Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Se trata de unos alumnos reunidos en su patio del colegio durante el simulacro de un terremoto en la ciudad de Burbank, en California, a mediados del mes de noviembre.
R.A.: Esta foto me recordó los dos años que viví en California, hace ya bastante tiempo, en los cuales repetidamente asistí a ese tipo de preparaciones. Curiosamente se da en California una de las contradicciones o paradojas más grandes de nuestro mundo, casi una metáfora de nuestro mundo: siendo uno de los territorios más ricos y opulentos del planeta, es sin embargo un territorio en el cual se desarrolla siempre la oscura conciencia de su posible autodestrucción a través de un terremoto que será mayor que cualquiera de los que le han precedido. El gran terremoto que los propios norteamericanos llaman The Big One. Recuerdo lejanamente estos simulacros; recuerdo que siempre está muy viva ese temor, como en todas las zonas sísmicas, pero en California, por esa especie de pulcritud o disciplina norteamericana, está muy viva la idea de preparase para ese terremoto. Sin embargo esa foto, en el tiempo, nos ha introducido también a otra de las grandes ambigüedades de la condición humana, y es que mientras estos niños, como cinco millones de personas al mismo tiempo en esos días, estudiaban o se preparaban para el posible Big One, es decir, pendientes de esta espada de Damocles, al mismo tiempo lo que se estaba cerniendo sobre California era un peligro completamente imprevisto, que es el de los grandes incendios. Entonces el ser humano es como si fuera la imagen a través de la cual certificamos una vez más que el ser humano, mientras se prepara fervientemente para un peligro, lo que le ocurre es que le accede un peligro completamente imprevisto. Y en esos días no fue el gran terremoto, sino los devastadores incendios de la zona del sur de California que dejaron miles y miles de casa calcinadas.