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Esa intolerable arrogancia

Algunos comentaristas de nuestro blog acogieron con enfado mi crítica al discurso de Zapatero. Unos creyeron que peco de inocencia cuando reclamo medidas contra el fiasco financiero de los especuladores. Otros lamentaron mi ignorancia en asuntos de tan elevada complejidad "económica".

La reacción de los gobiernos europeos y el reciente concordato de los 27 nos permiten recordar lo que con supuesta arrogancia yo reclamaba, y dictaba incluso, a Zapatero. Que los fondos públicos destinados a tapar el agujero abierto en la línea de flotación del sistema bancario no fueran un nuevo cheque en blanco a los mismos que han arruinado a sus accionistas y clientes, que se investigue el origen de la catástrofe, se identifique a sus responsables y se corrija de una vez el mecanismo fallido que ha puesto al mundo al borde del colapso.

La prensa recoge en amplios reportajes las sorprendentes iniciativas de los estados contra el que hasta ahora ha sido el dogma del "libre mercado". La naturaleza del fracaso es de tal calibre, y tan angustioso el susto, que ninguna autorizada fuente neocon se atreve a poner en duda la conveniencia de las medidas intervencionistas.

Bush (¡Bush!) nacionaliza parcialmente los grandes bancos de los Estados Unidos y renuncia a su anticuado y torpe plan de rescate -que consistía en eso: en dar más dinero (de los contribuyentes) a los que ya lo habían perdido todo (de sus clientes).

Gordon Brown capitanea a los líderes europeos y después de los tímidos y desorientados balbuceos emitidos las últimas semanas se proponen "reforzar la vigilancia" del Fondo Monetario Internacional, crear 30 colegios de supervisores con el encargo de controlar a las entidades financieras y diseñar un sistema de alarmas globales en base a una nueva y estricta política de regulación.

¿Saben ustedes, queridos lectores, qué significa la impetuosa reflexión de nuestros representantes institucionales? Sencillamente: que el Fondo Monetario Internacional no se enteraba de nada, que los fondos de inversión hacían lo que les venía en gana, que nadie vigilaba a los operadores globales y que los supuestos instrumentos de control estaban oxidados. En suma: la codicia de los especuladores campaba a sus anchas.

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16 de octubre de 2008
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La sustancia en el decir

En la medida en que el proyecto de la literatura no puede ser otro que reencontrar esta fusión del espíritu con el lenguaje y esta manera de relacionarse con el mundo a través del mismo, es absurdo referirse a lo que quiere significar el narrador o el poeta fuera de lo que efectivamente narra o dice. /upload/fotos/blogs_entradas/sanjuandelacruz_med.jpgPienso concretamente en las inútiles disquisiciones sobre la hermenéutica que  San Juan de la cruz efectúa  sobre su propia obra poética. Aun haciendo abstracción de que esta hermenéutica  suena a veces a tentativa de conjurar alguna otra que pudiera resultarle dañina, el aspecto huero procede de que en el lenguaje narrativo o poético (y más cristalinamente en el segundo) la cosa misma no es otra que el propio decir.
 
La dificultad de mantener esta tensión  procede de que el tiempo, corruptor de nuestros cuerpos, corrompe también la acuidad del sentimiento de ser esencialmente palabra. El tiempo degrada nuestra percepción del lenguaje, que es desvalorizado, vivido como un  instrumento más, a veces ineficaz, en la lucha por abrirse paso. Quizás reside en este punto la mayor diferencia entre lo que éramos cuando abrimos el alma al mundo de las palabras y lo que ahora somos. Volver a reencontrarnos con nosotros mismos consistiría simplemente en experimentar aquel  estupor que nos producían las cosas por el hecho de estar empapadas por palabras.

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16 de octubre de 2008
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El Planeta y otros tópicos

Solemos despachar el Premio Planeta como un premio mediático, de mucho dinero, mucho ruido y poca literatura. No es así. Y no lo ha sido en muchas ocasiones de su ya dilatadísima historia. Si tuviera la capacidad y el tiempo necesario, me dedicaría a escribir una novela pensando en ganar el Premio Planeta. No me conformo, como Juan Benet, con ser finalista. Hay que ganar, como Millás, Muñoz Molina, Marsé, Vázquez Montalbán, Alvaro Pombo, Vargas Llosa, Cela, Bryce Echenique, Sender o Antonio Prieto, esos nombres son algunos de los escritores que admiro en grado y forma diferentes. El Planeta les ayudó para llegar a más lectores. Les cambió la vida, la economía, el reconocimiento y los siguientes libros. Muchos escribieron su mejor libro, otros el peor, pero todos están de distinta forma, con diferentes razones, encantados de haber pasado por ese premio, por esa historia. A pesar del disparatado juego al que se tienen que someter. Poco que ver con la literatura, mucho con el espectáculo.
 
No me olvido, entre otros, de algún premiado que no conoció nada de eso. Hablo de Ángel Vázquez, que ganó el premio demasiado tarde. Demasiado perseguido por las deudas, atrapado por el alcohol, oculto en su máscara y a poco tiempo de su prematura muerte. Eso sí, murió con menos deudas aunque para el entierro hubo que recurrir al "viejo Lara", al creador de los premios, para poder tener una cierta dignidad en el último, y como tantas veces en su vida, también casi secreto viaje. Un gran novelista que también pasó por el premio Planeta.
 
De Savater, y de Ángela Valvey, hablaremos otro día. Ahora me parecía un buen momento para recordar que este premio tan poco querido por muchos lectores, por los "lletraferits", también cumple su misión evangelizadora con los escritores. Saca a muchos de la precariedad y el anonimato. Aunque muchos de su nómina de ganadores no lo hayan merecido. Tengo que volver a mirar hacia atrás, hacia la historia del Planeta, sin ira. En realidad tengo que mirar casi todo sin ira. Incluso lo que me irrita tanto que... en fin, mejor me callo.

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16 de octubre de 2008
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La fruta en su punto

Vivimos en sociedades donde la juventud es un valor supremo. Si no se la tiene, hay que simularla. Y si ya no podemos fingirnos jóvenes (al menos esto es lo que sugiere la imaginería que propalan a diario los medios), deberíamos darnos por vencidos y dejar el sitial a los que vienen empujando.

El peso simbólico de la juventud es tremendo. No quiero ni pensar lo que debe representar para una mujer, conminada a elegir entre la seducción o la nada. Pero sé bien lo que siente uno cuando es artista. Los artistas nos compramos siempre la historia del genio temprano: Mozart, Byron, Keats. Hasta el punto en que se nos vuelve un fantasma. Yo viví mucho tiempo obsesionado por el hecho de que Orson Welles filmó Citizen Kane a los 24 años. Sentía que si no rodaba mi propia obra maestra antes de alcanzar esa edad, todo perdería sentido. Menos mal que no logré filmar nada. Si algún irresponsable hubiese producido una película mía en aquel entonces no habría obtenido otra cosa que una porquería pretenciosa.

Volví a pensar en el asunto leyendo un artículo de Malcolm Gladwell en el New Yorker, titulado Late Bloomers, en alusión a aquellos que maduran tarde. Gladwell coincide en que existe un mito del artista joven: ‘En la concepción popular, el genio está ligado inextricablemente con la precocidad -hacer algo verdaderamente creativo, solemos pensar, requiere la frescura y la exuberancia y la energía de la juventud'. /upload/fotos/blogs_entradas/t._s._eliot_med.jpgGladwell cita además la noción de que los poetas producen sus mejores trabajos a poco de andar -T. S. Eliot escribió La canción de amor de J. Alfred Prufrock a los 23-, para derrumbarla de inmediato recurriendo al estudio de un economista que ligó los poemas del canon estadounidense con la edad de sus autores al escribirlos. A excepción de Eliot y su Prufrock, la inmensa mayoría de los mencionados tenían más de treinta, o cuarenta, y hasta cincuenta -William Carlos Williams escribió The Dance a los 59.

Como suele ocurrir, cada ejemplo sugiere su propio contraejemplo. Welles hizo Citizen Kane a esa edad temprana pero nunca pudo volver a filmar nada del mismo vuelo. Los cuadros del longevo Picasso que mejor cotizan son los de juventud, pero con Cezanne ocurre exactamente lo contrario. Gladwell construye su artículo oponiendo los casos de Jonathan Safron Foer, que nunca había soñado con ser escritor y terminó Everything is Illuminated a los 19 (su única formación fue un curso de escritura creativa donde Joyce Carol Oates le dijo que tenía lo más importante que un narrador debe tener: energía), con el de Ben Fountain, un abogado que dejó su trabajo para dedicarse a la literatura en 1988 y logró notoriedad 18 años después, con una colección de relatos llamada Brief Encounters with Che Guevara.

No existe indicador científico alguno que pruebe que el talento se esfuma con la juventud. La vida funciona a este respecto como los parques de Japón: no existen senderos predeterminados, es uno quien abre el camino que mejor le cuadra.

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16 de octubre de 2008
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Más chulo que un ocho celtíbero

La expresión completa es "más chulo que un ocho de Iturzaeta", el cual era un calígrafo vascongado (la administración española es un invento vasco) cuyos elegantes garabatos se impusieron sobre las restantes grafías en tiempo de las guerras carlistas. Esta frase, junto con otras como la insuperable "sostenella y no enmendalla", reflejan un insondable componente de la peor identidad española. Y es un rasgo que no ha corregido la democracia. Continúa siendo la base del comportamiento de nuestra clase política.

El mismo presidente Zapatero que hace unos meses despreciaba a la oposición y la tildaba de "antipatriota" (¿de qué patria?) por advertir sobre el tortazo económico que se avecinaba, no sólo no ha pedido excusas como haría cualquiera de nosotros si hubiéramos insultado a nuestro dentista por advertirnos de una caries, sino que ahora reclama que acudan en su ayuda y "sin un pero ni una condición". De rodillas, vaya. Ejemplo magnífico de la arrogancia española que daba risa más allá de los Pirineos. La chulería del muerto de hambre.

Mientras tanto, esa misma oposición que tiene a medio partido mallorquín en el umbral de la cárcel por llenarse los bolsillos con el dinero ajeno, en lugar de despedirlos a todos prefiere sostenellos y no enmendallos, chulería que aún anima más a seguir con el latrocinio institucional español cada vez más próximo al siciliano.

/upload/fotos/blogs_entradas/joan_puig_med.jpgEn Cataluña el último ejemplo es una preciosidad. El miembro de Esquerra Republicana llamado Joan Puig, que se hartó de dejar en ridículo a su país mientras estuvo en Las Cortes haciendo el ganso, remató la faena declarando que los extremeños eran unos malnacidos (textual, "malparits") porque no besaban la mano de quienes les daban de comer, a saber, los benéficos catalanes, sean éstos quienes sean, las putas del Raval, la Abadía de Montserrat o los hijos de Pujol. Pues a este individuo, un comparsa de zarzuela que ha hundido en el descrédito a su propio país, acaban de nombrarlo jefe de gabinete de la presidencia del partido. No podían haber elegido mejor. Más chulos que un ocho.
 
Artículo publicado en: El Periódico, 11 de octubre de 2008.

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16 de octubre de 2008
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La foto

A las mujeres se les detecta mucho más que a los hombres si su vida fue o no feliz en las relaciones amorosas. En torno a los cuarenta, pero también  antes, en el rostro de una mujer queda impreso el desengaño o la felicidad que sufrieron o disfrutaron con su principal pareja. En determinados hombres también sucede así pero la marca resulta incomparablemente menos intensa.
 
Puede decirse, a riesgo de parecer vulgar, que el depósito destinado al amor es, como se dijo siempre, mucho más abundante y decisivo en la constitución del semblante, el cuerpo y el aire de las mujeres. Muchos más hombres desdeñados han conseguido sublimar o paliar sus grandes desengaños pero en las mujeres esta peripecia dibuja a buril sus rasgos tal como si su plasticidad fuera especialmente propensa a esa grabación o su aspecto histórico se realizara fundamentalmente a través de esta sentimentalidad que no halla ni compensación ni maquillaje.
 
De casi todo decimos que las cosas han cambiado mucho pero en esta cuestión han cambiado francamente menos. De hecho las mujeres siguen siendo más capaces que los hombres para disfrutar la felicidad cuando son pasionalmente felices y más proclives a padecer en mayor grado cuando son traicionadas, defraudadas o despechadas. De ahí que su rostro, su cutis y toda su piel, venga a ser no sólo el reflejo del alma tal como se dice comúnmente sino que además transparenten el estado del corazón. Todo pues dentro de la misma categoría corporal, dentro de la circunstancia del  gesto, la presencia, la apariencia, la estampa personal inmediata, la instantánea, la foto.

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16 de octubre de 2008
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Duelo bajo el sol

Poca cosa quedaba de la campaña de John McCain esta madrugada, antes de empezar el tercer y último debate con Barack Obama. Era uno de los últimos envites, a 20 días de la jornada electoral, después de un recorrido lleno de quiebros, cambios en su equipo de campaña y una metamorfosis personal que le ha llevado a abandonar su moderación y la imagen de independencia para convertirse en un candidato hosco y negativo, más dedicado a la destrucción del adversario que a la exposición de un programa político. Este hombre se ha labrado una justa fama de luchador empedernido, incapaz de tirar la toalla y siempre dispuesto al milagro y a la resurrección. Si nada saca del debate de esta madrugada, le quedará todavía la 'sorpresa de octubre', ese acontecimiento imprevisible y normalmente inquietante, leyenda urbana de las elecciones norteamericanas, capaz de invertir la marcha de las cosas hasta colocar al que va retrasado en cabeza. No es lo que cabe esperar en esta carrera electoral, sobre todo cuando la horquilla que separa a Obama de McCain sigue ensanchándose y este último va agotando sin efectos los proyectiles más letales de su campaña.

Sarah Palin, que insufló esperanzas en los decaídos ánimos de los republicanos, se ha convertido en un lastre más, que provoca rechazo entre el electorado femenino y desactiva las bazas del candidato republicano como comandante en jefe, experto en política exterior y 'maverick' o jugador por libre en el republicanismo. Los ocho años del peso muerto que es la presidencia de George Bush se han revirado todavía más en este último tramo de campaña, cuando la Casa Blanca ha moderado sus posiciones y ha girado hacia el multilateralismo, dejando a McCain en el rincón derecho del ring; y para mayor ironía, el equipo radical y 'neocon' de Bush se ha hecho con la dirección de la campaña republicana.

El cogollo de la campaña radicalizada de McCain consistía en convertir las elecciones en un referéndum sobre Obama. Se trataba de proponer a los electores que decidieran si se puede elegir a una persona con su perfil en contraste con la 'normalidad' de McCain y el acendrado patriotismo que denota su biografía y sus heroicidades bélicas. El referéndum debía ser campo abonado para cosechar votos de las actitudes xenófobas y racistas. La campaña de Obama giraba a su vez alrededor del referéndum sobre Bush: McCain significaba una reiteración republicana y en consecuencia un premio a los errores, la ineptitud e incluso la malicia de la actual presidencia. Pero la crisis financiera lo ha trastocado todo y ahora se trata sólo, que ya es mucho, de elegir a un presidente nuevo para un tiempo radicalmente nuevo.

La incidencia de los debates en la opinión y en la decisión de voto pertenece más al nebuloso territorio de las historietas y chismorreos electorales que a la ciencia política. Lo mismo sucede con la puntuación sobre el resultado de estas contiendas, en las que la metáfora deportiva, con árbitros que califican según los golpes de cada luchador, actúa bajo el influjo directo de las simpatías y preferencias. La actual carrera presidencial, además, dibuja una trayectoria muy nítida, por lo que sería muy raro que un argumento, una actitud o un gesto espectacular cuajado en 90 minutos de debate valieran por el curso entero de unas campañas costosísimas y complejas.

Hasta ahora, los debates no han ofrecido sorpresa alguna en el contraste visual entre Obama y McCain, a pesar de la diferencia de edad y de gestualidad, como la hubo en 1960 en el primer debate de la historia entre un John Kennedy deslumbrante y un Richard Nixon huraño con barba vespertina y ojeras de resfriado. No ha habido tampoco ninguna metedura de pata incomprensible como la del presidente Gerald Ford en 1976, en su debate con Carter, cuando aseguró que "no hay dominación soviética de la Europa del Este y no la habrá bajo una Administración Ford". Para muchos fue decisivo y perdedor el gesto de Bush padre cuando las cámaras captaron cómo miraba entre harto e impaciente el reloj en su debate de 1992 con Bill Clinton y Ross Perot; como habrá ahora quien dé relevancia a la expresión despreciativa de McCain, cuando se refirió a Obama en el segundo debate como "éste de ahí".

Los debates son momentos épicos mayores en una campaña, duelos bajo el sol de los focos entre dos personajes a los que se les pide que tensen todas sus fuerzas y facultades para culminar la larga carrera electoral con un golpe que tumbe al adversario. Esto no suele suceder, pero reúnen más espectadores que cualquier otro acto o elemento de la campaña. Y aunque no aporten novedad ni nada decidan, rinden un buen servicio a la democracia, porque los ciudadanos conocen mejor a aquellos a los que votan y pueden tomar nota de sus argumentos y promesas. Para después pedirles cuentas y actuar en consecuencia.

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16 de octubre de 2008
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Respetables delincuentes

Dos noticias alentadoras en medio del desastre jurídico de este país que ha culminado con la gran componenda en la resolución del conflicto del Consejo del Poder Judicial: por la primera hemos sabido que un juez ha denunciado a la Junta de Andalucía por prevaricación en el caso del hotel de El Algarrobico, en Almería; por la segunda hemos sido informados de que, después de largos años de litigio, otro juez ha condenado al Ayuntamiento de Barcelona por su indiferencia ante las quejas de un vecino de Gràcia por las actividades ilegales que se veía obligado a soportar.

Quien haya viajado por el antes idílico parque natural del Cabo de Gata sabrá de qué se trata porque no puede haberle pasado desapercibido ese monstruoso tumor que es el hotel de El Algarrobico, un edificio de 20 plantas que vulnera todas las legislaciones locales y autonómicas. La Junta de Andalucía, según el auto del juez, incluso presentó una cartografía "falsa e insólita" para camuflar el incumplimiento de la Ley de Costas. De alguna manera el hotel de El Algarrobico es el símbolo del salvaje expolio de todo el litoral mediterráneo perpetrado en estos últimos 25 años, y por tanto en plena democracia, con la complicidad, por acción u omisión, de las autoridades municipales, autonómicas y estatales.

Me interesan ciertas acusaciones del juez: la abulia y la desidia de la Administración en la defensa del interés general. Significativamente, en la sentencia contra el Ayuntamiento de Barcelona también se habla de la desidia de las autoridades en el momento de preservar los derechos de los ciudadanos. En consecuencia, de hacer caso a estos autos judiciales, no sólo es condenable la corrupción, que de vez en cuando sale a flote desde el submundo en el que conviven mafiosamente la delincuencia y el poder, sino algunos de sus parientes cercanos: la dejación de funciones, la tolerancia frente a la ilegalidad, el disimulo ante el delito. Es decir, la desidia. La autoridad abúlica, indiferente al incumplimiento de la ley, se convierte automáticamente, y por la naturaleza propia de su función en una sociedad democrática, en autoridad delincuente.

Esto tiene cierta importancia al calibrar la atmósfera que nos rodea, con un malestar ciudadano que a menudo es fruto de la impotencia. Una de las ventajas de vivir en una democracia es que se supone que las leyes y ordenanzas aprobadas son justas y, por consiguiente, de obligado cumplimiento. Lo que habitualmente llamamos autoridad debería ser el mediador entre la ley y su aplicación. Cuando esto no ocurre, el engranaje falla y el ciudadano se siente frágil y desamparado.

Ésta es la sensación que, de acuerdo con sus palabras, tuvo Óscar Zayas, el ciudadano de Gràcia al que ahora el juez ha dado la razón frente a la brutalidad de los decibelios con que cada noche le mantenían insomne los ocupantes del local vecino. El problema es que el señor Zayas, tras 12 años de denuncias infructuosas a la Guardia Urbana, a la concejalía de distrito y al propio Ayuntamiento, tuvo que mudarse de casa y que, como buen ciudadano, ahora está preocupado porque los 19.000 euros con que ha sido condenado el Consistorio los vamos a pagar los contribuyentes, él incluido, y no el alcalde -actual o anterior- como debería ser.

Esta sentencia y las consideraciones del señor Zayas son muy pertinentes para juzgar el caso de Barcelona, una ciudad en la que se produce una desproporción abismal entre la autopromoción municipal -con campañas que con frecuencia suscitan la vergüenza ajena- y la responsabilidad democrática a la hora de proteger la existencia cotidiana de los ciudadanos. No sé si por tolerancia mal entendida, por cobardía, por pusilanimidad o por la desidia invocada en los papeles judiciales; lo cierto es que el Ayuntamiento de Barcelona acumula ejemplos de lo que podríamos llamar indiferencia delictiva.

Sin salir del barrio de Gràcia, podemos recordar el espectáculo, durante la fiesta mayor, de cientos de bárbaros asediando con su ruido a lo largo de horas dos residencias geriátricas sin que la policía hiciera nada por impedirlo. Y luego la repetición de la barbarie en las fiestas de Sants, con la policía igualmente ausente. O lo ocurrido en Poblenou. Para no hablar de la Barceloneta, transformada en verano en la gran cloaca turística de la ciudad, donde muchos vecinos, hartos de la indignidad y la degradación, quieren formar patrullas de vigilancia que palíen la ineficacia y apatía policiales.

¡Sólo nos faltaría, con esto, recuperar la ley de la jungla! Sin embargo, no me extrañaría que algo similar sucediese mientras el Ayuntamiento se empeñe en apostar por la marca que debe venderse en lugar de hacerlo por la ciudad que debe habitarse.

Con todo, algo hemos adelantado con estas denuncias y sentencias. Es importante que el ciudadano sepa que la desidia de la autoridad, en democracia, es un delito y se anime a denunciarla. Claro que la jurisprudencia podría mejorarse exigiendo que fueran los ilustres delincuentes, y no las arcas municipales o autonómicas o estatales, las que pagaran las indemnizaciones. La desidia es otra forma de corrupción.

El País, 27/09/2008

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16 de octubre de 2008
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IV. La cinta amarilla

La represión contra Carlos Fernando Chamorro no termina con el allanamiento violento y el secuestro de los archivos y computadoras de la Fundación Cinco. No hay duda que en la Fiscalía General se está preparando ya la acusación criminal en contra suya, sino es que está ya redactada y lista para ser presentada a los jueces penales, en su inmensa mayoría fieles a los mandatos de Ortega, tan fieles como los fiscales.

No importa que no haya bases jurídicas, no importa que se violenten las leyes, no importa que no se respeten las garantías procesales. El objetivo es convertir a Carlos Fernando en rehén, para buscar como acallar el ejercicio de su periodismo crítico con la amenaza de la cárcel, o meterlo en la cárcel para escarmiento suyo y de los demás que se atrevan a denunciar la corrupción y la ilegalidad.

Asunto que tampoco termina allí. Ya que Ortega pretende quedarse en el poder, reformando la Constitución Política que prohíbe la reelección, necesita silencio y sumisión, y las voces que disienten y critican, resultan contrarias a su proyecto de control, que no se extiende sólo a las instituciones públicas, control que ya tiene, sino también a las entidades de la sociedad civil, empezando por los medios independientes de comunicación.

Pronto veremos a toda Nicaragua rodeada por la cinta amarilla en la que se leerá escena del crimen.

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16 de octubre de 2008
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Un arma de guerra

Hay personas que tienen el aspecto de ser más o menos normales, a las que ves charlando afablemente con sus amigos, en el bar o incluso acariciando la mano de su pareja entre plato y plato en el restaurante, y que, sin embargo, cuando salen y se montan en el coche se transforman en otros.

Ya en el mismo momento de abandonar el parking  no están dispuestos a que los demás alcancen la salida y se incorporen a la autopista, porque evidentemente ellos han de ser los primeros. La propia marcha del vehículo les anima a poner a tope todos y cada uno de sus músculos. Sobrepasan al de delante sin estar permitido, o se pegan a él, no guardando la distancia de seguridad o propinando un sonoro pitido si los demás no circulan tal como a ellos les apetece. De ahí al accidente y a la muerte sólo hay un paso. Algunas guerras parecen haber comenzado por disputas menos insignificantes.

El coche, de objeto de disfrute o de instrumento de trabajo, se ha convertido para algunos en un arma de guerra, quizá, porque en el fondo abrigan un espíritu bélico. Ahora en algunos lugares han obligado a instalar en el coche un dispositivo que detecta si el conductor ha sobrepasado el nivel de alcoholemia e impide que el vehículo arranque. Debería inventarse otro dispositivo que detectase el nivel cívico del individuo, o si esto es muy refinado que descubriese sus estados de cólera, de agresividad y de ira y que le obligase a quedarse inmovilizado.

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16 de octubre de 2008
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