Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Plus ultra

Es una desgracia que el vocablo ultra haya caído tan bajo. En otros tiempos este prefijo era prometedor y daba gusto ponerlo delante de hermosas palabras como sonido, mar, tumba, sensible, violeta, rápido. Por no hablar de sus aplicaciones artísticas. La primera vanguardia del futurismo español fue el Ultraísmo, creado, de esto hace cien años, por Huidobro y Gerardo Diego, los hermanos Borges (Norah y Jorge Luis), Juan Larrea y Guillermo de Torre, en revistas preciosamente ilustradas y libros de versos que querían ir más allá. Las revistas duraron poco, pero sus artífices llegaron lejos.
 

Cuando surgió Vox me desconcerté. ¿Conocían estos políticos ultramontanos, de apellidos entre lo lapidario y lo edificatorio (sin licencia), la existencia de la banda inglesa Ultravox, célebre a mitad de los 70 y que yo seguí un poco en su fase glam rock liderada por John Foxx? Tenía que ser una coincidencia o un traspié musical, ya que algunas letras de Ultravox habrían despertado en el VoxUltra el odio o la censura.

Pero la palabra ultra es latina, y tiene historia: el escudo de España la lleva escrita en una de las dos columnas laterales. Usada como lema imperial, plus ultra abrió cauces y ensanchó el mundo, con sus luces y sombras. Ahora se dice mucho non plus ultra, una expresión, según el diccionario panhispánico de la RAE, inspirada por lo que Hércules dejó grabado en el estrecho de Gibraltar para indicar que allí acababa antiguamente el mundo conocido, sin existir por tanto un más allá. Lo hay.

En las sesiones de la investidura se oyeron agrios noes y anatemas; voces de pánico revestido de fanfarronada, voces a las que les conviene quedarse en la leyenda de Hércules y no explorar tierra ignota. Esa tierra tendrá seguramente zonas rocosas y alguna charca traidora, pero puede traer verdad y no mentira, diversidad y justicia. De ahí tanta iracundia en las Cortes hasta el final. No eran improperios de Semana Santa: eran ultrajes.

Leer más
profile avatar
10 de enero de 2020
Blogs de autor

Polución

He tenido la conciencia relativamente tranquila en la reciente Cumbre del Clima. Mientras me limitaba a seguirla por los medios, iba examinando posibles méritos propios y faltas, que enumero a grandes rasgos. No he fumado nunca ninguna substancia y odio los cigarrillos y sus sucedáneos, pese a que tres de mis más queridos maestros fueron tabaquistas. No conduzco y jamás tuve coche, aunque confieso que me saqué el permiso de conducir siendo joven, y lo renové, inmaculado, varias veces, con la misma fe con la que veía a mis desengañados amigos comunistas renovar su carnet del PC. Compro mis alimentos en el mercado y los meto cada vez en el mismo carrito con ruedas de mi propiedad; esto no solo por sostenibilidad sino por las lumbares. No suelo participar en barbacoas, ni aprecio su humareda: el síndrome de San Lorenzo mártir quizá. Pero no soy un santo. Friolero de nacimiento, necesito una estufa a mi lado casi siempre, y enciendo el gas ciudad cuando la primavera sale fresca. Economizo el agua (no cultivo plantas y me ducho), si bien la calefacción, siendo más bien nocturno y sedentario, la tengo hasta altas horas. Lo malo es que entro y salgo de aviones con frecuencia, y los prefiero al tren. El dióxido de carbono, ya sé. En mi defensa de la aviación comercial puedo esgrimir, además de la rapidez, el hecho incontestable de que hoy por hoy el avión es el único espacio público donde no se puede hablar por móvil, y eso es mucho. ¿O es que la agresión acústica no se va a tener en cuenta a la hora del juicio final climático?

Las compañías aéreas no ayudan, sin embargo. Derrochan queroseno y nos reducen el sitio donde poner las piernas. ¿Ahorro o lucro? Salvemos el planeta, desde luego, pero no al coste de convertir a viajeros y empleados en rehenes de una explotación que clama al cielo mientras hiere la tierra.

Leer más
profile avatar
8 de enero de 2020
Blogs de autor

Mal tiempo

Contra la rabia, el odio, etc., quizás el estilo de Handke sea lo más parecido a nuestro tiempo cuando es bueno: un airecillo que apenas se mueve entre los don nadie
 

El azar ha querido que la columna anterior coincidiera con la Nochevieja y la anterior a la anterior con la Nochebuena. Este martes de hoy no sé cómo calificar la noche que nos aguarda, si buena, mala, vieja o difunta. En todo caso, será difícil dormir, como presagiaba el señor Sánchez.

El oficio de columnista se ha puesto muy duro. Cuando los tiempos son bonancibles y hay un mínimo acuerdo entre las gentes para dedicarse cada cual a lo suyo y dejar los negocios del Estado en manos de quienes sepan, las columnas pueden entonces hablar del parchís, de la sopa de pistones, los suicidios rituales y las sinfonías de Schumann. Pero cuando no hay consenso ninguno y todo lo domina la rabia, la venganza, el odio, la desesperación y el desprecio, no hay modo de escribir algo que haga más llevadera la lectura del diario. Y a eso hemos llegado. De quién sea la culpa es algo en lo que no conviene entrar porque lo cierto es que la culpa es de los votantes, pero no se puede decir.

Así que les voy a hablar de una novela de Peter Handke que se llama La ladrona de fruta (Alianza) en la que no sucede nada, no hay argumento, tampoco hay personajes y los que hay no tienen contenido ninguno. La novela transcurre a lo largo de unos días y el verdadero protagonista es el paso del tiempo, su tranquilo sucederse, el flujo de trivialidades que constituye la parte buena de nuestras vidas. El estilo de Handke, tan fluido, sin construir y sin apenas más juego que las palabras mismas, se asemeja al tiempo de los personajes de la novela, un airecillo que transcurre y atraviesa a unos don nadie. Contra la rabia, el odio, etcétera, quizás sea lo más parecido a nuestro tiempo cuando es bueno: un airecillo que apenas se mueve entre los don nadie. A lo mejor por eso le dieron el Nobel.

Leer más
profile avatar
7 de enero de 2020
Blogs de autor

Las fotos que sopla la brisa

Las fotografías suspendidas de hilos que penden del techo, se mueven levemente como las hojas de un árbol sopladas por la brisa. Son fotos con una foto. Madres solas a veces, una abuela, un matrimonio, el matrimonio y los hijos, sostienen con amoroso cuidado la fotografía de su deudo asesinado, adolescentes y muchachos que cayeron bajo las balas a partir del mes de abril del año funesto de 2018 y cuya memoria este museo único busca mantener viva.

Un total de 212 víctimas de la represión despiadada, sólo entre abril y junio, según el listado de la Comisión Interamericana de Derecho Humanos de la OEA, cifra que en octubre se habría elevado a 514, de acuerdo a la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos.

El Museo de la Memoria contra la Impunidad fue organizado por la Asociación de Madres de Abril (AMA), bajo el lema Ama y no Olvida, y abrió sus puertas en septiembre del año pasado, por un mes, en el recinto del Instituto de Historia de la Universidad Centroamericana en Managua. Ahora puede recorrerse en la red. Allí pueden verse los videos donde cada una de estas madres habla de la vida tan corta de sus hijos, y de la atrocidad de sus muertes.

El día que fui a visitarlo, me acompañó como guía doña Guillermina Zapata, la madre de Francisco Javier Reyes Zapata, de 34 años de edad, contador y comerciante ambulante de ropa. Su padre era entonces policía de línea. Francisco Javier fue alcanzado en la cabeza por el disparo de un francotirador armado con un fusil de mira telescópica, en las inmediaciones de la Universidad Nacional de Ingeniería, el 30 de mayo, día de la Madre, al final de una multitudinaria manifestación que había recorrido las calles de Managua.

Me cuenta la historia de su hijo. Me habla de aquel día en que lo mataron, cuando ella misma participaba también en la manifestación, de cómo empezó a sonar la balacera, de su incertidumbre porque el muchacho no respondía las llamadas a su celular, hasta que le avisaron que lo habían llevado herido de muerte al hospital Bautista donde por fin lo encontró.

Pero las historias de los demás asesinados también son suyas porque aquí se trata de mostrar el dolor compartido por esta comunidad de mujeres que custodian el recuerdo de sus hijos; y en el museo están no sólo sus fotos. Cada familia ha traído alguna pertenencia suya, algo que hubiera estado cerca de sus vidas.

 

Un par de zapatos deportivos, sudaderas, un diploma de bachillerato, mochilas escolares, trofeos de competencias deportivas, medallas ganadas en el colegio, una camiseta del Barsa, una guitarra, uno al que le gustaba bailar danzas folclóricas y allí está su sombrero y su traje, un par de anteojos en el estuche abierto, una pelota de futbol llena de firmas, una patineta.

Sobre un muro de adoquines que recuerda las barricadas que se alzaron entonces, un ejemplar empastado en tapa dura de Los Miserables, que Franco Valdivia, asesinado el 20 de abril en el parque central de Estelí, ya no pudo terminar de leer. La sotana de monaguillo de Sandor Dolmus, asesinado el 14 de junio en León, cuando apenas llegaba a los 15 años.

Es la misma sotana que luce en la fotografía enmarcada en dorado que sostiene su madre Ivania del Socorro Dolmus, solo que encima de la sotana rojo escarlata tiene puesta el alba y sus ornamentos completos de monaguillo de la catedral de León. Y es la misma que llevaba en el ataúd Y es la misma que llevaba en el ataúd, la seda del forro del envés de la tapa plisada en forma de abanico, donde parece un cardenal primado, a menos que uno se acerque, como la hace la cámara, y advierta que se trata de un niño que entraba apenas en la adolescencia.

Doña Ivania, su madre, morena como Sandor, no tendrá más de 35 años. Trabaja como empleada doméstica. Quizás no alcanzaba los 20 cuando tuvo al hijo monaguillo que luego querría ser sacerdote. Su único hijo. Su vestido color fucsia lleva un tenue estampado floral en el pecho, y luce un collar de cuentas oscuras del que pende lo que puede ser un escapulario. Su mirada, dirigida al ojo de la cámara, y por tanto a nosotros, es firme y serena:

"Cuando le dispararon él estaba en una barricada con mi sobrino, de aquí de esta casa como a tres cuadras para abajo. Siempre que salía me decía muy serio: si no vuelvo es que me fui con la patria...entonces vieron que venían los paramilitares. Fue llevado al hospital...el doctor sale diciéndome que él había fallecido, que la bala le tocó el pulmón, le tocó el corazón...una madre puede quedarse ronca de tanto gritar exigiendo justicia aunque con eso ya sé que no me lo van a revivir..."

Esta mujer, ronca de tanto gritar, como las otras, ama y no olvida.

 

Leer más
profile avatar
6 de enero de 2020
Blogs de autor

Somos reflejos de nuestras pantallas: Siete hechos relevantes de la década que se fue

La prestigiosa revista cultural EÑE de Clarín me pidió un balance de esta década. Para mí la cultura es cómo vivimos, cómo nos vemos y lo que hacemos con los otros y con nuestros recursos, además del debate que generan los productos literarios, musicales, audiovisuales, el arte en general. Me salió esta lista ecléctica, con eje en Argentina, que es el público del diario. Para discutir, compartir y disentir, espero.

1.     1. En cultura, en política, en economía, en la sociedad y en lo más íntimo de las identidades: Internet y la primacía de las redes sociales lo cambiaron todo en esta década. Es difícil acordarse cómo era el mundo antes de Google, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube. Las relaciones sociales y las costumbres cambiaron radicalmente. Somos reflejo de nuestras pantallas.

 2.      Desapareció la industria de la música grabada, y esto tiene un profundo impacto en qué se escucha, qué se produce, qué y cómo se relacionan y se relacionarán las nuevas generaciones con uno de los fenómenos que constituyeron el fermento emocional de la sociedad de masas durante todo el siglo XX. La música consiste hoy en nichos autorreferenciales. Los playlist de Spotify son hoy los autorretratos más precisos de una generación para la cual la música es mucho más una búsqueda íntima que una fiesta colectiva.

 3.      En todo Occidente, las historias que el gran público lee, mira y escucha tienen que ver con una búsqueda de la identificación, de una cierta medida de realidad, de autenticidad. La autoficción imperante y el realismo (impuesto por el mercado, no por la revolución socialista) transforman las historias más difundidas en espejos de cada lector, no en escapes a mundos imaginarios. En este terreno en América Latina el auge de la crónica y los libros de no ficción son parte de este fenómeno: la literatura de hechos reales como un “nuevo periodismo” a la sureña.

 4.      El triunfo de las mentiras que una gran masa asustada quiere escuchar y creer. No existen las fake news, las falsas noticias: si son falsas, no son noticias. Mientras Internet permite escuchar otras voces, la mayoría se refugia en escuchar solo a los iracundos brujos de su propia tribu. Mientras se puede acceder a la profundidad, la mayoría elige la suprema superficialidad de las respuestas fáciles. Mientras se puede buscar la verdad con mucha más facilidad, los políticos como Donald Trump y Jair Bolsonaro, que triunfan desde las redes sociales,apelan a instintos primarios y bajos. Las redes sociales influyen decisivamente en las elecciones, y los magos del Big Data controlan los grandes flujos en las redes. ¿Qué sucederá en la nueva década? La política ha cambiado para siempre.

 5.      El crecimiento desbocado de China. Por primera vez desde hace cien años Estados Unidos tiene un contendiente que lo desafía en poder económico además de militar y político. China muestra otra forma de hacer política, combinando libertad económica con autoritarismo político. China prueba que capitalismo y democracia no necesariamente van de la mano. Y su influjo en el mercado de bienes de consumo y de materias primas cambia por completo las relaciones internacionales.

 6.      En América Latina, la década comenzó con gobiernos “bolivarianos” distributivos, y termina con un predominio de un retraimiento del gasto público y la vuelta de la ideología neoliberal en casi todo el continente. Un cambio a la vez político y cultural: la ciudadanía, mejor formada y exigente, cree más en las reglas de la democracia, la división de poderes y la alternancia, que muchos de los mismos gobernantes.  

 7.      En Argentina, mientras se acrecentaba la decadencia económica y social, el país político finalmente aprendía una civilizada alternancia sin violencia, que no es poco, y en cultural surgen nuevas voces: sobre todo, de jóvenes novelistas y cuentistas y directoras de cine y compositoras mujeres. La década de las mujeres, que en Argentina tuvo un centro mundial con el movimiento contra el femicidio y a favor del aborto legal, en el terreno de la cultura se vio reflejado con una generación de grandes creadoras.

Leer más
profile avatar
2 de enero de 2020
Blogs de autor

Mala mejora

No hay que hacer propósitos de año nuevo, sobre todo si son para progresar
 

Si el martes pasado pude desearles una honesta Nochebuena, este martes me toca anunciarles un año nuevo que nos va a permitir dormir entre nubes doradas con una condición: no hagan buenos propósitos o proyectos formidables; con seguir como estamos, ya será suficiente.

El tiempo cambia a velocidad de vértigo. En mi tren, un Alvia que me llevaba a Oviedo con media hora de retraso y los lavabos cerrados por suciedad, la película se cortaba de tal modo que estaba uno feliz de no verla. Me puse a leer otro Simenon de los años treinta. Era una novela normanda de cielos plomizos, lluvia agobiante, interiores gélidos, en fin, un clásico. La intriga era compleja porque el asesino tenía un doble exacto: su hermano gemelo, igualmente criminal. En el siglo pasado no cabía emplear el móvil, Internet, televisores, comunicaciones instantáneas con todo el globo o recibir resultados de ADN y demás artilugios que hacen hoy la pesquisa policial un asunto de laboratorio. En la novela de Simenon el policía tenía que perseguir al criminal por Bélgica, Alemania y Francia pegado a sus talones, esperar cientos de horas empapándose de lluvia fina y conseguir pruebas casi por milagro. El tiempo fluía con lentitud reflexiva.

Al llegar a Oviedo me fui al Museo de Bellas Artes porque Simenon me había traído a la memoria un beruete con el arrabal de Toledo pintado en 1901. A nadie le habían interesado esos yermos descampados hasta que los pintó Beruete. Un asombro. Había inventado el arrabal urbano, como Baroja y sin Internet.

No hay que hacer propósitos de año nuevo, sobre todo si son para progresar. Abominen del progreso. Bastará con que lo que hay sirva para algo y que tanto nosotros como los trenes tengamos las instalaciones en buen estado.

 

Leer más
profile avatar
31 de diciembre de 2019
Blogs de autor

Orfeo y Eurídice en el Colón: El triunfo de lo mudo, lo invisible y lo libre

Lo mejor de la nueva puesta en escena de genial ópera de Gluck Orfeo y Eurídice en el Teatro Colón de Buenos Aires es lo que no se ve. Lo segundo mejor es lo que no se escucha.

Primero triunfó lo invisible: desde el foso orquestal, donde se apiñaban tanto la orquesta estable como su coro, pude escuchar el mejor sonido barroco, preciso, seco y vibrante, que recuerde en el Colón este siglo. Los violines sonaban en ocasiones algo ácidos y picosos, pero el ritmo punzante de las cuerdas, la finura de las maderas y la belleza aterciopelada de las voces del coro fueron una agradable sorpresa que subía desde el abismo. Gran parte del mérito es del joven maestro español Manuel Coves, un director habitual de ballet, de quien se notó una mano especial para los números de danza.

Después, brilló el arte mudo: el director de escena Carlos Trunsky es antes que nada un bailarín (durante 25 años miembro del cuerpo de baile del Colón) y galardonado coreógrafo. Su propuesta de Orfeo es un ballet con voces. Once bailarines atléticos total o parcialmente desnudos y una sola musa danzante, (la impactante Teresa Marcaida en el papel de Perséfone) fueron los encargados de contar con movimientos delicados o bruscos la historia dramática que los cuerpos de los cantantes, atrapados en su inmovilidad, le escatimaban al público. Los constantes números danzantes, los coros pungentes y las arias lamentosas eran pasto para las energéticas danzas colectivas creadas por el coreógrafo.

En los mejores momentos, los hombres en cueros parecían un banco de peces tropicales en excitado frenesí. En las manos de Trunsky, los tres únicos personajes, el contratenor Orfeo (Daniel Taylor), la soprano lírica Eurídice (Marisú Pavón) y la soprano ligera Amore (Ellen McAteer) permanecían tan estáticos como en una de las puestas en escena de Robert Wilson. Orfeo, especialmente, era como un testigo doliente de su propia tragedia.

Al contemplar a Taylor, vestido de burócrata de los ochenta y adornado con una perenne cara de limón agrio, era difícil imaginar que estuviera tan enamorado de su Eurídice como para seguirla hasta el Averno, y mucho menos adivinar qué había visto ella en este muermo. Su voz tiene una alta calidad y precisión, pero hasta bien entrado el segundo acto, con la famosa aria Che farò senza Euridice, no causó impresión alguna con su emisión limitada y pequeño volumen, poco apto para una sala inmensa como el Colón. En la más bella melodía de la obra aportó algo, sólo algo, de fuerza y emoción.

A su lado, Marisú Pavón puso algo más de carne en el asador, con una voz carnosa y dulce que llenó el teatro, pero la dirección de escena le jugó en contra: cada vez que cantaba, los once efebos semidesnudos la rodeaban como tratando de quitarla de la vista de su amado. Ellen McAteer, como Amore (un Cupido femenino que une a los amantes) prestó su pícara soltura y su punzante tono ligero para que el amor venza.

Pero al final el amor no venció, y esta fue la decisión más atrevida del regisseur en esta típica historia de una relación que vence todas las adversidades: en el último minuto, salvada de la muerte pero más sabia, más independiente y cansada de su novio pusilánime, Eurídice deja a su Ofreo y escala la montaña de corcho en busca de la libertad, junto con los bellos bailarines, en los que el director había concentrado el afán amoroso de la obra. Una Eurídice divorciada y libre, acorde con los tiempos que vuelan.

Una versión en inglés de la crítica de esta obra, presentada en noviembre en el Teatro Colón, sale en el número de este mes de la revista Opera News.

Leer más
profile avatar
27 de diciembre de 2019
Blogs de autor

La novela de Jack Torrance

Creo que la historia del cine no registra un caso similar al que podríamos llamar el fenómeno Kubrick. Dicha historia cuenta con directores más categóricamente grandes, autores de películas de un mayor arrastre popular, más añorados, menos furiosamente denostados, pero ninguno tan propicio a generar leyendas, a servir de inspiración desde el más allá y, en suma, a formar secta; en España, y lo he podido comprobar en los últimos nueve meses, gente de mi edad pero también multitud de jóvenes, no pocos de ellos nacidos después de la muerte de Kubrick, le veneran, se saben de memoria parlamentos y escenas de obras suyas, y caen en arrobo solo de ver a alguien que en su día vio de cerca al Maestro.
 

La cofradía de Kubrick tiene, además de la imagen fundacional del santo, tres pasos principales de su filmografía, 2001, una odisea del espacio, La naranja mecánica y El resplandor, por encima de otros films que fueron hitos en términos más estrictamente cinematográficos, como Atraco perfecto o Barry Lindon, literarios, como Lolita (que ha envejecido extraordinariamente bien en la barrica donde se conserva el celuloide antiguo), y en función de su enigma y su carácter póstumo, Eyes Wide Shut. Aquí vamos a hablar de El resplandor, que, además de interpretaciones esotéricas y burdos chismorreos difundidos en la Red, ha originado no un remake sino una segunda parte, también precocinada en un libro por Stephen King. La nueva película, Doctor Sueño (Doctor Sleep), dirigida y co-escrita por Mike Flanagan, tiene la ventaja de poder usar algunos fotogramas originales del film de Kubrick, producido como ésta por Warner Bros, pero también la desventaja de las comparaciones desfavorables, pues al remedar en los primeros minutos secuencias de The Shining, los actores de hoy que encarnan a personajes centrales como el cocinero Halloran, el niño Danny o la madre, Wendy, carecen de carisma y ni siquiera dan el pego del parecido. Peor aún es lo que viene después y constituye la trama central del guión de Flanagan y Akiva Goldsman: el encuentro de Danny Torrance (convertido en un toxicómano de mediana edad) y la niña Abra, dotada igualmente de la capacidad visionaria del resplandor, con una banda de pirados de brocha gorda que les persigue para eliminarlos y apoderarse malignamente del don que Danny y Abra poseen. Siguen numerosos efectos especiales de ojos desorbitados, levitaciones, humos sulfurosos y sangre a granel, derramada principalmente por la jefa de los muertos vivientes, Rose the Hat.

Doctor Sueño se redime un poco en la media hora final de su larguísimo metraje de 151 minutos, de nuevo gracias a la Warner y al beneficio de contar Mike Flanagan sin problemas de copyright con los materiales del film de Kubrick; cuando el adulto Danny y la encantadora Abra regresan al Hotel Overlook y lo recorren en toda su extensión, se da pie a mímesis muy fulgurantes de los momentos cruciales del film de 1980. Y aunque hay un cierto amontonamiento de souvenirs macabros (las temibles mellizas, las desbordadas olas del ascensor, los huéspedes descuartizados), el espectáculo de la ruina no deja de estremecer: el salón de la máquina de escribir, el hacha, los laberintos desmochados, la moqueta sanguinolenta de los pasillos, vuelven a ser los componentes de un lugar donde la pesadilla invade la realidad o la sustituye.

Para completar el exorcismo de la pobre secuela de Flanagan, me di el gusto de volver a ver El resplandor dos días después del estreno español de Doctor Sueño. La película de Kubrick nunca agota sus posibilidades hermenéuticas; Eugenio Trías, cautivado por esa obra maestra sobre la que proyectaba escribir un libro entero que su temprana muerte le impidió hacer, pudo sin embargo glosarla por escrito en más de una ocasión, definiéndola como "un combate a muerte entre la comunidad que "resplandece" y la sociedad de fantasmas", formulación elegante de lo que Flanagan trata de desarrollar en su fallido intento. En mi propio Shining revisited de hace pocas semanas, sabidos ya los giros más escalofriantes de una película que he visto infinidad de veces y en distintos soportes, me concentré en una particularidad que, siendo fundamental, nunca había recapacitado lo suficiente: el libro no escrito por Torrance en su encierro psicótico del hotel, o lo que es casi lo mismo, la consideración del personaje interpretado por Nicholson no como paranoico criminal sino como artista abrumado por lo que Harold Bloom llamó, a lo largo de muchas páginas y varias publicaciones escalonadas en el tiempo, "la angustia de las influencias". Una vez afirmado esto surge de modo espontáneo la pregunta asociada: ¿es realmente escritor ese Torrance guardián ocasional, o se trata de un maestro de escuela con aspiraciones de novelista incipiente, hasta ahora fracasadas, que solo en un espacio embrujado por antiguas leyendas encuentra, vicariamente, la inspiración? Es muy significativo a ese respecto que en una de las discusiones más agrias del matrimonio, cuando Wendy habla de abandonar el hotel para proteger al niño, Jack la acuse de querer "joderle la vida" impidiéndole el logro de algo importante con su escritura en aislamiento y forzándole a regresar a la ciudad, en vez de "como un señor", para trabajar, sin otro remedio, de albañil o limpiacoches.

Cuando Bloom, en uno de los dictámenes más esclarecedores de su seminal The Anxiety of Influence (1973), sostiene que una buena parte de la literatura nace de la melancolía del escritor ante su falta de prioridad, casi parece anticipar la imagen de Jack Torrance como novelista extraviado en la casa de los muertos, asunto que el profesor norteamericano desarrolla con gran agudeza en el capítulo seis del citado libro, que lleva el título de Apofrades, palabra, aclara él mismo, con la que los atenienses designaban los días aciagos en que los fallecidos volvían a ocupar las casas que habitaron en vida. Temas tan bloomianos como el "cansancio de llegar tarde", la soledad imaginativa o el influjo de los predecesores se interpolan en mi reciente re-lectura de El resplandor, en la que tampoco querría descartar el asomo de las filiaciones. ¿Pues no hay en el film de Kubrick una rivalidad larvada pero constante entre el padre y el hijo, guiado este por la voz y los poderes de su amiguito imaginario Tony, que apareció dentro de él cuando llevaron a Danny al jardín de infancia y su padre le lesionó gravemente en un día de borrachera? Más que el combate edípico, tocado al bies, lo que sobrevuela la película es el fantasma de la precedencia. ¿Está creando el hijo su propia fantasía del hotel con más brillo y menos peligro que su padre, y antes que él? ¿O acaso ambos no pueden subsistir bajo el mismo techo de la ficción, obligado Jack a sacrificar al hijo desafiante y huidizo que ha adoptado la paternidad simbólica de un viejo cocinero que le entiende porque ve lo mismo que el niño? El chef negro se lo revela a Danny, nada más llegar, y a espaldas de sus padres: también los lugares tienen resplandor, y en ellos cuando algo sucede "quedan huellas", como un olor a quemado que sólo advierten los seres favorecidos con ese don. Mientras Wendy intenta vivir a ras de suelo la realidad del lugar, el espíritu maléfico del pasado que Danny ve desde el primer momento va impregnando a Jack.

Pero la novela de Torrance se consuma finalmente, lejos de su mesa de trabajo y más allá del juego caligramático de teclear histéricamente una frase paremiológica hasta el infinito. La novela de Torrance, en la que su hijo vidente y su mujer sensata no desean salir de personajes, repite una tragedia de tintes góticos ocurrida en el hotel pocos años antes, en 1970, aunque la música que suena más de una vez y cierra la banda sonora nos retrotrae a los felices años 20. Allí, en la fiesta de gala del 4 de julio de 1921, arrancó una peripecia que tiene ya protagonista, con los rasgos (fotografiados en la pared del salón de baile) de Jack Nicholson, quizá encarnando a un proto-Jack Torrance. El público sabe que lo que este recrea no es una copia de aquella peripecia: la familia del segundo asesino se salva. Lo que ignoramos nosotros, espectadores-lectores, es si el desenlace era el que estaba previsto. El autor muere antes de la última página.

Leer más
profile avatar
26 de diciembre de 2019
Blogs de autor

Stille Nacht

No sé qué es peor, si el silencio pío y culposo de los nórdicos, o la bulla de los españoles.
 

Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad, de modo que olvidemos de momento la sólida maceta de cactus que nos va a caer sobre el occipucio este próximo año. Aguantaremos. ¿En silencio o aullando?

Hoy debiera ser noche de paz y silencio, según rezan las canciones de los países luteranos. En el nuestro, por el contrario, en Nochebuena se le pide a la prójima eso de "saca la bota, María, que me voy a emborrachar". Ni en Navidad tiene nuestro país paz y silencio, aunque sí enjambres de borrachos gritando su desesperación goyesca. No sé qué es peor, si el silencio pío y culposo de los nórdicos, o la bulla de los españoles.

En tiempos de Franco, las injusticias eran brutales, la represión, asfixiante, las leyes, criminales, pero nadie atendía en verdad a los discursos oficiales, nadie participaba de las palabras del Régimen a menos que estuviera sometido a un sueldo. El aspecto de las autoridades, cubiertas por pesados gabanes grises y sombreros con horma de hierro, un equipaje similar al de la plaza Roja de Moscú, no interesaba más que a una parte de la población emparentada con los cabecillas. Así que el silencio de los fantasmas, vasallos del dictador, envolvía y congelaba como estatuas de hielo a las autoridades. En cambio, en los barrios obreros la borrachera era un alivio ante el hastío de una fiesta sin más horizonte que el muro ciego de policías y obispos.

En tiempos de Franco lo peor, sin embargo, no eran las leyes o la represión; lo peor era la estulticia que sudaba la vida cotidiana como un gas venenoso, la intolerable sandez de cuanto tenía relación con la vida nacional, oficial e institucional. Es posible que nos vayamos acercando a aquel tedio nacionalista, de modo que puede usted elegir por sí mismo: silencio o curda.

Leer más
profile avatar
24 de diciembre de 2019
Blogs de autor

Confesiones de un coleccionista

Leyendo la agraciada novela Los errantes de la escritora polaca Olga Tokarczuk, ganadora del premio Nobel de Literatura de 2018, he recordado que los museos empezaron siendo llamados gabinetes de curiosidades durante el Renacimiento, que fue cuando nacieron. Se mostraban al público las rarezas y veleidades que la propia naturaleza ofrecía, traídas de lugares remotos cuando los viajes eran una exploración de lo desconocido y no la rutina previsible en que se han convertido ahora.
 

Esos gabinetes son el antecedente directo de los museos de historia natural, y luego vinieron las colecciones de arte de los potentados, que al desbordar los espacios privados fueron a dar a las galerías y pinacotecas como hoy las conocemos, instituciones públicas que congregan a millones de visitantes, muchos de ellos organizados en pelotones, ahora sobre todo de turistas chinos, bajo el comando de un guía que los conduce enarbolando una banderita, digamos en el Louvre, para situarlos en masa frente a la Mona Lisa.

Aparte de la aberración de los zoológicos humanos, que son parte de esta historia, el ser coleccionista se halla en el fondo inextricable de nuestra naturaleza, algo que nace de lo profundo del deseo de la posesión de lo que otra manera nunca volveríamos a ver; del amor a la rareza, y de la curiosidad por lo extraño, de lo que nos atrae y que consideramos esencial en nuestra vida, aunque sea superfluo. Una vez leí sobre alguien que coleccionaba botellines de agua que ha ido recogiendo por el mundo, de todos los países y marcas posibles, y los exhibe en su casa con orgullo, ordenados en estantes y vitrinas.

Yo, por mi parte, sin intención ni plan previo alguno, empecé a formar mi colección de llaves electrónicas de hoteles, sólo porque las olvidaba en los bolsillos. Luego, ya poseído por el demonio de los coleccionistas, me las fui guardando intencionalmente. Ahora son centenares de tarjetas de diversos logos y colores, y hasta tengo una de las antes, con una pesada chapa oval de metal, que pertenece al maravilloso hotel El Convento del viejo San Juan de Puerto Rico.

Es algo más inocente, aunque no deje de ser una forma de cleptomanía, y menos llamativo que coleccionar cabezas humanas reducidas por los jíbaros de la Amazonía, o terneros de dos cabezas embalsamados, o sirenas, como hacía en su Museo de los Seres Increíbles en Coney Island, a finales del siglo diecinueve, el empresario de variedades Phineas Taylor Barnum.

Allí podía admirarse la momia de una sirena capturada por un barco ballenero, en realidad una vaca marina, la única en salvarse del cuchillo del cocinero de abordo gracias a ser la más vieja de toda la manada, y a la que, según proclamaba mister Barnum a voz en cuello, el contramaestre del barco había tomado luego por esposa para vivir una vida matrimonial feliz, hasta que llegó la muerte a separarlos y ella pasó a ser disecada y colocada, para solaz de los visitantes, en lo alto de un peñasco marino de cartón piedra.

En el Museo de los Seres Increíbles se mostraban no sólo momias, sino también especímenes vivos y saludables, como el diminuto general Tom Thumb, de sesenta centímetros de alto, y reputado como el hombre más pequeño del mundo, recibido en audiencia en su día por la reina Victoria Isabel de España, y luego de su boda en 1863 con Lavinia Warren, una enana de su misma estatura a la que doblaba en años, por el presidente Lincoln en la Casa Blanca.

Así mismo, los siameses Chang y Eng, provenientes de la corte del rey de Siam, casados luego en Carolina del Norte con dos hermanas, y que llegaron a procrear con sus respectivas esposas doce hijos el primero, y diez el segundo, sin lugar a dudas en la misma cama; y estaba también Joice Het, la esclava de 160 años de edad que había sido niñera de George Washington, lo mismo que media docena de bellezas circasianas llevadas al mercado de esclavos de Constantinopla como consecuencia de la conquista del Cáucaso por Rusia.

Los zoológicos humanos no fueron sólo asunto de empresarios de circo. Formaban parte de la política de estado. En 1914 el propio rey Haakon VII inauguró en Oslo un museo humano donde nativos de Senegal exhibían sus modos de vida diaria en cabañas abiertas, para que los visitantes, que fueron millón y medio, pudieran observar sus costumbres.

Estos zoológicos humanos pretendían demostrar que aquella vida primitiva debía ser redimida por la civilización europea, no importaba que los exhibidos hubieran sido secuestrados, como ocurrió con los indígenas de la Tierra del Fuego llevados a París al Jardín de Aclimatación en 1881; o que acabaran muriéndose, como ocurrió en Bruselas con familias enteras llevadas desde el Congo, enterradas en una fosa común.

Si les parece, volvemos mejor a la afición por las llaves de hoteles, que de alguna manera abren puertas infinitas.

 

Leer más
profile avatar
24 de diciembre de 2019
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.