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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La imperfección

No resulta extremadamente fácil localizar el mal en los demás. Tanto como si para esa operación determinada nos hubiera dotado la naturaleza de principios tan elementales como atinados. Pero, a la vez, ¿cómo no sospechar que nuestra gran competencia para acertar en tales valoraciones no procede de nuestro mal mismo, de nuestra experiencia personal del mal habitando en el interior de cada uno?

Siempre viene a ser más extraño que realcemos el bien en los demás que nos recreemos en sus defectos. No es del todo insólito señalar unas u otras virtudes en el prójimo pero puestos a hacer balance las cifras de gente mala supera siempre al de gente buena lo que, en conclusión, lleva a tener del mundo una impresión más negativa que positiva, más cercano al reino de la adversidad y las amenazas que el de la concordia y la felicidad.

Pero lo que no se ve de inmediato es que si el mundo adquiere caracteres de maldad en esa porción aviesa se halla incluida nuestra propia contribución. El mal que reconocemos en el otro nos reconoce, la pertinencia con la que calificamos negativamente nos pertenece. O más aún, emparenta diferentes formas del mal ajeno su mal con modalidades del nuestro, traza un puente de crasa humanidad: el puente de las aguas turbulentas que se opone a los o puentes de amistad pero que tanto uno como otro forman la misma ciudad de Buda y Pest sobre la que viajamos, maldecimos, amamos o nos aborrecemos.

Pero hay algo más: el mal en los demás nos intranquiliza pero el mal que podemos descubrir en nuestro interior nos desconcierta. Ser malo, en la ideología humanista y religiosa, conlleva pronto a desestimarse y desestimarse aboca a descomponerse. Creer en nuestra bondad frente a la posible maldad ajena nos mantiene artificialmente en pie pero ¿cómo no pensar, aún exagerando, que la verdadera comunión de los seres humanos se realizaría del todo, abatidos o no, en la constatación aversiva de nuestro contenido ignominioso tanto como en la complacencia de los bueno datos amables, cruzados, mezclados, rebozados todos de la imperfección de toda perfección?



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14 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No music in the horizon

A veces me armo una pequeña lista de temas sobre los que hablar en este blog durante los días por venir. Hace tantas semanas que en mi lista figuran U2 y Morrissey (desde que salieron sus discos nuevos, sin ir más lejos), que mi persistente imposibilidad de referirme al asunto me llevó a preguntarme: ¿por qué se me hace tan difícil dedicar tiempo a la música en estos días?
    Cuando era pequeño no había en mi casa nada parecido a grabador o tocadiscos. Para escuchar las canciones de Los Beatles que me gustaban, llamaba por teléfono a la prima de mi madre y le pedía que las pusiese en su tocadiscos. Y así el niño que yo era podía dedicarse a bailar I Saw Her Standing There y Twist and Shout… con el teléfono en la mano.
    Todavía recuerdo la tarde en que mi padre y yo fuimos a comprar el primer tocadiscos como regalo para mi madre. Además del aparato, mi papá (que siempre fue sordo para la música, de una manera casi deliciosa) compró a modo de disco inaugural uno de standards melódicos orquestados, en este caso por Alain Debray. (Seudónimo que usaba Horacio Malvicino para esta clase de crímenes.)
    Por fortuna mi madre tenía buen gusto al respecto. De allí en más me alimentó a base de una dieta tan variada como nutritiva: Sinatra, Mercedes Sosa, Al Jolson, Liza Minnelli, Iva Zanicchi, Glen Miller…
    De adolescente, como era inevitable, pasé tantas horas encorvado encima de ese tocadiscos que hasta recuerdo en qué versos de qué canciones saltaba la púa.
    Como trabajé largos años como periodista cultural (escribiendo sobre rock, entre otras cosas), vi todos los conciertos que había que ver y recibí todos los discos. Hasta que abandoné la prensa diaria y de algún modo me harté de la ceremonia de los recitales, hasta el punto de perderme adrede algunos por los que todavía hoy me clavo puñales. (¡Dios mío, cómo es posible que haya dejado pasar a David Bowie interpretando sus clásicos!)
    Si por lo menos se me diese escuchar música mientras escribo… Pero no, tengo la maldita manía de no aceptar otra música durante la tarea que el redoblar de las teclas.
    En los últimos años, el único sitio en que escuchaba música largamente y podía cantar como en la bañera era el auto. Pero ahora que viajamos con el pequeño Bruno en la sillita, el reproductor de Cds está copado por la música de Los Beatles con la que, lo admito, estoy tratando de adoctrinarlo.
    El domingo de Pascuas fuimos a lo de mi hermana, que suele programar su equipo con buenos discos. Pero la muy traidora, en un gesto demagógico apuntado a sus propios hijos, nos recibió con una tunda debida a vaya saber cuál de los High School Musicals.
    Así que les voy a deber mis impresiones sobre el nuevo de U2 (que escuché varias veces entre un disco Beatle y otro, pero no lo suficiente como para formarme un juicio crítico) y el nuevo de Morrissey, del que no alcancé a oír más de tres canciones.
    Ah. cómo extraño aquellos tiempos en que gastaba los surcos de mis sufridos vinilos…



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14 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bo

Congratulémonos, nuestro perro de aguas ya está en la Casa Blanca. No sé como pronunciarán allí el nombre que le han puesto, pero espero que lo hagan a la francesa, como si hubiese un acento circunflejo sobre la letra o, lo que significaría bello, ni más ni menos. A esta hora su retrato ya ha dado la vuelta al mundo, los grand danois y los galgos de Pomerania se muerden de envidia, mientras que todos los chuchos portugueses celebran el éxito con expresiones de justificado orgullo patriótico. En cualquier caso, me permito decir que tengo una seria reserva que manifestar: se necesita no conocer nada a un perro de agua para ponerle al cuello, para fotografiarlo, un collar de flores, como si fuese una bailarina hawaiana. Con sólo seis meses de edad, Bo todavía no tiene perfecta conciencia del respeto que le debe al ramo canino en que tuvo la suerte de nacer. Queriéndolo la Casa Blanca, podemos prestarle durante algún tiempo (no mucho porque nos hace falta) a nuestro Camões para que sirva de preceptor al cachorro presidencial y le enseñe las maneras por las que deberá regirse, en todas las circunstancias, un digno pero de aguas de ascendencia portuguesa. Portugal oblige.



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14 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuba, sí

Turistas, muchos turistas. De Florida y de Nueva York. De California y de Illinois. De todos los estados de la vecina Unión. Con familia cubana de momento. Primos, tíos y hermanos, cargados de regalos, con los bolsillos llenos de dinero y el corazón generoso para gastarlo. Paquetes, muchos paquetes, con ropa, con productos de primera necesidad. ¡Venga billetes de avión para La Habana! ¡Venga vouchers de hotel! ¡Venga bultos para los correos y mensajerías! Éste es el registro cotidiano, despolitizado, menor, pacífico, de la mayor acción política que está preparando el pueblo cubano de las dos orillas, la de Florida y la de la isla, en pos de su libertad y de su bienestar. Quien va a soltar esta riada de afecto y de relaciones humanas, este impulso al consumo y a la economía, es la decisión presidencial de levantar casi del todo el embargo norteamericano sobre la República de Cuba.

Conocemos los efectos de este tipo de acciones: en los años 60 el páramo hispánico se vio invadido por el turismo europeo, que nos trajo costumbres e ideas más libres y frescas; mientras el milagro alemán atraía a cientos de miles de trabajadores, que aprendieron en poco tiempo unas lecciones elementales de democracia y de sindicalismo, muy pronto trasladadas a sus pueblos y barrios. La integración de España en Europa y la transición empezaron entonces. Al igual que en Cuba, donde ahora empieza seriamente el camino hacia su integración americana y su transición hacia un régimen de libertades individuales, de división de poderes y de democracia representativa. Esperemos que nadie pueda parar esta avalancha pacífica y amistosa destinada a liberar a la isla. Amigos cubanos: ¡Feliz y rápido viaje! (No hay que conformarse. Este embargo que limita las relaciones familiares es de nefastos efectos, tal como ha documentado HRW, en las relaciones entre parientes. Pero hay que exigir más: que todos los ciudadanos norteamericanos puedan viajar a la isla. Cuantos más, más cerca la democracia y la libertad. Pero cuidado. El régimen no se quedará de brazos cruzados).



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¡Cuidado con la cartera!

Coincidiendo con las salidas y entradas de Madrid típicas de estas fiestas, se han producido salidas y entradas en el Gobierno. Unos se van y otros vienen, unos se apean y otros suben al tren. Los ya antiguos no tienen más remedio que verse cara a cara con los nuevos y decir algo ingenioso para demostrar que no se han tomado a mal que los quiten. ¡Qué suplicio!, encima tengo que hablar, piensa el del adiós, mientras que los nuevos sólo tienen que sonreír y dejarse querer, aunque quizá sea éste el momento de ir pensando en la frase ingeniosa de una futura despedida para adelantarse y tener ese trabajo hecho, no sea que dentro de equis tiempo, con la emoción de última hora y tener que recoger el despacho deprisa y corriendo, se quede uno sin palabras.

Personalmente si yo fuese una o uno de los ministros salientes me habría agarrado al espíritu de la crisis, a la necesidad del ahorro y a la economía del lenguaje y, al entregar la cartera, habría dicho simplemente: "toma". Y se acabó, me habría vuelto a mi sitio junto a la pared y me habría dedicado a mirar al techo, que para eso los artistas se han dejado las cervicales pintando hermosos frescos, para que uno pueda distraerse de la dura realidad.

Sin embargo, se trata de una ceremonia que a los ciudadanos nos gusta y echamos de menos que no dure un poco más. Es demasiado rápida, no nos da tiempo de ver cómo van vestidos, ni de analizar las miradas, ni profundizar en el tono de las frases, que pediríamos que fuesen más irónicas, más de doble filo, con más juego para comentar en casa. Casi todo el espacio lo ocupa una gran cartera negra, símbolo de entrega de poderes, que casi siempre se presta a alguna anécdota como que en lugar de ministro ponga ministra o al revés o que en la de Educación hayan tenido que borrar alguna. ¿Es que no nos podemos permitir comprarle una cartera nueva al ministro? ¿Tiene que ser esa y sólo esa con vocales borradas unas encima de otras y palabras enteras tachadas con típex? Quizá se trate de una bella metáfora sobre la efímera temporalidad del cargo, de modo que el ministro siempre tenga la cartera a mano, junto a la mesa del despacho, para de un vistazo recordar que antes hubo otros y que después también los habrá y que todos han dejado y dejarán sus huellas en esa machacada cartera. Esa cartera representa el tiempo, por eso es negra como el cosmos y abultada como el vacío. Es un trozo de materia oscura, que se pasan unos a otros, tratando de desentrañarla.

¿Hasta que edad se remontan estos enormes carterones negros, a la Edad del Bronce? Y otra curiosidad, ¿se usan sólo en estos actos o los ministros y ministras guardan dentro el ordenador? La verdad es que precisamente una cartera le habría venido bien al jefe antiterrorista de Scotland Yard que llevaba bajo el brazo, como si fuesen unos apuntes de clase, una información de máximo secreto que podía leer cualquier que pasara por su lado y sobre todo que pudo ser fotografiada por teleobjetivos. Estoy completamente a favor de las carteras ministeriales y espero que nunca se sustituyan por un pendrive porque no habría ceremonia ni metáfora.

También podría significar algo que el cambio de ritmo del Gobierno haya ocurrido en Semana Santa, que a diferencia de las Navidades no tiene fecha fija. Unas veces cae en marzo, otras en abril, lo que está muy bien porque así tenemos tradición, pero no monotonía. Aunque no es monotonía lo que nos sobra porque acabamos de venir de las Fallas y ya termina la Semana Santa y a continuación nos espera la Feria de Abril y San Isidro, y mis queridas fiestas de San Antonio de la Florida. Ahora la Semana Santa no tiene nada que ver con la de aquellos tiempos en que se paralizaba la vida y no tenías más narices que ver Los Diez Mandamientos y escuchar música religiosa o escaparte a alguna playa, porque a las dictaduras siempre les ha encantado entristecer a la gente. Cuando estamos tristes tenemos menos energía y menos capacidad de respuesta, somos más manejables. Y lo que tienen las procesiones es que, en medio de todo lo que significan y que le sirvió a Mel Gibson para rodar ese otro Apocalypto, en versión latín, llamado La pasión de Cristo, es que son alegres y los que participan lo pasan bien, aunque algunos hayan querido agriar la fiesta con los dichosos lazos blancos.

 

 



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un nuevo estilo de pensar la política

 

Cuando haya pasado el tiempo, y las convulsiones de hoy sean recordadas como el fruto amargo de un mal sueño, quizá podamos pararnos a considerar la convicción con que Obama elaboró su discurso político.

Para hacer frente a la crisis el Presidente de los USA reclama una ley contra los excesos de la avaricia, restaura la autoridad que regulará la disciplina financiera y moviliza los recursos económicos destinados a impedir que el tejido social se deshaga en mil pedazos. Al mismo tiempo anuncia la regeneración de una sociedad obligada a dar lo mejor de sí misma.

No se trata tan sólo de presidir un programa gubernamental aprobado por la mayoría de la Cámara de representantes. Obama impulsa una movilización que haga factible lo que parece imposible. La cordialidad que ofrece a los gerifaltes del mundo, sin evidenciar la diferencia que los distancia, es parte esencial de esa reinvención moral implícita en su estilo de hacer política. Obama habla a los que desean escuchar pero se dirige especialmente a los que pueden comprender la magnitud de un inaplazable desafío ético. La idea que sostiene su vigorosa puesta en escena es una constante apelación al sentido común: o acabamos nosotros con el conflicto o el conflicto acabará con nosotros.

Nos encontramos al borde de una catástrofe (millones de parados sin nada que llevarse a la boca son un paisaje escalofriante) y sólo una convicción de este calibre podrá encauzar las necesarias voluntades, esperanzas y paciencias.



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Piglia y Saer conversan

Carátula de la novela de Saer comentada por Piglia. Fuente: rbalibros Una conversación inédita entre dos grandes escritores argentinos, realmente grandes digo, como son Juan José Saer y Ricardo Piglia, ha sido publicada por la revista "Alambre" y reproducida en parte por "Radar Libros" de Página12. La conversación se centró sobre la novela La grande y se llevó a cabo en la Universidad de Princeton en el 2002. Aquí algunos de los diálogos:Piglia: En la novela (La Grande) hay un primer grupo de personajes en el que estarían César Rey, Marquitos Rosenberg, Escalante, y ahora Gutiérrez, grupo que sería de una generación anterior a la de Tomatis, Garay, etc...Saer: Sí, por supuesto: primero son las edades de la vida ?como diría Hölderlin?, porque en Lugar Tomatis tiene más de cincuenta años, tiene una novia ?que es arquitecta, y que es su tercera o cuarta mujer?, tiene una hija que es adolescente o joven. Y la cosa más complicada de su biografía, de su vida, es entre el final de Glosa (alrededor de 1978) y Lo imborrable, ahí hay una especie de crisis o de agujero negro por el cual él pasa y sale: en Lo imborrable él cuenta un poco la salida de eso.Piglia: Y se gana la vida en el diario.Saer: No, dejó: en Glosa y en Lo imborrable ya se ha ido del diario; y yo justamente quería escribir algo acerca de eso: en un determinado momento él dice en Lugar que si pudo dejar el diario, fue porque un tío le dejó una herencia; pero después yo quería hablar un poco de por qué dejó el diario, y tal vez lo haga en esta novela que ahora estoy escribiendo.Piglia: ¿Y las mujeres ? La madre, la hermana...Saer: Buenos, las mujeres de Tomatis son muchas; la primera de todas aparece en ?Algo se aproxima? y se llamaba, creo, Pocha. Después viene su primer casamiento (se casa y dura pocos meses porque el casamiento burgués mucho no le va), después se mete con una muchacha con la cual queda un cierto tiempo para poco después separarse, y después se encuentra con su mujer, Haydée, la madre de su hija, con la cual convive un cierto tiempo, aunque finalmente también se separa de ella. Entonces, después de eso no se habla más (de sus aventuras, porque como todo divorciado después empieza a andar con una y con otra), su hija crece, y ahora está con una mujer que se llama Victoria, que en Lugar aún no tiene nombre pero que en esta nueva novela va a aparecer con ese nombre; ella siempre se refiere a Tomatis como ?éste?.



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Requena, escritor oral

Alejandro García Schnetzer, autor de Requena. Fuente: eternacadenciaEl mito del "escritor oral" siempre estará vigente. Jorge Luis Borges comentaba, por ejemplo, que si Macedonio Fernández hubiera podido trasladar por escrito toda la brillantez de su conversación, hubiera sido cien veces mejor escritor de lo que fue. Justamente, Macedonio Fernández es uno de los personajes (los otros son Sócrates y Witold Gombrowicz, según el autor) que originaron la creación de Requena, protagonista de la novela breve con el mismo nombre editada en Argentina por Entropía. En Página12 se entrevista a su autor, Alejandro García Schnetzer:Mientras su generación intenta escribir sin el peso ni la herencia de Borges, usted escribe con Borges. ¿Qué piensa de esto??Borges estaría indignado de saber que escribo con él (risas). Borges es una de mis lecturas esenciales. De los contemporáneos leo muy poco, sólo por mi trabajo de editor. ¿Qué leía un criollo formado en los años 20 en Buenos Aires? Es el momento en que irrumpen las vanguardias y se establece una relación muy curiosa entre la tradición y la ruptura con esa tradición. Por suerte, Requena es un hombre que cree y descree por igual de la tradición y la vanguardia. En tal sentido, es alguien que escribe poco, y si escribe no publica porque no cree que sea importante publicar. Para él alcanza con comunicar las ideas a un grupo reducido de amistades. Esto es algo que se perdió. En el presente, la publicación se considera una consecuencia natural de la escritura. En oposición a ello están los maestros orales, que siempre abundaron.?¿Habría un intento en esta novela de recuperar esa tradición de escritores más ?orales?, ?del pensamiento???Fue una de las pretensiones. Es sabido que hay verdades que la palabra escrita es incapaz de describir. A quién no le ha sucedido vivir experiencias que no son comunicables a través de las palabras, pero que sí describen la música o la pintura.?Requena dice que cuando se sienta a escribir ?las ideas huyen espantadas?. ¿Le pasa algo parecido??Sí, y a eso se añade que la escritura es un proceso sin fin. Carlos Alonso me contaba que cuando un cuadro está terminado el mismo cuadro lo ?dice?, no hace falta seguir pintando. En la escritura, y en la traducción, eso no sucede. No hay punto final. ¿Cuándo se termina un texto??Sin contar el final de Requena, ¿supo que era ése??Sí. Pero el fantasma de Requena todavía me visita y me dicta algunos recuerdos.



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La imagen determinante

Rafael Argullol: A raíz de nuestro particular homenaje a Stanley Kubrick creo que sería interesante referirnos a la relación que ha existido en el último siglo entre literatura y cine, ya que el propio Kubrick fue uno de los ejemplos maestros de esa relación gracias a sus adaptaciones al cine de diversas novelas. Más que adaptaciones podríamos hablar de traslaciones o de traducciones. En ese sentido creo que Kubrick es un ejemplo de rigor en casos como Lolita o en casos como Barry Lyndon o 2001. Me parece que en nuestra época es interesante afrontar esta relación porque evidentemente en nuestros días ya no solo sigue habiendo una relación entre literatura y cine sino que hay una evidente fuerza del lenguaje cinematográfico sobre el lenguaje narrativo. Sería  bueno ir viendo la relación entre ambos casos.

D.A.: Pienso en una entrada ya llevada a cabo, acerca de Guillermo de Baskerville: el lector de El nombre de la rosa jamás podrá olvidar la cara de Sean Connery para este personaje. Ahora, se tiene un referencia con el cine por encima, pero también la producción de lenguajes cinematográficos permite la elaboración de una imagen clara, precisa, en la medida en que detrás de cada personaje está el nombre del actor: obliga a entrar en el código de lectura de la novela que lleva a cabo el director.

R.A: Es que hay una cosa crucial que creo que se ha reflejado poco, y es que en una época en la que hay una especie de consenso general a veces incluso un poco ridícula sobre el predominio de la llamada cultura de la imagen, un elemento fundamental es que la imagen siempre determina mucho más que la palabra. Dicho de otro modo: la palabra tiene una pluralidad de planos, incluso una ambigüedad, un claroscuro que la imagen no tiene, porque es más determinada. Incluso dentro de la palabra evidentemente distintas formas de expresión del lenguaje tienen mayor o menor comprensión, para decirlo claramente: una narración novelística tradicional que describe un determinado contexto es muy completa; una poesía metafísica deja mucho espacio para la ambigüedad, para los claroscuros, y desde la poesía a la narrativa diríamos que pasamos por una progresiva determinación luminosa y de perfilación de siluetas. Yo diría que en el momento en que pasamos de la palabra a la imagen esto es mucho más determinado.

Para seguir el ejemplo que has puesto evidentemente cualquier lector de literatura  a lo largo de los siglos ha podido poner él mimos la cara de los protagonistas. Desde el momento en que el cine ha realizado traducciones, traslaciones, adaptaciones, como queramos llamarlos, de determinadas obras literarias a través de los rostros fijados por el cine evidentemente la imaginación del espectador disminuye. Porque el cine determina mucho respecto a la literatura.  Si nosotros miramos toda la labor de traslación cinematográfica de la literatura desde que se inventa el cine, es evidente: empezamos ya por ejemplo con el cine expresionista que tuvo como materia prima la literatura de la época e incluso anterior. Evidentemente cuando uno había leído a Stoker, a Drácula, uno se lo podía imaginar con mil rostros. En la medida en que fue el rostro de Bela Lugosi, el rostro de Christopher Lee, el rostro de diversos autores que han caracterizado al personaje, su imagen queda más determinada. Ahí diríamos que la palabra es mucho más ambigua y mucho más neblinosa o brumosa que la imagen. Como contrapartida, la imagen, sin embargo, es como algo que produce un impacto más inmediato, más a corto plazo, m que la palabra. Y de ahí son los pros y los contras en la comparación entre lo literario y lo cinematográfico.

 

 



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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MENTIRAS, MINISTROS Y MUDANZAS EN TIEMPOS DE CRISIS

 

Llegaron los cambios y nos pillaron con la pasión en vacaciones. Más o menos como a Gila cuando nació: su madre estaba en el cine. Estábamos tranquilos los mayores observando las procesiones de los penitentes, entretenidos contando los lazos blancos de los cofrades y atentos a los sonidos de la Semana Santa: los decibelios de  tambores de Calanda, silencios de Zamora,  "picaos" de Sonsierra o  saetas malagueñas, esos ruidos de la España nuestra. Y llegó un trueno, no vestido de nazareno, sino de renovado  Zapatero y su sermón resultó más ruidoso que las confesiones mediáticas del "hermano" Antonio Banderas. ¡Menos mal que no pensó en él como ministro de Sanidad! Banderas sería un puntazo si tuviéramos ministerios modernos, tipo Exteriores y Hollywood, Cultura y Taquillazos o Seducción y Zorrerías. Somos muy clásicos. Seguimos siendo más de letras, filosofía, filología con unos adornos en economía en vez de ser masterizados en Internet y sus afluentes. Ya veremos. Los piratas atacan por muchos frentes. Y los golfos son capaces de esconderse entre mangas y capirotes. Aplaudo esta valentía  laica de hacer mudanzas en tiempos de crisis.

Decía el poeta Yeats que "a los mejores les falta toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada vehemencia". Me gustan los que dudan, los que se cuestionan y los que ironizan. Entiendo a los que se mienten a sí mismos, siempre que no nos mientan mucho a los demás. Salí decepcionado con un ministro intelectual, que venía de reivindicar el placer de "vivir sin ser visto" y terminó usando herrumbrosas lanzas para salir en las fotos. Le deseo que vuelva a ser el otro. El que hace, dice o cuenta sin necesidad de vehemencia para defender los errores.

Quizá fue Perec el que dijo que "una confesión escrita siempre es falsa",  no quiero que suene a falso, puedo prometer y prometo que me alegré por mí, por lo público, por la educación, sus espacios y sus contenidos, cuando supe que el nuevo Ministro de Educación era Ángel Gabilondo. El nombramiento me pilló- perdón por la confesión- entretenido con el inmaduro Gombrowicz, con su rescatado "Curso de filosofía en seis horas y cuarto". Se confiesa admirador y seguidor de Shopenhauer frente al "detestado y zopenco" de Hegel. Le tengo que preguntar al ministro, destacado hegeliano, si tengo que dejar de seguir a tipos como Gombrowicz que aseguran que las teorías de Hegel eran irreprochables  pero "no valían nada".

Bajé de mi nube. Quise ir al cine,  pregunté a mi crítico de cabecera por "Mentiras y gordas". Casi me pega. Argumenté que era la primera en  taquilla y, además, el guión era de la nueva ministra, Ángeles González Sinde. Me pegó. Contraataqué con "La buena estrella". Se acobardó. Rematé con "Una palabra tuya". Me crecí, le hice prometer que veríamos esas "gordas mentiras". Y sin salir a fumar. Por Salgado.



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13 de abril de 2009
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