Javier Fernández de Castro
No seré yo quien minimice un solo ápice el horror que ha traído consigo la pandemia vírica que nos azota, pero al menos está provocando una circunstancia insólita: hoy no se puede justificar la imposibilidad (pereza) de leer alegando que el día a día lo consume todo. Será por tiempo…
Esta observación es pertinente a la hora de apreciar obras como Maturtene, una muy notable novela del escritor vasco Ramón Saizarbitoria. Pese a estar escrita originariamente en euskera, y tener por tanto un mercado potencialmente reducido, vendió de salida por encima de los 30.000 ejemplares, sin contar los que hayan vendido sus ediciones en castellano, inglés, etc.. No obstante, y pese a que la crítica especializada fue por lo general tan positiva como la acogida dispensada por los lectores, Martutene no se ha visto libre de reparos, por lo general relacionados con su excesiva longitud (753 páginas en la versión castellana, muchas de ellas en un solo bloque, sin diálogos ni puntos y aparte u otras formas de descanso siquiera para la vista). Curiosamente, más que un defecto grave, o un exceso de ensimismamiento por parte de un autor al que le hubiese costado recurrir a la palabra FIN, fascinado como debía de sentirse por las posibilidades del universo narrativo que no cesaba de brotar de su pluma mientras escribía, se diría que el exceso es estructural, es decir, consecuencia lógica de las forma elegida para ir exponiendo las diferentes trmas narrativas y sus mutuas interacciones.
Resumiendo mucho, en Martuene el peso de la acción recae sobre dos parejas de adultos que siguen juntas por varias y sólidas razones, aunque el motivo último de su digamos fidelidad conyugal difícilmente podría identificarse con eso que generalmente se entiende por amor. Es gente culta, profesionalmente bien situada (un escritor acomodado y de cierto éxito, una traductora, un ginecólogo, una neurocirujana, etc) La irrupción de una joven y atractiva socióloga estadounidense pondrá en marcha una serie de acciones y reacciones más o menos explícitas o predecibles y que acabarán afectando de lleno no solo a los más directamente implicados sino también a sus hijos y amigos, los compañeros de trabajo, los rivales y todos cuantos integran su entorno inmediato. Pero se da la circunstancia de que Ramón Saizarbitoria demuestra ser extremadamente competente a la hora de mover a sus personajes en el ámbito espacio–temporal elegido (en este caso San Sebastián y sus pintorescos alrededores). Dicha competencia le permite presentar y desarrollar a los actores principales e ir introduciendo a los secundarios creando un entramado en el que se manifiestan los impulsos y reacciones habituales en los seres humanos (deseo, atracción física, celos, ajuste de cuentas, inseguridades, frustraciones personales) y los inevitables delirios cuando entran en juego los sentimientos. Porque de eso va justamente Martutene: de sentimientos. Lo cual es una excelente noticia porque tampoco hace tanto tiempo que el País Vasco ha dado por cerrado uno de los periodos más dolorosos, violentos y desgarradores de su historia reciente. Y precisamente por ello es tan buena noticia que sus novelistas puedan escribir sin verse decisiva y obligadamente mediatizados por la pasada violencia. Lógicamente ésta, la violencia, está presente, pero más como un telón de fondo que como problema candente y todavía por resolver, cosa que si ocurre con Patría, de Fernando Aramburu, la otra gran novela que en los últimos años ha venido a sacudir el panorama literario del País Vasco y que surge precisamente de aquella confrontación.
Otra circunstancia que vendría a explicar el exceso de longitud es el hecho de que el autor también es hombre minucioso y que gusta de ahondar en las cuestiones según van surgiendo, y que en su afán por explorar desde diversos ángulos y puntos de vista las posibilidades expresivas de algunas secuencias no duda incluso en recurrir al trampantojo, y ahí están esas alusiones continuas a una novela autobiográfica del autor suizo Max Frisch titulada Montauk y cuyo argumento, no por casualidad, se superpone con el de Martutene hasta el extremo de que a ratos parecen suplantarse mutuamente. El resultado de todo ello es un ritmo narrativo pausado, progresivamente complejo y que no admitiría un final a la ligera. Tampoco pretendo sugerir que al lector curioso Martutene se le vaya a hacer corta, pero también verá por sí mismo que es el precio a pagar por las otras muchas y excelentes páginas que se le habrán ofrecido.
Matutene
Ramón Saizarbitoria
Editorial Erein, San Sebastián