Víctor Gómez Pin
Y así mientras esperamos el día en el que el veganismo de la entera población haga ya innecesaria la militancia animalista o que la interiorización de los imperativos de salud haya acabado de hecho con la drogadicción, en los arcenes del mundo actual se multiplican los cuerpos humanos expuestos a la inclemencia, y en consecuencia (por fuerza al principio, pero más tarde simplemente por inevitable pérdida de la auto -estima ) seres humanos prestos a la mentira para obtener unos céntimos, o que lanzan una mirada furtiva temerosos de que alguien les vea hurgar en esa papelera en la que restos de alimentos pueden fácilmente ser mezclados con envoltorios de defecación canina.
Y voy más allá del caso límite de la mendicidad para referirme simplemente a la pobreza de carácter social. La pobreza no es un universal de la condición humana, es decir, algo que en una u otra medida toda sociedad ha de aceptar. No se debe confundir la pobreza social con la condición trágica de los seres humanos, con esa certeza que tienen los humanos, en primer lugar de su depauperación física (la pobreza o astenia, traducida emblemáticamente en la incapacidad final de reproducirse), en segundo lugar de ser seres de palabra que -en razón de su condición animal – van a morir. Asumir la finitud y la muerte es nuestro reto, pero no queremos ni debemos morir en la condición de indignidad en que muere un indigente. La pobreza es intolerable, simplemente porque no es compatible con la dignidad humana. Por ello se debe luchar contra todo resquicio de la pobreza. Ese es el auténtico combate. No hay ninguna modalidad de pobreza social que sea tolerable. La historia del anciano que muere solo, ignorado por sus vecinos, es algo más que trágica: es miserable. Y la miseria no tiene nada que ver con la tragedia.