Clara Sánchez
Nos identificamos con ella. Diane Keaton dejaba de ser la imagen vaga y cómica de El dormilón, Sueños de un seductor y La última noche de Boris Grushenko, para pasar a ser una de nosotras. Ropa holgada, aunque más audaz que la nueva y, sobre todo, puesta en ella, que la movía como el viento las hojas. Tuvo el talento de sacar la sofisticación de las tiendas de la Quinta Avenida y llevarla a la calle, darle normalidad, y que de este modo, la forma de vestirse fuese tan inseparable de la persona como la voz o la mirada. Su corbata, chaleco y sombrero danzaban alrededor de los ojos-triángulo más soñadores y estrellados que se hayan visto en una pantalla.