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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Siete latinoamericanos en Bs As

Mapa de escritores latinoamericanos. Fuente: la nación Horacio Castellanos Moya (El Salvador), Juan Gabriel Vásquez (Colombia), Daniel Galera (Brasil), William Ospina (Colombia), Santiago Roncagliolo (Perú), Edmundo Paz Soldán (Bolivia) y Daniel Alarcón (Perú) fueron los siete "samurais" latinoamericanos, entre la treintena de participantes en el Festival de Literatura del Malba que ocurrió el año pasado en Buenos Aires, elegidos para comentar en el ADN cultura el porvenir de la literatura latinoamericana. La conclusión es la misma de todos los encuentros, pero no por lugar común menos cierta: el signo primordial es la pluralidad y la dispersión de temas y formas. Lo dice así el prólogo a estas siete entrevistas:"Hoy la literatura latinoamericana no tiene que demostrarle nada a nadie", dice el salvadoreño Horacio Castellanos Moya, convencido de que las letras del continente habrían alcanzado, por fin, su definitiva madurez. La confianza del autor de El asco encuentra sus mejores argumentos en la actual diversidad de estilos y tendencias, la imprevisible amplitud en el horizonte de la libertad creativa (un arco que va de la experimentación de César Aira a la variedad de registros narrativos del mexicano Juan Villoro) y, muy especialmente, en la convivencia pacífica entre las propuestas, toda una novedad para quienes durante décadas se enzarzaron en grandes e históricos debates acerca de por qué una estética debía imponerse sobre la(s) otra(s). "A esta altura ya tenemos claro que, más allá de los gustos personales, todas las corrientes son válidas, cada una con su mérito", cierra Castellanos Moya. El campo de batalla parece haberse convertido en campo de creatividad, y por una vez, la aceptación del otro resulta más importante que la imposición de lo propio. El rigor histórico de William Ospina no se opone a la ficción intimista del brasileño Daniel Galera ni a la pasión por "la palabra justa" de Alan Pauls. El acento performático de Mario Bellatin no es más ni menos valioso que el interés periodístico de Santiago Roncagliolo o la mirada política de Martín Kohan. Ya no se le teme a la libertad del que piensa y escribe desde la esquina opuesta del ring. Es más: en el ring del siglo XXI se discute, pero raramente se condena (...) Edmundo Paz Soldán, que además de escritor es profesor de literatura latinoamericana en Estados Unidos, afirma que el argentino César Aira y el méxicano Mario Bellatin ampliaron el espectro de la "tradición excéntrica", aquella que se aparta del realismo tradicional para aventurarse a construcciones más experimentales. Aira y Bellatin han hecho escuela y en las nuevas generaciones su influencia pesa tanto que en rigor esa literatura -señala- ya no podría llamarse "periférica". Junto a ella se mantiene la línea más realista y social, un tronco central de la tradición latinoamericana, y basten como ejemplo Juan Gabriel Vásquez, Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón y el propio Paz Soldán. En ellos, el factor político no es asunto menor. Lo que sí ha muerto son las viejas utopías: ya nadie entiende la literatura como una forma de militancia política.En la nota hubo espacio para comentar lo que significó, en su real dimensión, ese encuentro llamado Bogotá 39, un maravilloso grupo humano del que nunca dejaré de decir que me siento orgulloso de pertenecer. Sin proclamas, sin manifiestos, sin buscarle tres pies al gato, sin postboom o mini boom, solo unos amigos que hacen lo mismo reunidos para estar juntos (si me disculpan el juego de palabras):La iniciativa Bogotá 39, que en el Hay Festival de 2007 reunió 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años, puede ser tomada como un momento de mutuo reconocimiento que fortaleció el espíritu de grupo, si no literario, al menos generacional. Más atrás, la antología McOndo, editada por los escritores chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez a mediados de los años 90, que intentó presentar una nueva narrativa latinoamericana -urbana y realista al modo norteamericano, reacia además al realismo mágico-, puede ser tomada como antecedente lejano. Pero mucho ha cambiado desde entonces. Hoy, con el mundo convertido en aldea, prima la diversidad y no parecen tiempos de proclamas grupales.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escenas de la España romántica

Fernando Fernández de Córdova

Editorial Crítica

Fernando Fernández de Córdova fue un militar español nacido accidentalmente en Buenos Aires (1809) pero que desarrolló casi toda su carrera profesional  y política en España. Al igual que otros muchos militares románticos, Fernando Fernández de Córdova escribió unas extensas memorias dedicadas en parte a exaltar los méritos de su familia y en parte a justificar sus propias andanzas, aunque también concedió gran importancia a la crónica social de su tiempo.

Y se entiende que necesitase tres gruesos tomos para cumplir su propósito de exaltación familiar,  pues empezaba tratando de limpiar la memoria del abuelo José - sometido a consejo de guerra y degradado en 1797 por su desastrosa actuación al frente de la flota española en la batalla naval contra Inglaterra frente al cabo San Vicente -, para luego proseguir con su propio padre - asimismo llamado José y fusilado en 1810 en Potosí por los insurgentes contra la metrópoli española - y con sus hermanos,  Ramón- suicidado en 1825 cuando apenas tenía 20 años - José, el mayor - muerto poco después de un derrame cerebral - y sobre todo Luis, once años mayor que él y que prácticamente  le hizo de padre. Luis Fernández de Córdova debió de ser un hombre irresoluto y confuso, pues tras distinguirse en las guerras carlistas hubiera podido convertirse en el brazo armado del partido conservador - papel que acabaría desempeñando el general Narváez - pero se negó a ello y tras una carrera plagada de altibajos  acabó participando en una poco clara conspiración que le llevó al exilio en Portugal, donde fallecería en 1840.

El propio autor de las memorias que han dado origen a estas Escenas de la España romántica, mantuvo una trayectoria política tan incierta como la de su hermano y mentor, pues si llegó a gozar del favor de Fernando VII por los servicios prestados,  y fue varias veces ministro con su hija Isabel II, en 1868 se sumó a la revolución que derribó a aquella soberana y aún tuvo tiempo de ocupar varios ministerios con Amadeo I antes de morir en 1883.

Ferrán Costa, autor de la selección de aquellas Memorias íntimas, ha tenido el acierto de reducir mucho la parte introductoria - en loor de los antepasados -  y eliminar por completo lo narrado desde 1847 hasta el final, es decir, cuando el autor cambió la carrera militar por la política, y se dedica a justificar esta última. Y lo que ha seleccionado el antólogo es un pequeño regalo para quienes, una vez que ya han sido suficientemente documentados y analizados los hechos ocurridos durante aquél periodo histórico,  nos interesamos por las circunstancias que se fueron dando mientras tanto. Dicho en otras palabras, estas Escenas son un recuento de la vida cotidiana española durante una gran parte del siglo XIX:Escenas de la España romántica las costumbres sociales  de las clases altas y, por contraste, del populacho, con escenas tan impagables como esas serenatas al pie de las ventanas de palacio en las que los constitucionalistas le cantaban el injurioso Trágala a toda la familia real, o las salidas de paseo del rey, su familia y sus acólitos acompañados de los insultos y el lanzamiento de inmundicias por parte de ese mismo populacho que no mucho después aclamaría, sin dejar de correr despavorido,  la llegada de los 100.000 Hijos de San Luis. En lugar de enumerar una vez más las desgraciadas medidas tomadas tras su restauración por el llamado rey Felón, el autor centra su atención en las diversiones de la época, en especial el teatro y los toros, con las trifulcas y las apasionadas declaraciones a favor o en contra de las cantantes y los toreros más famosos de cada momento; los duelos por nimiedades y las repercusiones sociales de los mismos; las técnicas de seducción, e incluso la forma de vestir y de divertirse de las clases altas, con los correspondientes cambios según las épocas. Bien es verdad que el lector habrá de pelear un poco contra el lenguaje un tanto almibarado y en exceso formal de un escritor decimonónico que probablemente fuera más diestro con las espada que con la pluma (desde luego está muy lejos de la elegancia y la aguda visión para el detalle de un Mesonero Romanos), a pesar de lo cual el material que ofrecen estas Escenas  es de gran interés y novedad porque suele ser despreciado por los historiadores. El libro resulta tan entretenido como hojear una revista del corazón de la época, con su constelación de estrellas y favoritos, sus modas y tendencias, todo ello descrito por alguien que formaba parte de ese mismo estrato social y que parecía encontrarlo de lo más natural. Y hasta legítimo. El presente recuento de las diversiones que se inventaban las fuerzas vivas de la época para matar el tiempo ofrece el valor añadido de que el lector, mientras se pregunta quién se encargaba de gobernar si las cabezas pensantes tan ocupadas estaban en averiguar si la familia real pasaría  ese verano en La Granja o San Sebastián,  es muy consciente  de que al mismo tiempo en aquel  imperio donde no se ponía el sol las luces se iban apagando una tras otra según se marchaban las colonias, cosa que no parece perturbar gran cosa al memorialista, muy entretenido en describir las fiestas ofrecidas en 1845, 46 y 47 por el marqués de Miraflores, que pese a las cuatrocientas personas bailando en sus salones apenas si podían rivalizar con las ofrecidas por la condesa de Montijo los domingos en su palacio de la plaza del Ángel.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ahora los cien días

Obama y su equipo tienen la mente fijada en dos presidencias lejanas, las de Lincoln y Roosevelt; aunque la esperanza que ha suscitado el joven presidente electo está más cerca del espíritu de la presidencia mucho más próxima de John Kennedy, que quedó sajada por un magnicidio. Con el auténtico fundador de la América que conocemos, que es la que nació de la Guerra Civil, tiene tres tipos de afinidades: sus orígenes políticos en Illinois, que le permitieron arrancar la carrera electoral en Springfield, la capital, en un gesto ya de evocación histórica lincolniana; la culminación de la emancipación de los afro americanos,  que encuentra su culminación en la entrada de Obama ; y la potencia de su oratoria, de gran calidad literaria como la de Lincoln. Con Roosevelt las afinidades son más prospectivas, de intenciones y voluntades, es decir, de inspiración que de auténticos paralelismos históricos. Que nos encontremos ante la mayor recesión desde 1929 no debe conducir necesariamente a que Estados Unidos fabrique un Roosevelt para afrontarla.

Cuando Roosevelt juró su cargo, el 4 de marzo de 1933, el país se hallaba al borde del abismo. Nadie se daba cuenta entonces cuán cerca estaba del colapso y de la revolución, escribió años después un militar de alta graduación. La renta agraria, por ejemplo, había caído un 30 por ciento desde 1929. Había revueltas en algunas ciudades. Cundía el hambre. Zonas enteras del país habían regresado a la economía de trueque o funcionaban con vales y monedas locales improvisadas. Los cuentacorrentistas se encontraban con que no podían retirar sus ahorros. Para postre, el período entre la elección presidencial y la Inauguración era todavía más prolongado que hoy en día, hasta el punto de que una nueva enmienda constitucional la trasladó ya para la siguiente toma de posesión al 20 de enero. Una explosión social habría sido en aquel momento algo perfectamente acorde con los tiempos: Hitler acababa de alcanzar el poder. Los gobiernos fuertes, es decir, dictatoriales, desbordaban en prestigio a las democracias.

El problema de Roosevelt tenía poco que ver con el que tiene ahora Obama. La parálisis y la incapacidad de acción del Congreso exigían una rápida reacción que significara un cambio radical de rumbo y la recuperación de la confianza.  Ahora la actual administración ya ha reaccionado a la crisis financiera y a la recesión, y lo que Obama deberá hacer es extender y afinar las medidas y las inversiones públicas. Pero no hay colas ante los bancos, ni masas hambrientas en el campo, ni piquetes que impiden el transporte de alimentos a las ciudades o manifestaciones ante los jueces que reconocen el derecho de los bancos a quedarse con las casas hipotecadas ante la falta de pago de las cuotas. Si hay algo parecido, que no lo sabemos o lo sabemos muy poco, será en otro país, correspondiendo a otra economía complementaria de la americana, quizás en China.

Roosevelt hizo dos cosas que prometió en su discurso inaugural: actuar con la máxima rapidez y urgencia (cuando lo dijo en el discurso recibió la mayor ovación) y actuar sin temor alguno al fracaso (ahí su frase célebre no recibió aplauso alguno: sólo hay que tener miedo al miedo). En ambas cosas sí puede inspirarse Obama, aunque lo que deba hacer sea distinto. Estados Unidos necesita actuar con la máxima confianza para terminar de reaccionar ante la crisis y para cambiar de rumbo en su política exterior, y esto también debe hacerlo rápidamente, en los primeros cien días.

¿Los cien días? ¿Por qué los cien días? No son un disparate arbitrario, ni fruto de la mitomanía histórica. Sí, sabemos que fue la duración del efímero imperio napoleónico a su vuelta de su exilio en la isla de Elba, antes de la derrota definitiva en Waterloo, en época del año parecida, desde el 1 de marzo hasta el 18 de junio de 1915: nada que ver. Los cien días de Roosevelt es el período de sesiones del Congreso americano, desde el 9 de marzo, cuando aprobó una ley de urgencia bancaria (Emergencia Bank Act), que permitió la reanudación de la normalidad y la recuperación de la confianza de los clientes, hasta el 16 de junio, en el que los parlamentarios dieron por terminada su sesión con la aprobación de una ley de coordinación ferroviaria (Railroad Coordination Act) . Fue la etapa de mayor actividad legislativa de toda la historia de Estados Unidos y probablemente de la historia de las democracias parlamentarias.

Los cien días rooseveltianos surgieron como fruto de la improvisación, una improvisación genial, por parte de unos equipos humanos excelentes, pero improvisación a fin de cuentas. La rapidez y facilidad con que se aprobó la ley de urgencia bancaria condujo al equipo de Roosevelt a pensar en la posibilidad de mantener el Congreso en sesión permanente para entrar una legislación que resolviera el problema acuciante del campo. Y a continuación pensaron en ir más lejos y llegó la tijera presupuestaria, todo lo contrario de lo que ahora se está predicando (quizás erróneamente) con motivo de la crisis: se redujeron las pensiones de los militares, los sueldos de los políticos y de los funcionarios, todo para recortar en 500 millones de dólares el presupuesto. 

Y la cuarta iniciativa, aparentemente anecdótica, dio la nota de color y humanidad. Uno de los cronistas de la época asegura que el segundo domingo presidencial en la Casa Blanca Roosevelt dijo de pronto: "Creo que ha llegado el momento adecuado para la cerveza". Fue el final de la ley seca, que forma parte del cambio de hábitos y de atmósfera del New Deal. El mismo cronista señala que el nuevo presidente había ganado el pulso a los dos más importantes lobbies del momento, el de los veteranos de guerra y el de los prohibicionistas.

Poco que ver todo esto con la necesidad de acción que tiene ahora Estados Unidos y el planeta. Regresaremos sobre este tema: será el tema de la temporada. Pero hay una cuestión de fondo, esta sí de claro paralelismos: Roosevelt volvió a utilizar el Gobierno para resolver los problemas del país, que es lo que va a hacer Obama después de ocho años en que el Gobierno no era la solución sino el problema.  La inspiración rooseveltiana de Obama radica en esta cuestión: como entonces, después de una larga época de desidia y de desconfianza, de ineptitud y de rendición, hay que volver a utilizar los instrumentos de Gobierno para enderezar la economía y para poner orden en el mundo.

(Para redactar este post he utilizado ‘The Coming of the New Deal' de Arthur Schlesinger Jr., Mariner Books, y "Entre el miedo y la libertad (1929-1945)" de David Kennedy, Edhasa)



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A dos días del cambio

Dos días de Bush y Cheney, todavía. La pesadilla, por fin, está terminando, ya termina. Sin ellos, sin la carta blanca a Sharon primero y a Olmert después, la guerra de Gaza no habría tenido lugar. El castigo ha quedado ahora congelado: el balance alcanzará por el momento a uno de cada mil habitantes. El fusilamiento de soldados franceses  amotinados en la Primera Guerra Mundial era más intenso: uno de cada diez, pero el castigo colectivo era el mismo. Sin contar con los heridos, los damnificados, los huérfanos, los desatendidos... Obama podrá tomar posesión el martes sin que vayan goteando noticias de muerte originadas en Oriente Próximo. De momento. Es muy fácil que se reanuden al poco tiempo, antes de que los nuevos estén bien instalados en el Gobierno de Washington.

El gobierno de Israel tiene motivos para la satisfacción: ha restituido la capacidad amenazadora de su ejército, temido de nuevo por todos, incluidos los aliados. Me llegan noticias de la capital americana sobre los desperfectos producidos: en las propias filas de Bush hay espanto y disgusto. La Autoridad Palestina ha quedado seriamente tocada. Hamas ha perdido milicianos y cuadros, sus estructuras de gobierno y de asistencia han quedado seriamente disminuidas, pero no su enraizamiento en la población y su prestigio.  El enfado egipcio con Israel es colosal. Los únicos que se relamen silenciosamente son los iraníes: una guerrilla sunní como Hamas les coloca en mejor posición para convertirse ahora en interlocutor.

Si el prestigio militar de Israel cotiza de nuevo, es evidente lo que ha sucedido con su imagen civil. Esta ecuación prefigura el futuro que poco a poco va eligiendo la ciudadanía judía de Israel, con la grave y cada vez más desgarrada disidencia de su 1'3 millón de ciudadanos árabes: la de un país militarizado que sólo mantiene la estabilidad mediante la guerra permanente. El sueño de un Israel en paz, con fronteras seguras, reconocido por sus vecinos, que se convierte incluso en agente de prosperidad y de democratización de la región, lo que se diseño en Oslo, se halla cada vez más lejos.

La esperanza está a orillas de Potomac, donde todo está preparado para la escenificación del cambio. Grandes esperanzas, como la novela de Dickens, en los titulares de muchos artículos y medios de comunicación. Será un gran espectáculo, un momento cargado de emoción y gravedad histórica. Como todas las inauguraciones presidenciales, pero esta vez todavía más. Así es el escenario global de nuestro mundo compartido, cada vez más pequeño pero igualmente ancho y variado: en la capital, los aires de un cambio dramático, lleno de tensión entre el disgusto ante el actual Gobierno y las enormes expectativas del que va a instalarse; en la franja de Gaza, la tragedia de dolor y de sangre, la destrucción y el horror.  Desconectados por unas horas ambos ámbitos, gracias a esa tregua extraña, más cerca de un respiro en una cacería que de una paz deseada y eficaz.

Quien quiera saber más sobre el equipo de Obama tienen en esta dirección del suplemento semanal de The New York Times la oportunidad de leer en los rostros de quienes lo conforman, en un excelente reportaje de Nadav Kander, un magnífico fotógrafo que ha trabajado en Washington en la misma línea de los retratos de Avedon sobre los que también he escrito en este blog. En cuanto a Gaza, han llegado ya muchas y desgarradoras imágenes, pero me temo que lo peor puede estar todavía por llegar.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre la semilla de la vocación

Paulina preguntaba hace algunos días por mis comienzos. Lo único que puedo decir es que no recuerdo nada que identifique como tal: siempre supe que quería narrar historias, desde la mismísima infancia. Por supuesto, con el correr de los años sufrí la tentación de las profesiones ‘serias'. Durante algún tiempo coqueteé con la idea de ser médico, arquitecto y hasta oceanógrafo. Pero nada (tan sólo el mar, en todo caso) me atraía tanto como el poder de las buenas historias -nada me seducía más.

         Aun cuando la vocación era difusa, tenía claro que prefería el disfrute de la ficción a cualquier otra actividad infantil: ni los deportes, ni los juegos de mesa ni las travesuras en grupo se comparaban al secreto arrebato que sentía ante un buen libro, historieta, película o serie. Supongo que todo lo demás me parecía común, sin lustre; y que ese fulgor que iluminaba mi existencia durante la inmersión en la ficción era, en cambio, una experiencia casi religiosa: me re-ligaba -de modo íntimo y secreto- con algo más grande que yo -lo que por entonces habría definido como el Orden de la Aventura.

         Una vez que identifiqué la existencia del artista detrás de esa magia (había alguien que movía los hilos para que todo ocurriese tal como ocurría), ya no dudé: yo quería hacer eso. Para ser más preciso: quise desde entonces producir en alguien a quien no conocía -y que quizás no hubiese nacido todavía- la misma clase de placer perdurable que los artistas producían en mí a través de sus obras. Por eso mi vocación es inseparable de la alegría de vivir: porque desde la semilla fue ya un deseo de compartir con otros lo que me hacía feliz, de tender puentes a personas desconocidas -de invitar a jugar.

 

(Continuará.)



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19 de enero de 2009
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Rafael Villafuerte Aguilar

Recibió cinco balazos desde un automóvil en movimiento y frente a un policía, el 13 de diciembre de 2003. Era director del periódico La Razón de Coyuca, Guerrero en donde denunciaba de manera cotidiana la corrupción de las instituciones locales. Sus colegas afirmaron en una carta abierta publicada luego del asesinato que el crimen estuvo rodeado de múltiples irregularidades por parte de las autoridades: el lugar del asesinato no se acordonó, ni se ordenó de parte de ninguna autoridad policíaca la persecución de los asesinos pese a que el vehículo estaba plenamente identificado. Asimismo en el lugar había agentes del Ministerio Público "casualmente" durante el atentado, pero no llamaron a la policía, ni a Rescate o a la Cruz Roja, sencillamente se excusaron comentando que "no  estaban en servicio". El crimen sigue impune.

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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El móvil y Hedy Lamarr (6)

Para hacer lo que Hedy Lamarr hizo fue fundamental su encuentro con el compositor George Antheil, quien resolvió el problema de la sincronización de frecuencias entre emisor y receptor por un procedimiento complicado. Y con la ayuda de un profesor de ingeniería eléctrica desarrollaron la idea, que fue patentada en 1942, pero cuya consecución en la práctica no era fácil, en parte por los medios técnicos existentes en aquellos momentos y también porque la Marina de los Estados Unidos no se tomó el invento muy en serio viniendo de quien venía. Hasta que en 1957 lo recuperaron unos ingenieros  que lo convirtieron en un instrumento esencial para las comunicaciones militares y que después ha sido utilizado en la tecnología del teléfono móvil.

            Lamentablemente, la patente expiró en 1959, precisamente cuando murió Antheil, y Hedy Lamarr no pudo cobrar ningún derecho. Falleció en enero de 2000, pero antes, en 1997, recibió el reconocimiento de la EFF (Electronic Frontier Foundation) por su invento, que ella aceptó diciendo que llegaba tarde.

            "La belleza y el cerebro", además de inventora, dijo algunas frases como la siguiente: "Cualquier chica puede ser glamorosa, todo lo que tiene que hacer es estarse quieta y parecer estúpida".



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Parece que anda suelto Satanás

No estoy seguro de Dios, pero no tengo dudas con el Diablo. Ni Madrid de noche se parece a una canción de Aute. Ni el Diablo es como su estatua del Retiro, ni tiene que ver con el diabólico personaje, ese tentador acompañante del ingenuo libertino en la ópera de Stravinsky The rake's progress. Sin embargo, Satanás sí anda suelto por las noches de Madrid. No le busquen entre los clientes de los autobuses ateos, él sabe moverse con discreción y disimulo. La ciudad sabe convivir con sus diablos cojuelos y con los otros. Nosotros conocimos una noche alegre y confiada en los ochenta. Aquella movida nocturna muchas veces nos pilló en pecado y de madrugada, no pocas veces en aquellos jardines, sospechosos edenes que terminaban en ese garito llamado El Sol. Inevitable cita para una generación de libertinos resistentes, de amigos de caer en las tentaciones, hasta que nos llegaba la hora de la expulsión de aquellos cálidos infiernos y nos expulsaban de nuestro particular paraíso con la música de "pompa y circunstancia".

Madrid ya no es ese poblachón manchego donde se mataba poco, ahora somos modernos al estilo Chicago años veinte

La ciudad siempre ha tenido sus territorios diabólicos, sus macarras, sus ladrones y los colgados que en compañía de su mono te querían asaltar -y algunas veces lo conseguían- a golpe de navajas o cortaúñas. Las pistolas eran armas cargadas de pasado, un decorado de las películas de cine negro. Madrid ya no es ese poblachón manchego, donde se mataba poco y de manera primitiva, ahora somos modernos de hace un siglo, de aquellos raros cinematográficos años veinte en Chicago. Ahora nuestra ciudad tiene sofisticadas tramas de corrupción, bandas internacionales, traficantes de alta tecnología, asesinos que surgen del frío. Tipos que manejan pistolas que carga el diablo, que asesinan con nocturnidad en el centro histórico e irreal.

Habíamos visto la ópera que Stravinsky compuso con libreto de Auden. Una obra maestra tonificada por el café y el whisky, en estado de genialidad, interés por el diablo, desde sus manías, sus pasiones, su elegante izquierdismo, su escepticismo, sus pecados y sus tentaciones. Maravillosa, cinematográfica y atrevida puesta en escena de Robert Lepage que es capaz de hacernos olvidar la hermosa lentitud de la belleza musical de Hogwood. Fuera la ciudad era noche y niebla, en la plaza de la cachonda Isabel II -mujer parecida a las excéntricas que crearon Auden y Stravinski para llevar por el mal camino al libertino- nos tropezamos con unas velas encendidas. Era la puerta de una discoteca, el lugar donde a tiros habían matado a dos noctámbulos. La discoteca se llama Heaven, la puerta a un infierno real.

Auden conoció el infierno en Madrid. Era el año 36, luchó al lado de los buenos. Ganaron los otros y llegaron "noches saturadas de maldad".

Parece que anda suelto Lucifer.

Publicado el domingo 18 de enero de 2009.



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19 de enero de 2009
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Dímelo al oído, por favor

Varias películas han presentado ya un grupo de adolescentes criminoides, transformados en agradables ciudadanos gracias al poder de la música. Ideal que tiene su referente verdadero en la ya célebre orquesta venezolana dirigida por José Antonio Abreu y reclutada entre segmentos juveniles difíciles. No me parece a mí que sea el mejor camino para encomiar la música. Como aquellos científicos que exponían la eficacia de la música de Mozart para aumentar el ordeño de las vacas. No obstante, es un medio admirable para que la música deje de parecer un deporte de élite como el polo y se advierta lo que es en verdad: la más gloriosa fiesta del espíritu.

    En nuestro país (el mayor productor europeo de ruido) este esfuerzo de la música por caer simpática ha de ser aplaudido. En Cataluña se ha seguido el ejemplo de la orquesta venezolana y hay un puñado de grupos musicales dedicados a la música culta o a la música ligera, formados en su mayoría por inmigrantes. Algunos conjuntos como Rumbazigha o la Orquesta Àrab de Barcelona, usan la impronta étnica que tanta riqueza ha traído a la música occidental desde el siglo pasado; otros son clasicistas, como la Orquesta de Cámara Iberoamericana.

    En este país de sordos que gritan más que hablan, cualquier impulso a la música es un avance fundamental para la convivencia. Por esta razón me permito saludar a otros héroes, los que han lanzado una colección de música en la editorial Nortesur. Su primer libro, la biografía de Horowitz por Piero Rattalino, da idea de cómo era el mundo hacia 1960 cuando éste inmenso pianista tenía casi cuarenta millones de oyentes en las radios de los EEUU. Sus conciertos fueron el anticipo histórico de los Rolling, con miles de admiradores haciendo cola varios días para conseguir entradas en el Carnegie Hall. Un matrimonio con la hija de Toscanini y una vida sexual secreta, pero conocida, le asemejan a otros rockeros. Conocer a uno de los más sutiles poetas del piano que jamás haya existido puede excitar la curiosidad de oírle. Sería óptimo: sus discos curan la sordera.

Publicado el sábado 17 de enero de 2009.

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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ven y vívelo

  Inspirada en una de esas tantas propagandas turísticas, se me ha ocurrido una idea para atraer visitantes a la Isla. No se trata de un viaje ecológico para apreciar la naturaleza o de un tour histórico por las plazas y monumentos del país. Una estancia a ?lo cubano? podría ser el slogan de esta campaña turística, condenada de antemano al desinterés de sus posibles receptores. Ven y vívelo, rezaría en la portada de la libreta de racionamiento que se le entregaría a cada uno de los que se apunten a esta aventura. El hospedaje no se parecería a las habitaciones de lujo que muestran los hoteles de Varadero o Cayo Coco, pues nuestros turoperadores sugerirían cuartuchos en Centro habana, solares en Buena Vista y un abarrotado albergue de damnificados por los huracanes. Los turistas que compren este paquete no podrán manejar moneda convertible y para sus gastos de dos semanas contarían con el salario medio de un mes: trescientos pesos cubanos. De esta forma, no podrían montarse en taxis de divisa ni conducir un auto rentado por las carreteras del país; el uso del transporte público sería obligatorio para los interesados en esta nueva modalidad de viajes. Los restaurantes les estarían vedados a quienes opten por esta excursión y recibirían un pan de ochenta gramos cada día. Quizás y hasta tengan la suerte de alcanzar media libra de pescado antes de que salga el vuelo de regreso. Para moverse a otras provincias no contarían con la opción de Viazul, aunque en lugar de estar tres días en la cola para un boleto, podría dárseles la ventaja de comprarlo después de sólo una jornada de espera. Tendrían prohibido el subirse a un yate o contratar una tabla de surf, no fuera a ser que terminen su estancia a noventa millas y no en nuestro ?paraíso? caribeño. Al finalizar su estancia, los arriesgados excursionistas obtendrían un diploma de ?conocedores de la realidad cubana?, pero tendrían que venir algunas veces más para ser declarados ?adaptados? a nuestro absurdo cotidiano.  Se irán más flacos, más tristes, con una obsesión por la comida que saciarán en los supermercados de sus países y, sobre todo, con una tremenda alergia ante los anuncios turísticos. Esas doradas propagandas que muestran una Cuba de mulatas, ron, música y bailes no podrán esconder el panorama de derrumbes, frustración  e inercia que ellos ya han conocido y vivido.



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19 de enero de 2009
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