Sergio Ramírez
Recibo un correo de Silvia Isabel Gámez, periodista del diario Reforma de la ciudad de México, en el que me dice que está escribiendo "un retrato personal de Carlos Fuentes, hecho a partir de la voz de sus amigos y la del propio escritor. Debido a la relación que los une, confío en que pueda usted responderme estas preguntas". Y le he contestado: "van mis respuestas a vuelo de pluma. Podría seguir, porque me abre usted un camino estupendo para entrar en las fuentes de mi Fuentes, pero sé que necesita esto rápido y que deben de ser breves".
¿Cuál es para usted el rasgo definitivo de Fuentes? ¿Qué parte de su personalidad escogería, o qué característica física, como primera pincelada de su retrato?
Su agudeza certeza, lo que quiere decir su falta de vacilaciones, no importa que se le venga el mundo encima. Esta energía de carácter apunta también a su energía física, decisión eléctrica que los años no parecen disminuir: no olvido cuando llevaba a la pista a Silvia Lemus, su mujer, para bailar un danzón en el Salón México en 1998, celebración de sus 70 y de los 40 de La región más transparente, resbaló al bajar una pequeña tarima, y se alzó del suelo como un rayo juvenil.
Si le pido que piense en la primera vez que lo vio. ¿Qué imagen surge en su memoria, su simpatía fue inmediata?
La primera vez que lo vi fue de lejos, en un teatro de Viena, yo en la platea al lado de Carlos Monsivais, y él en un palco lateral con sus padres, cuando se presentaba allá en 1971 "El tuerto es rey", con María Casares; no nos conocimos entonces, pero me impresionó cómo seguía la obra con atención concentrada, balbuceando los parlamentos, todo el tiempo de pie, los brazos cruzados, como si fuera él el apuntador y todo lo que ocurría en escena dependiera de su memoria.