lucía, aunque señorial y distinguido, también más distante, con un tono estilo conferenciante. Y estas impresiones cuentan mucho en el país de las relaciones públicas y del gran populismo.
 
En muchas de sus intervenciones, McCain intentó presentarse como un reformista, un rebelde y un bipartidista experimentado.
 
Los comentaristas de los diarios y la televisión estaban convencidos de que McCain atacaría a Obama por el lado de sus amistades y frecuentaciones, como el pastor Wright. Se creía que quería seguir sembrando la duda sobre ¿quién es el verdadero Obama?
 
Desde hace unos días, McCain y Palin le han estado atacando por ese flanco y era de esperarse que McCain continuara machacándolo este martes por la noche.
 
Sin embargo, fue, esencialmente, la crisis financiera que se vive en estos días la que dominó la primera parte del debate. Por ese lado llegaban las preguntas y me pareció que las respuestas favorecían a Obama.
 
A McCain no le convenía que se hablase de la economía, pero a Obama sí, pues el caos reciente se debe, en gran parte, a la política desreguladora de Bush que McCain ha apoyado fiel y consecuentemente.
 
A un mes de las elecciones, McCain se vio obligado a inventar una nueva solución para el derrumbe financiero. Inesperada fue su declaración que el gobierno federal tendría que comprar las hipotecas impagadas y renegociarlas. Nadie había escuchado la propuesta anteriormente; y a la hora en la que escribo no se conocen más detalles.
 
En un ambiente aburridísimo, los dos explicaron, también, sus políticas energéticas. McCain favorece una extensa explotación nacional de petróleo sumada a un mayor uso de energía nuclear, mientras que Obama apoya el uso de una gama más amplia de recursos, como la energía eólica y la solar.
 
De política exterior se habló de Irak, de Israel e Irán, de Pakistán y del reciente encontronazo con Rusia.
 
Nadie preguntó sobre la inmigración, ya que no es un tema que  interese mucho en esta campaña a los votantes indecisos; aunque, sí se habló de las hipotecas y del mejor acceso a la educación, dos temas que sí importan a los hispanos.  
 
De Obama se esperaba que, como se dice aquí en la patria de los negocios, que cerrase el trato con los electores indecisos, que lo concluyese ya.
 
Pero, a pesar de que lució bien a lo largo del debate, no creo que lo haya logrado. Lo mismo le ocurrió en las primarias con Hillary, en las que no acababa de sacarle una delantera clara y segura a la senadora por Nueva York.
 
El tercero y último de los debates será la noche del 15 de octubre, en un formato tradicional con su atril cada uno y un sólo moderador que lanzará las preguntas. Obama domina mejor debates de ese tipo.

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8 de octubre de 2008
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Londres victoriano

/upload/fotos/blogs_entradas/londres_victoriano_med.jpgJuan Benet

Ed. Herce
 
Quien se vaya para casa con un ejemplar del Londres victoriano, de Juan Benet, creyendo haber comprado una guía turística se va a llevar un chasco. Porque no me atrevo a decir que sea una novela, pero sí un relato concebido y realizado desde una mentalidad profundamente narrativa.
 
Los personajes y los acontecimientos fundamentales ocurridos en Inglaterra entre el 20 de junio de 1837 (coronación de Alejandrina Victoria de Kent como reina de Inglaterra a los dieciocho años de edad) y el 22 de enero de 1901 (fecha de la muerte de la soberana, a los 82 años de edad) reciben un tratamiento más literario que histórico o de descripción urbana. Así Charles Dickens, que en el año de la coronación de Victoria ya estaba publicando en el Monthly Magazine unos Sketches bajo el seudónimo de Boz y que luego se harían universalmente famosos bajo el título de Los papeles póstumos del Club Pickwick. Dickens, lógicamente, recibe un trato especial porque fue el testigo y mejor relator de cómo era el Londres que heredó la joven Victoria, y de cómo fue evolucionando esa ciudad a lo largo de la vida de ambos.
 
Otras veces la narración avanza en forma coral, y ahí está ese espléndido capítulo titulado "Los bajos fondos" y en el que Juan Benet saca lo mejor de su oficio de novelista para contar lo que estaba ocurriendo en la inmensa conurbación que rodeaba, y casi duplicaba en número a los dos millones de habitantes de la capital, e íntegramente formada por los suburbios construidos por los obreros venidos a trabajar en las esplendorosas mansiones y edificios oficiales de El Strand, Belgravia, Westminster, Mayfair o Bloomsbury. Unos barrios cuya magnificencia estaba cimentada en el dolor, la explotación y el embrutecimiento de millones de desheredados, Pero en medio del horror sale de pronto el ingeniero de caminos que era Juan Benet y se demora en la descripción de los navvies, trabajadores de las obras públicas que nacieron con la excavación de canales durante los dos siglos anteriores y que debido a la decadencia de éstos por culpa del ferrocarril se especializaron en el tendido de líneas férreas. Formaban grupos de entre 500 y 1.000 individuos que avanzaban por las campiñas acompañados de una abigarrada muchedumbre de taberneros, buhoneros, lavanderas, prostitutas y jugadores de naipes. Cabe imaginar lo que debía de suponer para una aldea de la campiña inglesa la llegada de semejante turba armada de dinero fresco (salarios) y que algún tiempo después seguía su camino en dirección a la ciudad de destino, donde pasaban a engrosar las filas de los desheredados habitantes de los suburbios.
 
Curiosamente, de todos los magníficos edificios londinenses sólo merecen una minuciosa descripción por parte del autor el monumento en memoria del príncipe Alberto, el llorado esposo de la reina Victoria (una pequeña capilla que todavía hoy se alza en los Kenskignton Gardens) y el Crystal Palace, el asombroso pabellón de 92.000 metros cuadrados de superficie útil construido en acero y cristal por Joseph Paxton para la Exposición Universal de 1851 y que desapareció tras un incendio en 1935.
 
El otro capítulo muy celebrado en su día (quiero decir tras la primera edición del libro, hace ahora casi 20 años) es el dedicado al "Ocio", con las carreras de caballos, los combates de perros contra ratas (sic) o las zonas de esparcimiento en ambas orillas de un río aún no convertido en una cloaca y en el que incluso de podía nadar. Pero el momento mejor es cuando les llega el turno a los pubs, esa institución popular que todavía hoy es uno de los más sólidos cimientos sociales de Inglaterra, y su versión elegante, los gin and beer palaces, de los que todavía pueden visitarse el Red Lion, en Duke of York Street, y el Prince Alfred, en Maida Vale.
 
Si el Londres victoriano se abría con Dickens, se cierra con dos escritores muy distintos, pero que marcan justamente el cambio de mentalidad y de época que mientras tanto ha tenido lugar. Sir Arthur Conan Doyle, todavía hoy glorificado, y Oscar Wilde, todavía hoy denostado. La muerte de éste último, arruinado, proscrito y destruido casi coincidió con la de la propia reina Victoria (el 30 de noviembre de 1900 el primero, el 22 de enero de 1901 la segunda) y su desaparición marcó el inicio del Londres eduardiano.

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8 de octubre de 2008
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