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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Genealogía de la tortura

A pesar de Bush, el presidente que quiso legalizar la tortura, ésta tiene pocas raíces en la tradición penal norteamericana. De ahí las curiosas argumentaciones que vemos esos días sobre los orígenes de determinadas técnicas para arrancar confesiones, que el grueso de los neocons se empeñan en considerar como meros interrogatorios especiales, diseñados para tratar con los terroristas más peligrosos. Según estas teorías, los tormentos que se aplican para sonsacar la verdad a los sospechosos de terrorismo se inspiraron en los utilizados por los interrogadores comunistas chinos con los prisioneros americanos durante la guerra de Corea. A partir de estas experiencias, el ejército norteamericano incorporó, al parecer, un entrenamiento destinado a preparar a los soldados a superar estas torturas sin proporcionar información al enemigo, los llamados SERE (Survival, Evasion, Resistence, Escape programe).

Es realmente increíble que alguien pueda sostener sin ruborizarse que insultar a los prisioneros, someterlos al waterboarding (ahogamiento a intervalos por agua), obligarles a permanecer desnudos, mantenerles en posiciones forzadas e incómodas durante largo tiempo, el aislamiento prolongado, la privación de sueño, la humillación sexual y los ejercicios exhaustivos, no son formas de tortura. Todo esto es lo que se les hace a los soldados, marines en concreto, que siguen este tipo de entrenamiento SERE. El objetivo es incrementar su resistencia, sobre todo física; pero no es lo mismo aplicar estos tormentos repugnantes a los propios soldados que hacerlo con un enemigo al que se quiere extraer información. Siendo un atentado contra la dignidad y los derechos de las personas en los dos casos, en el segundo es mucho más grave, pues quien los sufre desconoce cuáles son los límites hasta dónde puede llegar el interrogatorio y se halla totalmente a merced de sus interrogadores. A la hora de defender la legalidad de estos tormentos, Donald Rumsfeld, secretario de defensa con Bush, llegó a decir que no se entendería que los terroristas recibieran un trato mejor que el que se les da a los marines norteamericanos en los entrenamientos. Ésta no es la única teoría acerca de los orígenes de la tortura, ni la única que se inspira en la teoría del mimetismo norteamericano. Respecto al waterboarding, tormento consistente en ahogar al prisionero tirando agua sobre su rostro tapado con una toalla o dentro de la boca con un embudo, se ha documentado que el ejército norteamericano lo aprendió en Filipinas hace cien años, donde era utilizado por los españoles desde los tiempos de la Inquisición. En todas estas especulaciones, que contienen sin lugar a dudas algún fundamento, hay una especie de tópico subyacente: que de la nación excepcional que es Estados Unidos no puede salir algo intrínsecamente perverso, lo que no es el caso del negro imperio español o del siniestro mundo comunista. El mal originado primero en el mayor enemigo del siglo XIX y luego en el del siglo XX se habría colado así en el imperio del bien, por el mimetismo suscitado al entrar en contacto para combatirlo. Este cuento maniqueo, implícito en algunas explicaciones que se han oído estos días, tiene la ventaja de que también vale para nuestros tiempos: el deslizamiento de los Bush y sus neocons se explicaría así por la contaminación del terrorismo de Al Qaeda. De ahí que sólo hay una forma actualmente para disociar claramente la tradición penal norteamericana de la legalización de las torturas, y ésta es que ahora, después de su tajante prohibición presidencial, quienes intentaron legalizarla, ordenaron su aplicación y la pusieron en práctica sean sometidos a la acción de la justicia. Obama parece estar dispuesto a dejar el camino expedito para que así suceda, aunque no quiere manifestar entusiasmo alguno y desea excluir de las responsabilidades a los agentes que realizaron los interrogatorios, para centrar la petición de responsabilidades a los políticos que dieron las órdenes y a los juristas que firmaron dictámenes autorizándolas como legales. Su posición, más pragmática que ideológica, se debe a conveniencias políticas: no quiere enemistarse con la CIA ni aparecer como el inquisidor que armó una causa general contra Bush. Pero no lo tiene fácil: incluso los torturadores saben que no pueden acogerse a la obediencia debida, concepto excluido como eximente en la tradición jurídica que empezó en Nuremberg, y que su única defensa sólida se centra precisamente en argumentar, por increíble que parezca, que todos estos tormentos son técnicas perfectamente normales y legales, de forma que a un interrogador no puede pasarle por la cabeza que está realizando una acción execrable y prohibida por la legislación norteamericana e internacional. El debate perverso sobre los límites de la tortura, que empezó precisamente cuando Bush declaró la Guerra Global contra el Terror, todavía no ha terminado y va a magnetizar de nuevo la vida política de Washington, en este caso para desmontar la construcción heredada y arrancar esas raíces que ya han prendido en la tradición jurídica norteamericana.



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Húmedas pequeñeces

En los mismos días en que la destitución de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque atrapaba la atención de la prensa extranjera y de los rumores callejeros, algo más cercano preocupaba a Xiomara. Desde hacía cuatro meses, a su pueblo de Pinar del Río no llegaban las almohadillas sanitarias que las mujeres usan para paliar los ciclos de la luna. Entre sus hijas y ella cortaron un par de sábanas y lograron hacerse algunas compresas, que lavaban después de usar. Si en el mercado racionado se ausenta este producto de higiene femenina, en las casas cubanas disminuyen las pocas toallas y fundas que todavía quedan. La naturaleza no entiende de mecanismos de distribución, así que cada veintiocho días tenemos una húmeda evidencia que los pone a prueba. Xiomara cuenta ?con la vergüenza de tener que hablar públicamente algo que preferiría mantener en privado? que las empleadas de su empresa tuvieron el mismo problema. ?Era para que nos hubiéramos negado a ir al trabajo? me dice, y yo imagino una ?huelga del período?, una masiva protesta marcada por el ciclo del óvulo que se deshace. Sin embargo, nada se detuvo en la provincia de Pinar del Río por esta ?pequeñez?. Los funcionaros siguieron hablando de la ?recuperación frente a los huracanes? y los periódicos ?que lamentablemente no se pueden usar como almohadillas sanitarias? mencionaron el sobrecumplimiento en la cosecha de papas. El drama quedó escondido en los baños, se manifestó apenas en dos nuevas arrugas de preocupación en la frente de algunas féminas. Hay quienes creen que la destitución de varios funcionarios o la fusión de un par de ministerios son los reales pasos en el camino del cambio. Sin embargo, yo siento que el detonante de las transformaciones pudiera ser, simplemente, un grupo de mujeres hastiadas de lavar -cada mes? las compresas usadas en su ciclo menstrual.



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Zoetrope: The Latin American Issue

Francis Ford Coppola financia proyectos alucinados e inteligentes como Zoetrope, una de las mejores revistas dedicadas exclusivamente al género del cuento. La revista fue fundada en 1997, pero es el número de la primavera de este año, "The Latin American Issue", el que nos interesa.

Coeditada por Daniel Alarcón y Diego Trelles --escritores que están hace rato en esta tarea meritoria y no siempre aplaudida de difundir la obra de los escritores de su generación--, y con dibujos del cineasta Guillermo del Toro -la portada es demasiado pintoresca (un pistolero con un gran sombrero), pero en las páginas interiores se redime--, esta presentación del "post-post-boom" en los Estados Unidos no podía ser más auspiciosa. Los diez cuentos escogidos son de primer nivel, aunque, si habría que quedarse con cinco, este lector diría: Ronaldo Menéndez (Cuba), Patricio Pron (Argentina), Rodrigo Hasbún (Bolivia), Alejandro Zambra (Chile), Verónica Stigger (Brasil).

En su prólogo, Alarcón y Trelles reconocen la influencia de McOndo (1996), la antología de Fuguet y Gomez tan malhadada en su momento, pero no señalan los temas, la estética o la ideología que podría unir a este grupo. Aunque en otra antología (El futuro no es nuestro) la actitud de Trelles es más rupturista con la generación anterior, lo cierto es que, al leer los cuentos de "The Latin American Issue", uno se queda con la impresión de que son más las cosas que unen que las que separan. Habría que verlo con calma y discutirlo. En todo caso, la selección está (muy bien) hecha; el trabajo sucio queda para los críticos (y los escritores, por supuesto).    



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El autócrata y el servidor

 

¿Cuánto tiempo nos prestará el lector? En el periódico, la superficie de papel disponible impone un límite que el editor administra con desigual criterio. En el blog, la extensión no tiene coste. El autor se considera un autócrata. ¿Quién le dirá basta? ¿Sobrevivirá a su prepotencia?

Afortunadamente una herramienta sustituye al editor. Mide el tiempo que cada usuario dedica a los textos. Es un testimonio de implacable dureza. No admite discusión. Se parece a un veredicto.

Antes de Internet los lectores la usábamos sin prestarle mucha atención. Nunca nos lo preguntamos con la suficiente seriedad: ¿Cuánto tiempo invertiremos en la lectura de un artículo?

Como ahí se pone a prueba la retentiva y la sagacidad de cada lector nos consolaba pensar que no hay respuesta unánimemente satisfactoria. Depende, decíamos los tres: autor, lector y editor.

Al articulista le corresponde el oficio de conducir la impaciencia del lector. ¿Cómo retenerlo, no exasperarlo, como evitar las trampas del ingenio, cómo sortear la redundancia que se ha convertido en uno de los pantanos de nuestra profesión?

¿Será finalmente el autócrata una herramienta del servidor?



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La corta noche de los cuchillos largos

Gente esperando, con el palo o la navaja bajo la cama para un día poder usarlos. Odios enquistados contra aquel que los delató, les impidió que tuvieran un mejor empleo o hizo que el hijo más pequeño no pudiera estudiar en la universidad. Hay tantos aguardando por un posible caos que les dé el tiempo necesario para la venganza , que desearía no haber nacido en esta época, donde sólo se puede ser víctima o victimario, donde tantos añoran la noche de los cuchillos largos.



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25 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El amor entre hombres

 

La sociedad mediática, a la que tanto provecho le saca nuestra clase política, tiene sin embargo algunos inconvenientes. El que se haya entregado alguna vez a sus ritos ya no podrá librarse nunca de su tiranía. Ante las cámaras y micrófonos no es posible dejar de existir ni, por supuesto, dejar de hablar. Pues a diferencia de los actores de verdad, el político no puede bajar el telón, ni quitarse el disfraz.

Lo hemos visto ahora, otra vez, ¡Dios mío!, cuando Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, sale en defensa de Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, y hombre destinado a pasar a la historia por la hechura de sus trajes.

El País publicó ayer la transcripción de las conversaciones telefónicas entre Camps y su benefactor -a su vez beneficiario de unas vergonzosas transacciones de dinero público. Además de ser una de las pruebas que policías y fiscales presentan para procesarlo, la conversación de Camps es una soberbia pieza teatral digna del viejo Valle Inclán o del último Sender.

El personaje llamado Álvaro luce un recio bigote y habla con "su" Presidente. Camps permanece erguido junto al teléfono, para evitar que se le arrugue el traje cuyas facturas paga Álvaro y le dice con una voz lánguida preñada de afecto: "amiguito del alma".

El del bigote es un hombretón pero queda conmovido: "te sigo queriendo mucho". Al estilizado Presidente valenciano, que está hecho un maniquí, le complace la ternura y corresponde con el mismo cariño: "Yo también".

Después de aludir a unos "maravillosos amigos" comunes, Camps se siente obligado a insistir: "te quiero un huevo". El del bigote cabecea complacido y aprovecha este amoroso escarceo: "contarás durante muchos años con mi lealtad".

El Presidente de la Generalitat valenciana, que ya piensa en lo que podrá necesitar el día que abandone el cargo, impone un tono de camaradería más viril a la conversación y le dice "hijo de puta". Es un guiño que restaura la hombría y quiebra el tonillo melifluo que han elegido.

El del bigote elogia una de las más conocidas cualidades del Presidente, se declara un rendido admirador de "su caudal y facilidad de palabra" y se despide, no sin confesar de nuevo lo mucho que le quiere.

Se supone que Mariano Rajoy ha leído la transcripción de estas grabaciones y que ha tenido tiempo de elaborar la respuesta que le exige la prensa, pero, ante la imposibilidad de callar o hacerse invisible, no se le ocurre una idea más feliz que ésta: "afecta a la inteligencia pensar que alguien se vaya a vender por tres trajes".

Lo que ruboriza y espanta es el esperpento que representa Camps ante la opinión pública y el doble sentido oculto en la aventurada frase de Rajoy: "venderse por una finca en el Valle de Arán o una cuenta abierta en un paraíso fiscal... no afectaría tanto a nuestra inteligencia".



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24 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sesión XXXVI

Pese a tratarse de un recurso muy frecuente en la literatura -y por supuesto en el cine- el flash back requiere un poco de atención, mucha práctica y muchísima más audacia para atrevernos a romper la linealidad del discurso y la coherencia de la sintaxis que es habitual en un cuento. El flash back no se anuncia, casi no se advierte, deja un poco descolocado al lector porque esa es precisamente su esencia: un fogonazo del pasado en la superficie del presente. Hemos visto que en un gran número de cuentos que «no se han atrevido» a dar ese pequeño paso que se necesitaba para cumplir con la consigna. El flash back requiere mucha rapidez, un ritmo (¿recuerdan la clase acerca del ritmo?) mucho más rápido que permita filtrar los destellos del pasado sin que el lector se sienta excesivamente sorprendido, pues ya está inmerso en un texto que se propone veloz, algo caótico. Pero si la elaboración del texto es pulcra, excesivamente conservadora, resultará muy difícil elaborar el flash back. Vamos a verlo mejor con los ejemplos elegidos esta semana.

 

 



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24 de abril de 2009
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El jovencito Jess Frank, o de cómo no me hice director de cine

Aunque el Jess Frank (entonces más acendradamente Jesús Franco) que yo conocí en el verano de 1967 no era exactamente joven, pues tenía ya 37 años, no he podido evitar el título chistosamente cinéfilo a la hora de presentar aquí, con la autorización de la revista, el texto recién publicado en un número especial de ‘Eñe' dedicado a literatura y cine. También tiene su gracia que mi evocación coincida con mi retorno al cine, ya que, después de unos años muy bonancibles en el mundo que considero más propio, el de la literatura, estoy ahora preparando el rodaje de una película, ‘El dios de madera', que, si todo sigue su curso, espero dirigir a final de verano.

                                                 _________                                                                          

 

De cómo no me hice director de cine

 

    Con diecinueve años y un conocimiento cinematográfico vergonzosamente superior al erótico, la perspectiva de pasar el verano trabajando de segundo asistente en una película de espionaje me pareció muy sexy. Yo en los cines veía preferentemente películas jansenistas, castas (Dreyer, Bresson, Ozu), pero sabía, por el rumor, que en los rodajes se folla mucho. Pensando en eso más que en el séptimo arte me fui a principios de aquel mes de julio de 1967 a La Manga del Mar Menor.

    Era domingo, y en el hotel de primera línea de playa había algunas familias nativas, con algo indefiniblemente madrileño en sus modales, y decepcionadas -después de haber sabido por el recepcionista que allí se iban a alojar unos artistas de cine- cuando llegaron estos, y también los del equipo artístico, y ninguno teníamos la cara conocida que esperaban. Las estrellas eran Janine Reynaud y Rosanna Yanny, el galán joven Manuel Otero, mucho antes de convertirse en el marido de la Cantudo (y eso sí que lo habría hecho digno de codazos en el lobby murciano), el director de la película, Jesús Franco, sin culto de latría entonces, y los demás asalariados, incluido el magnífico operador Jorge Herrero, todos unas perfectas ‘nonentities' para el gran público. Saludé a las divas, muy simpáticas conmigo, que no pintaba nada, a Otero, un guapo de cara, al actor de carácter Marcelo Arroita-Jáuregui, del que hablaré más más tarde, y por supuesto al director, a quien yo admiraba sin conocerle por sus películas ‘Vampiresas 1930' y ‘Gritos en la noche', vistas por mi cuenta en un cine al aire libre de Alicante antes de que la revista Film Ideal, donde yo escribiría, le señalase como director atípico y americanista en el buen sentido de la palabra (había por entonces una guerra en Vietnam, no se olvide). También él era simpático (en la vertiente cáustica), locuaz y cultivado, cosa rara en su medio: se interesó por el libro que yo llevaba en la mano, ‘Tres tristes tigres', recién aparecido, y me dijo: "Ah, Cabrera Infante. Un gran tipo. Un ‘joyciano' pasado de ron caribeño".

     Ese mismo domingo, ya de noche, supe la verdad de lo que se esperaba de mí en La Manga del Mar Menor. En teoría, yo iba a ser el asistente del ayudante de dirección de la película de espías, mi buen amigo Luis Revenga, que ya había trabajado antes con Jesús Franco y tenía experiencia él mismo como realizador cinematográfico. Después de las presentaciones en el vestíbulo del hotel, y antes de la cena, Luis me llamó a su habitación. Estaba radiante, rodeado por un amigo común de Madrid, Rafael Feo, y dos bellos rubios desconocidos, una chica y un chico. "Bueno, Vicente, lo que te tengo que decir...". Así empezó Luis, frunciendo un poco el ceño de su cara feliz, pues lo que tenía que decirme era que al día siguiente en La Manga del Mar Menor no empezaba un rodaje, sino tres, y mi verdadera misión iba a ser la de (único) ayudante de dirección de dos de ellos, las películas que simultáneamente y en secreto Jesús Franco iba a hacer con el dinero y el elenco de una, mientras su ayudante titular, mi amigo Revenga, iniciaba a pocos kilómetros de allí, en una mina abandonada, la filmación de su propia película de vanguardia, en la que Rafa Feo sería ayudante y los dos bellos rubios, Ana Puértolas y Fernando Rojas, protagonistas, al lado de Manuel Otero, cedido por Jesús de la(s) suya(s) junto al material fílmico.

    Luis se mostró generoso, además de optimista. Esa misma noche, después de cenar, me explicaría los principios básicos del trabajo de primer ayudante, me pasaría, por así decirlo, los trastos (¿de matar?) de la ayudantía, y siempre que pudiese se escaparía de la mina para echar una ojeada en nuestro rodaje y echarme a mí una mano. Antes de irme a la cama a no dormir, empecé, con su ayuda y la de la script a preparar el plan de rodaje del día siguiente, a saber verdaderamente lo que era un plan de rodaje, una escaleta, una claqueta. 

    La película digamos titular para la que todo el elenco había sido contratado se iba a llamar ‘Bésame, monstruo' (pero también, al ser una coproducción hispano-alemana, ‘Küss mich, monster'), y sucedía en diversos lugares costeros de África y Asia, algo que tendría visibilidad fílmica no tanto en los rasgos físicos de los extras como en las matrículas de los coches que aparecían en sus escenas de acción. Ocuparme de la africanidad y el orientalismo de esas matrículas hechas rudimentariamente con tiras de papel adhesivo fue mi primer cometido la primera mañana del rodaje, antes de colocar la claqueta escrita a tiza delante del objetivo de la cámara. La toma, de Rosanna Yanny y Janine Reynaud entrando a toda prisa en un descapotable fue dada por buena, y entonces Jesús me dijo en un aparte que cambiara la matrícula en caracteres chinos; "ponle la mexicana". Luis Revenga no me lo había contado todo.

   Tuvo que ser el propio director, bajo la mirada ansiosa del productor alemán, quien me lo explicase, a la vez que me entregaba, camuflado, el guión de ‘El caso de las dos bellezas', la ‘otra' película que íbamos a rodar sin el conocimiento de causa de nadie, excepto él, los dos co-productores, el ayudante (yo) y la script, y que, aun contando con los mismos actores, el mismo vestuario y el mismo parque automovilístico de ‘seats', trascurría en continentes distintos a los de ‘Küss mich, monster'. Así que obedecí, le quité al descapotable, un Seat 850 someramente tuneado, la matrícula chinesca que correspondía a la escena de Hong Kong, y le puse la de Acapulco, el siguiente lugar adonde nos trasladábamos en la ficción; mientras, Jesús se acercó a Rosanna y a Janine para decirles que se le acababan de ocurrir un par de brevísimas frases nuevas para ellas, pidiéndoles una improvisación en la siguiente toma, aparentemente perteneciente a ‘Bésame, monstruo' pero en realidad escrita en el guión subrepticio de ‘El caso de las dos bellezas'. También ellas obedecieron.

    El de ayudante de dirección (ahora lo sé, no entonces) es el trabajo más arduo y más desagradecido de un rodaje, y suele ser desempeñado por gente muy bregada, muy experta, muy ‘espídica', que dispone de su pequeño equipo auxiliar y, por supuesto, de un solo guión al que atender. En las semanas que siguieron a aquel lunes, el cruzado rodaje de las dos películas de espías, de vampiresas, de persecuciones y tiroteos, de doctores sádicos y torturados masoquistas, avanzó del modo rápido y encubierto que estaba previsto, pese a que sus dispositivos vertiginosos superasen completamente la capacidad de aquel cinéfilo ‘cahierista' que jamás había pisado un plató de cine ni pegado un clavo (ni una matrícula de quita y pon) y que, todavía ‘teenager', respondía a mi nombre. Sólo un día se mascó la tragedia. El cielo de Murcia se había nublado intempestivamente, y se suponía que nosotros estábamos ahora en la Riviera Maya con un plantel de starlettes, todas en bikini y todas originarias de la Vega Baja; también había sombrillas, socorristas muy musculados y rubios aunque igualmente murcianos, bebidas falsas de color arcoiris, y la creciente amenaza de lluvia en una escena eminentemente solar. Di órdenes al especialista de que trajera el Seat de la secuencia anterior, que pertenecía al mundo oriental, y lo aparcase delante de la terraza de un chiringuito vagamente caribeño al que la bella pelirroja (la Reynaud) tenía que aproximarse. Jesús estaba impaciente, le dio unas indicaciones muy palmarias a la actriz y dijo la palabra "¡acción!". La toma, como casi todas en aquel rodaje supersónico, era buena, o tenía que ser buena, pero entonces yo, guiado por mi aún inviolado celo juvenil, reparé en un descuido, mío y de la script, imperdonable: con las prisas de despachar cuanto antes ese plano de ‘El caso de las dos bellezas', el coche que aparecía en primer término había conservado la matrícula china de ‘Bésame monstruo'. No servía, por tanto, y así corrí a decírselo apurado a mi director. Jesús me miró sorprendido. "¿Tú crees que esas cosas importan? El espectador de mis películas no se fija en detalles insignificantes; sólo busca grandes emociones. Vamos al plano siguiente. ¿A qué película corresponde?".

    En los descansos de la filmación, escasos y atormentados por la noción de culpa, leía poco a poco la novela de Cabrera Infante, que me levantaba el ánimo, hablando también a ratos de literatura con un falangista inteligente y culto, el crítico de cine Marcelo Arroita-Jáuregui, que animó en el Santander de los años 40, al lado de Pepe Hierro, José Luis Hidalgo y Julio Maruri, la revista de poesía Proel, y fue también actor, principal pero no solamente de Jesús Franco. Un domingo en que ellos no descansaban, me acerqué al rodaje de mi amigo Luis, ese día situado en la playa de aguas rojas del Porman. Por allí andaban algunos conocidos de la universidad de Madrid, donde yo estudiaba: José Ramón Rámila, pareja entonces de la protagonista Ana (hermana de Soledad Puértolas), Luis Suárez y Eduardito Haro Ibars, estos dos últimos con papel en el film de Revenga. Me di cuenta con envidia de que esa película no sólo era menos aparatosa y más cercana a mis intereses cinefílicos; en ella no salían automóviles.

          Todo acabó bien. Las dos de Jesús (en las que por cierto figuro, haciendo entradas y salidas y algún pequeño cameo reconocible) son hoy cintas de culto, como el resto de la obra descomunal del cineasta que a lo largo de más de 200 películas y 45 años de actividad ha tenido entre otras las encarnaciones de Jesús Franco, Jess Frank, Clifford Brown, Frank Hollmann, y últimamente -desde que publicó sus memorias, quizá en exceso lánguidas, hasta que el pasado mes de febrero recibió emocionado el Goya de Honor de la Academia del Cine-  es más bien el "tío Jesús". En efecto lo es: tío carnal de Javier Marías y sus hermanos, y del malogrado Ricardo Franco y su hermano, el excelente pintor Carlos. Aunque yo no las tengo (están por las nubes en los catálogos de venta por Internet), ‘Küss mich, monster' y ‘Rote Lippen' o ‘Sadisterotica', los dos títulos alternativos de ‘El caso de las dos bellezas', salieron juntas en un DVD de lujo presentado por uno de los grandes admiradores del tío Jesús, Quentin Tarantino. Luis Revenga terminó y nunca llegó a distribuir comercialmente aquella película ‘godardiana' del Porman, ‘Mañana en la mañana', pero siguió, antes de dedicarse a otras actividades relacionadas con la edición y el arte, en el cine, dirigiendo y estrenando en 1976 su muy divertida fábula política ‘Caperucita y roja', donde debutaba una adolescente Victoria Abril. Del elenco artístico reunido en La Manga del Mar Menor algunos han muerto, de otros no sé nada, y a Ana Puértolas me la encuentro, por lo general en las presentaciones literarias de su hermana, tan simpática y atractiva como entonces.

     En cuanto a mí, volví a Alicante a descansar de los rodajes, seguí estudiando Filosofía en la Complutense, escribiendo poemas en prosa y viendo películas de arte y ensayo en los cine-clubs. En 1970 publiqué en Seix Barral mi primera novela, y ya para entonces había decidido no compartir el sueño de tantos compañeros de generación: ser directores de cine. En la literatura se gasta menos, se discute menos (excepto consigo mismo), se madruga menos.

     Pero treinta años después de aquel verano, el cine me asaltó por sorpresa y casi diría que por la espalda. Un guión que me apeteció escribí sin encargo ni destinatario, el de la película ‘Sagitario', acabaría tentándome y llevándome a la dirección de cine, con el estimulante resultado de que, poco después de cumplir los cincuenta, me reconvertí en el autor de una ‘opera prima', en novato, en aprendiz.

   Olvidaba decir que, con los desvelos del plan de rodaje dúplice y la pesadilla de las matrículas alternantes, el principal propósito que tuve para ir a La Manga quedó frustrado. Y eso que a mi alrededor todo el mundo  -las dos bellezas, los bellos monstruos de la figuración musculosa, el futuro marido de la Cantudo, los attrezzistas, los fotógrafos, el equipo entero de la película vanguardista de Luis-  follaba a mansalva.



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24 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ansiedad que engorda

La ansiedad engorda. Y no únicamente porque se tienda a comer más, muchos comen de menos sin que el efecto varíe. La razón de esta paradoja reside en que la ansiedad constituye de por sí una apegada sustancia muy cercana a la grasa y, aún más, a su exceso.

Alrededor de la grasa preexistente la ansiedad crea un cerco o excrecencia psicológica que tiende a expandirla y aumentar su solidez, su resistencia y su abominada consistencia.

Así como la tristeza enflaquece la ansiedad engorda y así como la tristeza tiende ideológicamente hacia nuestra desaparición la ansiedad nos proyecta fatalmente hacia la máxima presencia. Este involuntario movimiento de ostentación se concreta en el aumento del volumen y del peso, de la gesticulación o el ademán empalagados de torpeza.

El ansioso desea con fuerza algo que no consigue captar y se dilata anormalmente guiado por el instinto de aproximarse al objeto de su deseo. Hallarse ansioso es, paradójicamente, consecuencia de alguna importante carencia todavía sin remediar.

La tristeza aumenta el espacio interior, el vacío de sentido que se parece a un ayuno de vida pero la ansiedad incrementa la proporción hacia el exterior, ensancha el espacio de nuestra apariencia ante la falta de la presencia que se anhela. El resultado resulta ser, por tanto, necesariamente atosigante, tósigo, enfardado. Podemos inspirar fácilmente piedad desde el adelgazamiento pero suscitamos un silencioso rechazo estando gordos. La ansiedad halla de este modo un tratamiento y castigo injustos. Se trata de un sufrimiento humano pero el aprovisionamiento corporal que se padece nos dibuja ante los demás como poseedores de un exceso que, como todos, repele la compasión y apenas llega a colectar algún desganado consejo. En definitiva, el des-consuelo personal aumenta pero no para des-prenderse de aquello sobra sino para empeorar -desconsoladamente- mediante su flacidez el aspecto odioso que la ansiedad provocó antes. ¿No comer para combatir el peso que la ansiedad añade? ¿Forzarse a no comer tanto en la ansiedad para que cese su abrazo obeso? La ansiedad y su círculo envolvente, creciente y cebado de insatisfacción no acaba.

A menudo, aquellos problemas considerados banales o menores reproducen fehacientemente las formidables dificultades del ser. Siendo el ser ni más ni menos, como decía Shopenhauer, la dificultad de vivir.



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24 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Eduardo Galeano

Gran alborozo en las redacciones de los periódicos, radios y televisiones de todo el mundo. Chávez se aproxima a Obama con un libro en la mano, es evidente que cualquier persona razonable pensará que la ocasión para pedirle un autógrafo al presidente de Estados Unidos está mal elegida, allí, en plena reunión de la cumbre, pero, al final, no, se trata de una delicada oferta de jefe de Estado a jefe de Estado, nada menos que Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Claro que el gesto iba cargado de intenciones. Chávez pensaría: ?Este Obama no sabe nada de nosotros, entonces casi no había nacido, Galeano le enseñará?. Esperemos que así sea. Lo más interesante, además de que se agotaran Las venas en Amazon, ya que pasaron en un instante de un modestísimo lugar en la lista de ventas hasta la gloria comercial del ?best-seller?, del cincuenta y tantos mil al segundo puesto en la clasificación, fue lo rápido y aparentemente concertados que aparecieron los comentarios negativos, sobre todo en la prensa, tratando de descalificar, en algún que otro caso con ciertos matices benevolentes, el libro de Eduardo Galeano, insistiendo en que la obra, además de excederse en análisis mal fundamentados y en marcados preconceptos ideológicos, estaba desactualizada en cuanto a la realidad presente. Pues bien, Las venas abiertas de América Latina se publicó en 1971, hace casi cuarenta años, luego, a no ser que su autor fuese una especie de Nostradamus, sólo con un hercúleo esfuerzo imaginativo sería capaz de pronosticar la realidad de 2009, tan diferente ya de los años inmediatamente anteriores. La denuncia de los apresurados comentaristas, además de mal intencionada, es bastante ridícula, tanto como lo sería la acusación de que la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por ejemplo, escrita en el siglo XVII por Bernal Díaz del Castillo, abunda, también ésta, en análisis mal fundamentados y con marcadísimos preconceptos ideológicos. La verdad es que quien pretenda ser informado sobre lo que pasó en América, de esa América, desde el siglo XV, sólo ganará leyendo el libro de Eduardo Galeano. Lo malo de esos y otros comentaristas que se enjambran por ahí es que saben poco de Historia. Ahora solo nos falta ver como aprovechará Barack Obama la lectura de Las venas abiertas. Buen alumno parece ser.



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24 de abril de 2009
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El Boomeran(g)
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