Javier Rioyo
Siempre me ha sido más fácil decir sí. Aunque estuviera deseando decir lo contrario. Digo sí y luego hago lo que quiero. No siempre, el sí, obliga, atrapa y nos hace cómplices. Y, sin embargo, si pudiera liberarme de mi facilidad para aparentar amabilidad, buen rollo, y esas cosas que nos permiten pasar por ser amables, receptivos y hasta simpáticos. Decimos sí. Decimos gracias, muy bueno, bien, estupendo, interesante y tantas cosas para no decir lo que pensamos.
Algunas veces supe decir no. Al menos cantarlo: "diguem no". Eso era lo que nos propuso Raimon. Y ciertamente dijimos no a todo aquello del franquismo. Aunque como otro mucho decían sí, o no decían nada, terminó muriendo en la cama y sin que le hubiéramos lanzado un zapato usado.
Me ha gustado mucho encontrar un libro, inteligente, con buen humor y con varias -muchas- lecciones prácticas de cómo decir no. Es una pena que sólo se refiera a como decir no si eres editor y tienes que contestar a un autor. Por algo se empieza. He leído con mucho interés El arte de rechazar una novela, escrita por un canadiense llamado Camilien Roy. No sé cuántas veces sufrió un rechazo por parte de los editores, pero desde luego se conoce las fórmulas para hacerlo. Varias decenas de maneras de decir no. Clásicas, sentenciosas, altivas, poéticas, sarcásticas, analíticas, pesimistas, demoledoras… Por razones de espacio sólo transcribiré algunas de las más cortas.
"Sin preámbulos
Señor:
Para decir las cosas sin rodeos: después de haber leído algunas páginas de su manuscrito jamás y en ninguna circunstancia se nos ocurriría publicarlo. Le agradeceríamos que en el futuro no vuelva a mortificar a nuestro comité de lectura con envíos de esta índole"
"Conciso.
Señor:
Hemos leído. No nos ha gustado. Lo sentimos, pero lo rechazamos"
"Directo
¡No!"
"Silencioso
…"
Hay otras muchas, pero son más largas.