Héctor Feliciano
Anoche tuvo lugar en Nashville, Tenesí el segundo de los tres debates entre McCain y Obama. Es el único con un formato diferente. Se presentaba como una reunión de los candidatos rodeados por unos 80 votantes indecisos que los interrogaban. Los indecisos eran en su enorme mayoría blancos y, naturalmente, había pocos hispanos y negros, pues, de éstos, muy pocos siguen aún sin decidirse.
El moderador fue Tom Brokaw, el conocido ex presentador de noticias de la cadena nacional de televisión NBC. Se decía que, en este formato, McCain poseía ventaja, pues se encuentra más a gusto en contacto directo con el público.
Y es cierto, McCain tuvo un deje más cálido, siempre se dirigía a la gente por su nombre de pila y parecía identificarse con el que interrogaba. Obama lucía, aunque señorial y distinguido, también más distante, con un tono estilo conferenciante. Y estas impresiones cuentan mucho en el país de las relaciones públicas y del gran populismo.
En muchas de sus intervenciones, McCain intentó presentarse como un reformista, un rebelde y un bipartidista experimentado.
Los comentaristas de los diarios y la televisión estaban convencidos de que McCain atacaría a Obama por el lado de sus amistades y frecuentaciones, como el pastor Wright. Se creía que quería seguir sembrando la duda sobre ¿quién es el verdadero Obama?
Desde hace unos días, McCain y Palin le han estado atacando por ese flanco y era de esperarse que McCain continuara machacándolo este martes por la noche.
Sin embargo, fue, esencialmente, la crisis financiera que se vive en estos días la que dominó la primera parte del debate. Por ese lado llegaban las preguntas y me pareció que las respuestas favorecían a Obama.
A McCain no le convenía que se hablase de la economía, pero a Obama sí, pues el caos reciente se debe, en gran parte, a la política desreguladora de Bush que McCain ha apoyado fiel y consecuentemente.
A un mes de las elecciones, McCain se vio obligado a inventar una nueva solución para el derrumbe financiero. Inesperada fue su declaración que el gobierno federal tendría que comprar las hipotecas impagadas y renegociarlas. Nadie había escuchado la propuesta anteriormente; y a la hora en la que escribo no se conocen más detalles.
En un ambiente aburridísimo, los dos explicaron, también, sus políticas energéticas. McCain favorece una extensa explotación nacional de petróleo sumada a un mayor uso de energía nuclear, mientras que Obama apoya el uso de una gama más amplia de recursos, como la energía eólica y la solar.
De política exterior se habló de Irak, de Israel e Irán, de Pakistán y del reciente encontronazo con Rusia.
Nadie preguntó sobre la inmigración, ya que no es un tema que interese mucho en esta campaña a los votantes indecisos; aunque, sí se habló de las hipotecas y del mejor acceso a la educación, dos temas que sí importan a los hispanos.
De Obama se esperaba que, como se dice aquí en la patria de los negocios, que cerrase el trato con los electores indecisos, que lo concluyese ya.
Pero, a pesar de que lució bien a lo largo del debate, no creo que lo haya logrado. Lo mismo le ocurrió en las primarias con Hillary, en las que no acababa de sacarle una delantera clara y segura a la senadora por Nueva York.
El tercero y último de los debates será la noche del 15 de octubre, en un formato tradicional con su atril cada uno y un sólo moderador que lanzará las preguntas. Obama domina mejor debates de ese tipo.