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Clase XXVIII. El conflicto I

Aunque hay tantas definiciones del cuento como personas se han lanzado a dar su propia opinión sobre el asunto, casi siempre parece que un cuento se define  mejor por aquello que no es, como sugiere Guillermo Samperio en «Después apareció una nave», su excelente y altamente recomendable manual para nuevos cuentistas. Sin embargo, hay una característica esencial en todos los cuentos que justifican su razón de ser y cuya presencia es condición sine qua non para el mismo: el conflicto. Sin un conflicto, ese desarrollo de una anécdota o peripecia que es el cuento -en palabras de Mario Benedetti-, no podría adquirir carta de ciudadanía. En algunos casos es explícito, en otros apenas sugerido, y en otros más casi un hálito de incomodidad que sobrevuela las páginas del cuento. Y aunque a simple vista parezca una verdad de Perogrullo, nada más lejano a la realidad, pues ahí precisamente es donde naufragan las mejores intensiones y las más ricas de las prosas. De nada sirve escribir condenadamente bien si no sabemos elegir un conflicto para resolver. Ese conflicto, es decir, esa oposición de fuerzas que coloca al personaje en una situación que exige definirse llega a su punto culminante en el nudo o núcleo de la historia. Y este es ubicable porque es el punto a partir del cual nada de lo que se cuente modifica la misma: todo lo que se narra después aporta las últimas costuras, las explicaciones postreras, los detalles que alumbran mejor lo ya dicho. Y eso es, precisamente, el desenlace.

De manera pues que el conflicto es el elemento que aglutina y da coherencia a los demás elementos de la construcción narrativa, a saber: la trama, la acción y el personaje.  Desde el principio de la narración todo parece disponerse para llegar allí, sin obstáculos y sin desfallecimientos. La trama avanza gracias a la acción y ésta empuja al personaje hacia ese conflicto, esa situación crítica que requiere que este encuentre una resolución, aunque a veces ni siquiera esté en sus manos, sino en las fuerzas ocultas que el narrador coloca frente a nuestros ojos. Esta situación crítica obliga al personaje, a través de un desarrollo -que puede ser paulatino o repentino- a modificar su conducta o su esencia: El hombre noble al que un infortunio convierte en rencoroso o amargado; la revelación sorpresiva de un secreto familiar que enfrenta a dos hermanos; el alcanzar un deseo que se revierte contra uno mismo... todas son situaciones que revelan un conflicto, ese elemento esencial de un buen cuento.

La propuesta de la semana

Pues bien, ahora, cual camorristas de la literatura, vamos a buscar un conflicto. En este caso tendremos en cuenta los siguientes elementos: (1) una secretaria a punto de jubilarse, (2) una carta notarial, (3) un sobrino de ocho años y (4) una tormenta. Quiere decir que estos cuatro elementos deben aparecer como elementos nucleares de nuestra breve historia, es decir, ser parte del conflicto. No es que simplemente aparezcan en el cuento vinculados por azar o por nuestro ingenio para colocarlos allí, como en algunos otros ejercicios, sino que esos cuatro componentes son indiscutiblemente el conflicto. Deben pues estar unidos de manera inequívoca. Si falta uno sólo de ellos no hay nudo. ¿Cómo jerarquizarlos, unirlos, poner en marcha la secreta corriente que los une? Eso es lo que van a buscar ustedes. Que aproveche. (Y por favor: textos impecables,  bien justificados, con la menor cantidad posible de errores tipográficos, cacofonías, etc.)

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12 de diciembre de 2008
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¿Champán o sidra?

Ha llegado el momento de comprobar si todas las alarmas eran ciertas: cestas de Navidad en que el jamón ha sido sustituido por un salchichón y la botella de vino de reserva por otra de vino de mesa, acompañado por una lata de melocotón en almíbar y entre los huecos mucho papel de celofán arrugado. Mesas de Nochebuena en que lo más sobresaliente son el mantel, la vajilla, la cristalería, donde el cabrito se ha convertido en pollo y el champán en sidra. Y veremos si, al contrario que otros años, es posible encontrar mesa en algún restaurante. Veremos si esas cenas en que confraternizaban los empleados y jefes de las empresas se han reducido y si no podremos verlos luego en  discotecas a rebosar con la corbata atada en la cabeza. Veremos si la crisis ha llegado de verdad a nuestras vidas.

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12 de diciembre de 2008
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Lost Boys (2)

Días atrás ocurrió un hecho complejo y confuso, al menos para mí, que no soy experto en estas cuestiones. La Corte Suprema de Justicia revocó un fallo del tribunal de Casación que ordenaba la liberación progresiva de los menores de edad internados en el Instituto San Martín. Lo que me dejó helado fue la argumentación de los jueces. Al tiempo que admitían que la legislación que rige los destinos de estos menores dista de ser positiva (uno de los jueces, Raúl Zaffaroni, la definió como ‘inconstitucional'), fundamentaban su negativa a liberarlos en la certeza de que -esto es lo que entendí, así que puedo equivocarme... aunque me temo que no es el caso- si esos chicos regresaban a la calle iban a ser víctimas de la policía, que ya los tiene marcados.

Estuve tratando de digerir la información durante días, leyendo cuanto artículo sobre el tema se me cruzó. No entendí mucho más: la mayoría de los textos me sonaban abstrusos, o bien -me parecía- esquivaban definir la cuestión de la manera que yo necesitaba para volver a conciliar el sueño. Finalmente se me cruzó esta idea, que al menos para mí sintetizaba el estado de las cosas. Creí comprender lo siguiente: que la Corte Suprema nos estaba diciendo algo que era mucho más grave que su crítica a la actual legislación. Al comunicar que pensaban ir en contra de sus principios para proteger la integridad física de los menores amenazados por la ‘marca' de la policía, lo que nos sugerían era lo siguiente: en la Argentina no hay ley. En la Argentina, dicen Sus Señorías, aquellos a los que la Nación dota de armas para que hagan cumplir la ley las usan para asesinar a estos menores, asumiendo en la práctica el rol de jueces, tribunal y verdugos. En la Argentina, ni siquiera la Corte Suprema de Justicia puede hacer cumplir la ley. En la Argentina, la Corte Suprema debe recurrir a una ley que sabe retrógrada y viciada por origen -dado que fue sancionada durante la dictadura militar- porque en medio del vacío legal que consagra con su confesión de impotencia, la considera mejor que la nada que nos amenaza desde el fuera de cuadro.

¿Habré entendido bien? Sólo sé que me vino a la cabeza otro verso de la misma canción de Charly García: ‘Los inocentes son los culpables / dice Su Señoría'.

Mientras tanto en Grecia la sociedad sale a la calle para protestar la muerte de un joven -uno, esto es 1, como en: uno sólo- a causa de una bala policial.

Nunca estuve en Grecia. Se ve que allí la vida cotiza distinto que aquí, en el extremo sur del continente americano al que Julio Verne describió en una novela como el fin del mundo, iluminado apenas, agónicamente, por un faro solitario.

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12 de diciembre de 2008
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El éxito es el crédito

Hasta finales del siglo pasado, eran aún legión quienes pensaban que en México se hablaba como los personajes de las telenovelas nacionales. Esta suposición difamatoria -valdría más llamarla difamación supositoria- sólo se hizo evidente gracias a unas cuantas películas exitosas donde los mexicanos se expresan, cosa rara, como personas reales. Para quienes habíamos escrito páginas salpimentadas con mexicanismos, películas como Y tu mamá también y Amores perros hacían las veces de cursillo introductorio para extranjeros, útil también para dejar en claro que no por compartir origen con los protagonistas de los culebrones éramos todos gente de cartón.

     Algunos fabricantes de telenovelas suelen hacer berrinches patrioteros cuando menosprecia uno sus engendros. Según ellos, deberíamos sentirnos orgullosos porque esas inmundicias inacreditables son exportadas a decenas de países. Me encantaría entenderlo. ¿Tiene uno que sentirse flotar entre las nubes si su fotografía le da la vuelta al mundo con la palabra "imbécil" acompañándola? Porque al fin es lo que uno termina por pensar de quien busca engañarle con patrañas insulsas e insostenibles. ¿Éste es bruto, piensa uno, o está pensando que el bruto soy yo? Asistimos a las historias de ficción decididos a ser engañados a fondo y hasta el fin; nada nos importuna e indigna tanto como que nos den trato de gaznápiros y esperen que creamos a pie juntillas en lo inverosímil, como el niño que capta los trucos del mago y aun así le aplaude. ¿Quedan niños así? Lo dudo. Hay que volverse adulto para ser tan zopenco.

     No cree uno en las películas porque suponga que la historia pasó, sino porque le gusta verla suceder. La historia nos seduce, luego nos empeñamos en darle crédito, aun y sobre todo si sabemos -como en la realidad, que con frecuencia resulta increíble- que esas cosas no pasan, ni quizás pasarían. Cuando una historia es buena y ha sido bien contada, uno celebra haber llegado a ella; agradece y aplaude a quienes le cumplieron el milagro de sacarlo de su ensimismamiento para meterlo en un pellejo ficticio y dejarle vivir las aventuras que de otro modo nunca habría experimentado. Pues de lo que se trata es de ganar experiencia en el pellejo ajeno, y para eso hace falta convencimiento. Espera uno que la ficción le convenza de lo que sea, con tal de que en el curso de la historia no vuelva a recordar que es un espectador.

     Lo he olvidado por algo menos de dos horas. Aun con la pantalla tan distante -la función fue en el teatro Metropolitan, no queda ya costumbre de ver películas en cines enormes- y el ambiente chocante que abunda en las premieres, Rudo y Cursi tardó pocos minutos en atraparme. ¿Por qué? Fácil: me la he creído desde el principio. Y esa es seguramente la cualidad mayor de un guión hecho a conciencia. Se le cree sin chistar. Se da por bueno sin siquiera pensarlo, igual que damos crédito a las palabras de quien nunca nos dio motivo de sospecha. Pero hay más. Uno también le cree a quien es divertido o le parece en especial simpático. Hay quienes necesitan que a su historia la salpiquen de elogios desmesurados; a otros nos basta con que se la crean. ¿Hay acaso un trofeo a la ficción que valga más que el simple crédito irrestricto?

     Me he reído con ganas, además, abrumado por tantos mexicanismos entrañables e hiperbólicamente universales. Me da igual el soccer y hace tiempo dejé la manía masoquista de devorar películas nacionales, pero esta historia se las compro completa. Vamos, que se le asoma el cariño por todas partes, y eso es más de lo que cualquiera esperaría. Ahora, con su permiso, clap, clap, clap.

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12 de diciembre de 2008
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Galería de espectros: Hiperión

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Hiperión.
Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al gran personaje de Hölderlin.
R.A.: Sí, me refiero a ese personaje extraño, melancólico, pero al mismo tiempo fuerte y casi heroico que es el personaje puesto en escritura por Hölderlin, tomando la referencia mítica del personaje Hiperión. Me parece que es un personaje que no solamente se integra en el gran linaje de los personajes de las novelas de formación, siguiendo el modelo de Werther -aunque prefiero a Hiperión- sino que al mismo tiempo Hiperión concentra sobre él mismo toda una serie de contradicciones que me parecen muy llamativas. Es por así decirlo el hombre que esperaba demasiado: el hombre que espera demasiado del amor, el hombre que espera demasiado de la patria, el hombre que espera demasiado de la belleza, el hombre que espera demasiado de la revolución, incluso, y en este caso de la revolución francesa, y que tras esas esperanza desmesuradas tiene que en cierto todo retrotraerse sobre sí mismo y sufrir toda la contradicción de comprobar que la existencia, a pesar de todo, siempre te va marcando unos límites. Para mí Hiperión es el ejemplo literario puro de una dialéctica entre los límites que marca la vida y la voluntad de transgredir estos límites, la voluntad de ir más allá de sus límites. Esa tensión es una tensión agotadora, pero también puede ser una tensión extraordinariamente creativa. Y creo que en parte Hölderlin, que vivía en esa tensión, se reflejó de manera especial en su personaje Hiperión.

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12 de diciembre de 2008
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III. Albañales rebalsados

A quienes protestan en las calles porque reclaman frente al fraude electoral practicado con todo descaro en las elecciones del pasado 9 de noviembre, se les reprime en Nicaragua por medio de turbas armadas de palos y de piedras; a quienes se pronuncian en contra de los actos a veces impredecibles, y a veces no, del comandante Ortega y de su esposa, se les cubre de injurias y calumnias en los medios oficiales, lodo, escupitajos verbales, huevos podridos. A los que escribimos, se nos reprime con el silencio.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_escritora_gioconda_belli_med.jpgPero no se trata solamente de mí, porque no soy el primero, y desgraciadamente no seré el último. A Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, que crearon la música de la revolución, se les niega los derechos de autor sobre sus canciones, bajo el alegato estalinista, desaforado, de que esas canciones quien las compuso es el pueblo, y ellos sólo fueron intermediarios, o amanuenses, de la inspiración popular. A Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense vivo más importante de Nicaragua, lo condenaron como culpable de injurias y calumnias en un juicio impostado. A Gioconda Belli, que acaba de recibir el premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria del Libro de Guadalajara, la enlodan todos los días con diatribas soeces que parecen brotar de manera interminable de un albañal rebalsado.

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12 de diciembre de 2008
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La canción más patética

 

Ella y yo hablábamos de canciones patéticas. Recordé los domingos por la mañana de mi infancia, cuando papá escuchaba "El club de la vieja ola" en Radio Centro, y mencioné las canciones de tango, en las que el hombre, herido, habla de lo difícil o imposible que será vivir sin su amor. Ella me preguntó si conocía "Malevaje", "posiblemente la canción más patética que se haya escrito jamás". Le dije que no. Me mandó la letra por chat en el skype, y no pude evitar reírme: era demasiado ("Ya no me falta pa completar/ más que ir a misa e hincarme a rezar"). Aquí, el hombre no la perdía, pero el amor lo volvía una gelatina. Luego vi la canción en YouTube, en una versión del Polaco Goyeneche, y la cosa mejoró: bueno, el patetismo seguía ahí, pero en la interpretación del Polaco llegaba a conmover.

Aquí va la letra (leer primero, ver después el video):

¡Decí, por Dios, que me has dao,
que estoy tan cambiao!...
¡No sé más quién soy!...
El malevaje extrañao
me mira sin comprender;
me ve perdiendo el cartel
de guapo que ayer
brillaba en la acción.
No ven que estoy embretao
vencido y maniao
en tu corazón.

Te vi pasar tangueando, altanera,
con un compás tan hondo y sensual,
que no fue más que verte y perder (1)
la fe, el coraje, el ansia'e guapear...
No me has dejado ni el pucho en la oreja
de aquel pasao malevo y feroz.
Ya no me falta pa completar
más que ir a misa e hincarme a rezar.

Ayer, de miedo a matar,
en vez de pelear,
me puse a correr...
Me vi en la sombra o finao,
pensé en no verte y temblé.
Si yo -que nunca aflojé-
de noche angustiao
me encierro a llorar... (2)
¡Decí por Dios que me has dao
que estoy tan cambiao!...
¡No sé más quien soy!

¿Sugerencias para otras candidatas al título de "canción más patética"?

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11 de diciembre de 2008
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El viaje a la ficción

Mario Vargas Llosa

Alfaguara

Lo normal es que si a un gran escritor le da por escribir acerca de otro gran escritor el resultado sea un gran libro. Y lo curioso es que, en desvelando al otro, el uno quedará desvelado a su vez. /upload/fotos/blogs_entradas/el_viaje_a_la_ficcin_med.jpgEn cierto modo la razón de ese doble desvelamiento vendría a ser la que ofrece Gabriel García Márquez en su prólogo a los Cuentos completos de Hemingway (Lumen) cuando dice que es inútil darle a leer una novela a un novelista porque a éste sólo le gustan las novelas de los demás hasta que logra desentrañar la tramoya o estructura interna que las sustenta. Una vez averiguado cómo funciona -insiste Gabo- el invento pierde todo interés para el novelista.
 
De ahí, creo yo, ese fenómeno tan reiteradamente observado y según el cual no hay que hacer demasiado caso de un novelista cuando recomienda calurosamente una novela de otro porque - la inmensa mayoría de veces -, lo que le ha gustado no tiene nada que ver con la calidad de la prosa, la novedad del argumento o la emoción del desenlace, esto es, lo que suele buscar un lector corriente. Y encima, si le dices al novelista recomendador "Vaya muermo me hiciste leer", lo normal es que responda con toda placidez: "Sí, pero fíjate que utiliza la tercera persona del plural como si fuese un observador singular quien habla, con lo cual logra un curioso efecto de inmediatez que aún se acentúa más cuando recurre al presente histórico". O lo que sea. Es decir, un rollo de la misma categoría que si un gran chef te suelta un curso sobre las ventajas de usar perejil (mucho perejil) en lugar de limón para evitar que se pongan negras las alcachofas durante la cocción. Qué tendrá que ver el uso del presente histórico con la emoción que provoca una buena escena de amor (caso de una novela) o con la sinfonía de sabores que te estalla en la boca cuando pones en ella la primera cucharada de una menestra hecha como Dios manda (si es que estamos en la cocina).

Lo cual es cierto por lo general salvo que el novelista que investiga a un compinche sea un compulsivo. O como tantas veces ha dicho Mario Vargas Llosa de sí mismo, "un escribidor", un tipo que vive envuelto en palabras como al apicultor le rodean los enjambres. En cuyo caso lo que de verdad interesa es la literatura tal cual (y he estado a punto de poner literatura en mayúscula) y no la tramoya. Salvo que ésta sea a su vez literatura, con lo cual vendríamos a dar con el reiterado tema de si es válido o no distinguir entre fondo (la narración misma) y forma (o tramoya). Y la respuesta es no.

Gracias a esa condición de escribidor, el lector que decida acompañar a Mario Vargas Llosa en este viaje a la ficción va a tener el privilegio de verle arremangarse y proceder a desmantelar pieza a pieza no una sino todas las novelas de Juan Carlos Onetti. Y quien todavía tema que vayan a endosarle una perorata docta, pierda todo cuidado porque, como dice el propio Vargas (p.28) , "Esta vida de mentiras que es la ficción [...] no debe ser considerada mera réplica de la vida de verdad, la vida objetiva vivida, aunque esta sea la tendencia con que suelen estudiarla los científicos sociales que, valiéndose de la literatura oral y escrita, ven en ésta un documento sociológico e histórico [...]".

Y un poco más adelante, insiste (p. 32): "Una obra [la de Onetti, claro], casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, lo seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas , donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es".

Y una última cita (p. 41), que muestra de forma todavía más expresiva el talante de Mario Vargas al adentrarse en las circunstancias que se daban en la vida de Onetti cuando estaba escribiendo sus obras: "Si su propio testimonio es cierto -sin duda no lo es, pero no importa, pues lo que de verdad interesa en la biografía de un escritor es lo que él mismo quiso o creyó que fuera su vida [...].

Queda claro pues que vamos a movernos por los escurridizos terrenos de la ficción de la ficción, y que si un dato que salga resulta no ser cierto peor para la verdad porque aquí la única verdad que cuenta es la literaria (o sea, la mentira). Pero ya he dicho antes que iba a ser un privilegio ver a Mario Vargas ir perfilándose por detrás de la inmensa figura de Juan Carlos Onetti.

Sólo una precisión. No es un libro universal, de esos que gustan a todo el mundo. Tendrá mucho ganado quien sea un seguidor incondicional de cualquiera de los dos, bien sea Mario Vargas Llosa o (mejor aún) Juan Carlos Onetti. Porque, aquí, no se habla de otra cosa.

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11 de diciembre de 2008
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Schuster y su linda frase

Por mucho que Pep Guardiola diga que las palabras de Schuster ("Ganar al Barcelona en el Camp Nou es imposible") encierran otra lectura, una especie de juego psicológico que conduciría al Madrid a la victoria, lo que mejor que se ha podido hacer es sustituirlo ya. Porque no es sólo la frase de las narices sino su actitud derrotada y apática, un abatimiento personal que salpica a un montón de personas a su cargo como una lluvia deprimente, desesperanzada e incapacitada.

Cuando uno se encuentra en ese grado de impotencia lo mejor es retirarse porque puede que todos los demás no sean unos negados ni que la competencia tenga unas dotes extraordinarias, sino que quien dirige no tiene las ideas claras, no sabe qué hacer ni por dónde salir. Puesto que se dice que el fútbol es un reflejo de la azarosa vida, Schuster podría ser un reflejo de una manera de afrontar los problemas de muchos ahora mismo.

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11 de diciembre de 2008
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Cantos prohibidos

Me llegan unos libros que compré en México, tardan pero llegan. Uno de ellos está publicado por un grupo mexicano llamado "Círculo Ezra Pound". Es la edición de sus Cantos prohibidos. Los poemas, como los cantos de Pound, son excelentes, extraños, valientes y muy repudiables desde algunos puntos de vista. Al menos muy repudiables desde la democracia. Son los poemas de un fascista. De un perdedor, y encerrado por su pensamiento fascista, que ni se arrepiente, ni disimula. Hubiera muerto en el manicomio si no hubiera sido por la intervención  de Robert Frost, Hemingway, Eliot, W. Carlos Willians, Zufofky y Allen Ginsberg, al menos eso dicen los simpatizantes ideológicos que han editado este libro. Y que hacen una alabanza, no sólo de los poemas, sino también de la ideología de Pound. Le vemos en una foto en Italia, años 50 y levantando el brazo a la manera de sus compañeros fascistas.
 
A Mussolini, tan admirado por el poeta, le llamaba the boss  y a los demócratas se refiere como "totalitaristas democráticos" y se congratula de haber permanecido, en compañía de pocos intelectuales, en "pie en un mundo en ruinas".
 
Se habla de sus compañeros de viaje: Celine, Drieu la Rochelle, Knut Hamsum. Sin duda esos fascistas eran tres grandes, son grandes por su literatura. No viene mal que sepamos que como personas, como seres que opinan, votan, van a las guerras y otras actuaciones no estén en nuestro lado. Reconozco que me gustan éstos y otros muchos -la lista española es grande- escritores fascistas. De Hamsun, se dice que "es uno de los pocos premio nobel que vale la pena- se nota que estos fascistas son muy sectarios- y que fuera decisiva influencia en Juan Rulfo". ¿Juan Rulfo, influenciado por el fascista Knut Hamrun? ¿Y por qué no? Aunque, la verdad, nunca se me hubiera ocurrido. Da igual. Seguiremos leyendo a algunos fascistas.

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11 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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