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2020. Diario del confinamiento (4) Metamorfosis

Un perro empieza a ladrar

en mitad de la calle desierta.

 

Es la única voz que cuartea los muros de la noche.

 

Las farolas vomitan su luz enferma

sobre las aceras sin gente.

 

Al perro le asusta tanta inmovilidad,

tanto silencio.

 

La noche le parece demasiado oscura

a pesar de que la luna es un disco rojo.

 

De pronto,

los ladridos se trasforman en aullidos:

el perro acaba de convertirse en lobo.

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29 de marzo de 2020
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Escritores enclaustrados

Estamos encerrados. ¿De qué podemos escribir? ¿Podemos escribir? ¿Queremos? Me acaba de llamar una amiga a quien en un taller de escritura le encargaron salir a la calle a mirar la vida, hablar con la gente, oler y tocar y comerse el mundo más allá de las puertas de su casa. Claro, era un ejercicio de antes, de antes del coronavirus y nuestro estado actual. Le recomendé mirar por la ventana. Hablar con los vecinos. Hablar por teléfono con sus familiares, mirar redes sociales, pero sobre todo viajar por su casa, hacerle preguntas a los objetos que nos rodean. Encontrar lo extraño, curioso, nuevo, en lo que considerábamos doméstico.

Terminó la charla y me quedé pensando. Tenemos que reinventarnos como viajeros de la imaginación, la memoria, lo ínfimo. Poner la lupa, el microscopio, la linterna, en el mundo que se cierra en nuestro encierro y en el que se abre en los recuerdos, sueños e ideas que estaban arrinconadas por las necesidades y rutinas del día a día.

Yo empecé por recordar a mis escritores preferidos que eligieron o fueron obligados a escribir desde el encierro. Hay muchos. Hoy voy a recordar cinco historias, las cinco primeras que me vienen a la mente.

Antes que nada, los presos.

Fernando Savater recuerda en un capítulo luminoso de su viaje por novelas y cuentos para niños y adolescentes, La infancia recuperada, una novela de Jack London en la que un preso encerrado en un sarcófago, atado de pies y manos, torturado a la inmovilidad, suelta los pájaros de su imaginación y vuela a territorios lejanos, personajes fantásticos e historias sorprendentes. En su mente, que era lo único que podía mover, este personaje era libre.

Muchos escritores, pensadores y luchadores sociales fueron encarcelados para que sus voces no llegaran a alborotar las conciencias. Por eso es tan potente este escapar del encierro físico viviendo la libertad de la mente y del espíritu.

Los primeros que llegan a mi recuerdo en estos días de encierro son un poeta y un filósofo.

“Y las cárceles vuelan”, dice en un poema del presidio donde murió joven y enfermo el pastor poeta Miguel Hernández. En la cárcel gélida y enferma donde murió de tuberculosis a los 31 años en 1942 el gran vate de la generación del 27 creó algunos de los más hermosos poemas de amor, de dolor, de lucha del pueblo, de añoranza.

El cantautor argentino Alberto Cortez le puso música al más angustiante de sus poemas de la cárcel, Nanas de la cebolla. La mayoría lo conoce en la versión de Joan Manuel Serrat. El poeta encerrado escribe en una servilleta, seguramente sucia y arrugada, a su hijo pequeño, que no tiene más que cebollas para comer en el hambre de la posguerra y el revanchismo franquista. La delicadeza del encerrado en medio de la brutalidad.  

En la Italia de Mussolini, para la misma época de luchas populares, dictadores y represión, Antonio Gramsci escribió sus Cuadernos de la cárcel, subrayados con saña en fotocopias descoloridas por los alumnos de ciencias sociales de mi generación. En su celda, donde murió a los 46 en 1937, Gramsci pensaba en una revolución que incluyera la cultura popular, la sensibilidad de las clases subalternas y de unos de los conceptos que más me ayudaron en mi carrera periodística: la de los intelectuales orgánicos de la burguesía y el proletariado.

En los ochenta, recuerdo que nos impactaba mucho esta idea de leer para las clases a un sabio encerrado, que citaba de memoria textos, autores y debates. ¿Cómo no íbamos a poder escribir nuestros trabajos universitarios en libertad, en casa, con la biblioteca a nuestra disposición?

Miguel de Cervantes también fue preso y también escribió en el presidio. En la comedia musical El hombre de La Mancha, se conjetura que fue allí, encerrado, donde encontró su voz.

Otros se encerraron por su propia voluntad. La que primero me viene a la mente es Emily Dickinson. Encerrada en casa de sus padres, con la ventaja de tener suficiente espacio, no tener hijos y no tener que preocuparse por el sustento, en su encierro elegido escribió algunos de los más sutilmente dramáticos, misteriosos poemas cortos. Maestra de la síntesis, hay algunos de sus mínimos epigramas que siguen resonando en mi cabeza. “I’m nobody. Who are you? Are you nobody too?”

Soy nadie. ¿Quién eres? ¿También eres nadie? Qué belleza concentrada en diez palabras. O podría decir encerrada en su brevedad.

Por alguna razón, me surgen más poetas que narradores. ¿Por qué será? Pero hay algo propio de la labor solitaria y concentrada de la escritora, del escritor. Sin pandemia y sin cuarentena, nos encerramos a escribir. Los que aspiran a producir una “obra” deben pasar mucho encerrados y sin ver a casi nadie.

Quiero terminar con Jorge Luis Borges. Encerrado en su ceguera. Creador de mundos cerrados – el laberinto, la biblioteca, las páginas de los libros, la cárcel de los recuerdos.

Podía salir de su casa. Pero como la araña que trajina su red sutil, construyó una prisión de palabras para encerrarse y habitar. Atrapados en su red vivimos hoy los que tratamos de escribir en este encierro.

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28 de marzo de 2020
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Casa del rey

Yo también me sumo a los vítores, y como son a la hora en que preparo la cena me quito antes los guantes con los que estoy poniendo a remojo la espinaca o considerando un precocinado. A estas alturas se sabe: el látex protector es una lata amortiguadora, y nosotros queremos que nuestras manos, ya que está suspendido el tacto ajeno, se rompan los dedos a aplausos. A las 9, la baraúnda de las cacerolas, y ahí, sin gustarme el discurso del rey, no se me oye: en zonas altas de las grandes ciudades al perol le acompañaban los cánticos, los insultos, el ondear de banderas que maldita la falta que hacen cuando lo que hace falta son mascarillas. Olla podrida.

La oratoria es un arte difícil, que no está reñido con la emoción; Felipe VI afrontaba una situación inédita y no dio el tono. La arenga era lo lógico ("ánimo y adelante"), así como llamar a la unidad, que nunca sobra ante el peligro. La voz aguerrida que indudablemente convenía tras la baladronada de Puigdemont aquí debía calmar, sin hacerse meliflua. Calmar y galvanizar. De eso se trataba. Pero los reyes de países democráticos no son políticos, solo actores. Y como no dictan leyes sino que representan, sus guionistas, además de ocurrentes, han de mostrarse extremadamente cautelosos y muy mandones, como lo han sido en un reinado de casi 70 años lleno de percances los secretarios privados de Isabel II (aún se recuerda al legendario y temido Lord Charteris). Sus equivalentes españoles, los jefes de la Casa del Rey, permitieron, bajo el monarca anterior, la pernocta gratis de un imputado y su señora en el palacio de Marivent, o, en un libro de Pilar Urbano, los comentarios homófobos y antiabortistas de Doña Sofía. Y alguna cosa más. Aprovechando la crisis del Covid19 no estaría mal una limpieza a fondo de esa casa. De que rueden cabezas coronadas no es el momento, creo. Hay coronas que infectan -y también cetros- mucho peores.

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26 de marzo de 2020
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Infectos


Leyendo, pensando, iremos cebando el antivirus que se ha de merendar a nuestros parásitos.
 

No puedo entender cómo un Gobierno que es incapaz de dar mascarillas a su personal sanitario vaya a ser capaz de cualquier otra cosa. La inutilidad de estos rancios ideólogos del chavismo, del peronismo y del nacionalismo pone en peligro incluso a la gente que les votó. Tomen nota. Aún es posible que haya otras elecciones en este siglo.

Tiempo tendremos para apretar las tuercas a los responsables de tanta miseria, pero de momento sepa usted que su casa es el único Gobierno que le protege. Leí el otro día el caso de una familia con 12 hijos, una especie de familia J. S. Bach, aunque sin instrumentos musicales, por suerte para los vecinos. Aparte de los muertos, estas son las verdaderas víctimas de la epidemia. Los demás la pasaremos con nuestra ocupación favorita. Por ejemplo, la lectura.

Como es mi obligación, les recomiendo una novela aparecida estos mismos días y que les puede entretener una semana entera. Hay que ayudar a los editores. Se trata de La gran fortuna (Asteroide), escrita por Olivia Manning a partir de sus recuerdos como residente de la Bucarest anterior a la guerra mundial, junto a su marido funcionario del British Council, en los meses previos a la victoria nazi. Un relato muy británico, un Graham Greene sin soplo teológico, o lo que es igual, lúcido, ácido, pero comprensivo hacia un país arrasado tras los crímenes de la Guardia de Hierro y de los comunistas. Es un veraz retrato de personajes atrapados en un rincón de Europa bajo una amenaza bastante más macabra que la nuestra.

Y para cavilar, añádanle, por favor, Sobrevivir al naufragio, de Félix Ovejero (Pagina Indómita), la voz más inteligente de la izquierda verdadera. Así iremos cebando el antivirus que se ha de merendar a nuestros parásitos.

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24 de marzo de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (V): la polémica Voltaire -Rousseau

Rousseau deplora la desigualdad entre los hombres y cree percibir el origen de la misma en la desviación respecto a un estado natural original. Voltaire ve en esta tesis esencialmente un resentimiento contra la propia sociedad, es decir, contra la matriz misma de la existencia humana. Voltaire es perfectamente consciente del dolor que los hombres son susceptibles de infringirse, pero (como su queja amarga por el terremoto de Lisboa testimonia) no cree en absoluto que la naturaleza sea potencialmente menos violenta que la ambición o la miseria humanas, y desde luego abomina de la nostalgia de un estado pretérito en el que supuestamente estábamos plenamente reconciliados entre nosotros y con la naturaleza. Nada más significativo al respecto de esta polémica que la acerba ironía con la que, el 30 de agosto 1755. Voltaire agradece la recepción del libro de Rousseau Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres:
"He recibido su nuevo libro contra el género humano. Se lo agradezco (...) Pinta usted con colores verídicos los horrores de la sociedad humana que por ignorancia y debilidad se pliega a las dulzuras de la vida. Nunca realmente se había utilizado tal cantidad de talento para la causa de intentar bestializarnos (nous rendre Bêtes). Al leer su obra surgen ganas de marchar a cuatro patas. Sin embargo como hace más de sesenta años que he perdido ese hábito desgraciadamente creo que me será difícil retomarlo (...)"
 
Si la carta de Voltaire no tiene desperdicio la réplica de Rousseau muestra perfectamente la radical incompatibilidad entre ambos pensadores. 
 
"Soy yo quien ha de estarle reconocido. Al ofrecerle el esbozo de mis tristes ensoñaciones, no he creído en ningún momento hacer un presente que fuera digno de usted, sino cumplir con el deber de rendir homenaje a quien todos consideramos como jefe (...)El gusto de las ciencias y las artes nace en un pueblo de un vicio interior que ese gusto a su vez incrementa; y si es verdad que todos los progresos humanos son perniciosos para la especie, los del espíritu y el conocimiento, que aumentan nuestro orgullo y multiplican nuestras desviaciones, aceleran pronto nuestras desgracias(...)En lo que a mí concierne, si hubiera seguido mi primera vocación y que no hubiera aprendido ni a leer ni a escribir hubiera sin duda sido más feliz"

Quiero subrayar la última frase, que nunca un campesino iletrado escribiría, buscando una analogía: Los pastores de Córcega cantaban a Dante sin saberlo, y probablemente sin ser capaces de leerlo, pero obviamente no tenían nostalgia de ese estado que era el suyo y desde luego no les pasaba por la cabeza que tal estado era jerárquicamente superior al de quien, además de recitarlo, se recrea en la lectura del poeta. Quizás los cantos de Homero (o simplemente los del Romancero) pierden peso al pasar a la escritura, pero esta reflexión sólo se hace desde la escritura misma. La "primera vocación" de Rousseau (no aprender a leer ni a escribir) se entiende perfectamente...desde la escritura, no previamente a ella.

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24 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (3) Prepárense

Leo en la prensa francesa que se multiplican los ciberataques a los hospitales y centros de salud y que algunos escritores se dedican a reírse de los más desdichados, a la vez que exhiben el más lamentable narcisismo. Supongo que estos momentos sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Leo en la prensa italiana que el alcalde de Messina, Cateno de Luca, recorre la ciudad en automóvil mientras clama sirviéndose de un megáfono: “¡Te ordeno no salir de casa!”

Leo en la prensa canadiense que las farmacias inflan el precio de los medicamentos y que algunos establecimientos niegan el paso a personas de más de setenta años.

Leo en la prensa portuguesa que desde Italia llega un mensaje: “Prepárense.”

Leo la prensa americana. En un alarde metafísico, un periódico afirma que el coronavirus nos está demostrando que el ser humano ni es el centro del mundo, ni es el centro del cosmos.

Cada loco con su tema, cada tema con su loco.

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22 de marzo de 2020
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Tifus

Navidades. (...) Tendría 5 ó 6 años. En aquella vivienda soleada, en aquella estancia amplia que llamaban la galería, en un sillón, en una silla grande de rejilla, sentado, casi tumbado, el abuelito Pablo, permanecía inmóvil con el brazo derecho colgante, remangado, con la mano metida en un cubo de hojalata lleno de agua y lejía. Qué imagen. Y la mezcla de olores, dominando la Colonia Añeja. Me cuesta recuperar todo aquello. El tifus. Cuando fuera niño. Una terrible epidemia que le dejó el miedo al contagio, el miedo a cualquier contacto. Siempre llevaba un pedacito de papel higiénico, y con él daba y apagaba la luz ¡en su propia casa! (...) Ocupado el servicio en la preparación de comida y mesa, el mismo día 25 de diciembre, suena el timbre de la puerta, nadie puede ir, vuelven a llamar, y es la abuelita Carmen quien, desde el peinador, el saloncito contiguo al cuarto de baño, en una desventurada decisión, pide a su esposo, que está en el despacho leyendo “La Vanguardia”, que por favor abra; seguramente nunca lo había hecho, pero era Navidad y con soltura, casi con desparpajo, sale al recibidor y abre la puerta de la calle sin el papel higiénico. Debió de ser todo muy rápido: un hombretón que se identifica como el basurero le felicita las fiestas le entrega con la mano izquierda la hojita recordatorio y con la derecha agarra la de mi petrificado abuelo para estrechársela. Fueron unas malas fiestas. 


Níquel, Zaragoza, Mira Editores, 2005, 2006 

Familias como la mía, Barcelona, Tusquets, 2011 

Francisco Ferrer Lerín 

 

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21 de marzo de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (IV): principio kantiano de la moralidad

Inevitable es aquí evocar una posición determinante en la historia del pensamiento filosófico. Preguntándose por los fundamentos últimos de la moralidad, Kant suponía que todo ser humano tiene un sentimiento imperativo que juega en relación a la lo que es legítimo o ilegitimo en el modo de proceder un papel análogo al que el principio de contradicción juega en relación al conocimiento, a saber: no instrumentalizar a los seres de razón y de lenguaje, considerarlos como un fin de todo proyecto o propósito y nunca como un medio.
 

Pues bien, este imperativo kantiano, más que puesto en tela de juicio, ha sido por así decirlo objeto de inflación, al extender el dominio de aplicación: de los seres de razón a los primates, de ahí a especies animales consideradas en peligro de extinción y finalmente a especies que forman parte de nuestra existencia cotidiana, nos ayudan en la subsistencia o incluso aseguran nuestra alimentación. De "no instrumentalizarás a los seres de razón", el imperativo se ha ido deslizando hacia "no instrumentalizarás a los seres con vida animal" y en algún caso extremo a la forma: "no instrumentalizarás a los seres vivos", vegetales incluidos.

He de señalar que este asunto adopta en ocasiones las formas extrema de la erección del mundo natural en una equilibrada pureza que la presencia del hombre enturbiaría. Este asunto viene de lejos y retorna cíclicamente en la historia del pensamiento. Cabe ilustrarlo simplemente por la confrontación que en su día mantuvieron Voltaire y Rousseau.

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20 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (2) Opiniones divergentes

 

(20/3/20)

Gracias a mi amigo Juan, descubro que llegan desde Italia voces sorprendentes. El prestigioso filósofo Giorgio Agamben, seguidor de Foucault y de Derrida, considera en un manifesto que el coronavirus es una epidemia inventada, que busca someter a la población y mantenerla en un régimen carcelario como los que denunciaba Foucault.

A esta hipótesis conspiracionista, Cristian Fuschetto responde:

La alarma por la propagación de un virus considerado peligroso por científicos, médicos, investigadores y sistemas de salud en todo el mundo es un escenario frente al cual la idea misma de una epidemia inventada, como ha hecho Giorgio Agamben, solo puede abrirse paso en un imaginario ansioso por encontrar la confirmación de hipótesis extremas de biopoder y, en última instancia, no científicas.

Por su parte Luca Paltrinieri decreta, tras leer el texto de Agamben, que la pandemia que estamos padeciendo representa, probablemente, el fin de la libertad, el fin de la economía, y el fin de Agamben por haber proclamado tantas insensateces en su manifesto, con lo cual Luca Paltrinieri mata tres pájaros de un tiro, si bien no sale ileso de la prueba, pues su artículo es, por un lado demasiado apocalíptico, y por otro demasiado idealista al postular el fin de cierta idea de la libertad (la derivada del liberalismo), el fin del crecimiento económico y el fin de la propiedad individual. Esto me suena, dicho sea sin ironía. El hecho de que nos ocurran cosas nuevas, no implica que aparezca la novedad en nuestro pensamiento, y en determinados momentos, es fácil confundir los deseos personales con los procesos colectivos, sobre todo si tienes temperamento mesiánico. En estos casos, siempre me pregunto si lo que está haciendo el pensador es un análisis de la realidad o simplemente está desvelando sus anhelos.

Todas las crisis estimulan nuestro lado profético.

Y mientras los intelectuales discuten, un médico de la comitiva china dice que en Lombardía no se están haciendo bien las cosas, que hay gente en los restaurantes y que ve el trasporte público muy activo y con demasiados viajeros. Casi al mismo tiempo, un dron descubre una fiesta alegre y bulliciosa en una terraza de Cerdeña.

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20 de marzo de 2020
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Fantaciencia

Mi rutina en la epidemia tiene buenas compañías, dentro de lo permitido. Me despierto con el café robusta, el más fuerte, mientras leo papel prensa. Después del desayuno sigo leyendo, y esta primera semana de alarma estoy con el papel biblia: el tomo I de la llamada Biblia del Oso, traducida por un gran personaje del siglo XVI, Casiodoro de Reina, en los llorados Clásicos Alfaguara. Retengo el pasaje del Éxodo que cuenta la tercera plaga de Egipto: "Todo el polvo de la tierra se tornó en piojos". Tras un almuerzo a la hora española teletrabajo en casa, lo cual no tiene mérito cívico: trabajar en remoto y en solitario es propio de mi gremio. Eso sí, dedico cada tarde un pensamiento solidario a José Hierro, al que sólo le visitaba la musa en los bares abigarrados de su barrio.

Pero queda la larga noche. Mi costumbre en tiempos de normalidad es ver cine en los cines, a diario, la última sesión. Imposible ahora. Menos mal que, precavido ante la vejez, fui una hormiguita cinéfila de más joven, por lo que guardo una reserva de deuvedés aún por ver. Domingo y lunes me puse antes de ir a dormir dos clásicos de Hollywood. Cuando ruge la marabunta, que tanto miedo me dio en la niñez, ahora resulta ser educativa y sostenible. En La humanidad en peligro, obra maestra de la ciencia-ficción premonitoria, una explosión atómica muta a las laboriosas hormigas en monstruitos. Hablando de organismos letales. No sé qué cara ponerle al Covid19. En los telediarios lo representan como un erizo de mar con púas de trompetilla: una figura entre la animación y el asco. Los virus no fotografían bien.

Las dos películas tienen final feliz, pero nos avisan. Las marabuntas son quejas de una naturaleza desplazada que se rebela. "Ellas" (Them!, título original de la segunda) causan el mal sin quererlo; un doctor sabio y un ejército bien pertrechado hacen que el cataclismo se quede solo en azote.

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19 de marzo de 2020
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