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II. Sombreros de carnaval

Obama cuatro años atrás a los ojos de un filósofo francés que se ha puesto los zapatos de Tocqueville en busca de explorar los Estados Unidos contemporáneos, y como buen francés austero de modales y temeroso del ridículo, sufre de vergüenza ajena al ver a los convencionales demócratas reunidos en el Fleet Center ensombrerados con réplicas de cabezas de mulas, el símbolo de su partido, y rascacielos que recuerdan a las torres gemelas derribadas por un ataque terrorista. /upload/fotos/blogs_entradas/barack_obama_2004_med.jpgPero a la medianoche, cuando Obama sube al podio para pronunciar su discurso, Lévy se olvida de los sombreros de carnaval para apuntar el ligero paso de danza con que camina por el escenario bajo la luz de los reflectores, la sabiduría de los gestos histriónicos, en los que calcula todo,  "la más ligera de las entonaciones debidamente calibrada, y aparentando improvisar hasta los suspiros".

Pero es un discurso donde ya está allí desde entonces el mensaje que habría de seducir a millones de ciudadanos de todo color y tamaño cuatro años después, y cuyo tono religioso desagrada a Lévy, que se confiesa un francés acostumbrado a las grandes disputas políticas, y encuentra las palabras de aquel "negro blanco", "desesperadamente acomodaticias" cuando dice que no hay unos Estados Unidos negros, ni unos Estados Unidos blancos, ni unos Estados Unidos latinoamericanos, ni asiáticos, que sólo hay los Estados Unidos de América.

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11 de noviembre de 2008
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Aventuras en el Miss Bolivia

La cálida y no tan remota noche del 18 de julio, me hallaba en un salón elegante de la ciudad de Santa Cruz, Bolivia, cuando, acosado por un grupo de exaltados, debí, como los arbitros que cobran un penal decisivo en los minutos finales del encuentro, escabullirme del lugar para salir indemne. Sabía que el evento para el que me habían invitado desataba pasiones en todo el país, pero jamás se me ocurrió pensar que, como dice el lugar común, la sangre llegaría al río: antes de irme, vi mucha sangre en el piso del salón. Había vasos tirados, platos rotos, gente que se golpeaba con denuedo. Una vez fuera del salón, mientras llegaba agitado al lugar donde unas amigas tenían "aparcado el coche" (o, como diríamos en Bolivia, "parqueado el auto"), pensé que todo había ocurrido por un simple concurso de belleza. Me equivocaba: en América Latina, los concursos de belleza son cualquier cosa menos simples.

A principios de julio, estaba de vacaciones en Cochabamba cuando recibí una invitación para formar parte del jurado del Miss Bolivia, que se llevaría a cabo el 18 de ese mismo mes en Santa Cruz. Aunque mi impulso inicial me pedía que aceptara la invitación, decidí pensarlo un poco: en un país en el que la literatura suele estar dominada por la solemnidad, sabía que sería atacado por mi gesto frívolo. Luego me justifiqué diciendo que el escritor debía explorar todos los rincones de la sociedad, y que si alguna vez había visitado el Palacio Presidencial y me había codeado con políticos, era justo que visitara esa otra cara tan fundamental de Bolivia: en un país sin estrellas de cine ni de televisión, las misses y las modelos son nuestra precaria realeza.

Cuando llegué al salón Sirionó de la Feria Exposición de Santa Cruz, me topé con una alfombra roja, modelos en una pasarela, periodistas con cámaras y micrófonos. Por lo visto, el concurso no sólo era importante, sino incluso trascendente. Debía haberlo sospechado, al enterarme que las representantes de Pando no participarían en protesta porque en el concurso del año interior miss Pando, una de las favoritas, no había ganado. Sí sabía que tendríamos, como siempre, a las representantes del Litoral, la provincia perdida en la guerra del Pacífico más de un siglo atrás. Así estaban las cosas en mi país: no había representantes de uno de los nueve departamentos, y sí las había de un departamento fantasma.

Éramos siete en el jurado. Me tocó sentarme al lado de una ex-Miss Bolivia y una ex-Miss México. La mexicana era de Monterrey y contó que trabajaba en Univisión; sólo abría la boca para pedirnos que le sacáramos fotos. Debió haber sacado trescientas esa noche. Le dije que quizás hubiera sido mejor que se trajera una filmadora, para que alguien la filme todo el tiempo. Se rió, pero no me contestó.

Del concurso, recuerdo haber pensado que, en la parte de los trajes típicos, las representantes del Occidente y los valles estaban en desventaja en relación a las del Oriente tropical: a la chica de Sucre su traje de indígena tarabuqueña apenas le dejaba ver el rostro, mientras que el traje ínfimo de la del Beni le aseguraba fácilmente un lugar entre las finalistas. En la parte de los trajes de baño, los hombres del jurado éramos tímidos, las mujeres no tanto ("esa miss no tiene cuello"; "esa otra tiene kilos demás"). En cuanto a la sección de preguntas y respuestas, me pregunté por qué chicas tan jóvenes no decían lo que querían decir, sino lo que pensaban que la gente quería escuchar, y terminaban enredadas en una respuesta de artificio. Si tuviera la oportunidad de ser otra persona por un día, ¿quién quisiera ser una chica de veinte años? Pensé: Scarlett Johansson, Julieta Venegas, Evita. Una de las finalistas dijo: "Moisés". Yo comencé a llamarla Miss Moisés. Ahí, y no cuando aparecieron los trajes típicos o los de baño, estaba la parte falsa del concurso.

Nos decantamos por dos finalistas: miss Beni, que seguía en colegio y tenía un aire de la-vecina-de-al-lado, si es que las vecinas fueran voluptuosas y se movieran como bailarinas de samba; y miss Cochabamba, que era alta, tenía un cuello grácil de modelo y una seriedad que asustaba. En un país de gente no muy alta, los altos son reyes, me dije, y creí que la cochabambina lo tendría fácil. No fue así, después de la votación se encontraba en la minoría. Entonces una arenga de una integrante del jurado defendió a la cochabambina con el argumento de que tenía las virtudes que se necesitaban en un miss Universo -era alta, tenía garbo y apostura--. La mayoría colapsó y cambió su voto con una facilidad de espanto.

Entre el público había barras para todas las misses, pero al final, cuando se anunció que la ganadora era miss Cochabamba -rompiendo así un predominio de dos décadas de las representantes de Santa Cruz--, la mesa en la que se encontraba la familia de una de las que no había ganado reaccionó airada. De manera inocente, salí de la sección protegida del jurado para hablar con la gente que se acercaba; pensaba: ya se dio el veredicto, el resultado final no tiene trascendencia, lo importante es competir. De pronto, la madre de una de las misses me increpó; me dijo que, como Evo Morales estaba en el poder, su hija había sido discriminada por ser rubia, por no ser "originaria'. Traté de razonar con ella, le dije que no era cierto lo que decía; después de todo, la ganadora era de padre francés y se llamaba Dominique.

Era inútil. De pronto, volaron platos y puñetes; hubo sangre en el piso. Los organizadores del concurso no habían contratado personal de seguridad, por lo que algo que podía haberse detenido en cinco minutos tardó cincuenta en ser controlado. Me encontré rodeado y temí por lo que podría pasar. Ese fue el momento en que decidí escaparme por la puerta de atrás.

(Letras Libres, noviembre 2008)

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11 de noviembre de 2008
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Las monjas de Minnesota

La alusión  al Alzheimer en el texto de E. Goldberg que citaba ayer tiene naturalmente una importancia enorme al sugerir que, en la lucha contra la brutal enfermedad, a la vertiente preventiva ha de añadirse la de paliar los efectos. El asunto concierne a otras gravísimas amenazas. Pero en la medida en que la palabra Alzheimer es hoy en día casi sinónimo de deterioro espiritual, nuestra naturaleza cognoscitiva y lingüística se siente especialmente concernida. Es cuando menos una gran promesa el pensar que, en circunstancia tan atroz, la emergencia de nuevas neuronas y nuevas sinapsis quizás logre salvar la memoria, el silogismo y la acuidad de la palabra.

E. Goldberg evoca el caso de unas religiosas de Minnesota de la Orden de Notre Dame, dedicadas a tareas pedagógicas:

"El estilo de vida de estas monjas era notable por su riqueza y estimulación mental. Las monjas son notables también por su longevidad y por su vigor mental en la vejez. Daba la impresión de que se libraran de la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, cuando se examinó el cerebro de algunas de las monjas tras su muerte, se encontraron las marañas y placas características de la enfermedad de Alzheimer. Las monjas habían logrado preservar sus facultades mentales pese a poseer en el cerebro las señales neuropatológicas inequívocas de la enfermedad de Alzheimer, ¿cómo es esto posible? La explicación más lógica es que la neuroprotección conferida por toda una vida de actividad mental (nuevas neuronas y nuevas conexiones entre ellas) bastaba para compensar los efectos de una afección cerebral que de otro modo hubiera conducido a la demencia, y permitía que las monjas conservaran la claridad mental a pesar de presentar las marcas biológicas de la enfermedad" ( Idem, pág. 293.)

Pero la capacidad del cerebro humano para mantener la vida del espíritu en situaciones de indigencia no se traduce tan sólo en renovación celular, sino también en adaptación de sus partes a funciones para las que no estaban previstas. Sin duda, como señala Damasio, /upload/fotos/blogs_entradas/el_error_de_descartes_med.jpgla complejidad de las conexiones neuronales no debe servir de coartada para no establecer una carta de las mismas; pues de hecho las neuronas se conectan tan sólo en paquetes relativamente pequeños en relación al monto global, lo cual explica la especialización del cerebro: "por término medio, cada neurona forma unas 1000 sinapsis, aunque algunas pueden tener hasta 5000 o 6000. Este número puede parecer elevado, pero cuando consideramos que existen más de 10.000 millones de neuronas y más de 10 billones de sinapsis, nos damos cuenta de que cada neurona está conectada de forma más que modesta (...) La especialización del cerebro es una consecuencia del lugar que ocupan los conjuntos de neuronas laxamente conectadas dentro de un sistema a gran escala" (Damasio: El error de Descartes, ed. española pág.51.)

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10 de noviembre de 2008
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Libros gratuitos

Son libros en inglés, sí, pero son gratuitos de verdad. La casa editorial Thomas Nelson (editorial católica aunque no publica sólo libros sobre religión), nacida en siglo XVIII, ha encontrado una solución para prescindir de las reseñas de los críticos profesionales. Su director, Michael Hyatt, se compromete a mandar un libro gratuito a las personas que publiquen una crítica de no menos 200 palabras en un blog personal y en un sitio comercial tipo Amazon.com. (No conozco a Michael Hyatt, pero leo su blog, que es estimulante pues sabe de literatura y de cómo funciona Internet.)

/upload/fotos/blogs_entradas/through_the_storm_2_med.jpgYa, en el sitio de Thomas Nelson, existe el blog de los blogueros que actúan como críticos/promotores. Me leí todo, o casi todo sobre un libro titulado Through the storm (A través de la tormenta) y me sorprenden varias cosas: calidad de la escritura, honestidad de los blogueros que hacen el trabajo de verdad, eficiencia del sistema. Hay también comentarios negativos lo que es una sorpresa.

Claro que el modelo es sumamente inteligente: así se va a mejorar de manera muy eficiente la referencia del libro en Google. Claro que una reseña de un periodista no vale nada frente a un flujo de blogueros que apunta hacia un mismo contenido. Vale la pena seguir la experiencia, puede ser la máquina más eficiente para promover a un libro.

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10 de noviembre de 2008
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Sarah Palin: madre coraje

Resulta que Sarah Palin no sabía que África es un continente, que el TLC está formado por México, EEUU y Canadá y otras cosillas por el estilo, ¡ah! y tragarse la broma del humorista que se hizo pasar por Sarkozy. Pero lo que más ha dolido, donde la han pillado, ha sido en el apartado "ropa vicepresidenciable". En este punto se ha caído con todo el equipo, nunca mejor dicho. Se la acusa de gastarse un dineral en vestirse ella y toda la familia con marcas carísimas a costa del Partido Republicano. O sea que mientras McCain estaba dándolo todo en la campaña, la Palin estaba cogiendo lo que podía para gastárselo en la Quinta Avenida. Más o menos este es el mensaje.

Ha sido la frivolidad, el derroche de nueva rica, lo que la ha tumbado del pedestal. Ha pasado, de ser una madre coraje con un hijo con síndrome de down y una hija de diecisiete años embarazada, de ser una mujer que no pierde la sonrisa ante las adversidades, de ser una mujer de porte elegante, ha pasado a ser... (mañana más) 

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10 de noviembre de 2008
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La muerte que ríe

Museos de la ciencia, del traje, del ferrocarril, del libro, de la basura, de la cafetería, la tipografía, el armario, la industria, el juguete o el armamento. Museos de cualquier especie y concepto, museos multiplicándose sin tregua, por epidemia, a través de los pueblos, las ciudades, las autonomías, las aldeas, como nunca antes se habría podido imaginar.

El museo es el soporte de la máxima arquitectura emblemática, la estampa suprema de la nueva urbe y su prestigio visual. Nada más significativo en la postal y nada más significativo, a la vez, de esta época crítica sin muerte.

Frente a las indefinidas construcciones destinadas a espacios para inventar, concretadas en naves sin apenas vistosidad (MIT y ciertos emuladores aparte) la vistosa edificación para conservar. Frente a la desaparición de la muerte en las secuencias de la vida cotidiana, la ocultación de la Historia bajo el proyecto divertido del museo.

El miedo al final, en uno y otro caso, se recicla gracias al bucle del entretenimiento en los tiempos del capitalismo de ficción. Muerte sin tragedia, historia sin dramas. La vida y la visita, la visita o la vida coinciden en el seno del turismo. El museo abolido como dura representación del pasado y derivado jovialmente en representación. La función teatral sin misión añadida, la función sin función ni defunción. Como también, ahora, inevitablemente los medios de comunicación no extraen de la crisis su pestilencia de muerte sino tan sólo la inodora sensación, el sensacionalismo de una gran explosión espectacular, la formidable réplica que sigue a la formidable orgía anterior como voces de igual noción: el espectáculo ruidoso o el clamor que conjura el silencio de la muerte, la desfachatez de la fachada museística que anula su contenido, el descaro de las primeras páginas de los periódicos que acallan la metralla humana y promueven por ediciones equivalentes la intercambiabilidad entre el hoy el ayer, el bien y el mal. Espacios sin apenas cesura del presente continuo. El presente sin más. La muerte inodora y divertida, desviada de su abismo y encaprichada con en el carrusel, en el jovial recreo de la circularidad.

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10 de noviembre de 2008
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Amarrado al duro banco (Góngora)

Alguno de mis amigos es todavía comunista. Cuando Bush empezó a nacionalizar bancos, estaba eufórico. ¡Por fin triunfaban las tesis socialistas! ¡El Estado estaba humillando al mercado! ¡Era el comienzo del fin del capitalismo! En realidad, uno diría que parece todo lo contrario: la demostración de que en el mundo de los privilegiados los organismos financieros son todopoderosos y en el de los desfavorecidos gerencian la carnicería. El grupo de banqueros de Wall Street sólo tuvo que descolgar el teléfono y dictarle a Bush lo que tenía que hacer: "Querido, que nos nacionalices un ratito". Colgaron y se fueron al hotel más caro de los EE UU para celebrarlo. Está documentado.

/upload/fotos/blogs_entradas/zapatero_anuncia_nuevas_medidas_para_ayudar_a_las_familias_hipotecadas_y_reactivar_el_empleo_med.jpgCada día que pasa, Rodríguez Zapatero lanza una sarta de medidas, dice, para ayudar a los más pobres. Por fortuna hay analistas que no se dejan llevar al huerto. Si ustedes leen el blog de García Montalvo (y si no lo hacen, allá ustedes), sabrán lo que se esconde detrás de cada benéfica medida. Copio el comienzo del 3 de noviembre, cuando la prensa subvencionada cantaba el progresismo de las últimas novedades:

"Tengo que reconocer que las medidas anunciadas hoy son una jugada maestra. Inicialmente pensé que simplemente eran medidas para evitar que los desempleados perdieran sus viviendas. Pero cuanto más lo pienso más creo que ese no es el objetivo último. Me da la impresión de que se trata de una forma increíblemente imaginativa de mantener bajo el coste de la financiación de los bancos y cajas de ahorros."

Viene luego el razonamiento de este raro catedrático de economía que al parecer no ambiciona la Creu de Sant Jordi o una poltrona en la capital. Y la conclusión es simplísima: el gobierno de Zapatero no está ayudando a los pobres, sino obedeciendo a la banca. De hecho, las medidas adoptadas habrán sido calculadas por los gabinetes técnicos de algún banco, esos servicios de donde han salido casi todos los ministros socialistas de cierta entidad. Supongo yo que sólo por esa razón el PP los bendice. Al fin y al cabo tienen el mismo dueño.

Artículo publicado en: El Periódico, 8 de noviembre de 2008.

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10 de noviembre de 2008
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Dios no es mujer, ni negro, ni Obama

Hace tiempo que Dios es norteamericano, blanco, cínico, materialista, buscador de oro, o de petróleo. Un blanco que usa armas, invade y mata. Un Dios crecido en una tierra que ha pasado de ser "de soñadores homicidas, a nación de soñadores asesinos". Según esa lógica bárbara, iletrada, fanática y en el poder, "el verdadero norteamericano es un asesino". Así lo señala el escritor de Massachusetts, blanco e hijo de proletario, Russell Banks. /upload/fotos/blogs_entradas/soando_amrica_med.jpgSu libro sobre la realidad y el imaginario de su tierra, Soñando América, es la historia de un ciudadano de Estados Unidos que no quiere que las enormes mentiras, que los ideales en nombre del cristianismo, el capitalismo o la civilización, sea una excusa para justificar conquistas, explotaciones y negocios con la fuerza de las armas.

Ser negro es una metáfora. Hay millones de negros de cualquier color, cualquier raza, cualquier condición. Llamar sueño a la justificación de la violencia ha sido una pesadilla que la mayoría de los negros del mundo -descontados los colaboradores/as de Bush, dictadores de países de la negritud, sus esbirros de uniforme, los nostálgicos de Liberia o los fanáticos de no importa qué color- desean que sea una mentira que acabe con la llegada al poder de un negro llamado Obama. La nueva fe de los negros de América, de los negros del mundo, de los blancos que tenemos el alma negra, que dudamos de los almarios, de las almas, sin dejar de creer en el soul. Estados Unidos es una tierra mestiza, siempre lo fue, que para su crecimiento como nación necesitó de los negros, aquellos africanos secuestrados de sus países, alejados de sus dioses, de su vida, de su paisaje, que contribuyeron al nacimiento de una nación. Americanos que son muchos más de los que trabajan en el cine, hacen jazz, ganan olimpiadas, meten canastas, mueren en las guerras o son mitos eróticos.

Los negros, y sus compañeros, pobres blancos, hispanos, orientales o de cualquier lugar, que trabajaron las cadenas de montaje, en los campos, las carreteras, los muelles, las minas, entre jardines o basuras, ellos fueron los verdaderos artífices del cambio, la riqueza, el poder y la realidad de la sociedad norteamericana. No tenían el sueño egoísta, corrupto y secuestrado de esa parte de una nación capaz de confundir los músculos con la inteligencia y aun así llegar a ser gobernador, presidente, Dios o el diablo.

El mundo según Obama me pilla en Tenerife, en Guía de Isora, entre películas y realidades que, desde este sur, maravilloso refugio de blancos y ricos, desde hace veinte años sabe de la llegada de negros que vienen como pueden, que huyen, que mueren por salir de su mundo. Quieren llegar al sueño en una patera. Buscan un lugar entre nosotros para soñar que algún día también podrán ser Obama.

Artículo publicado en: El País, 9 de noviembre de 2008.

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10 de noviembre de 2008
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Crónicas Ibéricas

Tras los pasos de George Borrow,

vendedor de biblias en el siglo XIX

David Fernández de Castro

Altaïr

Sabía con toda certeza que de un día a otro, qué vida esta, acabaría apareciendo sobre mi mesa de trabajo el libro en el que mi hijo David ha estado trabajando durante los cuatro últimos años. /upload/fotos/blogs_entradas/cronicasibericas_med.jpgA lo largo de ese tiempo han ido apareciendo periódicamente sobre mi mesa unos manuscritos cada vez más trabajados y maduros. Y hasta me he visto implicado en alguno de ellos, probablemente con mejor voluntad que acierto.

Ahora que puedo ver, tocar y oler el resultado de tan enorme empeño, no puedo por menos que recordar la vez que vi a Henry Moore hablar de su forma de esculpir una de sus obras. Y digo que le vi hablar porque se valía del rostro y el cuerpo entero para subrayar aquello que él, un hijo de minero, creía no estar expresando bien con la palabra. Hasta que dando una gran voz que atrajo la atención de todos los que estaban el hall del hotel del West End donde me había citado para la entrevista, me hizo un gesto de espera con aquellas manazas suyas como de descargador de muelle y subió a su habitación. Al volver traía consigo una vieja carpeta llena a reventar de bocetos, apuntes tomados en servilletas de pub, recortes de revistas y otros tesoros por el estilo. Y unas horrorosas fotografías en blanco y negro. Las había hecho su mujer porque también a ella le llamaba la atención cómo se desarrollaba un proceso de creación y había querido plasmarlo. En una se veía a Henry sentado en una silla y mirando atribulado un gigantesco pedrusco de mármol que casi ocupaba por entero el estudio. En la siguiente se veía a Henry, todavía más atribulado, mirando la piedra desde otro ángulo. En una posterior ya se había acercado y parecía estar arrancando con la uña una esquirla medio suelta. Y en las restantes se le veía atacar al pedrusco , primero armado de martillo y escoplo y luego valiéndose de las diferentes herramientas que sirven para picar, cortar, hendir o alisar la piedra.

"Lo importante es seguir las vetas que encuentres", decía señalando con aquel dedazo como de herrero una forma redondeada que surgía del mármol y que bien podría acabar siendo un hombro desnudo de mujer. El reto, decía, era encontrar un equilibrio entre las formas que él llevaba en la cabeza y las que iba encontrando en el mármol según perseguía hasta el final las vetas que iba poniendo al descubierto a martillazos.

Salvadas las obvias distancias, en el caso de un escritor que decide seguir los pasos de un tipo al que le dio por venir a España a vender biblias protestantes en plenas guerras carlistas (inglés tenía que ser), seguir una veta bien puede implicar subirse a un tren y luego empalmar con un autobús y luego con otro hasta llegar a Finisterre. Y a lo mejor el viaje ha merecido la pena porque allí hay un borroviano que se sabe hasta el último paso de Borrow en Galicia y te ofrece un tesoro. O bien acabas tomando el té en el palacio de los Medina-Sidonia en amable charla con la última descendiente de tan noble familia. Y que en vida fue tachada de roja para arriba, aunque probablemente se quedaría muy sorprendida de oírse llamar "veta".

Pero también llega el día en que, fatalmente, hace hora y media que esperas a un autobús y no pasa, y encima se pone a llover y se ha levantado un viento racheado que mete la lluvia incluso bajo un techado. Y ves pasar los coches y te sientes reflejado en las miradas de sus ocupantes que sólo ven, en esa tarde de perros, a un tipo refugiado bajo el techo y las mamparas de la parada de un autobús que ese día no ofrece servicio (algo que por allí sabe hasta el aldeano más garrulo), pero allí está el forastero, calándose como un tonto pese a tener el paraguas abierto. Y diciéndose a sí mismo, el tonto, qué se le habrá perdido a él en ese culo del mundo cuando encima la veta daba directamente contra un muro ciego.

Y de eso va el libro. O de eso van todos los libros. Y como decía el bueno de Henry mostrándome aquellas manos de uñas rotas y los dedos llenos de costurones y torcidos a fuerza de martillazos mal dirigidos, "te dejas las manos justamente para que no se note que te has dejado las manos y parezca que la escultura ya estaba en la piedra y tú sólo has tenido que retirar la ganga". Y es verdad. Lo que cuenta es el resultado y no el empeño. Y el resultado, por fin, ahí está. A disposición del que sienta curiosidad por saber de qué va eso de querer venderles biblias a los españoles en tiempos de guerra.

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10 de noviembre de 2008
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Obama, Roosevelt y el miedo

A modo de coda del texto de ayer, reproduzco la anécdota sobre Franklin Roosevelt que figura en la biografía escrita por H. W. Brands, Traitor to His Class, y que George Packer refirió en el New Yorker. Según parece, la misma noche de su triunfo sobre Hoover en 1932 -esto es, en lo más profundo de la Gran Depresión-, /upload/fotos/blogs_entradas/traitortohisclass_med.jpgRoosevelt habló con su hijo James y le dijo que hasta ese entonces sólo le había temido a una cosa: el fuego. ‘Esta noche -agregó- creo que le temo a algo más'.

James le preguntó a qué le temía, por supuesto.

‘Temo no tener la fortaleza necesaria para llevar adelante esta tarea', respondió Roosevelt. Luego de lo cual le confió que esa noche iba a rezar para pedirle fuerza a Dios. ‘Espero que tú también reces por mí, Jimmy...'

Nosotros rezamos por Obama.

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10 de noviembre de 2008
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