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Ya sólo habla de amor

Ray Loriga

Alfaguara

Llegado más o menos al primer tercio de la novela el lector habrá adquirido al menos dos certezas acerca de lo leído: una, que la cosa va lenta; otra, que está muy bien escrita.

/upload/fotos/blogs_entradas/ya_slo_habla_de_amor_med.jpgSupongamos que fuese legítimo aplicar a una obra de ficción esa fórmula capital del periodismo anglosajón, y según la cual toda noticia se compone de hechos (facts) y opiniones (opinions). En tal caso, y una vez doblado el cabo de ese primer tercio de Ya sólo habla de amor, cabría decir que las opiniones ganan abrumadoramente a los hechos, los cuales, más o menos, y hasta ese momento, son los siguientes: un tipo llamado Sebastián sale de su casa camino de la embajada suiza, donde ha de encontrarse con una mujer llamada Mónica, que es morena y tiene "su vida, su novio, esas cosas que la gente tiene". Por su parte, él, Sebastián, tiene una ex mujer y dos niñas y poco más. Al menos que se sepa de cierto. Caso de que acabe llegando a la embajada, y no está claro que lo haga, habrá de bailar con Mónica porque el motivo del encuentro es un baile organizado por la legación helvética. Pero tampoco está claro que Sebastián y Mónica acaben bailando porque da la casualidad de que a ella le encanta la danza pero él apenas si sabe bailar. Y, encima, odia esa actividad. Y puesto que no suele ocurrir que una mujer bella baile mucho tiempo sola, cabe la posible certeza de que aparezca un apuesto suizo y ya se sabe. Hasta aquí los hechos.

Urge aclarar que en Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha introducido un giro importante a su escritura. Junto con este su último trabajo, Alfaguara publica otras dos novelas suyas anteriores, Lo peor de todo (aparecida en 1992, cuando él tenía 25 años) y Tokio ya no nos quiere (de 1999, a los 32 años de edad). Leídas cronológicamente se advierte de inmediato el cambio al que aludo. La escritura que le valió un aprecio casi inmediato era una construcción a base de trazos leves e incisivos, con un tono fresco y descarado y una estética como de cine de barrio neoyorquino. Pero sobre todo era un trabajo hecho desde fuera, como en una mina a cielo abierto. Usando la memoria a modo de máquina extractora, en el material narrativo se mezclaban presente y pasado, mineral y ganga, opiniones y hechos, y retazos y apuntes, todo ello esparcido por las páginas a paso de carga. O como uno de esos cañones que producen nieve artificial.

La suya era, además, una manera de contar que ponía de manifiesto una ruptura radical con la tradición literaria entonces vigente, hecha por hijos de los hijos de la guerra, formados por Franco y la Guerra Fría y que vivieron su última (y casi primera) juerga en mayo del 68. En Loriga y sus contemporáneos ni siquiera era posible detectar una reacción contra todo aquello, un ajuste de cuentas algo tardío pero solidario, un "os vais a enterar ahora que por fin se puede hablar claro". Para nada. Alguien había pasado página definitivamente. La historia seguía pero no en el capítulo siguiente si no en uno nuevo, propio, con sus querellas y sus mitos y sus dioses y sus derrotas. O sea, el infierno de siempre pero de nueva planta. Una construcción propia.

En Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha dado un giro patente a su narrativa. Sigue a lo suyo, como no podía ser menos, con sus viejos guiños y gustos perfectamente reconocibles. Salvo que en lugar de trabajar sobre la superficie ahora lo hace desde dentro. Y con un propósito arriesgado y por ende loable: más que contar una historia (y en este caso uno tendería a pensar que es una historia de amor) lo que le importa es la construcción de un sentimiento, y más concretamente el sentimiento amor, empresa tanto más arriesgada cuanto que se trata de una experiencia acerca de la cual todo el mundo opina, y todo el mundo conoce y cree poseer su propio decir. De ahí los tumbos y las contradicciones, las bravatas y las derrotas, los quiero y los no quiero, las adoro y las detesto, son mi vida pero me matan. Está claro que se trata de un paso notorio y, sobre todo, prometedor, pues trabajar con tanta soltura desde dentro como desde fuera es condición indispensable, y un tipo de dialéctica positivamente enriquecedora, para cualquier buen narrador.

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13 de octubre de 2008
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América Latina: ¿Obama o McCain?

Si los latinoamericanos pudieran votar en las elecciones de noviembre, su opción más clara debería ser, sin dudas, Barack Obama. El candidato demócrata ha dado este año, en mayo, el discurso más ambicioso y concreto sobre una nueva política de los Estados Unidos hacia la región. En ese discurso, Obama se ha mostrado dispuesto a una reforma de las leyes inmigratorias que permita que muchos indocumentados se conviertan en ciudadanos; en cuanto a la política con Cuba, al mostrarse abierto al diálogo, a cierta apertura que no castigue a los ciudadanos cubanos ni a sus familiares en los Estados Unidos, parece interesado en romper con una ortodoxia de casi medio siglo que apresa a los políticos estadounidenses como una camisa de fuerza, impidiéndoles soluciones creativas al problema; su política de libre comercio es algo confusa, pues el partido Democrata se ha vuelto más proteccionista y Obama no quiere perder el voto de las bases que, durante las primarias, se mostraron receptivas al discurso populista de Hillary Clinton. Con todo, lo importante es que Obama demuestra un claro interés en América Latina, un deseo de no descuidar a un continente que se halla cada vez más distanciado de los Estados Unidos.

En cuanto a John McCain, sus instintos guerreros lo llevarán a continuar con la obsesión de Bush en Irak. Si bien es uno de los pocos republicanos con una mirada humanitaria hacia el tema de la inmigración y está convencido de la necesidad de una reforma, el rechazo recalcitrante de su partido a este tema lo ha obligado a endurecer su posición. De la misma manera, cuando habla de América Latina, lo hace con un rígido discurso en el que la seguridad de Estados Unidos es prioritaria y la sutileza diplomática pasa a segundo plano: se debe continuar con el apoyo a Uribe en Colombia, no se debe negociar con Cuba, se debe ser más severo con Chávez y Morales.

Ésta ha sido una década perdida para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Hay razones para pensar que las cosas cambiarán para mejor con una nueva administración: son varios los temas urgentes en la agenda que no pueden seguir siendo postergados. Igual, hay que aceptarlo: para Estados Unidos hoy, embarcado en dos guerras y con un severo crash económico, América Latina no tiene la importancia estratégica que alguna vez tuvo.

(Foreign Policy, octubre-noviembre 2008)

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13 de octubre de 2008
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Cuando la luz oscureció la tierra

Hay en el norte de París una catedral truncada de la que sólo queda el ábside y parte del transepto. Es, sin embargo, el mayor edificio de su tiempo y sigue siendo uno de los fracasos más admirables del arte de la construcción. Tanto quisieron subir los muros que la nave central se derrumbó una y otra vez con el eco ominoso de Babel. Los templos góticos crecieron en menos de cien años como leves jaulas de vidrio por cuyas vidrieras entraba en haces la luz solar teñida de azul, rojo y amarillo. El interior del templo sufrió una enorme sacudida y los rayos tintados fueron expulsando geniecillos, demonios y otras potencias mágicas que aún tenían sus nidos en las covachas y hornacinas.

Eran demonios muy disminuidos que a lo largo del medievo habían pululado en las severas fábricas románicas. Allí, en la más completa tiniebla, se les pudo ver entre cirios y velones, a una lumbre engañosa que disimulaba sus rasgos paganos. Aquellos duendes y demonios habían resistido la persecución cristiana acomodados a las estatuas de los santos locales, de las vírgenes salutíferas, de los mártires de nombre ignoto, como San Protasio, en cuyas vísceras se ocultaba Pólux. Los creyentes, que habían aceptado con entereza que Diana o Selene cambiaran de hábito y ahora se cubrieran con una toca (siempre que siguieran protegiendo la fertilidad de las hembras o la salud del ganado), llevaban mil años conviviendo con brujas y magos en armonía sólo quebrada de vez en cuando por una pira en la que ardían algunos ciudadanos cuyo sacrificio era ineludible para seguir viviendo entre hechiceras y adivinos.

/upload/fotos/blogs_entradas/saintdenisinterior_med.jpgTodo se vino abajo cuando el obispo Suger, abad de Saint-Denis (cementerio de la corona de Francia, jardín pétreo de capetos y borbones que aún hoy sobrecoge), con el cerebro fulminado por un libro que él creía de Dionisio Areopagita, concibió una idea impía. A semejanza del emperador Constantino, vio como un mandato del cielo que los ennegrecidos templos de la cristiandad en los que sólo lucía el pabilo de las velas, recibieran una explosión de luz purificadora, para lo cual debía adelgazar los muros y sustituir la piedra por vidrio coloreado, de manera que el fuego divino limpiara de trasgos la casa de la Verdad. La Verdad, pensaba Suger, ha de ser visible, sin opacidades, clara, pura luminosidad, la Verdad quiere ante todo ver y verlo todo. Con esta ofuscación solar comenzó el inevitable camino hacia las luces.

Hasta entonces, en el interior de las ermitas heladas entre glaciares, en las abadías de la sierra alpina o en los monasterios festoneados por la viña, apenas había nada para ver. O mejor dicho, estaba todo por ver. En invierno y en días de oscuridad, sólo la vacilante candela y quizás una sombra lechosa de alabastro, o un oro del altar, pero en verano, con los portones abiertos y días de grandísima bonanza, se seguía por los muros la novela de Cristo, su vida como mago milagrero y su muerte, condenado a la tortura por su gente, sus vecinos, lo que luego se llamará "la sociedad", la cual no soporta que alguien intente cambiar las costumbres, las manías, el orden cotidiano que no da la felicidad pero permite sobrevivir sin pensamiento.

Entonces los templos comenzaron a crecer en altura y su interior se vio animado por el fulgor de los topacios, de los rubíes, de las esmeraldas, de las turquesas, el bordado en oro de las capas pluviales, los báculos preciosos, las ricas mitras, el terciopelo de los príncipes y el acero bruñido de los condestables. El pueblo, que había acudido al templo durante mil años buscando la vieja magia pagana acogida al vientre de una Santa María o sobre los hombros de un San Cristóbal, ya no tuvo mirada más que para aquella mundana grandeza, aquella visión de la eficacia unida a la razón, la fuerza y la verdad. Ordenados por jerarquía, los ricos burgueses se vigilaban los borceguíes y las chupas genovesas, mientras sus esposas esquinaban tras el velo o la cofia una mirada aguda hacia las hijas en flor. A medida que retrocedíamos hacia el pórtico, grupos cada vez más pobres abrían sus ojos cautivados por el hechizo de los príncipes. Insidioso, por los oídos les penetraba un sutil fuego celeste: la aérea y sublime tracería gótica de las voces, del órgano, del laúd, que inundaba con lluvia angélica el cerebro de cereal. Así el mundo cobraba un sentido nuevo, más externo, claro y luminoso, más apartado de aquel mundo antiguo pegado a la cerrada tierra donde esperan los muertos.

Aún faltaba lo peor. A la iniquidad de cambiar antiquísimos y poderosos demonios por febles santos, y la intimidad absorta del mortal por los espectáculos sociales, hubo de unirse la destrucción final del lugar mismo de la magia pagana, el templo (aquella madriguera de los mortales en la tierra oscura), que sería sustituido por una gramática visual abstracta y traslaticia.

Hay un glorioso capítulo en el generalmente pelmazo John Ruskin, donde abomina de la arquitectura renacentista con palabras que podrían salir de la boca de un profeta veterotestamentario con el estómago hinchado de langostas y alacranes. Viene a decir Ruskin que mientras la construcción estuvo en manos de los maestros de obra, mientras se fabricó de un modo práctico, los edificios tuvieron la dignidad del trabajo humano. Las iglesucas románicas, incluso la más humilde, tenían la perfección de la labor agrícola y las piedras se ordenaban como surcos en el campo bien arado. Todavía los templos góticos fueron construidos a mano, por así decirlo, tanteando las cargas y los pesos, escapando por los pelos cuando caían. Porque siempre caían y entonces se rebajaba la carga y volvían a cepillar los carpinteros su viguería y los estereótomos a cortar sillares. Por eso en Beauvais sólo queda un tronco de catedral, lo que perduró tras múltiples derrumbes de las naves, zona del pueblo. Se conservó el ábside porque es zona noble, aún prodigiosamente noble.

Sin embargo, dice Ruskin, llegó un momento inicuo, un ataque de gravísima impiedad en el que la construcción ya no se llevó a cabo tanteando y dejando que los muros cayeran cuando no aguantaban la carga, sino mediante el cálculo sistemático de una forma ideal. Fatal giro que arrasó un modo de vivir de los mortales desde las cuevas de Chauvet y Altamira. Ya no volverían a habitar acomodados a la materia que regala la tierra, en fraternidad con piedras, maderas, metales, e incluso con el ganado y las plantas impregnadas de droga salvadora, pastoreados por demonios y magos. A partir de ese momento (momento inicuo que da comienzo a lo que llamamos "la era moderna") los humanos iban a tratar de vivir en el hueco de una gramática calculada, segura, constatable e independiente del lugar, como arrancada de la tierra y suspendida en el aire. /upload/fotos/blogs_entradas/pin_33_med.jpgLa construcción ahora podía ser de piedra y madera, pero también de vidrio, de titanio, de plástico, de papel, de acero o de tela. Siendo lo esencial la forma teórica, el material con que se construya carece de importancia y los gramáticos serán quienes decidan cuándo una puerta, un arco, una ventana o una cubierta es aceptable o no lo es.

En unos años atroces, los de la Italia del siglo XV, se arrancará de la tierra una abstracción llamada "espacio". Brunelleschi levantará una cúpula que niega la gravedad y es pura teoría visible. De Alberti a Piero aparece completa la integridad de un espacio perfecto y perspectivo, sin relación con la densidad terrestre, liberado de la materia y la decadencia, extirpado de la vida mortal, lanzado a la eternidad que habían inaugurado las cabezas de caballo en la cueva paleolítica de Chauvet. Ahora ya podíamos fabricar casas en serie y adosados.

Artículo publicado en: El País, 12 de octubre de 2008.

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13 de octubre de 2008
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La obstinación

Un carácter exasperante de esta crisis es su obstinación. Cabría aceptar que los profesionales no comprendieran el fenómeno y lo tratarán mal pero una vez que se han ensayado diferentes fórmulas y muy variados puntos de vista para afrontar el problema, se deduce que no se trata ya tanto de que el problema sea simplemente difícil sino obstinado o  tenaz. De este modo es prácticamente imposible hincarle el diente. El problema posee, con toda probabilidad,  un enfoscado artilugio que necesita reparación pero además el mismo problema se cierra tercamente a toda intervención. Los múltiples intentos de las autoridades  basados en la inyección, la extracción de activos tóxicos o en conatos para desatascar su engranaje se revelaron vanos no ya por impertinentes respecto al organismo sino por incapaces para penetrar en su interior. El caparazón del problema es el problema, en la dureza de la superficie reside el obstáculo central.
 
La crisis se agranda y agrava día tras día precisamente porque su cuerpo cada vez más enfermo se niega a tragar, se opone a ser inoculado, se cierra frenéticamente ante cualquier propósito de inyección, se abastece de su propio virus como alimento esencial.  De este modo pasa el tiempo y las cosas empeoran a la manera de un paciente que con su extrema reticencia a la medicina se conduce a la extrema gravedad.
 
El hecho en fin es que sin provisiones nada funciona pero con ellas tampoco. La suerte del problema es la elección de la fatalidad. Nada funciona o se mueve en su organismo y debido a la parálisis su bulto cae a peso hasta la profundidad. Cae la catástrofe con todos sus bártulos de un índice cualquiera a otro inferior. Se despeñan las cotizaciones, la confianza, las instituciones, la imaginación. Y todo ello como efecto de que el carácter fundamental de la crisis consiste en afianzarse como tal. Afianzarse en la dureza de su extraño carácter, terne y obtuso tal como si su encarnadura  no se hallara en este o en aquel desviado modelo de conducta sino en su comportamiento igual a cero. ¿Muerto el sistema? ¿Encefalograma plano? ¿Sintonía sorda?
 
¿Será la crisis, la defunción? ¿Es el paciente un cadáver que ya no oye, no escucha, no reacciona a ninguna clase de estimulación? La sensación de cuanto viene ocurriendo en estas últimas jornadas hace creer -mientras los grupos del G-7, de la Eurozona, de la coalición internacional se reúnen- que el lenguaje de la crisis ha girado de la comunicación al mutismo, de la pulsación al paro del corazón. Será entonces, llegado el momento de la muerte física cuando las cosas giren en una nueva dirección? ¿Será el caso de que la solución no deba buscarse en solventar esta crisis sino en permitir su empecinamiento letal?
 
Más o menos, los optimistas piensan que este hundimiento del sistema, este fracaso sistémico acabará con el Sistema. Después un desconocido mundo social y económico abrirá su alborada progresista y más allá de toda recesión. De este modo se configuraría casi biológicamente la nueva utopía del siglo XXI y a diferencia de aquellas que poblaron el siglo XIX y el XX no sería obra de un movimiento, una militancia, unas furiosas vanguardias, o unas luchas revolucionarias quienes transformarían el paisaje humano  sino que la metamorfosis vendría de la extrema quietud. El sistema craquearía, se haría pedazos no como resultado de la presión subversiva ni mediante la violencia de una fuerza exterior sino como resultado de la disecación de su viejo cuerpo que reseco, falto toda de liquidez, iría quebrándose y generando  cenizas, polvo de un difunto que nunca más volvería a aparecer.

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13 de octubre de 2008
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El voto oculto del racismo

No es la cuestión racial la que está enturbiando la campaña electoral en este momento, sino un tema todavía más profundo y grave, que alcanza las profundidades de la psicología colectiva norteamericana. Desde las filas conservadoras se está lanzado una serie de mensajes inquietantes respecto al candidato demócrata: tiene relaciones con terroristas, es árabe, quizás es musulmán, es en todo caso un izquierdista acreditado. Que sea negro puede ser un problema superficial al final de las cuentas, porque la cuestión central es que se le quiera tachar de poco americano, o quizás ni siquiera de americano. /upload/fotos/blogs_entradas/portada_de_mens_health_de_noviembre_med.jpg¿Quién es realmente Barack Obama?, se preguntan en tono sorprendido y escandalizado esos dos americanos hasta las cachas que son John McCain y Sarah Palin.

Ante esta pregunta las salas de los mítines rugen y le insultan, hasta pedir que le rebanen el pescuezo a este impostor, a ese alienígena de nombre tan extraño: Barack Husein Obama, pronunciado en los spots propagandísticos con regodeo sobre todo al llegar a su segundo nombre tan exótico. McCain se ve obligado a calmar a su gente para no lanzar su campaña por el abismo y quien sabe si hasta la frontera del crimen. "Obama es árabe", le dice un indignado ciudadano. "No, es una persona decente, un padre de familia cristiano, con el que tengo profundos desacuerdos". La línea ha quedado marcada: no es la caza del negro, es la caza del extraño, del invasor, del enemigo exterior árabe o musulmán, que quiso destruir America a bombazos y ahora quiere situar a uno de los alienígenas en la misma Casa Blanca. La entera cultura de masas norteamericana de los últimos decenios hace coro y resuena con el pasmo y el estremecimiento que suscita esta siembra de ideas populistas y xenófobas.

La campaña americana está entrando así en su momento más difícil e incluso peligroso. Obama marcha lanzado hacia la Casa Blanca, con una abultada diferencia de puntos a favor en los sondeos, entre seis y once. McCain sigue acumulando dificultades, empezando por su mediocre comportamiento en las encuestas, siguiendo por su falta de punch en los debates y terminando por las evidencias de abuso de poder de la señora Palin en Alaska. Pocas cartas quedan en manos de los republicanos, exactamente dos. La primera es la que están jugando ahora: la radicalización más extrema, al borde de la incitación a la liquidación del adversario, que es la que ha conducido a McCain a lanzar un mensaje de apaciguamiento muy mal aceptado por los suyos. La última es la raza, una carta que algunos consideran ya inservible y que para otros es la última trinchera que puede impedir la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Es verdad que ambas maniobras, de bajeza similar, se basan en unos mismos sentimientos excluyentes, pero uno es más genérico y se dirige al extraño, a quien es distinto, al Otro en general; mientras que la segunda se concreta en el afroamericano, finalmente considerado con superioridad racista o como un ser inferior o como un enemigo interior irreductible. Ambas maniobras enervan lo peor de lo peor de un país admirable en muchos otros aspectos. Y acuden a un fondo electoral ahora mismo objeto de discusión acerca de cómo se traduce en los sondeos.

La dimensión del voto oculto racista es una de las cuestiones que preocupan en las filas de Obama, sobre todo a la luz del llamado efecto Bradley, el alcalde Los Angeles que perdió la elección para gobernador de California en 1982 después de que los sondeos le dieran siempre como ganador. Muchos sociólogos electorales consideran que este efecto ya se ha diluido, aunque otros consideran que todavía vale para nada menos que un seis por ciento del electorado. Eso significaría que las actuales diferencias entre Obama y McCain todavía no garantizan una victoria del primero y que no lo harán hasta que la horquilla se abra largamente por encima del seis por ciento.

Hay datos que permiten considerar exactamente lo contrario. Sondeos de Gallup, citados por el Washington Post, nos advierten de que en 2007 el número de los blancos que jamás votarían a un negro estaría en el 5 por ciento, después de una larga evolución desde el 58 por ciento de 1958, pasando por el 19 por ciento de 1986. Según Daniel Hopkins, un estudioso de Harvard, que ha seguido de forma atenta todas las elecciones desde 1989 hasta 2006, hasta 1996 el efecto Bradley existía y podía evaluarse en un tres por ciento de voto oculto contra los candidatos negros por su condición racial. A partir de esta fecha, Hopkins detecta que los candidatos negros reciben un tres por ciento más de los votos que se le adjudican previamente en las encuestas: el efecto Bradley puede darse por tanto por liquidado.

Esta claro que cuanto peor vayan las cosas para McCain, y ahora le van muy mal, más tentaciones tendrá de decantar su campaña por estos vericuetos tan poco presentables. Todos solemos repudiar las campañas negativas, que se centran en denigrar al adversario en vez de explicar las propias propuestas y ventajas. Probablemente son inevitables e incuso hay expertos que las defienden como parte inextricable de la democracia. Pero en este caso hay un límite que se está vulnerando y es el que convierte al adversario en el enemigo absoluto, en la encarnación misma del mal.

La perversión de una argumentación que llega tan lejos es doble. En primer lugar, porque puede llegar hasta la incitación a la liquidación física del adversario, como ya está ocurriendo en muchos mítines de McCain y Palin. En segundo lugar, porque hipotecan al futuro presidente del país y su legitimidad: tanto si sale quien ha utilizado tan bajos y virulentos instrumentos como si es quien ha sido designado como enemigo público por los seguidores del partido perdedor. Todo esto sin entrar a considerar que en las actuales circunstancias de crisis financiera y de una recesión en ciernes, una campaña dirigida a dividir a los ciudadanos y enfrentarlos entre sí es abiertamente suicida.

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13 de octubre de 2008
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Galería de espectros: Olympia

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el provocativo espectro de Olympia.
 
Delfín Agudelo: Te refieres sin duda a la Olympia de Manet.
R.A.: Sí, a ese cuadro que es un auténtico paradigma del erotismo moderno. Pienso que quizás sea el último gran desnudo de la pintura Europa, no porque posteriormente no hayan surgido grandes desnudos, incluso en la pintura del siglo XX; sino porque es el último gran desnudo que aguanta el desafío y  envite de la fotografía. En ese sentido Manet lo que hace, pienso yo magistralmente, es recrear lo que serían las primeras grandes representaciones del desnudo sensual, que es el de las Venus de Giorgione y de Tiziano, aguantando exactamente y sosteniendo la misma iconografía, pero trasladando a esas Venus del renacimiento al ambiente de la sociedad urbana burguesa del París del siglo XIX, esa Olympia descarada, provocativa, que mira desafiantemente al espectador es una Venus que parece recluida en uno de los burdeles a los que acudía la burguesía en la segunda mirad del siglo XIX parisino, y tiene todas las características de esa gran provocación final de la pintura como recogedora o sintetizadora de la sensualidad visual. Es evidente que en ese mismo momento ya la fotografía, y muchos pocos decenios después la cinematografía, intentarán tomar el relevo de la pintura en cuanto a la manifestación de la sensualidad visual. Pero creo que Manet en su Olympia y en su composición excepcional lo que hace es recoger la gran tradición del desnudo del renacimiento, actualizarla y sintetizarla. En ese sentido la convierte en uno de los prototipos del erotismo más importantes del arte moderno.

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13 de octubre de 2008
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Arte bajo el agua

He tenido ocasión de comer en algún restaurante cuyas paredes transparentes dejaban ver el agua del mar  y en ella, iluminados por poderosos focos, desplazándose peces de formas y colores variados mientras los comensales paladeábamos un pescado exquisito. Con un propósito  más científico este otoño va a inaugurarse o se ha inaugurado ya en Cartagena (Murcia) el Museo Nacional de Arqueología Subacuática ARQUA en el que se exhiben importantes colecciones de obras arqueológicas, rescatados de los fondos de los mares, restos que datan desde la época de los fenicios hasta el siglo XIX. La institución depende del Ministerio de Cultura y tiene como finalidad no sólo presentar un ambicioso programa expositivo, sino también el objetivo de proteger, investigar, conservar, documentar y difundir el patrimonio cultural español sumergido, que es uno de los más importantes del mundo. Este museo bajo el agua se suma a los centros arqueológicos subacuáticos de Catraluña, Andalucía y la Comunidad Valenciana. El ARQUA de Cartagena no va a limitarse a la función de exhibición de unos fondos, sino que va a disponer de una biblioteca, de un archivo documental y de un espacio para que los investigadores estudien la vida bajo el mar. España, un país rodeado de mar por todos sus extremos, salvo por uno que nos une con Europa, hace bien en recuperar y exhibir lo que proporciona el fondo de sus mares, como hace bien en rescatar todo lo que se encuentra enterrado debajo de su suelo.

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13 de octubre de 2008
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El narrador, III

Benjamin relaciona el fin del arte de narrar (y la incomunicabilidad de la experiencia) con el cambio del "rostro de la muerte".

En los últimos 150 años la muerte ha dejado de verse, se ha opacado con dispositivos de ocultamiento y de distancia. Y la dimensión pública y ejemplar de la muerte, por ejemplo, de la Edad Media, ha desaparecido. "Pero es ante nada en el moribundo que, no sólo el saber y la sabiduría del hombre adquieren una forma transmisible, sino sobre todo su vida misma, y ése es el material del que nacen sus historias" (121), observa Benjamin.

Pienso en la escena de la muerte del joven soldado en "La guerra del fútbol": acribillado, su cuerpo joven, lleno de energía, resiste, lucha contra la muerte inminente. Kapuściński, otros soldados y periodistas asisten a esa prolongada agonía:

"Todos seguían con angustioso interés aquel feroz combate, porque querían saber cuánta fuerza había en la vida y cuánta en la muerte. [...] Todo el mundo se sumió en un grave silencio. Violente y entrecortada, la respiración del herido recordaba la de un corredor de fondo después de una carrera agotadora.
[...]
-¿Es de los nuestros o es uno de ellos? -preguntó el soldado sentado junto a la camilla.
-No se sabe ­­-le respondió el enfermero tras unos instantes de silencio.
-Es de su madre -dijo uno de los soldados que permanecían de pie a un lado.
-Ahora ya es de Dios -agregó otro, pasado un rato. Se quitó la gorra y la colgó en el cañón de su fusil.
[...]
-Qué fuerte es la vida -habló en tono lleno de asombro el soldado que se apoyaba en su fusil. Todavía sigue en él. Todavía sigue" (205). 

mg

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12 de octubre de 2008
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El narrador, II

El momento de distensión, en que se está a la escucha del otro, permite, dice Walter Benjamin, "hundirse en la vida misma del informante".

Los contactos de Kapuściński con sus fuentes son a menudo inmersiones en las vidas de los demás y por eso podemos verlos y oírlos en sus relatos: son, por ejemplo, dona Cartagena, la hospedadora, o la imposible vendedora de vestidos de novia, en una Luanda poscolonial que se desarma día a día, o la anciana panadera que persiste en el frente, en Angola, en Un día más con vida. Es la cerrajera que sufre por sus deformadas manos de operario en Imperio, o el tío Wally, un británico borracho tuberculoso, dirty lump para sus paisanos, en las crónicas de Ghana en La guerra del fútbol.

Los lectores también participamos de sus faenas, sus deseos, sus dolores, y sus historias menores se entrelazan con la Historia, con el Acontecimiento condensando una cifra, un signo que ayuda a entenderlo mejor. Estas historias se confrontan y se oponen a la "menguante comunicabilidad de la experiencia" que Benjamin atribuye a la relación entre el informador y la información.

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12 de octubre de 2008
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La nacionalización de la banca y otros dogmas

Ni mito ni dogma. Un mero instrumento para introducir liquidez en la economía y para asegurar a la vez que los dineros de todos se utilizan correctamente. La unión de los contrarios queda demostrada una vez más, y no sin dolor, en el funcionamiento de nuestras economías. Todo exceso conduce a su contrario. Ahora la desregulación extrema acaba de conducir a la entrada de los Estados en el sistema bancario, con capitales, controles políticos, y un despliegue generalizado de intervencionismo hasta hace bien poco tiempo denigrado y perseguido.

Primero fue el caso por caso, en bancos y aseguradoras: Northern Rock, en el Reino Unido, Fannie Mae, Freddie Mac y AIG, en Estados Unidos. Acompañado todo por fusiones y compras ordenadas desde los Gobiernos, inyecciones de dinero público y avales. Hubo prácticamente una sola excepción enorme, que sólo sirvió para acelerar la caída: Lehman Brothers, el gran banco de finanzas neoyorquino no se acomodó a los consejos del Gobierno y como castigo fue abandonado a su suerte. A partir de ahí salió luego el plan de salvación del secretario del tesoro, Hank Paulson, el TARP (Trouble Assets Relief Program), en el que se prevé la posibilidad de inyecciones directas de capital en los bancos; pero lo que está llegando en este momento, mientras el abismo sigue ensanchándose bajo nuestros pies, es una entrada generalizada y organizada de capital público en los bancos, con el aplauso del FMI, el adalid del combate contra las nacionalizaciones. Varios países la han iniciado para taponar sus crisis respectivas, como Bélgica e Islandia, pero el toque de clarín lo ha dado Gordon Brown, que anunció el miércoles su oferta de 87.000 millones de dólares para bancos como el Royal Bank of Scotland, Barclays y HSBC, al que le siguió el propio Paulson, que está considerando tomar las mismas medidas con los bancos norteamericanos.

No es el final del capitalismo que algunos aventuran y otros desean fervientemente, aunque sea al modo de Sansón, hundiéndose bajo el templo con todos los filisteos. Pero sí puede serlo del capitalismo americano, según sugiere Antonio Faiola en el Washington Post. Para el columnista, esta nacionalización cuando menos parcial de la banca está "en contra de lo que los puristas del mercado consideran como los fundamentos del propio sistema americano", después de tres décadas en que "Estados Unidos dirigió la cruzada para persuadir al mundo, especialmente a los países en desarrollo, para que retiraran la pesada mano gubernamental de las finanzas y de la industria". El sociólogo Richard Senett, que imparte la docencia en la London School of Economics, se congratula de la intervención del Estado en un artículo notable en Financial Times, en el que habla de ‘socialismo financiero'.

Más lejos todavía va Francis Fukuyama en Newssweek, en otro artículo para recortar y guardar. El filósofo del fin de la historia desmonta los dogmas de la época que está terminando, la larga etapa de hegemonía conservadora iniciada por Thatcher y Reagan, al igual que hace más de 20 años otros desmontaron los dogmas de la izquierda, el de las bondades de la nacionalización de la banca, entre otros. Los recortes de impuestos no necesariamente estimulan el crecimiento, al contrario, pueden convertirse en un lastre como está sucediendo ahora; la desregulación, que puede ser conveniente para algunos sectores económicos, no sirve para el financiero, basado fundamentalmente en la confianza, este valor ahora desaparecido.

Entrando en detalles muy específicos, aunque no menos interesantes, muchos expertos están poniendo en duda el papel en esta crisis de los productos financieros derivados. Peter S. Goodman recoge en el New York Times un buen número de opiniones de economistas y financieros de gran interés acerca de los derivados: bombas de hidrógeno de efecto retardado, objetos de funcionamiento incomprensible, piezas centrales en esta crisis, acumulación excesiva de riesgo en pocas manos. Este tipo de productos son los que contenían las hipotecas tóxicas que están en el origen del crash bursátil y su funcionamiento no se entiende sin la desregulación financiera de la que Greenspan ha sido el apóstol en los últimos veinte años.

Estamos en tiempos de grandes cambios y enormes sorpresas. Si los anteriores favorecían a los vendedores de humo éstos son propicios para los vendedores de miedo, impulsados los primeros por la codicia y los segundos por el populismo y la demagogia. Requieren en todo caso una gran atención de los sentidos, los ojos bien abiertos y la inteligencia despierta. Para aventar los pavores y avanzar hacia el futuro. El viraje de estos días tiene dimensiones históricas. Por eso la crisis es política y no sólo económica. De gobernanza de la economía globalizada y de liderazgos. De ahí la importancia de la elección presidencial del 4 de noviembre en Estados Unidos, que va a versar precisamente sobre este dilema entre quienes quieren combatir el miedo encerrándose en sus casas y quienes quieren arriesgarse con un cambio que despierte la esperanza. En síntesis: McCain u Obama.

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11 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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