Marcelo Figueras
Vivimos en sociedades donde la juventud es un valor supremo. Si no se la tiene, hay que simularla. Y si ya no podemos fingirnos jóvenes (al menos esto es lo que sugiere la imaginería que propalan a diario los medios), deberíamos darnos por vencidos y dejar el sitial a los que vienen empujando.
El peso simbólico de la juventud es tremendo. No quiero ni pensar lo que debe representar para una mujer, conminada a elegir entre la seducción o la nada. Pero sé bien lo que siente uno cuando es artista. Los artistas nos compramos siempre la historia del genio temprano: Mozart, Byron, Keats. Hasta el punto en que se nos vuelve un fantasma. Yo viví mucho tiempo obsesionado por el hecho de que Orson Welles filmó Citizen Kane a los 24 años. Sentía que si no rodaba mi propia obra maestra antes de alcanzar esa edad, todo perdería sentido. Menos mal que no logré filmar nada. Si algún irresponsable hubiese producido una película mía en aquel entonces no habría obtenido otra cosa que una porquería pretenciosa.
Volví a pensar en el asunto leyendo un artículo de Malcolm Gladwell en el New Yorker, titulado Late Bloomers, en alusión a aquellos que maduran tarde. Gladwell coincide en que existe un mito del artista joven: ‘En la concepción popular, el genio está ligado inextricablemente con la precocidad -hacer algo verdaderamente creativo, solemos pensar, requiere la frescura y la exuberancia y la energía de la juventud’. Gladwell cita además la noción de que los poetas producen sus mejores trabajos a poco de andar -T. S. Eliot escribió La canción de amor de J. Alfred Prufrock a los 23-, para derrumbarla de inmediato recurriendo al estudio de un economista que ligó los poemas del canon estadounidense con la edad de sus autores al escribirlos. A excepción de Eliot y su Prufrock, la inmensa mayoría de los mencionados tenían más de treinta, o cuarenta, y hasta cincuenta -William Carlos Williams escribió The Dance a los 59.
Como suele ocurrir, cada ejemplo sugiere su propio contraejemplo. Welles hizo Citizen Kane a esa edad temprana pero nunca pudo volver a filmar nada del mismo vuelo. Los cuadros del longevo Picasso que mejor cotizan son los de juventud, pero con Cezanne ocurre exactamente lo contrario. Gladwell construye su artículo oponiendo los casos de Jonathan Safron Foer, que nunca había soñado con ser escritor y terminó Everything is Illuminated a los 19 (su única formación fue un curso de escritura creativa donde Joyce Carol Oates le dijo que tenía lo más importante que un narrador debe tener: energía), con el de Ben Fountain, un abogado que dejó su trabajo para dedicarse a la literatura en 1988 y logró notoriedad 18 años después, con una colección de relatos llamada Brief Encounters with Che Guevara.
No existe indicador científico alguno que pruebe que el talento se esfuma con la juventud. La vida funciona a este respecto como los parques de Japón: no existen senderos predeterminados, es uno quien abre el camino que mejor le cuadra.