Vicente Verdú
A las mujeres se les detecta mucho más que a los hombres si su vida fue o no feliz en las relaciones amorosas. En torno a los cuarenta, pero también antes, en el rostro de una mujer queda impreso el desengaño o la felicidad que sufrieron o disfrutaron con su principal pareja. En determinados hombres también sucede así pero la marca resulta incomparablemente menos intensa.
Puede decirse, a riesgo de parecer vulgar, que el depósito destinado al amor es, como se dijo siempre, mucho más abundante y decisivo en la constitución del semblante, el cuerpo y el aire de las mujeres. Muchos más hombres desdeñados han conseguido sublimar o paliar sus grandes desengaños pero en las mujeres esta peripecia dibuja a buril sus rasgos tal como si su plasticidad fuera especialmente propensa a esa grabación o su aspecto histórico se realizara fundamentalmente a través de esta sentimentalidad que no halla ni compensación ni maquillaje.
De casi todo decimos que las cosas han cambiado mucho pero en esta cuestión han cambiado francamente menos. De hecho las mujeres siguen siendo más capaces que los hombres para disfrutar la felicidad cuando son pasionalmente felices y más proclives a padecer en mayor grado cuando son traicionadas, defraudadas o despechadas. De ahí que su rostro, su cutis y toda su piel, venga a ser no sólo el reflejo del alma tal como se dice comúnmente sino que además transparenten el estado del corazón. Todo pues dentro de la misma categoría corporal, dentro de la circunstancia del gesto, la presencia, la apariencia, la estampa personal inmediata, la instantánea, la foto.