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Nick Drake: Pink Moon

 

En la larga y notable lista de músicos muertos en plena juventud y en medio de una gran explosión creativa, se encuentra el nombre del inglés Nick Drake. Nacido en 1948, Drake falleció en 1974 a los 26 años; se especuló con un suicidio, pero nunca se pudo confirmar esa sospecha. Lo único cierto es que su muerte se debió a la sobredosis de un antidepresivo que se le había prescrito.

La carrera de Drake le hace justicia al término "meteórica": su primer album es del 69, y el tercero y último, del 72, año en que se "retiró" de la escena musical. Si bien su nombre apareció por aquí y por allá en los ochenta --The Cure y Michael Stipe lo reinvidicaron-- y en los noventa --un documental de la BBC--, fue un comercial de Volkswagen el que le dio la fama popular de la que ha gozado en esta década. Se podría hablar de la ironía del comercio capitalista que populariza a un artista independiente, romántico, pero eso ya es un lugar común (si Verlaine y Rimbaud vivirían hoy, estarían filmando comerciales para Apple). Lo importante es que la música de Drake está muy presente entre nosotros, tanto, que a veces no nos damos cuenta que lo estamos escuchando a él (sí, es suya esa canción de The Garden State que nos conmovió, y Zach Braff no es tan novedoso como creemos). De sus tres discos, el último, Pink Moon, es el mejor: en canciones como "Pink Moon", "Which Will", "Parasite" and "From the Morning", se puede apreciar la excelencia de sus letras.

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18 de diciembre de 2008
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La gatomaquia del siglo XXI

Hace 30 años China imitó a Occidente. Con un éxito fuera de toda medida. Ahora es Occidente quien imita a China. De nuevo más Estado, economías intervenidas, obra pública a todo pasto y jornadas continuas para las impresoras de papel moneda. La única ideología es la práctica, como quería el pequeño timonel, aquel inteligente y astuto Deng Xiaoping que sedujo a Felipe González con una frase que se hizo célebre: "Qué más da que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones". Y a estas ideas salidas del crisol maoísta se atienen ahora los rectores de las economías mundiales.

Tres décadas han pasado desde el momento crucial en que se produjo el pistoletazo de salida para la ascensión china. Fue en el Tercer Pleno del undécimo Comité Central del Partido Comunista. Más burocrático e intrincado, imposible. Deng impuso allí las reformas que condujeron a la desaparición del colectivismo agrario. Y poco después, a la apertura de las cuatro zonas especiales donde se experimentó el capitalismo a escala y al pleno restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El éxito fue descomunal y en 1984 ya eran 14 las zonas económicas especiales. Quedaba así abierto el camino que conduciría a la integración de Hong Kong, bajo el lema de "un país, dos sistemas". Diez años antes de la caída del Muro de Berlín el capitalismo crecía a toda velocidad en China, aunque pronto -aquel mismo 1989 crucial- pudo comprobarse, con los sangrientos hechos de la plaza de Tiananmen, que libertad económica y libertad política no irían a la par e incluso que en la síntesis de socialismo y capitalismo iba a amalgamarse lo peor de ambos sistemas.

Este largo ciclo de 30 años se corresponde poco más o menos con la era de Reagan, la larga época conservadora en la que el mercado se consagró como el dios central de nuestras sociedades y se quiso limitar el papel del Estado al de guardián de la seguridad y el orden público y último resorte del sistema económico. Estas tres décadas han llevado a Estados Unidos a la culminación de su marcha ascendente como superpotencia durante todo el siglo XX. Venció a la Unión Soviética, hasta su liquidación, en la competición ideológica, económica y militar de la guerra fría. Consiguió convertirse en superpotencia única e imprescindible, capaz de arbitrar en todos los conflictos y modelar un nuevo orden mundial. Para terminar desbordando, cegada por los dioses como quiere el proverbio, los límites de la razón y de sus razones a la hora de imponer su voluntad en el mundo, consiguiendo así como resultado que todas las energías desplegadas se revolvieran en su contra. Hasta ahora mismo, en que los responsables de esta cabalgada de soberbia se han visto obligados a replegarse en el mismo pragmatismo de aquellos chinos astutos de 1979: "Gato negro, gato blanco...".

China ha sido desde entonces un alumno aventajado. Con la crisis financiera también. Está haciendo sus deberes, tanto o más que los estadounidenses y los europeos para estimular el consumo interno con un vasto plan de obra pública y una reducción de impuestos a las empresas. El éxito chino ha sido hasta ahora la cara oculta de la economía estadounidense. El ahorro, esos tres billones de dólares de deuda en manos chinas, es el que ha venido financiando el déficit de Washington. La mano de obra barata, la que ha permitido el consumo y el crecimiento. Hasta tal punto se superponen las dos revoluciones, la de Reagan y la de Deng, que una sin otra no hubieran funcionado. La globalización es la reaganomics más el pensamiento-Deng Xiaoping.

El politólogo Niall Ferguson, que ha puesto en circulación el término Chimérica para expresar la intensidad de esta simbiosis, considera que se trata de la relación indispensable para el siglo XXI. Con un 13% del territorio mundial, una cuarta parte de la población, una tercera parte del PIB planetario y la mitad del crecimiento de todo el mundo, esta doble y colosal nación transpacífica es el ingenio central que mueve la economía global, asentada sobre dos patas, el ahorro de la mitad asiática y el consumo de la mitad estadounidense. ¿Seguirá funcionando la simbiosis en el momento en que la era de Reagan toca a su fin?

La segunda mitad del siglo XX, hasta entrados los años noventa, giró alrededor de la relación transatlántica entre Estados Unidos y Europa, forjada en la guerra fría. Quizás seguirá sirviendo como referencia para los valores democráticos, tan vapuleados por unos y otros. Pero no para la estabilidad y para la prosperidad económica. Pero, a la vez, son muchas las dudas sobre la capacidad china para aguantar el tirón de la crisis en plena acumulación de tensiones sociales, peligros medioambientales, desequilibrios regionales, corrupción de funcionarios y empresarios, delincuencia y fraudes masivos, ausencia de Estado de bienestar, o disidencias dentro de la cúpula dirigente. La economía china está en plena desaceleración. Queda ya claro que está seriamente afectada y ahora sólo resta por ver hasta dónde llegan los daños, algo que sólo determinarán la profundidad y la duración de la crisis. Por debajo del 8% de crecimiento China destruye puestos de trabajo, devuelve a la gente al campo y parpadean en rojo todas las alarmas sociales y políticas.

"Enriquecerse es glorioso" fue otra de las consignas del pequeño timonel, el comunista que emprendió la vía capitalista. El misterio de esta historia es saber qué hacen los gatos cuando no hay ratones.

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18 de diciembre de 2008
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Una justicia ontológica

Hay una justicia trágica en el hecho de que sólo se de felicidad propiamente humana (nada que ver con la indolencia que resulta de repudiar la tensión que el ser un humano conlleva) mientras la vida del espíritu perdura. Por esa justicia ontológica resalta inmediatamente la impostura de los que quieren recibir sin tener potencia para dar. El sentimiento de tal justicia ontológica hará que, admirando a quien da cabida a lo que exalta en su riqueza y la incrementa, el ser humano tenga fobia ante el impostor que sigue acogiendo lo que no es ya capaz de fertilizar. El bien dura lo que el espíritu resiste... sólo lo que el espíritu resiste. La apuesta a la que antes me refería tenía  contenido en una proposición complementaria: al grado de resistencia del espíritu corresponde necesariamente un grado de plenitud.

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18 de diciembre de 2008
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Cuidadores de mundos

Ander Izagirre

Col. Heterodoxos

Altaïr

Según se descubre de la lectura del presente libro, los cuidadores de mundos son gentes que no parecen haberse enterado de la clase de mundo en que vivimos. /upload/fotos/blogs_entradas/cuidadores_de_mundos_med.jpgPor eso actúan como si continuasen vigentes una serie de valores y comportamientos que en su día determinaron sus vidas o las de sus antepasados. Hoy, pese a ser conscientes de la enorme desproporción entre las corrientes de la historia que han barrido aquellos valores y la sola fuerza de sus propias manos - porque la mayoría lleva a cabo su labor literalmente con las manos - esas personas siguen empeñando sus días en dejar constancia de que en una vez  la vida no fue como es hoy y sin embargo era vida; dar testimonio de la verdad (le pese a quien le pese), mantener en pie una estructura hoy dejada al albur de los tiempos o luchar por el bienestar de los demás con la sola ayuda de una hoz. Y de su tesón, por descontado.

Un ejemplo podría ser Eustaquio Martín, un alavés de ochenta años de edad que toda su vida la ha pasado en Añana, un vallecito situado al sur de Vitoria y no lejos de Nanclares de Oca.  Desde tiempos inmemoriales los habitantes de ese valle han vivido de la sal que portaban las aguas de un arroyo que todavía hoy surgen por el mismo nacedero de siempre, el manantial de Santa Engracia. Para aprovechar el tesoro salino que surgía de la tierra se terracearon ambas laderas del valle y se construyeron eras donde se evaporaba el agua; y si para llevar ésta hasta allí hubo que levantar una compleja red de canalizaciones, su uso exigió la creación de una no menos compleja legislación destinada a lograr que los derechos de agua de cada vecino fuesen escrupulosamente respetados. Hoy continúan intactos lo muros de contención, las eras de evaporación y los canales de conducción, con la particularidad de que la madera con la que éstos fueron construidos no se deteriora debido a la acción protectora de sal. La única diferencia es que ya no se usan porque la vida discurre ahora por otros cauces. Pero el anciano  Eustaquio, que en su día se ganó el sustento construyendo esos canales, se ha impuesto como objetivo desde hace años mantener en pie tan gigantesca estructura. Y ahí sigue, mientras las fuerzas se lo permitan.

Y si no contra el tiempo y sus efectos devastadores, hay quien lucha contra la tozudez oficial. Porque, oficialmente, una de las muchas singularidades que diferencian a los vascos de sus vecinos es que allí nunca estuvieron los romanos, por lo que los actuales pobladores no serían descendientes de unos vascones que se doblegaron ante la romanización.

Una de las muchas consecuencias de esta verdad oficial es que cualquier vestigio de la presencia romana - y más si se trata de una presencia prolongada - contradice la leyenda inventada.  En cuyo  caso se ignora la validez o la importancia del vestigio y todos tranquilos.  A menos que salga uno de esos (molestos)  irreductibles que desean conocer la verdad verdadera y pongan en evidencia lo que hay de mentira de la verdad oficial.

Tal es el caso de Mertxe Urteaga, una arqueóloga que conocía viejos informes dando cuenta de la existencia cerca de un pueblo de Guipúzcoa llamado Oiarzun de una importantísima explotación romana de galena argentífera. Es muy probable que esos yacimientos ya estuviesen siendo explotados desde el Paleolítico, pero los informes -  uno de un ingeniero alemán comisionado por la Corona en 1804, y otro que lo firmaba en 1897 otro ingeniero llamado Gascue - hablaban de un entramado subterráneo compuesto por 42 galerías y 82 pozos, totalizando unos dieciocho kilómetros de subterráneos. Nada menos. Para evitar que se inundase tan importante infraestructura los ingenieros romanos construyeron un  canal de drenaje que, pasando por debajo del río Arditurri, aflora en un arroyo que fue la vía de acceso para redescubrir el ingente complejo que  dio vida a la ciudad de Oiasso y fue el origen de un importante puerto hoy conocido como Irún.  Sin más ayuda que la prestada por otros compañeros, la arqueóloga guipuzcoana va sacando a la luz poco a poco una realidad de la que, aun a regañadientes, las autoridades no han tenido más remedio que darse por enteradas y prestar ayuda a quienes están poniendo en evidencia la importancia de la presencia romana, allí como en toda España, sin excepciones.

Pero también hay viejos mineros construyendo un museo en el que guardar memoria de la que fue una de las principales explotaciones mineras del mundo (en los montes Triano, cercanos a Bilbao), carpinteros de traineras a la antigua usanza; constructores de fuentes y caminos o el campesino devenido en arqueólogo a fuerza de desenterrar maravillas antiguas con el arado de su tractor. El libro es apasionante y la única  pena es que el autor se haya limitado a ofrecer ejemplos únicamente del  País Vasco y Navarra, pues hubiera sido de agradecer que ampliase el campo de investigación por aquello de abrir horizontes. Pero el puñado de cuidadores de mundos que ofrece  constituye un microcosmos en el que no cuesta ver  la historia de los hombres y sus afanes por hacerse un hueco en cualquier rincón del mundo.

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18 de diciembre de 2008
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Into the Wild

Rafael Argullol: La pornografía no deja de formar parte de nuestro sistema visual de la posesión de todo, o una devolución inmediata de todo, y eso en la medida en que se puede nos exige en algunos casos una auténtica reeducación, como el ojo que busca de nuevo volver a sentir el placer de ver un gol en directo y no el gol a través de la repetición varias veces; y que si no le repiten el gol es incapaz ya de captarlo.
Delfín Agudelo: Es un poco a lo que Breton se refería como "el estado salvaje del ojo", que es regresar a la nula dependencia de cualquier medio que te permita tener determinada percepción. Para eso, volviendo sobre el ejemplo que ponías del viaje, hay una película que es fabulosa que es la última de Sean Penn, titulado Into the Wild; es la historia de un joven que se gradúa del instituto, está todo montado par un futuro brillante, y él decide irse sin decir absolutamente nada porque su gran sueño es vivir en Alaska. Se va solo y es un desprendimiento absoluto de todo; a veces envía un par de postales a su hermana, termina trabajando en campos de trigo en Ohio, atraviesa Méjico en un kayak, termina viviendo en Alaska y allí alcanza a vivir unos dos meses, hasta que le pasa lo que le pasa. La impresión que tuve de la película era no violento, pero es una postura tan radical que precisamente ahí radica toda la valentía de. Es algo que todo el mundo dice -qué delicia ser capaz de-, pero es de pocos.
R.A.: Esto también me recuerda una película que lamentablemente se pasa muy poco de Antonioni, llamada Professione: reporter, en la cual se produce ese cambio de identidad al que antes nos referíamos. Un hombre cambia de identidad por completo, deja su identidad atrás a través del cambio de la documentación, que tiene que estar en un cadáver, en un hombre muerto; cambia y deja el mundo atrás, y rompe con eso. De nuevo aquí nos pasa lo mismo con Orwell. Si Antonioni en el momento de hacer la película hubiera estado en condiciones de ver las sofisticaciones tecnológicas, ese hombre no hubiera podido cambiar sólo cambiando de identidad; tenía que desasirse por completo de todo el talismán tecnológico al cual estaba asido, que era su gran referencia. En un mundo como el nuestro, cambiarse de identidad, llamarse tú como yo y yo como tú, en realidad no cambia nada; en realidad lo que cambia es desasirse del sistema de conexiones en el que uno o está amparado o está atrapado, o está alternativamente amparado y atrapado.
D.A.: Cuando la gente pierde el teléfono móvil, lo que le pesa es perder los números.
R.A.: Sí, fíjate que el soporte del teléfono móvil es muy barato. El continente es muy barato. Porque los grandes multinacionales saben que lo que importa realmente es aquél mundo que está concentrado allá dentro, y el que pierde su teléfono móvil correrá a intentar desasirse de ese mundo. El continente puede ser barato porque como estamos tan convencidos del valor enorme que tiene le contenido, ya les da lo mismo que el continente sea barato.

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18 de diciembre de 2008
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II. Agua para los sedientos

Acudieron a la repartición organizada frente al Palacio de los Pueblos, los menesterosos de los barrios marginales en su mayor parte, porque ansiaban recibir la anunciada "gorra" de alimentos básicos que sólo pueden comprar tras una difícil rebusca de cada día, hurgando en los basureros para separar envases plásticos o de vidrio, o chatarra que poder vender, ofreciendo en los semáforos toda suerte de mercancías bajo el rigor del sol, aún agua en bolsas plásticas, o animalitos del monte que huyen de los pavorosos despales, carretoneros de acarreo que arrean los tiros de escuálidos caballos por las calles de la capital.

Acudieron en masa, e hicieron fila desde el mediodía, aún cuando la repartición anunciada no empezaría sino a las siete de la noche Largas filas, ansiosa la gente, familias enteras, madres con sus niños de pecho, las horas avanzando, y el sol pegando duro, las filas cada vez más nutridas, más largas. Calor, sed, sudor. Inquietud, desesperación.  Desmayos. Las ambulancias entran a través de las vallas de policías antimotines para llevarse a los desvanecidos.

Pero a alguien se le ocurre una idea mejor: hay que llamar a los bomberos para que traigan sus cisternas, y rociar con las mangueras a quienes esperan por los paquetes que van a ser repartidos. Hay que refrescarlos. 

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18 de diciembre de 2008
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Annie Hall (3)

De los personajes representados por Woody Allen ya se ha hablado mucho. El Woody de sus películas, vulnerable y desorientado, somos todos, mientras que al Woody de la realidad sólo se le parecen unos pocos lúcidos y disciplinados que saben bien lo que quieren y cómo lo quieren. Eso es lo que se desprende de las entrevistas y de lo que comentan quienes lo han conocido. Insisten en su seriedad y gran capacidad de trabajo. De esta laboriosidad creativa es de donde surge su primer personaje femenino, esa flor rara llamada Annie Hall, del que posteriormente han derivado casi todos los demás y que tomó de Diane Keaton incluso su nombre verdadero (Diane Hall).

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18 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star (2)

La tendencia a tratar a los bebés como estrellas es muy nueva en la especie humana. Antes se los encajaba en fajas o corsés y hasta se los colgaba de un gancho hasta que llegaba la hora de alimentarlos, o se los entregaba a poco de nacidos a los ‘especialistas': nanas o tutores, que los entrenaban como a soldados y los castigaban físicamente por cada error, debilidad o negativa a hacer lo mandado. En un episodio de la primera temporada de Mad Men, durante una reunión entre familias amigas un adulto le pega un sopapo a el hijo de otro, por el simple hecho de pasar corriendo por el lugar. Lejos de sorprenderse u ofenderse, el propio padre del niño se suma a la reprimenda, amenazando a su vástago con un segundo sopapo. ¡Y eso que la serie transcurre a comienzos de los sesenta! Lo cual establece que no hace ni medio siglo que dejamos de tratar a los niños como punching balls. ¡Qué diremos entonces de Esparta, de la Edad Media o de los pobres protagonistas de Dickens, él mismo un niño obligado a trabajar a temprana edad!

(No sé ustedes, pero si alguien le pusiese una mano encima a alguno de mis hijos yo le bajaría los dientes y después le preguntaría qué opina de la gente que abusa de su poderío físico para castigar a los más débiles. Mi padre, que forma parte inevitable de la vieja guardia, no necesitó de manuales de psicología infantil para entender que no debía castigarme de esa manera. Cada vez que hablamos sobre el tema, se torna evidente la sensación de vejación, de impotencia que le produjo en su momento ser golpeado a modo de correctivo. La conserva fresca, casi como si la estuviese sintiendo todavía. Y eso que se trata de hechos que ocurrieron en su vida no hace menos de setenta y cinco años...)

Cuando quiero ver el vaso medio lleno, me digo que es posible que la distancia histórica que los adultos ponían entre ellos y sus niños tuviese mucho que ver con la gran mortalidad que era común en aquellos tiempos; es decir, la necesidad de no apegarse locamente a una criatura que tenía enormes posibilidades de morir antes de los cinco años. Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿cuántos de esos niños que sucumbieron a enfermedades e infecciones habrán muerto, además, por la falta de apego a la vida que se torna inevitable consecuencia del desamor?

Por lo demás, la Historia está llena de relatos sobre padres y madres que realizaron proezas y sacrificios por amor a sus hijos. O sea que el amor de los adultos por sus pequeños tampoco es tan poco natural, tan invención moderna, como algunos sugieren. En la Biblia misma, el omnipotente Yahweh, que había creado a la humanidad toda y desde entonces vivía fastidiado (como niños caprichosos, los hombres no hacían otra cosa que desobedecer y demandar: más, más, más...), se ve sorprendido por el sentimiento de amor incontrolable que David le inspira y por primera vez habla de sí mismo como de un Padre; eso es a fin de cuentas la paternidad / maternidad, un amor incondicional como el de Yahweh experimenta por vez primera al ver bailar a David semidesnudo -diría Touré: ¡como un bebé!

Ugh. Ya me extendí otra vez. ¡Prometo terminarla mañana! 

                                                            (Continuará.) 

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18 de diciembre de 2008
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Navidad

Salen ahora las revistas ilustradas con especiales para la Navidad y con ellas se incluyen las estampas de adornos, terciopelos, bolsos de Prada, strass, lentejuelas, brillos de oro y sedas como si nada hubiera sobrevenido desde un año anterior. Estas Navidades son, sin embargo, /upload/fotos/blogs_entradas/portada_revista_mavidad_med.jpglo contrario a la tendencia del barroco que caracterizó hasta hace poco la moda y se muestran como una apenada inercia de los rituales, memoria de los tiempos en que la efusión de gastar forraba la fiesta con el pecado del despilfarro y todas las parroquias tenían de antemano el discurso listo para hacer a sentir a los fieles su horrenda culpabilidad. ¿Ahora? El ahorro toma la inclinación al gasto y los párrocos son los primeros que sufren la falta de pecado, la disminución de donaciones, la flaqueza de su sentido en medio de la escasez de disolutos, secados por la penuria de la liquidez.

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18 de diciembre de 2008
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Pasajera en trance

 

Cuando se separó de su pareja, hacía casi tres años, se fue a vivir a un condominio. "Ideal para ti", le había dicho una amiga, "cerca de un aeropuerto". No se había dado cuenta de ello, pero ahora que lo decía, era cierto. ¿Y? Ya no quería sentirse culpable de nada. Años atrás, en una clase de antropología, había leído ese libro famoso sobre esos espacios de tránsito que, al carecer de importancia para la identidad, las relaciones, o la historia, eran considerados no-lugares: los hoteles, los supermercados, los aeropuertos. En ese entonces se había sentido mal: no decía nada bueno de ella que le gustaran esos no-lugares. Pero, ¿qué si una pasaba buena parte de su tiempo, cada vez más, en esos no-lugares? ¿No se convertían para una en lugares?

Ella, ahora, se encuentra en un aeropuerto. Ella está por embarcar. Ella está por despegar. Ella se va. Y recuerda: algunos de los momentos más intensos de su vida los pasó en aeropuertos. La primera vez que se fue de Bolivia: todavía le duelen las lágrimas de su madre ("para eso una cría hijos, para que se le vayan"). La vez que volvió y su padre no estaba para esperarla ("hermana, no te lo quería decir por teléfono, pero papá... Nunca llevó bien la separación, pero a nadie se le ocurrió que llegaría a ser capaz de esto"). O cuando llegó a esa terminal vacía en un país desconocido, y sintió, opresivo, todo el peso de la ausencia. O aquel romance de verano que terminó en lágrimas ("si me lo pides, me quedo unos días más") y la sensación angustiosa, después del abrazo y los besos furtivos y el darle la espalda para encaminarse a la revisión, de haber vivido una historia que había terminado antes de comenzar. 

Ella siente que baila sobre el mar. Esta vez, sabe, sospecha, intuye, que la historia tendrá un final feliz. O mejor: no tendrá un final. Y se va. Es una pasajera en trance. Pasajera en tránsito perpetuo, redimida por saber que, incluso en el dolor, en la ausencia, en los equívocos, ha estado transitando por los lugares ciertos. Y piensa: un amor real es como vivir y estar despierto. Un amor real es como vivir en aeropuertos.

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17 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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