Víctor Gómez Pin
¡Lucha pues por una sociedad en la que sea legítimo prohibir la indigencia! El objetivo sólo se conseguiría si antes se hubiera logrado abolir muchas otras causas de iniquidad; abolición que pasa por un difícil cuestionamiento de modos hoy imperantes de funcionamiento de la sociedad.
Sería cuando menos necesario el restablecimiento de algunas pautas de la política social -demócrata. Acabar desde luego con el ciclo en el que un porcentaje mínimo de la población posee una proporción inmensa de la riqueza: cincuenta por ciento de la riqueza en manos del 10 por ciento, sólo tres por ciento de la misma en manos del cuarenta por ciento de la población más pobre (ateniéndose a países de la OCDE). Se necesitaría como mínimo una nueva distribución de las cargas impositivas, que va en contradicción con lo defendido no sólo por Trump o Bolsonaro, sino también por Macron y otros representantes del liberalismo económico.
Y como los beneficiados por este orden social no están dispuestos a ceder, alcanzar tal meta supondría sin duda una lucha tenaz, en la cual, como en toda confrontación real, el fracaso se traduciría en elevado precio personal. De ahí quizás la sustitución de tal lucha por otras, perfectamente legítimas y eventualmente de elevado peso moral, pero que no suponen una amenaza tan radical para la trama político-económica del mundo.
A propósito de la omnipresencia y- a su juicio-sobredimensión de problemas vinculados a la sexualidad, Michel Foucault señalaba que es vieja estrategia militar el focalizar la atención del enemigo allí dónde realmente no se dirime lo esencial. Pues bien, los que simplemente queremos un entorno natural a la vez humanizado y compatible con la continuidad de tal humanización, haríamos bien en estar prevenidos sobre el hecho que ciertas luchas no parecen perturbar sobre manera a quienes han dado múltiples muestras de recuperar para sus intereses desde nuestros deseos sexuales, hasta nuestras costumbres alimentarias y nuestras exigencias de sentirnos reconciliados.
Deberíamos tener simplemente un gramo de desconfianza ante el hecho de que seamos en ocasiones inducidos a la buena acción por un entorno ideológico cuyos mentores no parecen precisamente hallarse guiados por el imperativo kantiano. Pequeña lista de causas en las que todos estamos de acuerdo, a veces sin preguntarnos si al concentrar toda nuestra energía en ella estamos haciendo otra cosa que obedecer a una consigna interesada:
Viendo como la naturaleza se degrada nos alzaremos contra la proliferación de plásticos y el desequilibrio energético. Constatando que la ternura ordinaria por las mascotas desaparece cuando estas complican el tiempo de ocio, lucharemos por acabar con esa mezcla de canallada y frivolidad que supone su abandono llegadas las vacaciones. Nos alzaremos contra la caída de los jóvenes en el consumo de droga. Convencido de que el consumo de carne perjudica a la vez la salud del planeta y de sus habitantes, haremos lo posible por cambiar tus hábitos alimenticios. Defenderemos la necesidad del equilibrio energético…
En todo ello encontraremos quizás inesperados aliados ¿Se oponen acaso los Gates, Bezos o Zuckeberg a tales bienintencionados propósitos? Recientemente incluso Madame Le Pen se ha apuntado a la causa ecológica, ciertamente cargada de connotaciones que revelan el plumero y la verdadera intencionalidad: ataque a las importaciones del extranjero, exaltación de la calidad de los productos propios, jerarquización de los modos de alimentación tradicionales frente a la de las comunidades inmigrantes, etcétera: "A quien es nómada no le importa la ecología porque no tiene tierra" declaraba hace unos meses. Pero ello no impide que Madame Le Pen quiera una naturaleza limpia y bien explotada, a la imagen de su imaginaria Francia limpia y que trabaja. En el libro "Ecofascismo" de los estadounidenses Peter Staundenmaier y Janet Biehl se recordaba que los nazis resumían en ocasiones su ideario en la expresión "Sangre y tierra (Blut and Boden)". Y Conviene recordar que los autores son dos conocidos militantes del movimiento ecológico, ambos de tradición libertaria.
Estoy sugiriendo que quizás ciertas reivindicaciones estén en el fondo permitidas y hasta jaleadas, de tal manera que al asumirlas como imperativo mayor y causa final no hacemos otra cosa que nadar a favor de corriente- mientras que abolir las causas de creciente indigencia supondría enfrentarse de verdad a los cimientos del orden (o desorden) imperante.