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¿Saber leer o hacer lectores?

Así se llaman las jornadas sobre lectura celebradas en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), dirigidas a profesores, a las que acabo de asistir. Ha sido una de las pocas veces en que una mesa redonda se me ha hecho corta. Qué compañeros tan reflexivos y talentosos. La compartía con mi admirado Luis Landero, Asunción Lande Etxebeste, Jaime Cela i Ollé y, como coordinador, Ramón Acín, y no ha habido más remedio que referirse a la figura del lector una vez más. El lector, ese ser al que hay que psicoanalizar y mimar para no perderlo. /upload/fotos/blogs_entradas/madamebovary1_med.jpgEse ser delicado, que parece estar dispuesto a dejar de ser lector a la mínima: porque de pequeño le diesen a leer el Lazarillo o porque de mayor abriese una novela que no fuera Los pilares de la tierra. Nos angustia tanto perder a un posible lector que estamos dispuestos a cualquier cosa. Estamos dispuestos a creer que la lectora de novela rosa acabará leyendo Madame Bovary o Cumbres Borrascosas porque parece lo lógico. Pero la lógica aquí no funciona, funciona el apetito, y hay gente que aborrece el caviar por mucho que a otros les encante.

Mañana más.

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30 de octubre de 2008
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La música de Serpico

Desde sus inicios como especie el hombre ha tratado de encontrar razones para ser bueno -o, para decirlo de otro modo, de encontrar métodos que lo ayuden a controlar sus impulsos salvajes. Para eso inventó desde religiones y prácticas políticas hasta dietas vegetarianas. Nada ha sido suficiente al respecto, eso está claro: basta con abrir un diario, en papel o digital, para comprender cuán lejos estamos de asimilar el sentido común que subyace a la práctica de la bondad. /upload/fotos/blogs_entradas/conversaciones_con_al_pacino_1_med.jpgYo me asumo investigador aficionado de estas fallidas recetas históricas, y en carácter de tal, debo decir que nunca encontré razón más elocuente para defender la causa del bien que la expresada por Frank Serpico en Conversaciones con Al Pacino de Lawrence Grobel.

Traducido al español por Juan Gabriel Vásquez, Conversaciones es un libro intensamente disfrutable para todos los que admiramos el arte de Pacino. En uno de sus tramos Grobel le pregunta por Serpico, la película de Sidney Lumet donde Pacino interpreta a un policía real, el mentado Frank Serpico, que arriesgó su vida para exponer ante la Justicia la corrupción policial que era sistémica en la ciudad de New York. Pacino cuenta entonces que conoció al verdadero Serpico, que vivió durante décadas con nombre cambiado en algún lugar de Europa para protegerse de potenciales venganzas. "Una vez estábamos en la casa de playa que yo había alquilado en Montauk", dice Pacino. "Estábamos allí sentados, mirando el agua. Y pensé: ‘Bien, nada me impide ser como todo el mundo y hacer una pregunta estúpida'. La pregunta era: ‘¿Por qué, Frank? ¿Por qué lo hiciste?'" Cosa que no tiene nada de estúpida de acuerdo al mundo donde vivimos, dado que Serpico no sólo se negó a forrarse de dinero cobrando sobornos, sino que además se arriesgó a morir; de hecho estuvo cerca, habiendo recibido un balazo en el rostro durante una celada. Pues, bien, esta fue la respuesta según Pacino: "No lo sé, Al. Supongo que lo hice porque... si no lo hubiera hecho, ¿cómo me sentiría cuando escuchara una pieza de música?"

Ahí lo tienen. No sé ustedes, pero de aquí en más yo ya tengo respuesta a la pregunta de por qué tratar de ser buena gente. Si dejase de serlo, ¿con qué ánimo volvería a enfrentarme a una buena canción, a una película sublime o a un libro que me transporta? No hay mezquindad alguna cuyo fruto compense arruinar el disfrute de, por ejemplo, Norwegian Wood -o ya que estamos en territorio adecuado, de la completa saga de El Padrino.

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30 de octubre de 2008
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El caso Kundera

Milan Kundera en 1967 (www.elpais.com)Rafael Argullol: Estos días he visto que en Praga hay una polémica encendida sobre el caso Kundera, dividiéndose la opinión en dos bandos. Curiosamente aquí, en Barcelona, con la gente con quien he discutido, también he encontrado opiniones contrapuestas e irreconciliables sobre este asunto, y esto me llama mucho la atención.
Delfín Agudelo: Se trata de un caso más que implica el desvelamiento del pasado de algún novelista. Te refieres al caso de supuesta delación de Milan Kundera.
R.A: Sí, a ese asunto que ahora ha salido a la luz en todos los periódicos, a partir de la investigación de unos historiadores en los archivos de la antigua Checoslovaquia comunista y según la cual Milan Kundera, a los 20 años, delató a un compañero de residencia estudiantil. Se trataba de alguien que estuvo a punto de estar condenado a muerte y finalmente tuvo una condena de, creo, 14 años de trabajos forzados en una mina. En pocas palabras , una amiga de Milan Kundera, en la propia residencia, tenía alojado a este chico y fue denunciado a las autoridades comunistas, porque quería fugarse a Alemania en un momento determinado- con el país en guerra no se permitía la salida al extranjero. Esto que ocurrió, calculando la edad de Kundera, habrá sido hace unos cincuenta o cincuenta y cinco años, y se ha mantenido completamente oscuro. A la luz, se acusa a Kundera de haber sido el que había delatado a aquél que quería irse a Alemania. Kundera lo ha negado desde París, y todo ha encendido una polémica en la que me llama la atención que muchos tomen posiciones tan duras y determinantes, como si fuera fácil saber lo que ocurrió y como si fuera fácil juzgar las circunstancias en las que ocurrió. Kundera por lo visto está extraordinariamente dolido,; pero de hecho, como siempre sucede en estos casos, la sombra de la sospecha es terrorífica. De repente nos encontramos con un tema muy kunderiano, propio de las novelas de Kundera, en las que el rumor y las sospechas se entremezclan en la vida cotidiana, política y también  sentimental de las personas. Es como si en un mal sueño, en una pesadilla, el argumento de algunas de las novelas de Kundera se hubiera salido de las páginas y hubiera repercutido sobre la propia vida.

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30 de octubre de 2008
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¿Qué sucederá el martes?

Con independencia del resultado electoral, el martes termina una época entera. Si se produce la gran sorpresa, que desmienta todos los sondeos electorales, todos los análisis y pronósticos, y gana McCain, igualmente va a terminar una época. Terminará de otra manera, quizá con más lentitud e incluso dificultad. Pero terminará. Es evidente que la victoria republicana sería más ambivalente: la ruptura con Bush, que el veterano senador republicano se empeña en subrayar en todos los capítulos de su programa, no consigue evitar la sensación de que sería una mera prórroga de la presidencia que ahora se clausura. El luchador que es McCain no se conformaría con convertirse en un títere en manos de los republicanos más conservadores, como lo ha sido con suma complacencia George W. Bush. De ahí que fácilmente la prórroga se convertiría en agonía. No es el momento de hacer ejercicios sobre qué sucedería con el vendaval de ilusiones y esperanzas levantadas por Obama si no consiguiera alcanzar al fin la Casa Blanca. La apuesta es demasiado alta, la ocasión demasiado excepcional y la necesidad de cambio demasiado perentoria. Todo es excesivo en este envite, sobre todo para que termine en la frustración de unas elecciones mal organizadas e incluso falsificadas, en las que no quede garantizado el derecho de voto a todos por igual, como sucedió en 2000 en el estado de Florida.

Si una victoria republicana sólo conseguirá frenar el cambio, la victoria de Obama significará una transformación de Estados Unidos aun antes de que el nuevo presidente tome posesión el 20 de enero. Nada será como antes a partir del miércoles. Terminará la era de Bush, esos ocho años de frustración y de infamia, emparedados entre los ataques terroristas del 11-S y la crisis financiera de este septiembre negro financiero. Deberá percibirse inmediatamente, incluso antes de que Obama tome posesión el 20 de enero. El candidato demócrata ya tiene listos los equipos y las ideas para la transición, para evitar sobre todo un arranque dubitativo, como le sucedió a Bill Clinton, lo que le perjudicó notablemente y preparó la victoria republicana en el Congreso en las elecciones de mitad de mandato dos años después, que le dejaron sin mayoría parlamentaria en las dos cámaras.

/upload/fotos/blogs_entradas/sean_wilentz_la_poca_de_reagan_med.jpgPero junto a la era de Bush termina también otra era, de más largo aliento, que es la que inició Ronald Reagan. "Hace 30 años, la idea de que reducir impuestos a los ricos era la mejor solución para todos los problemas económicos inspiraba sólo a unos pocos en el extremo de la derecha", escribe Sean Wilentz, en su reciente libro La época de Reagan. Una historia 1974-2008. Y esta era termina no porque vaya a decirlo Obama, sino por algo mucho más profundo: porque han hablado los hechos. Después del desastre financiero de las últimas semanas, la opinión de los norteamericanos acerca de los impuestos ha virado, probablemente de forma duradera. Hasta tal punto que la retórica política va por un lado, incluyendo a Obama, y las encuestas de opinión por otro.

El candidato demócrata presenta sus planes fiscales como una reducción de impuestos para el 95% de la población, para apretar las clavijas a los restantes, los más ricos. McCain, en contraste, denuncia la actitud confiscadora del redistribuidor en jefe y promete, en un gesto incoherente con su oposición a los recortes de Bush, mantener sus reducciones de impuestos y recuperar el déficit sólo mediante el recorte del gasto. "Los dioses de la política han llevado a McCain a terminar su campaña, que quiere ser del triunfo de la autenticidad, con una nota de inautenticidad", escribió ayer Michael Gerson, periodista conservador que estuvo al servicio de Reagan en la Casa Blanca. Sea quien sea el presidente, lo más probable es que deba incrementar los impuestos a todos para empezar a llenar el fabuloso agujero que deja Bush. Pero los votantes parecen saberlo y prefieren el programa fiscal de Obama por una diferencia de 14 puntos.

El presidente saliente ha tenido parte muy activa en este cambio de actitud. Las diferencias de riqueza han aumentado en los últimos ocho años. Clama al cielo la vulnerabilidad en que se encuentra una gran proporción de la población en el capítulo de cuidados y asistencia sanitaria. Los Gobiernos republicanos, empezando por Reagan pero alcanzando la apoteosis con Bush, han demostrado que son unos manirrotos en el gasto público, principalmente en defensa; tanto como quieren ser generosos con la imposición sobre los beneficios empresariales. La guinda que corona el conjunto de razones para un cambio de mentalidad entre los norteamericanos ha sido el hundimiento de la banca financiera y el pésimo ejemplo de sus directivos.

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30 de octubre de 2008
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II. Años de vacas flacas

La catástrofe financiera ocurre en el mundo de verdad, no en los páramos virtuales, y el animal que anda suelto, y que apenas empieza su paseo, va a sembrar todavía mucha más ruina y destrucción según los pronósticos. Una catástrofe para la que abundan nombres: huracán, tsunami, terremoto, debacle. /upload/fotos/blogs_entradas/nouriel_roubini_med.jpgEl economista Nouriel Roubini, profesor de la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York, que dio la voz de alarma hace tiempo, pero nadie le creyó, o los que se llenaban los bolsillos no quisieron oírle, dice que en los Estados Unidos no amenaza una recesión, sino que se está ya viviendo en ella; no un estornudo, sino un constipado, y que por tanto el mundo no va a resfriarse, sino a enfermarse de neumonía. Una pandemia.

Y Roubini, que anuncia sus profecías como en el viejo Testamento, siete plagas y algunas más, afirma que el miedo es lo que domina los mercados, un miedo cerval, que todo lo paraliza; quebrarán más bancos en el mundo y el estado va a tener que quedárselos; todo lo que intente hacer la banca va a deshacerlo la economía real; miles de empresas sanas se hallan bajo riesgo de ir a la quiebra, viene el desempleo masivo, y en el corto plazo el problema no será la inflación, sino la deflación, porque los precios en lugar de subir, van a caer en picada.

Tiempos bíblicos de vacas flacas. 

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30 de octubre de 2008
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De tímido a taimado / y IV

IV / Cara, carita, careta. 

No poder hablar de algo es obligarse a pensarlo dos veces. Se envicia uno craneando caminos alternos, bifurcaciones prontas, puentes posibles; asuntos que se impuso el deber de callar porque es más grande el miedo que el deseo. Ahora bien, el miedo es un enano bravucón. Eso queda bien claro cada vez que un impulso de osadía basta para inducirlo a correr despavorido. El problema es que nunca se va, lo suyo es ocultarse detrás de los arbustos y regresar a rastras a su parapeto. No tiene dignidad, solamente ese instinto pordiosero que le lleva a adular a quien lo ha despreciado. Es rápido, además. Crees que lo enviaste lejos tras la última patada, vuelves la vista y aquí está otra vez, al mando de tus peores titubeos.

     Cierta vez, mientras compartía escenario con el pianista Hermeto Pascoal en el Festival de Montreux, Elis Regina tuvo un acceso de pánico. "¿Qué estoy haciendo aquí, yo que sólo soy hija de una lavandera?", confesó luego haberse preguntado. Desafinaba, improvisaba mal, no conseguía estar ahí del todo. Era aún la primera mitad del concierto, pero ya parecía el más hondo nadir de su carrera. Luego del intermedio, el público asistió a una de las más grandes noches de su carrera, que algunos rememoran como una lucha a muerte entre pianista y cantante. Soporta el miedo, al fin, que lo eche uno a patadas cuantas veces se ofrezca, pero nada lo jode y lo avergüenza tanto como que uno lo obligue a trabajar para una causa opuesta a la suya. Ser el mejor aliado de la osadía la gran pesadilla del miedo, pues le augura un futuro de esclavo.

     "Todavía me sucede. Puedo estar en un sitio y de la nada ensimismarme. Introvertirme. Querer únicamente estar en otra parte." ¿Quién creería que esto lo dijo David Bowie, cuyas extroversiones legendarias gozan de popularidad universal? Ya sea porque nunca tuvo la fuerza para rebelarse contra ciertos demonios, o porque la ha tenido demasiadas veces, a uno de pronto no se le da la gana seguir dando la cara por sí mismo. Pesa mucho la cara, en ocasiones. Pesa también la expectativa ajena, qué les hace pensar que va uno a estar de humor para representarse dignamente. Dan ganas, de repente, de enconcharse, escurrirse, esfumarse. No siempre el tímido está lleno de miedo, a veces la que manda es la pereza, que suele ser más fuerte, digna y resistente.

     Cierta vez, durante una mesa redonda cuyo tema de nada sirve recordar, uno de los participantes sólo tomó el micrófono para informar al público que era un tipo muy tímido y no sabía qué diablos estaba haciendo ahí, motivo por el cual ya no diría ni pío hasta el fin del evento. Ninguno de los otros se llevó una ovación tan cerrada y cariñosa. Y es que la timidez, como espectáculo, rivaliza de pronto con la extroversión. A la multitud tímida le compensa asistir a la capitulación pública de otro introvertido, se ven representados por el honesto pánico escénico del otro. Pero no hay que engañarse. Sentir miedo no es mérito; confesarlo, en lugar de combatirlo, ayuda a pertrecharse de empatías más o menos lindantes con la piedad. Vivir acorralado por la autocensura es dejar de vivir, discretamente.

     Hace unos días, los marchantes de Amazon dieron una noticia espectacular: las máscaras de Barack Obama se han vendido un ocho por ciento más que las de John McCain. Hay quienes piensan que se precisa mucha valentía para andar en la calle con una de esas máscaras, pero la mayoría estará de acuerdo que falta aún más valor para quitárselas.

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29 de octubre de 2008
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El querido mal gusto

No tengo apenas tiempo, pero volveré más tranquilo a lo que aquí quiero dejar apuntado, una realidad recordada por un inteligente libro de un peculiar ensayista sobre estética y alrededores de nuestro tiempo. Un vez más el olfato de esta editorial es una prueba de mantenerse despierto. /upload/fotos/blogs_entradas/home_semper_med.jpgHablo de Anagrama y un libro llamado Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, de Eloy Fernández Porta. Me interesa y prometo una parada menos nerviosa que este comentario. Siempre estoy viajando, tengo que recordar Alicia en el país de las maravillas. No sé si cambiaré por las lecturas, tampoco sé si quiero hacerlo. Pero no quiero desviarme más. Voy al tema, el gusto por algunas cosas de "mal gusto". De gusto popular, incluso de gusto kitsch, aunque eso me interesaba más en tiempos de Dorfles.
 
Pero si lo llevamos a la música si me encuentro muy identificado con algo que Porta define como un juego, una manera de que te gusten ciertas cosas, digamos ciertas músicas, que son descaradamente poco importantes, banales, populares o anodinas. Muchas de esas canciones "tontas" forman parte de nuestra vida. Nos sorprendemos cuando somos capaces de cantarlas, incluso de disfrutar de ellas. Es el triunfo del "karaoke" global.
 
Se habla del grupo Pulp, que utiliza el kitsch, pero sin enfangarse, y como dice Porta: "lo usan como recurso para transmitir la terrible verdad que late en el fondo de las canciones de mal gusto".
 
Canciones de mal gusto. ¡Ahí están algunas de las canciones que más veces hemos repetido, tarareado y cantado en nuestras vidas!
Seguiré con esas músicas. Con el querido mal gusto.

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29 de octubre de 2008
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El verdadero capitalismo

"No se trata de salvar a la banca de la quiebra sino de ayudar a las pequeñas empresas y a las familias", declaraba Rodríguez Zapatero. "Los emprendedores, el verdadero capitalismo, no el de los especuladores y los que nos han puesto en esta situación", enfatizaba Nicolás Sarkozy. ¿Quiénes son pues esos malos de la película, que según Sarkozy  perturban, corrompen y traicionan el noble espíritu del capitalismo?
 
El sábado 11 de octubre, el ex presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, efectúa una impecable descripción de los mecanismos financieros que habrían conducido al actual colapso de múltiples entidades bancarias. El núcleo digamos moralmente escandaloso del asunto, la poco escrupulosa  "ingeniería financiera",   es conocido y perfectamente sintetizado en unas líneas por Cardoso: "Los precios de las casas en Estados Unidos y en Europa estaban subiendo desde hace mucho tiempo. Había préstamos fáciles y abundantes para la compra. Los consumidores podrían pagarlos hasta el infinito y revender los inmuebles ya fuera para comprar otros más grandes o para obtener  ganancias. Los bancos y las instituciones de crédito hipotecario revendían los préstamos bajo la forma de préstamos hipotecarios... La economía globalizada funciona  mediante vasos comunicantes. Lo que hace un agente financiero lo imita otro, y no sólo en el país originario: unas financieras les venden a otras en cualquier parte del mundo. El sistema financiero funcionó fuera de los controles de los bancos centrales e incluso con su indulgencia. Sin transparencia en las operaciones se volvió difícil evaluar los riesgos y garantizar la confianza".
 
Diagnóstico tanto más exacto en tanto que Cardoso no olvida evocar el hecho complementario de que la administración Bush, a la vez que disminuía los impuestos de los ricos sangraba económicamente al país en una guerra costosísima.

En un artículo de opinión publicado en diario El País el 18 de octubre, el excelente escritor Mario Vargas Llosa  incide en esta idea de que hemos llegado a esta situación, no por razones intrínsecas al sistema, sino porque  la economía habría sido forzada a apartarse de la realidad. Tras advertir que pese al aparente caos en que anda empantanada la economía mundial, el sistema capitalista no se haya en peligro, y ello por la razón simple de que no habría alternativa alguna al mismo, Vargas Llosa anatematiza a los ejecutivos que lanzaron las subprime y otros expedientes, considerando que no eran irresponsables, sino avariciosos y canallas. Los reguladores que han permitido que esto ocurra serían asimismo culpables, al menos de negligencia. El escritor  nos exhorta entonces a aprovechar la circunstancia para restablecer una ética inherente al capitalismo, y que consistiría en respetar las objetivas "leyes generales bien orientadas" de la única economía posible.
 
Tanto el diagnóstico de Vargas Llosa como el de Cardoso plantean no obstante un problema, a saber: ¿se daban realmente las condiciones sociales de posibilidad para que las cosas hubieran sido de otra manera, para que -por ejemplo- se sentaran las bases de una paz y se incrementara la justicia? ¿Es posible detener el mecanismo por el que, en Estados Unidos la disparidad entre los sueldos rompe todos los anteriores récords? En suma: ¿es posible ese capitalismo sin depredadores que predica el bueno de Sarkozy? Seguiré preguntándomelo.

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29 de octubre de 2008
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Crisis y amor (1)

No sólo el amor parece insustituible para sentirse feliz; sin alguna forma de buen amor caeríamos muertos.

De esta manera tan sencilla se explica la clave de la condición humana puesto que no hay humanidad sin textura amorosa, no hay red social sin enlace humano, no hay efectividad sin afectividad.

De una u otra manera, incluso las empresas, los asesinos, los financieros se aman, se requieren se asocian o se coaligan para sobrevivir como tales o como algo más. Todo comercio, a su vez, reproduce en su nódulo de contraprestación el modelo mismo del intercambio amoroso que es la base crucial de la pareja, el sentido del acoplamiento y la magia de la copulación.

Cualquier doctrina que haya creído ver en el amor una donación sin más no ha entendido nada del básico bien de la coyunda, representada desde el encastramiento de los seres humanos al engranaje de las máquinas, desde el motor de la vida hasta el motor de explosión, sus émbolos y sus cilindros, el tú y yo de la dialéctica que relaciona.

Empezando por el don de Dios la contraprestación es ineludible. Si la divinidad se sostiene es gracias a la creencia de los fieles o, más exactamente, si existe, debe atribuirse a que los seres humanos producen con su necesidad ese suculento alimento de la providencia que todo lo puede dar. Creer y amar se cruzan en una misma insignia. No es Dios el creador de los hombres sino que Dios resulta de la fantasía que nace de su anhelo o su ansiedad.

Pero, a la inversa, una vez Dios en escena, también se hace verdad que los seres humanos se ven apegados a él tal como si faltos de sustancia no lograran sobrevivir. Dios, es así, en cuanto panal o dulce coagulación del amor humano, como un polo de energía que atiende la soledad suavemente, que atenúa la desesperanza o la borra, que neutraliza la confusión y promueve, mediante la fe, el milagro de la autoestima.

Porque siendo la pérdida de la autoestima una enfermedad prácticamente mortal que únicamente se cura soplando desde afuera al corazón un espíritu en que se confía y de quien se deduce la autoconfianza posterior. Del corazón conectado con otros corazones amados se genera un seguro contra el descrédito personal y contra el despeñamiento del yo que llegaría a ser ciego, caería en el abismo sin el soporte de alguna convicción sólo posible por aseveración de otro.

Todo yo, cualquier yo, sólo existe de pie en relación con otro. Todo yo crea automáticamente un mundo a través de su presencia pero el mundo, a la vez, se encarga de hacer el yo. No hay un mundo sin yo ni un yo sin mundo. Esta es la primera evidencia y la primera soledad. La amorosa compañía de otro, sin embargo, crea un punto de mira, una mirada que afirma mutuamente y produce el mundo como un ámbito, el mundo habitable que nace con la pareja del yo.

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29 de octubre de 2008
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Quemar después de leer (2)

Como decía ayer, en Quemar después de leer Brad Pitt y George Clooney están para que los aten, como si se hubieran pasado con la coca-cola. Clooney, ¿por qué pones esas caras de soy un actor cachondo? Para remate (y esto no parece culpa de Clooney) ligado a este personaje hay un detalle tan desconcertante, supuestamente tan cómico como el mismo Clooney, que la sala se quedó muda. No sabíamos qué pensar, los dedos se paralizaron sobre las palomitas. En la oscuridad tratábamos de pensar en lo que estábamos viendo. ¿A qué viene esa silla de donde sale esa cosa (no quiero chafarle al espectador la sorpresa)?. Esta estrafalaria silla, este invento, no viene a cuento, es desproporcionada, lo estropea todo. ¿Será un rasgo genial de los Coen?

Da la impresión de que un hermano quería hacer una peli mala (dirigida a los que reían a mandíbula batiente cuando Pitt sorbía de la botella isotónica por un lado de la boca, gracia repetida varias veces) y el otro, una buena. En la buena está la trama, llena de talento y humor, está Malkovich y están todos los secundarios a cual mejor. Y también está Frances McDorman, que en algún momento pone un pie en el bando de los malos como si se hubiese pegado un trancazo de la coca-cola de Brad.

El final es sublime, con los dos jefes de la CIA sin comprender nada de lo que pasa, una buena metáfora de la vida.

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29 de octubre de 2008
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El Boomeran(g)
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